En Latinoamérica todos entendemos cuando se nos dice que Fulanito de Tal está empecinado en alcanzar tal o cual logro.
Bungo se empecinó en hacerse famoso poniendo un blog sobre Etimologías, y ahí lo tiene, luchando a brazo partido para que lo lean cuatro gatos locos.
Empecinado es moneda corriente, más viva que cualquiera de sus sinónimos. Sin embargo, en España ese uso de empecinado = "obstinado, empeñado" es mucho menos usual, y de hecho se trata de un americanismo (adoptado como tal por la Academia en 1925) que a primera vista tiene poco que ver con la acepción primigenia de empecinado, "hombre que por oficio saca o fabrica la pez", o "embadurnado de pez".
La palabra pez me ha resultado siempre un poco vaga, y hasta enigmática. ¿Qué es la pez? Siempre la tuve por una sustancia pestilente, que ensucia, pero no podría decir mucho más. La Real Academia me indica que al decir pez podemos estar hablando tanto de los residuos sólidos de la trementina (que se obtiene a partir de la resina de las coníferas) como del excremento de los niños recién nacidos, o del asfalto viscoso que se encuentra en las afloraciones espontáneas de hidrocarburos.
Dejando a un lado la caca de los bebés, el alquitrán y la resina se parecen en algo: ambas son sustancias viscosas y pegajosas, que han tenido desde épocas inmemoriales diversos usos, desde calafatear embarcaciones de madera hasta preparar bálsamos medicinales. La pez es una de esas sustancias que el mundo moderno ha ido relegando a usos mucho más restringidos, y como consecuencia el vocablo que la nombra ha sufrido un confinamiento similar. Como ejemplo de ese recluirse en ámbitos especializados, Hláford me comenta que los violinistas frotan las cerdas del arco con una barra resinosa sólida a la que llaman pez, o perrubia (pez-rubia).
La palabra pez me ha resultado siempre un poco vaga, y hasta enigmática. ¿Qué es la pez? Siempre la tuve por una sustancia pestilente, que ensucia, pero no podría decir mucho más. La Real Academia me indica que al decir pez podemos estar hablando tanto de los residuos sólidos de la trementina (que se obtiene a partir de la resina de las coníferas) como del excremento de los niños recién nacidos, o del asfalto viscoso que se encuentra en las afloraciones espontáneas de hidrocarburos.
Dejando a un lado la caca de los bebés, el alquitrán y la resina se parecen en algo: ambas son sustancias viscosas y pegajosas, que han tenido desde épocas inmemoriales diversos usos, desde calafatear embarcaciones de madera hasta preparar bálsamos medicinales. La pez es una de esas sustancias que el mundo moderno ha ido relegando a usos mucho más restringidos, y como consecuencia el vocablo que la nombra ha sufrido un confinamiento similar. Como ejemplo de ese recluirse en ámbitos especializados, Hláford me comenta que los violinistas frotan las cerdas del arco con una barra resinosa sólida a la que llaman pez, o perrubia (pez-rubia).
Un derivado de pez es pecina, que está por "cieno negruzco, cosa turbia". Aunque pecina nunca pasó a América, constituye un nexo importante entre pez y empecinar.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con “obstinarse”?
Antes de responder a esa pregunta, me gustaría pasar revista a los “partientes insospechados” de nuestra palabra, como solemos hacer en estas exploraciones. Abramos una vez más el arcón del desván.
Pez viene del latín pix, de idéntico significado, y la palabra sobrevivió en todos los idiomas romances (italiano pece, francés poix, catalán pega). Entre los parientes del latín el griego ya tenía pissa, con la misma extensión semántica, y el sánscrito pic'c'ha, "goma, viscosidad", y pituh, "resina". Lo interesante es que “embadurnar con pez” se decía en latín picare. Y de allí viene nuestros pegar, pegamento, ya que la pez fue uno de los principales pegamentos de la antigüedad. La familia de pegar tiene muchos descendientes: pegote, pegotear, apego, desapego, despegue, etc. Así que no pasa un día sin que recordemos al hablar a la olvidada pez.
Hay más. La pez se obtiene de los pinos, y la misma palabra pino está emparentada con pez. En griego "pino" se decía πεύκη o πίτυς, y en sánscrito pitudaruh, ámbos compartían la misma raiz proto-indoeuropea PI y significaban "árbol de la pez". El latín pinus habría sido en épocas tempranas pitnus. Es posible que la amargura de la pez haya dado origen también a palabras que indican amargura, con la misma raíz PI: piccare>picar, pico.
