viernes, 26 de septiembre de 2008

Bull-roarer (II)

Como prometimos no hace tanto, hoy seguiremos acompañando a Mr. Haddon en su pesquisa sobre los bull-roarers, por ahora sin salir de Europa y el resto de Occidente.

El primer sitio que visitamos es Alemania, sin más especificación. Según lee Haddon en una monografía del Dr. Schmeltz, director del Museo Etnográfico de Leiden, allí se conoció el Waldteufel (lit. "diablo del bosque"). Lo describe nuestro autor:

Es un pequeño cilindro de cartón, abierto en un extremo y cerrado en el otro; la parte central de este tambor está atada con un hilo de crin, al otro extremo del cual se ata un trozo de madera. Cuando se hace girar en torno, el instrumento produce un sonido horrible. Tengo un juguete prácticamente idéntico, comprado en las calles de Cambridge, salvo que la crin está reemplazada por cáñamo; éste tiene un lazo en el extremo libre, que gira libremente sobre una muesca en una de las puntas del trozo de madera. La madera en esa parte está impregnada con resina, de modo que produzca un chirrido, que es conducido por el cáñamo y el cilindro actúa como caja de resonancia. No he sido capaz de averiguar el nombre inglés de este "Diablo de los bosques". Mi amigo el Director Schmeltz sugiere que hay una conexión entre este juguete y el bull-roarer. No veo cómo la simple tablilla de madera pudo evolucionar hacia el más complejo cilindro. Lo único que se puede decir es que ambos producen un sonido desagradable. En cuanto al origen y significado del Waldteufel, no se sabe nada en absoluto, y no nos consta evidencia que relacione a este juguete con rito mágico o religioso alguno.

El problema para que el Waldteufel tenga en su origen a un pariente del bull-roarer no es sólo de grado sino de clase: éste es un aerófono, y aquél un cordófono. Es la diferencia entre revolear un clarinete y revolear una guitarra.

Waldteufel moderno, con cuerda de nylon.

Haddon salta ahora a América, donde habla del buzz: un trozo de madera pequeño, chato y rectangular en que se practican dos agujeros, pasando por éstos una cuerda larga y continua. Se sujetan los dos "extremos" (salvo que no existen, ya que la cuerda es continua) con las manos, y se hace girar la madera de modo que la cuerda se enrosque. Luego se separan las manos con fuerza: esto hace que la madera gire a gran velocidad, produciendo un zumbido. Si se hace correctamente, el momentum* es tan grande que la cuerda vuelve a enroscarse en el sentido contrario, y así indefinidamente.

Se trata, evidentemente, de un conocido nuestro: el runrún que había saltado en comentarios a la primera parte de este artículo. Claro que en nuestra infancia éramos más humildes, y nos conformábamos con un botón. Es fácil encontrar en la web ejemplos de buzz saw, whirligig o hummer, distintos nombres que tuvo este juguete, pero no de la forma rectangular que conoció Haddon. Con tono decepcionado dice otra vez el autor: "Este juguete no ha sido relacionado todavía con ningún uso ceremonial".

Un buzz saw más elegante, con manijas.

Pero lo que apasiona a Haddon es el bull-roarer clásico, de modo que sigue buscándolo por Alemania. Y lo encuentra:

Un amigo alemán me ha dicho que vio el bull-roarer en la Selva Negra, donde se le da el nombre de Schlagel; y también he oído que se lo encuentra a veces en las ferias de Basel, en Suiza. Tylor (Academy, 9 de abril de 1881, p. 265) dice que en Alemania se lo llama Brummer. En Prusia Occidental, cerca de Marienwerder, recuerda Siedel el verdadero bull-roarer (Schwirrholz). Se ata a un cordel un trozo alargado de madera liviana, de un palmo de longitud; el movimiento giratorio que se le imprime se denomina burren, y no todos los muchachos logran usarlo con la misma habilidad; el éxito, además, depende de la longitud y el peso del bull-roarer, así como de la naturaleza del cordel. El trozo de madera, por otra parte, debía ser cortado y pulido con cuidado para que funcionase bien. Habían pasado treinta años, y Siedel había olvidado cómo se unía la madera al cordel, junto con otros detalles. El juego era popular en su vecindario. Entre los años 1869 y 1870 una cierta cantidad de los alemanes puros de ese distrito emigró a América, y su lugar fue ocupado en parte por polacos: sería interesante averiguar si los niños polacos han adoptado el juguete o si está restringido a los alemanes.

