
¿Qué tienen en común los ponis del Señor de los Anillos, Don Quijote, un pollo, el fuego y las sierras de Córdoba?
¿Pony, poni, poney, póney? ¿Ponies, ponis, poneys, póneys? ¿Se han preguntado alguna vez cómo es que se escribe poni? Si tal duda los ha asaltado, será tal vez, como me pasó a mí, porque la versión de Minotauro de El Señor de los Anillos emplea una forma bastante rara del sustantivo.
Don Francisco Porrúa decidió (vaya a saber uno la razón) traducir la palabra que en Tolkien aparece como pony (plural: ponies), como poney-poneys. En rigor, esta palabra poney no aparece en el diccionario castellano. El diccionario de la Academia registra poni-ponis como forma principal, y póney (con acento) como secundaria.
En inglés, la forma pony es preferida a la menos frecuente poney. Todo lo cual nos lleva a concluir que tal vez hubiese sido mejor usar poni, o -si se quería conservar el sabor inglés de la palabra, dejarlo pony como había puesto Tolkien.

Y también de allí viene pollino, asno joven y cerril (los lectores del Quijote recordarán a los tres pollinos de Sancho).
Los pollinos y los ponis tienen además otras cosas en comun. De ambos podemos decir que su hábitat es cerril, que son de caracter más difícil que los caballos, y muy resistentes bestias de carga.
Y a propósito del Quijote, no podemos dejar de recordar aquí un paralelo notable entre dos personajes encariñados con su bestias: Sam Gamyi con Bill el pony, y Sancho Panza con su legendario burro. El paralelo entre Sam y Sancho no termina allí, por supuesto, pero dejo ese tema para otra pluma, y me concentro en el pony-burro, del cual tanto Sam como Sancho deben separarse en determinado punto de la historia, para reencontrarlo luego con gran contento mutuo.
Es curioso que -siendo aquel burro tan importante en su obra- Cervantes no use en ningún momento la palabra burro para referirse a él. Sancho lo llama el rucio, que significa gris o blanquecino, y que es una hermosa palabra derivada de ros, rocío en latín (es
decir, imagino yo, el tinte que asumen los campos cuando el rocío y la
escarcha los baña por las mañanas).

Cervantes dice borrico y nunca burro, porque esta última palabra, al contrario de lo que uno supondría, deriva incorrectamente de la primera, y no borrico de burro. Los lexicógrafos, con sus términos altisonantes, llaman a esto un "derivado regresivo". Existía la palabra borrico, y la masa de los hablantes creyó ver en ella un diminutivo, aunque no lo había, de lo cual supuso la existencia de un original burro. Pero borrico venía del latín "buricus", que era un caballo pequeño, palabra que parece usaban también los romanos para referirse a... ¡los ponis!
(Borrico es probablemente la contaminación de buricus con burrus, que significaba rojizo, y que está emparentado con el griego pyros (llama, fuego), de donde proviene la pirotecnia, ese arte en que se especializaba... Gandalf).


de inglés y en el habla de la Aldea Global.
Otro burrito célebre (y rucio como el de Sancho) fue Platero, el de Juan Ramón Jimenez. Pero el que quiero recordar hoy es el muy querible burrito cordobés, del hermoso bailecito de los Fronterizos, que pueden escuchar (y ver!) aquí.

Su letra sencilla pero poética siempre me ha cautivado. El burrito de la canción es todo "sombra y arrebol". ¡Qué hermosa, la palabra arrebol!. El diccionario la define como el color rojo de las nubes iluminadas por los rayos del sol.
El tornasolado de la piel del burrito, el atardecer en las sierras, y el rojizo del burrus latino parecen conjugarse en esa tierna imagen.
Y lo recuerdo en homenaje al Smial de Córdoba de la Asociación Tolkien Argentina, que -siguiendo seguramente la misma asociación de ideas que hemos desarrollado hasta aquí- decidió elegir como mascota del smial, a... ¡Bill, el burrito cordobés!