Según vemos, parientes a pez no le faltan.
Ahora sí. ¿Cómo llegamos de esta sustancia pegajosa, al “obstinarse” del empecinado?
La explicación que forjó Cuervo, y refrendó Rosenblat, tiene el tinte romántico de nuestras hurga-aventuras preferidas.
Existe un pueblo en la Provincia de Valladolid (España) llamado Castrillo de Duero, por donde pasa el arroyo Botijas. Los lodazales negruzcos que forma el Botijas han hecho que los habitantes de las comarcas vecinas llamen “empecinados” a los de Castrillo de Duero.
En aquel pueblito, que hoy cuenta con apenas 150 habitantes, nació Juan Martín “El empecinado”, un célebre guerrillero que luchó por la independencia de España durante la dominación francesa por Napoleón, independencia que se inició con la revuelta popular de 1808, de proporciones nacionales.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con “obstinarse”?
Antes de responder a esa pregunta, me gustaría pasar revista a los “partientes insospechados” de nuestra palabra, como solemos hacer en estas exploraciones. Abramos una vez más el arcón del desván.
Pez viene del latín pix, de idéntico significado, y la palabra sobrevivió en todos los idiomas romances (italiano pece, francés poix, catalán pega). Entre los parientes del latín el griego ya tenía pissa, con la misma extensión semántica, y el sánscrito pic'c'ha, "goma, viscosidad", y pituh, "resina". Lo interesante es que “embadurnar con pez” se decía en latín picare. Y de allí viene nuestros pegar, pegamento, ya que la pez fue uno de los principales pegamentos de la antigüedad. La familia de pegar tiene muchos descendientes: pegote, pegotear, apego, desapego, despegue, etc. Así que no pasa un día sin que recordemos al hablar a la olvidada pez.
Hay más. La pez se obtiene de los pinos, y la misma palabra pino está emparentada con pez. En griego "pino" se decía πεύκη o πίτυς, y en sánscrito pitudaruh, ámbos compartían la misma raiz proto-indoeuropea PI y significaban "árbol de la pez". El latín pinus habría sido en épocas tempranas pitnus. Es posible que la amargura de la pez haya dado origen también a palabras que indican amargura, con la misma raíz PI: piccare>picar, pico.
Según vemos, parientes a pez no le faltan.
Ahora sí. ¿Cómo llegamos de esta sustancia pegajosa, al “obstinarse” del empecinado?
La explicación que forjó Cuervo, y refrendó Rosenblat, tiene el tinte romántico de nuestras hurga-aventuras preferidas.
Existe un pueblo en la Provincia de Valladolid (España) llamado Castrillo de Duero, por donde pasa el arroyo Botijas. Los lodazales negruzcos que forma el Botijas han hecho que los habitantes de las comarcas vecinas llamen “empecinados” a los de Castrillo de Duero.
En aquel pueblito, que hoy cuenta con apenas 150 habitantes, nació Juan Martín “El empecinado”, un célebre guerrillero que luchó por la independencia de España durante la dominación francesa por Napoleón, independencia que se inició con la revuelta popular de 1808, de proporciones nacionales.
Las peripecias del Empecinado durante la guerra son absolutamente novelescas. Juan Martín, que terminó ahorcado, se constituyó en el modelo del patriota incansable y obstinado, que muere con las botas puestas, y su fama cruzó el océano. De allí que el epíteto “empecinado” fuese adoptado con el sentido que actualmente le damos.
A Corominas esta explicación no lo convence. Que el epíteto se impusiera en América y no en España le parece poco probable históricamente, y semánticamente innecesario, ya que encuentra que en alemán auf etwas erpichen (derivado de pech, pez) significa “encapricharse, obstinarse”.
Puestos a opinar, a mí no me convence que Corominas tenga que atravesar las tierras de las lenguas romances y llegar hasta Alemania para encontrar un ejemplo propicio, y la teoría de Cuervo parece sostenerse bien cuando uno examina textos como Historia crítica de la revolución española, de Joaquín Costa, de 1875.