Alejándose un poco, el autor sigue a F. Figura, hombre nacido en Galicia, o más bien en Galitzia, que no está en la Península Ibérica sino en Europa Central, al norte de los Cárpatos. Figura cuenta que nació junto a los márgenes del río San, que separaba a los polacos de los rutenos, y el bull-roarer se usaba a ambos lados del río. Sigue:

Como hijo de padres agricultores, a menudo regresaba al atardecer hacia el poblado a lomos de caballo, arreando el ganado. No siempre, pero sí a menudo, los jóvenes pastores usábamos el bull-roarer, si estábamos de buen humor. El bull-roarer era una pieza de madera más bien larga y delgada, con muescas a ambos lados en uno de los extremos, y atada a una cuerda mediante un nudo simple en el otro extremo. Al comenzar sus revoluciones, el bull-roarer produce una nota que corresponde a las letras b-s (muy sostenidas). Luego de girar un tiempo, y acelerando, se logra que la nota elevada se transforme en una nota baja como de órgano. Este efecto de afinación recibe en Galitzia, entre los polacos y los rutenos, el nombre de bzik. El objeto de madera en sí no tiene nombre. Este zumbido se usa para excitar al ganado. Apenas se comienza a usar el bull-roarer los terneros levantan las colas y patean el aire con los cuartos posteriores, a veces a la derecha, a veces a la izquierda, como si estuvieran bailando. Al cabo de unos minutos las bestias mayores siguen a las más jóvenes y se produce una estampida general hacia el poblado. De ahí que en Galitzia se diga, de un hombre cuyo cerebro no termina de funcionar bien, que tiene un bzik. Se supone que los animales son idiotizados por el zumbido del bull-roarer.

El modo curioso en que puede alterarse una idea se ilustra bien en lo siguiente. Es sabido que en el año 1831 miles de jóvenes polacos emigraron, especialmente a Francia, y que un gran número de ellos se alistó en la legión extranjera algeriana. Estos polacos solían jugar a las cartas, y su juego se llamaba bzik. A los franceses les gustó el juego; podían pronunciar la palabra, pero al escribirla según ortografía francesa se transformó ¡en bezique! Es decir, este favorito entre los juegos de salón franceses debe su nombre al bull-roarer.

No doy garantías por esta etimología: etymonline dice sólo que es de "origen desconocido", y en la Wikipedia francesa sólo se descarta la posibilidad de que haya sido inventado por un tal Charles Bézigue. Sí me pregunto, puesto que los pastores estando de buen humor provocaban una estampida hacia el poblado, ¿qué harían cuando estaban de mal humor?

El último lugar europeo que visita Haddon está un poco más al este: Grecia, pero no la contemporánea sino la antigua. Cita a nuestro amigo Andrew Lang sobre el tema, de modo que dejamos por hoy a Haddon y seguimos al autor de los Libros de Colores de las Hadas; quien dice en Custom and Myth, pp. 39-40:

Personalmente, he tenido la suerte de dar con el bull-roarer en el suelo de la antigua Grecia, y en relación con los misterios dionisíacos. Clemente de Alejandría, y Arnobio, y los primeros padres cristianos que siguieron a Clemente, describen ciertos juguetes de de Diónisos niño, usados en los misterios. Entre éstos se cuentan los turbines, los kônoi y los rhómboi. Los diccionarios comunes interpretan que todos éstos son trompos, añadiendo que el rhómbos es a veces "una rueda mágica". Sin embargo, el escoliasta a Clemente anota: "El kônos es un trozo pequeño de madera al que se ata una cuerda y que en los misterios se revolea para provocar un sonido de rugido". O sea, tenemos una descripción breve pero completa del bull-roarer, el turndun australiano. No se omite un solo punto. [...]

