En el primer capítulo de El Hobbit leemos una de esas palabras que parecen sacadas del arcón del altillo o del álbum de curiosidades de un coleccionista. El pobre Bilbo, abrumado por las exigencias de avituallamiento de los innumerables enanos que infestan su casa, exclama:
Solemos explicar el importante papel que tiene el lenguaje en Tolkien recordando su doble condición de escritor y filólogo. En realidad, más que dos pasiones paralelas parece haber habido en él una única vocación, una pasión creadora por las lenguas y su historia, que no se plasmaba íntegramente ni en la profesión académica universitaria, ni en la adopción como escritor de los géneros literarios de su tiempo. Como resultado, nos deja la sensación de haber sido en ambas actividades un ser atípico, que no encajaba –como se acostumbra decir- en los moldes preestablecidos. Nunca dejó de ser como académico un creador, como creador un académico.
Entre las muchas manifestaciones de su amor por los lenguajes se cuenta el rescate de palabras olvidadas y oscuras. Muchos grandes escritores han cultivado ese arte, que los lectores sabemos apreciar y agradecer, en la medida que enriquece nuestro acervo expresivo; Tolkien lo emplea con mesura y rigor filológico, para sazonar su prosa y a veces para darle ese sabor de antigüedad “de mundo alternativo” que está buscando.
A propósito (o más o menos) leo en el prólogo de Roverandom, escrito por Christina Scull y Wayne G. Hammond:
La palabra a que quiero referirme en este caso es confusticate, que aparece luego dos veces más a lo largo del relato. La mayoría de los hablantes nativos de inglés que leen The Hobbit se encuentran con ella por primera vez. El libro The Lord of Words : Tolkien and the Oxford English Dictionary, de Gilliver, Marshall y Weiner, le dedica una entrada a la expresión.
La version española de Minotauro de El Hobbit traduce así:
Es muy posible que el traductor no tuviera a su alcance ningún diccionario inglés que incluyera confusticate y se viera forzado a hacer conjeturas. La conjetura parece haber sido que confusticate era un compuesto de con+ un hipotético verbo fusticate, relacionado con fustis. Pero el verbo latino derivado de fustis era fustigare, no fusticare, así que como conjetura ni siquiera era buena.
Además de desacertado etimológicamente, fustigados parece inadecuado como imprecación. Que yo sepa, jamás en castellano se ha usado ¡fustigado! para insultar o maldecir.
Sin embargo, la traducción logra un efecto interesante por lo pintoresco; su significado es claro mientras que su uso es extraño, no identificable ni con una época o región. A mí me ha quedado grabado en la memoria, y es precisamente el efecto que imagino producirá confusticate en los hablantes ingleses. Cuando traducimos literatura, estos efectos son a menudo más importantes que la fidelidad formal. A veces me pregunto cuánto le debe nuestro acervo literario a los “malos” traductores, es decir, a aquellos que por no encontrar el término exacto comenten errores o se dejan contaminar por modismos del idioma original, y así inauguran en nuestro lenguaje usos novedosos y a la postre enriquecedores. Tal vez los traductores super-profesionales y super-informados de hoy en día estén más esterilizados para ese tipo de aportes.
De todos modos, en adelante pensémoslo dos veces antes de excalamar: ¡Fustigados traductores!
“Confusticate and bebother these dwarves!”Cuando leí por primera vez a Tolkien quedé, como muchos, maravillado por su riquísima imaginación. La contratapa de la primera edición de El Señor de los Anillos en castellano citaba al respecto una enigmática declaración del autor: “La materia de mi humus, decía, es principal y evidentemente materia lingüística”. Al estudiar a Tolkien uno empieza a entender lo mucho que encierra esa frase.
Solemos explicar el importante papel que tiene el lenguaje en Tolkien recordando su doble condición de escritor y filólogo. En realidad, más que dos pasiones paralelas parece haber habido en él una única vocación, una pasión creadora por las lenguas y su historia, que no se plasmaba íntegramente ni en la profesión académica universitaria, ni en la adopción como escritor de los géneros literarios de su tiempo. Como resultado, nos deja la sensación de haber sido en ambas actividades un ser atípico, que no encajaba –como se acostumbra decir- en los moldes preestablecidos. Nunca dejó de ser como académico un creador, como creador un académico.