A Corominas esta explicación no lo convence. Que el epíteto se impusiera en América y no en España le parece poco probable históricamente, y semánticamente innecesario, ya que encuentra que en alemán auf etwas erpichen (derivado de pech, pez) significa “encapricharse, obstinarse”.
Puestos a opinar, a mí no me convence que Corominas tenga que atravesar las tierras de las lenguas romances y llegar hasta Alemania para encontrar un ejemplo propicio, y la teoría de Cuervo parece sostenerse bien cuando uno examina textos como Historia crítica de la revolución española, de Joaquín Costa, de 1875.
El Empecinado personifica a los guerrilleros, a los cuales llamaban empecinados los franceses, y en general al pueblo armado que cuando contestaba o en los sitios a los franceses desechando sus proposiciones decía: nosotros somos todos empecinados. Y decir a uno que era muy empecinado, era significar que era muy patriota y meritorio por sus servicios de la nación. Pues bien, Argüelles puede decirse que fue el padre de la Constitución de 1812, el Empecinado su brazo armado, el primero & (V. su libro sobre la Constitución) el segundo declaró, no bien había sido promulgada, que desde entonces combatía por la independencia y por la Constitución liberal, y que no admitía en sus filas al que no estuviese dispuesto a hacer otro tanto.
Los primeros testimonios escritos de empecinado en América aparecen todos en contextos de ardor patriótico y resistencia contra un adversario político (y son todos posteriores al guerrillero Juan Martín). En una carta de 1822, Santander le escribe a Bolívar contra la idea de pasar un ejército patriota por la región de Pasto, que era hostil,
porque siempre será destruido por los pueblos, empecinados, un poco aguerridos y siempre, siempre victoriosos.
José Mármol, en su novela Amalia, de 1851 califica así el compromiso de cada militar con su facción:
Teniente Coronel don Prudencio Torres, fue unitario empecinado y después federal y últimamente lomo negro.
Teniente Coronel don Juan José Olleros, lomo negro empecinado, está reformado
Y Benjamín Vicuña Mackenna, en La campaña de Lima, 1881:
El prefecto González Orbegoso había, en efecto, organizado desde su ingreso al mando algunas pequeñas columnas de infantería, traídas de la costa y de los valles, porque el vecindario de Arequipa, valiente y empecinado para defender su egoísmo, se mostraba ahora sórdido de su sangre propia y su tesoro como ofrenda común de la patria. Por esto había hecho desartillar a Mollendo, y conducido sus gruesos cañones a sus propios muros.
En vista de los testimonios y la evolución del término, sigue siendo muy plausible la referencia al famoso Empecinado. Así fue que Juan Martín ha quedado atrapado dentro del lenguaje, merced a ese raro favor que de tanto en tanto éste les concede a determinados personajes que gozaron de sus quince minutos de gloria. Lo mismo pasó con la palabra chambergo, con fucsia, y con muchas otras. Nosotros hemos olvidado a Martín, a Fuchs, y a Schomberg, pero nuestras palabras les tributan un último homenaje.
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Muchas gracias. Muy bueno.
ResponderEliminarFirmado: Uno de los empecinados cuatro gatos locos.
Fantástico. Una entrada memorable a un empecinado blog. ¡Los felicito! Se ve que esto es fruto de una investigación... bien empecinada!!
ResponderEliminarMuy interesante, como siempre. Al parecer otro pariente muy cercano, no sé si padremoñal o no, es pícea (aquí decimos picea). Son ciertas coníferas europeas del género Picea, tal vez buenas productoras de pez. Saludos.
ResponderEliminarConocí a la colofonia (tanto tiempos sin vernos!) en mi adolescencia, tenía mis berretines de químico y me había armado mi laboratorio casero.. Recuerdo que intenté fabricar con ella una especie de pegamento para atrapar pajaritos (no me miren así, fue a pedido). Y no pega mal con el tema, después de todo. No conocía al famoso Empecinado, y sigo preguntándome si la pegajosidad de la pez no contribuye a la etimología (si no en su origen, en su difusión), por el lado de empecinado=tenaz
ResponderEliminarOuch! cuando empecé a leer que empecinado tenía que ver con pez, estaba convencida de que tenía que ver con los peces; por eso de los peces empecinados que nadan contra la corriente. De pescada nomás :-)
ResponderEliminarGaeren
Muy buen trabajo, se disfrutó la historia...
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