En la parte de los misterios dionisíacos en que se exhibían los juguetes de Diónisos niño, y durante la cual (según parece) se revoleaba el kônos o bull-roarer, los participantes se embadurnaban de pies a cabeza con barro. Esto lo sabemos por un pasaje de Demóstenes donde describe la juventud de su aborrecido adversario Esquines. La madre de Esquines, dice, era una especie de "mujer sabia", entendida en los misterios. Esquines solía ayudarla embadurnando a los iniciados con barro y afrecho. La palabra hapomátton, usada aquí por Demóstenes, está explicada por Harpocración como el término ritual para la acción de embadurnar a los iniciados. Como sucede a menudo, se contaba una historia para explicar el rito. Se dice que, cuando los Titanes atacaron a Diónisos y lo hicieron pedazos, se pintaron primero con barro o con yeso para no ser reconocidos. Nonno, en varios sitios, muestra que todavía en su tiempo los celebrantes de los misterios báquicos seguían usando este sucio truco. El mismo truco, precisamente, sobrevive en los misterios de los pueblos salvajes. [...]

Lang a continuación compara lo que se sabe del ritual griego con los de otros pueblos fuera de Europa, tema complejo que ha quedado para nuestra próxima entrega. Pero antes de abandonar el Viejo Continente no puede evitarse al menos una pregunta: ¿y qué pasa en España? ¿Existió algo similar, y qué nombre debe darse al objeto en nuestro idioma, ya que todavía no hemos usado ninguno?

Tomamos la pista del sitio que recomendaba Hernán, donde se puede leer sobre el presente del bull-roarer europeo y sobre la arqueología del objeto; y, de paso, se comprar uno bien hecho. Quizás algún lector ya haya estado pensando en fabricárselo (no parece tan difícil, al fin y al cabo: una tablita y un cordel), pero parece que hace falta algo más para obtener un instrumento de sonido más o menos aceptable.

Saltamos aquí para enterarnos de que efectivamente se han encontrado ejemplares prehistóricos de estos implementos en la Península Ibérica y también en Francia:

Por razones obvias de conservación, los modelos que nos han llegado están fabricados en hueso, aunque no es descartable la realización de los mismos en madera.

En la Península Ibérica los ejemplos que tenemos están realizados sobre costilla. Han sido estudiados por Barandiarán quien duda que algunos de ellos sean instrumentos musicales. Han aparecido en la cueva del Pendo, cueva de Altamira, cueva de la Paloma y cueva de Aitzbitarte IV. Algunas presentan decoración esquemática y naturalista, como es el caso de la del Pendo.

¿Y qué nombre ha de darse, en definitiva, al instrumento? Se usan varios, entre los cuales los más comunes son "bramadera", "zumbador" y "zumbadera"; también se citan en la página mencionada "rombo" (probablemente en alguna traducción del griego), "zumba", "palo zumbador", "placa zumbadora", "zurrumbera", "zurrumbiador" (interesante familia), "bruñidera", "cemburio", "forrumbia" y "churinga" - aunque este último es inexacto, diga lo que dijere la Wikipedia.

De todos ellos "bramadera" es tal vez el más fructífero. De entre las definiciones que aporta el diccionario de la RAE nos interesan:

1. f. Pedazo de tabla delgada, en forma de rombo, con un agujero y una cuerda atada en él, que usan los muchachos como juguete. Cogida esta cuerda por el extremo libre, se agita con fuerza en el aire la tabla, de modo que forme un círculo cuyo centro sea la mano, y hace ruido semejante al del bramido del viento.

2. f. Instrumento que usan los pastores para llamar y guiar el ganado.

3. f. Instrumento que usaban los guardas de campo, viñas u olivares para espantar los ganados. Se hacía de un medio cántaro cubierto con una piel de cordero y atravesado con un cordel delgado, con dos pequeños agujeros, uno para arrimar los labios, y otro para que saliera la voz.