Entre las muchas manifestaciones de su amor por los lenguajes se cuenta el rescate de palabras olvidadas y oscuras. Muchos grandes escritores han cultivado ese arte, que los lectores sabemos apreciar y agradecer, en la medida que enriquece nuestro acervo expresivo; Tolkien lo emplea con mesura y rigor filológico, para sazonar su prosa y a veces para darle ese sabor de antigüedad “de mundo alternativo” que está buscando.
A propósito (o más o menos) leo en el prólogo de Roverandom, escrito por Christina Scull y Wayne G. Hammond:
El hecho de que Tolkien también incluya en Roverandom palabras como parafernalia, fosforescente, primordial y galimatías resulta refrescante en estos tiempos, cuando tales palabras se consideran “demasiado difíciles” para los niños, idea que con toda seguridad Tolkien no habría compartido. “Un buen vocabulario –escribió en abril de 1959- no se adquiere leyendo libros escritos de acuerdo al criterio que alguien tenga del vocabulario de determinado grupo de edad. Se adquiere leyendo libros que estén por encima de ese nivel” (Cartas de J.R.R. Tolkien, pag. 349).No sólo los niños terminan agradeciendo la ampliación de su vocabulario. El adulto que se interesa medianamente en el lenguaje sabe que ese ampliarse no termina nunca.
La palabra a que quiero referirme en este caso es confusticate, que aparece luego dos veces más a lo largo del relato. La mayoría de los hablantes nativos de inglés que leen The Hobbit se encuentran con ella por primera vez. El libro The Lord of Words : Tolkien and the Oxford English Dictionary, de Gilliver, Marshall y Weiner, le dedica una entrada a la expresión.
Confusticate significa confundir(confound) y el OED cita esta frase de El Hobbit como su ejemplo más reciente. La palabra es –en efecto- una elaboración de confuse con un sufijo latino, como si un rústico poco educado o un escolar tratasen de impresionar con ella. La fuente más temprana del OED (el Slang Dictionary de Farmer, de 1891) parece equivocarse al considerarlo como americano, puesto que los archivos del OED tienen ahora un ejemplo tomado de una canción de la comedia de W. S. Gilbert Ruy Bias, de 1866, y el English Dialect Dictionary (1898) incluye una palabra similar, confuscate, como proveniente del sur de Lincolnshire.En una vieja entrada de The Mavens' Word of the Day leemos que confusticate pertenece a una familia de pseudo-latinismos cómicos, en boga en el siglo XIX (cuando se estudiaba más latín en los colegios).
La version española de Minotauro de El Hobbit traduce así:
-¡Fustigados y condenados enanos!¿Qué relación hay entre confusticate y fustigados? En realidad, ninguna. Confusticate viene, como vimos, indistintamente de confound o confuse, que proceden del verbo latino fundere (“verter, derramar, derretir, fundir”). Fustigar, en cambio viene del sustantivo latino fustis-is (“vara, palo”), y significa “azotar con una vara”. ¿Por qué se eligió esa traducción?
Es muy posible que el traductor no tuviera a su alcance ningún diccionario inglés que incluyera confusticate y se viera forzado a hacer conjeturas. La conjetura parece haber sido que confusticate era un compuesto de con+ un hipotético verbo fusticate, relacionado con fustis. Pero el verbo latino derivado de fustis era fustigare, no fusticare, así que como conjetura ni siquiera era buena.
Además de desacertado etimológicamente, fustigados parece inadecuado como imprecación. Que yo sepa, jamás en castellano se ha usado ¡fustigado! para insultar o maldecir.
Sin embargo, la traducción logra un efecto interesante por lo pintoresco; su significado es claro mientras que su uso es extraño, no identificable ni con una época o región. A mí me ha quedado grabado en la memoria, y es precisamente el efecto que imagino producirá confusticate en los hablantes ingleses. Cuando traducimos literatura, estos efectos son a menudo más importantes que la fidelidad formal. A veces me pregunto cuánto le debe nuestro acervo literario a los “malos” traductores, es decir, a aquellos que por no encontrar el término exacto comenten errores o se dejan contaminar por modismos del idioma original, y así inauguran en nuestro lenguaje usos novedosos y a la postre enriquecedores. Tal vez los traductores super-profesionales y super-informados de hoy en día estén más esterilizados para ese tipo de aportes.
De todos modos, en adelante pensémoslo dos veces antes de excalamar: ¡Fustigados traductores!
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