La segunda definición, aparentemente, designa lo mismo que la primera, pero atiende (en la mejor tradición escolástica) a la causa final de su objeto. Curioso que en la tercera el mismo nombre se aplique a un instrumento distinto, destinado al efecto contrario. No es lo mismo, por supuesto, un pastor que un guarda de campo; pero uno ha nacido en la ciudad y en su siglo y no distingue mayormente entre actividades rurales, de modo que le está permitido, diccionario en mano, suponer el gracioso accidente del guardia de campo que se confunde de bramadera y termina con el ganado comiéndose la cosecha.

(El chiste, de todos modos, no tendría sentido si la segunda definición fuese más explícita: el efecto comprobado del bull-roarer sobre el ganado, como hemos visto, es más bien el de espantarlo, provocarle el bzik, imitar al moscardón o cleg, causar la estampida, etc.)

Las tres definiciones no son sino una herencia secular y un tanto simplificada de las tres que dio la Academia en su primer Diccionario de Autoridades (1726). En las originales queda claro que los dos primeros instrumentos son semejantes o iguales:

Veamos dos citas inequívocas del colombiano Tomás Carrasquilla Naranjo, el primer (y único) registro de esta palabra "bramadera" en el CORDE:

La caravana de máscaras sale desde el alba despertando la ciudad con terrible cencerrada. ¡Qué tormenta aquella! Una banda de cuernos embocados por mozos de potente pulmón se acompaña con el maullido y el rebuzno de gran número de señores y señoritos que se han vuelto gatas y jumentos. Quiénes lloran a todo pecho con llanto de recién nacido; cuáles, metamorfoseados en arrieros, reniegan como unos condenados. Las bramaderas de sutil tablilla de pino fingen huracanes en el monte. Cosa diabólica parece el sonar de vidrios y guijarros entre tarros de hojalata, que ora arrastran por el empedrado, ya chocan contra puertas y ventanas; éstas se abren y asoman caras soñolientas, ávidas de recibir esa primicia de emociones festeriles. (Frutos de mi tierra, 1896)

El creó el cuerpo de sayones, capuchón al rostro, con el pico en alto; él creó el paso de San Pedro, calentándose en el brasero, junto al gallo ominoso; él creó "La Procesión Secreta", sin cura ni ciriales, con "La criada de Pilatos", muy fea, embozada y misteriosa; él creó "La Sentencia", en una esquina, con un muchacho encaramado en un andamio, en traje de procónsul, con percalinas de colorines; él creó el Cirineo de luenga túnica y birrete de plumaje. Pero sus creaciones enormes y el encanto de la rapacería fueron "El Calvario" y "La Pascua": tormenta hórrida, tras el velo tenebroso, entre las espesuras de sauce y de guaduas; huracán con bramaderas, tronamenta con golpes y tamboreo, relámpagos de pez griega inflamada por sopletes. Y el domingo, qué carreras las de Juan y Magdalena, calle arriba y calle abajo, y ¡qué reventazón la de Judas en su encumbrada horca! (Hace tiempos, 1935-6)

Ciertamente son muy posteriores al Diccionario de 1726; no hallo referencia alguna a la fuente del propio Autoridades.

Podemos cerrar esta reseña sobre el nombre castellano volviendo al tema inicial de esta serie: la forma elegida para traducir Bullroarer como sobrenombre del personaje Bandobras Tuk. Se sabe que Minotauro, el traductor oficial, dudó entre "Toro Bramador" y "Bramidos", y la segunda opción, tal vez menos conocida, cumplía mejor con la consigna de Tolkien: a saber, que era conveniente mantener en la traducción la aliteración en B de Bandobras Bullroarer. Pero la editorial abandonó "Bramidos" en sucesivas ediciones de los Apéndices de El Señor de los Anillos.

Ahora bien, puesto que Tolkien estaba jugando con la falsa relación con el bull-roarer de los antropólogos, puede argumentarse que algo más parecido a "bramadera" es tal vez más adecuado. El sustantivo, por desgracia, no se presta para ser usado sin modificación, toda vez que es femenino y que su contraparte masculina significa otra cosa ("Sitio adonde acuden con preferencia los ciervos y otros animales salvajes cuando están en celo" o "Poste al cual amarran en el corral los animales para herrarlos, domesticarlos o matarlos", a elección). Tampoco pareció aconsejable perder al "toro" del original, y así quedó eternizado el "Toro Bramador", mal que le pese a la aliteración.

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* Hablando con terminología física, claro: "cantidad de movimiento".

viernes, 19 de septiembre de 2008

Posturas

Tenía yo a la sazón nueve años. Estaba recostado -en posición decúbito dorsal- en mi cama con una revista, como solía hacer durante las siestas, cuando papá pasó, me observó, y opinó que ya estaba grande para limitar mis lecturas al Pato Donald. Según él, tenía que acometer la aventura de leer un libro.
Para mi desesperación, el que mamá escogió para tal iniciación (El pequeño Lord Flauntleroy) no tenía ilustraciones. «Las ilustraciones no sirven para nada» me dijo papá, cuando fui a hacerle presente mi congoja. «A tu edad odiaba que se desperdiciara espacio en los libros para insertar ilustraciones, y me esforzaba por no mirarlas siquiera. No se parecen nunca a lo que uno imagina».
Yo manifesté con firmeza una opinón exactamente contraria a la suya, aunque por dentro sus palabras ya me estaban ganando (así me ha pasado toda la vida), y luego bastaron pocas lecturas para que me pasara a sus filas.
El problema con aquel primer libro fue que yo intentaba avanzar pero -por algún motivo- no podía penetrar el sentido de lo que leía.

-Papá: no entiendo.
-¿Qué palabra no entendés?
-Casi ninguna.

Al principio él se armó de paciencia y trató de aclarar uno por uno los términos que me causaban dificultad. Pero comenzó a desesperarse cuando constató que incluso palabras tan comunes como éste y aquél requerían explicaciones. Examinemos, por ejemplo, frases como:

Pedro y Juan salieron juntos a pescar. Éste volvió a su casa al mediodía y aquél se quedó en la laguna hasta el atardecer.
Mi padre me reveló que éste y aquél estaban actuando como pronombres anafóricos cuyo referente que había que rastrear hacia atrás en el texto: era cuestión de encontrar un sustantivo del mismo género y número que el pronombre, con la proximidad indicada: éste, el más cercano, aquél, el más alejado en el flujo del texto. Así que éste era Juan, y aquél era Pedro.

Recuerdo que el asombro de descubrir tan complicado mecanismo, digno de códigos secretos y juegos de ingenio, me duró mucho tiempo. Estaba seguro de que mis compañeros de escuela jamás lo aprenderían.

La cuestión es que muy pronto papá se rindió ante la catarata de preguntas, y optó por una estrategia distinta. Decidió que lo mejor sería que yo leyera, y -aunque me topara con cosas que no entendiera- siguiera adelante, leyendo, que leyendo se va aprendiendo. Le hice caso. Continué leyendo durante años, adivinando más de lo que entendía.

El sentido de este largo proemio es subrayar el hecho de que muchas veces nos acostumbramos a leer una y otra vez expresiones que no terminamos de entender del todo. Hasta que un día la curiosidad puede más, levantamos el trasero del sillón, y vamos en busca de algún diccionario o enciclopedia que eche luz definitivamente sobre el tema.

Así me ha pasado con una familia de expresiones que indican "posturas del cuerpo". Las fui recolectando mentalmente durante años, y un buen día me puse a investigarlas. Adivinando que a más de un lector le habrá pasado lo mismo, me decido a compartir este humilde tesoro de curiosidades.

De bruces: siempre me ha gustado esta expresión, que es bastante frecuente en la literatura española de todos los tiempos. Uno adivina que equivale a boca abajo, pero en realidad se usa más con verbos de movimiento como echarse, o caer, y en ese caso sugiere de frente, dando la cara a. De bruces sobre la mesa parece indicar que la persona sentada inclina su cuerpo hacia abajo. Beber de bruces (por ejemplo de un arroyo) es otra construcción típica, que equivale a beber como hacen los animales.
El origen de la palabra bruces es incierto, pero todo parece indicar que proviene del latín bucca ("boca" y "parte del rostro que rodea la boca"), latín vulgar *buccĕus, que dio buces, y bozo. De hecho, hasta el 1700 de bruces alternó con de buces.

Sobre ella se echó de buces,
que por su furia infernal
se le saltaron los sesos *
en los pelos del zaguán

Quevedo, Jácaras

Acodado: Aunque se usa sobre todo para hablar de tubos y cañerías en ángulo, es también un término adecuado para mencionar la postura en que se hace descansar el peso del cuerpo sobre los codos. Cuando estamos de pie y apoyados en una baranda, o nos sentamos con los brazos sobre la mesa, estamos acodados.

El duquecito de la Azucena, de vuelta de la habitación de la Bruja, estaba en su gabinete sentado en cómodo sillón junto a una lujosa mesa de despacho, sobre la cual habíase acodado en ademán pensativo, apoyando su frente en la zurda y con la pluma en la diestra mano.

Había dado comienzo a su carta con estas tiernísimas expresiones:

"Mi adorada Enriqueta":

Ayguals de Izco, La Bruja de Madrid, 1850


El pato Donald acodado en un muro bajo

Codo se decía cobdo en el español antiguo, que era una deformación del latín cubitum ("codo"). El codo era llamado cubitum por ser la parte que sostiene el torso cuando un romano se reclina (verbo latino cubare) probablemente a comer uvas en un triclinium. Y de allí vienen dos expresiones del léxico clínico y forense: decúbito dorsal ("acostado boca arriba"), y decúbito ventral ("acostado boca abajo"), además de palabras como cubil (la cueva donde se echan las fieras), y cubículo.
Rico McPato en posición decúbito dorsal

En vilo: Cuando nos tienen en vilo nos sentimos en suspenso, llenos de incertidumbre. Pero hay un sentido más concreto para la expresión: estamos en vilo cuando algo nos sostiene en el aire, sin tocar el suelo.
Dos arroyos de llanto y el anhelar de un pecho fueron la respuesta. Artegui subió a Lucía en vilo al diván y se sentó a su lado.
Pardo Bazán, Un viaje de novios, 1881
Tío Rico en vilo y a horcajadas

A horcajadas: Ésta es una expresión que en mis años mozos leí a menudo en las novelas sin entenderla. Ahora que las nieves del tiempo platearon mi sien sé que viene de horca, palabra que hemos hurgado en un artículo reciente. A horcajadas significa con un pierna de cada lado, tal como se monta un caballo (a no ser que se lo haga a mujeriegas, con ambas piernas de un mismo lado).

Entró a la sazón el padre Zorraquín muerto de frío y se sentó a horcajadas en una silla, frente a la chimenea, extendiendo sus pies hacia el fuego.
Perez Galdós, Un faccioso más y algunos frailes menos, 1879

De hinojos: La pista de que el anticuado término hinojos se refería a "rodillas" me la dio el italiano, donde esa articulación se llama ginocchio. El orgien es el latín genuculum, diminutivo de genu "rodilla". La misma raíz indoeuropea la encontramos en la rodilla sánscrita: janu, la griega: γόνυ, y la inglesa knee. La forma griega nos sugiere una relación con gonía "ángulo", que parece muy apropiada.
Marchó el músico a su orquesta; y yo apenas toqué la alfombra, hincado de hinojos, besé con las voces que me ha enseñado la práctica de las cortesanías y el envión de los apetitos los pies a las señoras mujeres que florecían el estrado.

Torres Villarroel, Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por la corte
En la cita anterior se menciona hincado, que es otro término interesante, derivado del latín figere, "clavar, fijar". Corominas hace notar en su diccionario que en América latina la locución hincarse de hinojos se simplificó en hincarse. Recuerdo las viejas fotografías de equipos de fútbol, cuyo epígrafe dividía a los presentes en parados, hincados, y sentados. Los hincados estaban en cuclillas, expresión esta última que también es curiosa porque alude a la postura de una gallina clueca (está documentada la forma etimológica en cluquillas).

En jarra: La expresión tener los brazos en jarra no requiere demasiada explicación, aunque recuerdo que a mí en un primer encuentro en mi niñez me desorientó. Se trata de llevarse las manos a la cintura de modo que los brazos parezcan las asas de una jarra, y no de meter los brazos en una jarra, incidente que solía ocurrirle a Curly Howard.

Tercera postura de lanza.

Hay otra postura de lanza desta manera: que al tiempo del comenzar la carrera, tomando la lanza por la orden que en el capítulo precedente he dicho, se ha de poner la mano en la cintura y el brazo hueco, que parezca asa, como cuando dicen puesto en jarra y el hierro al hocico del caballo, y comenzar así la carrera.

Arias Dávila Puertocarrero, Discurso para estar a la gineta con gracia y hermosura
Donald, Daisy y Tío Rico con los brazos en jarra

Desusadas pero útiles me parecen las expresiones de pescuecete, que según leo usan en Chile para designar la forma de andar juntas dos personas con los brazos colgando del cuello del otro, y de medio anqueta para describir el modo de sentarse apoyando sólo una nalga en la silla.

Como eterno aspirante a escritor, a la hora de contar algo trato de tener presente las expresiones que indican posturas del cuerpo. Es uno de los detalles difíciles de poner por escrito (otro es la disposición espacial de los ambiente de una casa; suelo enredarme sin remedio al leer esas novelas policiales donde es fundamental saber si el pasillo desemboca en la biblioteca o en el jardín).
Hay que reconocer que -aunque la literatura es hermosa y no requiere el apoyo de imágenes- con las historietas del Pato Donald todo era más sencillo.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Concientización

El siguiente artículo fue publicado por el humorista Sofocleto hace más de treinta años, pero sus premisas siguen vigentes en variadas áreas del saber y del discursar. Hoy contamos con muchísmos términos nuevos que engrosarían con provecho la tablita mexicana. No estaría nada mal que los lectores de Hurgapalabras los compilásemos, como un modo de contribuir a la integración sistémica funcional de estos valiosos conocimientos.

Concientización

Porque el idioma castellano es mucho más rico que el propio Rockefeller, yo estoy en contra de todos los que recurren al uso y abuso de términos raros para explicar cosas que podrían explicarse de la manera más sencilla. Particularmente cuando se trata de cuestiones políticas, sociales, y económicas y cuando –como en el caso de nuestro país- el interlocutor es analfabeto, semianalfabeto o una buena bestia, para decirlo sin darle muchas vueltas a la manija. De este asunto ya me he ocupado varias veces, repitiendo mi teoría de que quienes recurren al manido truco de enredar las cosas, sólo buscan atarantar al prójimo, disfrazando su propia ignorancia en lo que pretenden ser doctores. Es decir, venden gato por liebre y, al final, son ellos mismos quienes tienen que salir comprando su propia mercadería.

-Lo que usted necesita es una coordinación equilibrante y estructural de su metabolización ideológica para trasegar y procesar los conceptos contemporáneos de la vertebración social…

-Dispense, míster, pero yo no hablo inglés… ¿busca alguna calle?

Ayer por la tarde, un amigo interesado en cuestiones de tipo económico me dio copia de ciertas pruebas hechas por la Universidad de México para demostrar la soberana estafa que encierra el uso de palabras raras cuando se quieren aplicar a las ciencias modernas. Especialmente a las relacionadas con el desarrollo de las nuevas sociedades. En efecto, los académicos mexicanos han confeccionado –entre otras- las siguientes tablas de recombinación.

Columna 1

Columna 2

Columna 3

PROGRAMACIÓN

FUNCIONAL

SISTEMÁTICA

ESTRATEGIA

OPERACIONAL

INTEGRADA

MOVILIDAD

DIMENSIONAL

EQUILIBRADA

PLANIFICACIÓN

TRANSICIONAL

TOTALIZADA

DINÁMICA

ESTRUCTURAL

INSUMIDA

FLEXIBILIDAD

GLOBAL

BALANCEADA

IMPLEMENTACIÓN

DIRECCIONAL

COORDINADA

INSTRUMENTACIÓN

OPCIONAL

COMBINADA

RETROACCIÓN

CENTRAL

ESTABILIZADA

PROYECCIÓN

LOGÍSTICA

PARALELA

Y así, hasta el infinito. Ahora bien, ¿en qué consiste el juego y la demostración de que vivimos en un mundo de vivos hablantines, profesionales en el arte de ganarse los frijoles vendiendo jarabe de lengua? En algo muy sencillo, mi querido lector. Usted agarra cualquiera de las palabras que figuran en las tres columnas (una de cada columna y en ese orden) y se dará de bruces con alguna barbaridad conceptual que, seguramente, ya habrá visto u oído en algún mamotreto o recinto donde operan los profetas de nuestro tiempo. Por ejemplo, tomamos “Estrategia” de la primera columna, “Funcional” de la segunda, y “Coordinada” de la tercera, y obtenemos la siguiente horripilancia fonética:


“Estrategia funcional coordinada”


También podría ser “Dinámica Global Sistemática”, o “Proyección Estructural Paralela” o cualquiera de las mil combinaciones de idioteces técnicas resultantes de mezclar a gusto y sabor las diez palabras de cada columna. Supongamos que usted concurra, invitado, a un forum de cualquier cosa (que son los fórumes más importantes) y que alguien le pida su opinión acerca de la “Planificación Dimensional Combinada”, como “Retroacción Direccional Insumida” sobre el problema de los mosquitos cuando uno sale de picnic. En cualquier otra circunstancia y frente a semejante agresión verbal usted no tendría más remedio que limpiarse discretamente con la servilleta, pedir permiso para ir al baño y salir por la puerta falsa en busca de un diccionario, maldiciendo a su viejo por no haberle dado una cultura más sólida. Pero eso no le ocurrirá nunca jamás, mi querido y estimado lector, si lleva usted en el bolsillo una copia de las tablas mexicanas, que le permitirán responder imperturbablemente cómo, en su criterio, los mosquitos picniqueros podrían ser fácilmente eliminados mediante una “Instrumentación Logística Estabilizada”, o con una simple “Movilidad Operacional Balanceada”, aunque con cierta “Flexibilidad Opcional Equilibrada”, para evitar una “Programación Transicional Totalizada”. ¡Es decir, quedaría como las propias rosas y con un prestigio ideológico, técnico o filosófico de la gran flauta! También podría, desde luego, reconocer a la legua cualquier contrabando que le quisieran pasar por la aduana del cerebro vendiéndole como corvina lo que no es sino un vulgar tramboyo. Ya en plan de entretenimiento usted podría estirar las tres columnas mexicanas, añadiendo las palabras raras que vaya escuchando por aquí y por allá, hasta que en vez de anotarlas en una libretita, tenga que andar con una guía telefónica en el sobaco. Claro que llevar semejante librote es fastidioso, pero en cambio, mi querido lector, su prestigio intelectual quedará asegurado por lo menos a través de siete generaciones. Salvo, naturalmente, que se le ocurra tropezar con algún prójimo que también tenga su lista en el bolsillo y lo denuncie como un sujeto cuya cultura carece de “Implementación Central Integrada” y de una “Proyección Funcional Paralela”, que lo deje a usted sin una “Programación Central Balanceada” para defenderse adecuadamente. Pero ni interesa ni pasa de ser una excepción que confirma la regla. Lo esencial es que usted habrá entrado en el secreto, en el gran secreto de aturular a los que no saben, con palabras que no entienden y sobre materias que no conocen. Y esto le dará mucho prestigio.

Sobre todo, si capta usted la “Estrategia Operacional Insumida” en la marmaja. ¿Manya?

En Sofocleto, El ángulo agudo, Lima, Arica, 1974