–¡Hay que ver cómo está la sociedad! –exclamó mi amiga, y dejó con visible desvío sobre la mesa el aristocrático periódico que tenía ante sus ojos.
Como mi amiga es toda una señora, doblemente respetable por su educación y por sus años, me creí en el caso, por pura cortesía y para que su observación no cayese en el vacío, de esbozar unas leves trivialidades sobre el tema de que no todo tiempo pasado fue mejor.
–Ya sé –me interrumpió– que usted tiene buenas absolvederas y, especialmente, para eso que suele llamar cosas de hombres y mujeres.
Protesté vagamente contra semejante imputación de laxismo y continuamos unos instantes cambiando lugares comunes hasta que me decidí a preguntar a mi amiga si podía saberse cuál era la piedra de escándalo en que había tropezado en un diario como el que leía, poco propenso a atrevimientos de ninguna clase.
–Ya supondrá usted –me respondió– que, aunque sólo sea por efecto de los años, sé lo bastante de la vida para no sorprenderme de que un señor se vaya de excursión por esos mundos con la esposa de otro. Es ésta una de tantas cosas que, como usted dice, han pasado siempre y es de temer que seguirán pasando hasta la consumación de los siglos. Lo que antes no pasaba, por lo menos en España, es que la Prensa diese cuenta cínicamente de estas intimidades en los “ecos de sociedad”.
A punto estuve de confesar que también para mí representaba esto una novedad indeseable; pero, antes de ceder en mi convencional defensa de las costumbres contemporáneas, sugerí cautamente la posibilidad de que se tratase de una mala interpretación.
–¿Sí? –exclamó mi interlocutora con viveza–. ¡Lea usted!
Y entregándome el periódico me marcó con un trazo de uña pulida el pasaje culpable, el cual, cambiados nombres y lugares, decía así:
“El nuevo ministro de Camelandia, que tantas simpatías supo ganarse durante su anterior estancia en España, como secretario de Legación, ha llegado hoy a Madrid. Esta vez le acompaña la bella señora de Fulanowsky. Los ilustres viajeros saldrán mañana, en automóvil, para Andalucía, pernoctarán varios días en Málaga antes de regresar a esta capital.”
Apenas terminada en voz alta esta lectura, y mientras yo, con una sonrisa de suficiencia, me preparaba a defender al distinguido cronista de salones que había dado pretexto a la indignación de mi amiga, adelantóse ésta a preguntarme:
–¿Le parece a usted muy correcto que ese señor viaje y pernocte con la esposa de otro y que, además, se pregone esto a los cuatro vientos en letras de molde?
–Como yo me figuraba –respondí con la suavidad del que tiene en su mano el mejor triunfo–, estamos fantaseando sobre un supuesto equivocado. Se trata de una moda francesa...
–Francesa tenía que ser.
–Me he expresado mal. Quise decir una costumbre de lenguaje, una manera de hablar francesa, que, como tantas otras, tratan de implantar por acá los que piensan que con tales postizos van a dar a su estilo la distinción y originalidad que no saben conseguir de otro modo. Nuestros vecinos ultrapirenaicos, cuando, al hablar de un matrimonio, designan al marido por el cargo, no acostumbran a decir, como nosotros, “el presidente y su señora”, sino “el presidente y madame Zutánez”. Por eso el pasaje que ha dado pie a nuestro coloquio significa, leído a la francesa, que el ministro de Camelandia viaja honestamente con su esposa.
–Pues eso es todavía peor –replicó mi interlocutora, exaltándose por momentos–. ¿Con qué derecho se permiten ahora los cronistas de salones obligarme a que lea en francés lo que figura escrito en castellano? ¿Acaso es tan zafio nuestro idioma que hemos de recurrir a otro para mencionar a las gentes de calidad? Además, si usted sabía que ese ministro de Camelandia de llama Fulanowsky, no habrá tenido que devanarse los sesos para acertar la charada; pero yo lo ignoraba, como ignoro, e ignora todo el mundo, los apellidos de innumerables ciudadanos españoles y extrajeros que ostentan cargos públicos de todas clases. ¿Sabe usted, por ejemplo, cómo se llama el alcalde de mi pueblo? (Mi amiga tiene su casa solariega en una encantadora villa andaluzana.)
–No, por cierto –respondí.
–Bueno; pues si mañana lee usted que para inaugurar una escuela en mi pueblo asistió el alcalde con la señora Cuadrado de Redondo, desafío a usted a que me adivine si el alcalde se llama Cuadrado de Redondo, o solamente Redondo, y su mujer Cuadrado, si es ella la que se apellida Cuadrado de Redondo, o si está casada con el alcalde, o si forma parte de un matrimonio sin alcalde, donde uno de los cónyuges es Redondo y el otro Cuadrado, o si...
–¡Basta, basta! Me doy por vencido. Confieso que el problema es tan insoluble como la cuadratura del redondo, digo, del círculo.
–No lo eche usted a broma –exclamó mi amiga algo amostazada–. ¿Tengo o no tengo razón para indignarme de esa novedad galicursi que pretende imponerse sin ventaja a nuestras fórmulas de expresión tradicionales, llanas e inequívocas? ¡Tan bien como nos hemos entendido toda la vida diciendo sencillamente “el gobernador y su señora” cuando se trataba de un matrimonio, o “el gobernador y doña Fulana de Tal” cuando entre ambos no mediaba el sagrado vínculo!
–Perdone usted, señora –me apresuré a decir en tono contrito–, que haya incurrido en la tentación de hacer un chiste. Ahora, hablando en serio, le diré que si usted se hace responsable del acaloramiento que pueda haber en sus palabras no tengo inconveniente en tomar el resto a mi cargo, poniendo debajo mi firma.
Julio Casares, en Cosas del lenguaje (Austral 1961), págs. 166-9.
miércoles, 14 de mayo de 2008
Charadas matrimoniales
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ya iba a reclamar en nombre de la amiga anónima, ¿cómo a mi si me ponen nombre y apellido y a ella no? cuando al final veo que era un estracto de otro autor PLOP
ResponderEliminarHablando de huachaferías al hablar, en el Perú se estaba imponiendo una "moda" muy fea que consistia en hablar de mi mismo en tercera persona ¿me entiendes? por ejemplo:
Cristania quiere saber ¿que significa absolvedera y por qué no se usa "absorbedera" como ella siempre creyó?
Horrendo y huachafísimo
Hláford contesta que se trata de dos palabras distintas. Una "absorbedera" (o mejor dicho "absorbedora") debe ser un aparato para aspirar líquidos (de "(ab)sorber"), aunque también se la ve usada por ahí para calor, para humedad, etc.
ResponderEliminar"Absolvedera", según cree Hláford, sólo se usa en plural en la frase "ser de buenas absolvederas". Evidentemente (prosigue) viene del verbo "absolver", que es "dar por libre de algún cargo u obligación", y que es lo que típicamente hacen jueces y confesores; de hecho, el DRAE define "absolvederas" como "Facilidad de algunos confesores para absolver", sc. de pasar por alto o minimizar los pecados confesados. Por eso la buena mujer acusa irónicamente a Casares de "laxitud" o permisividad en su juicio sobre la supuesta falta del diplomático.
Hláford sospecha, por otra parte, que la palabra se formó en imitación de otra más conocida, la que se ve en frases como "ser de buenas entendederas", "ser lento de entendederas", etc. Y piensa que todas estas expresiones son muy pintorescas.
Y por último, a Hláford le parece que esta moda de hablar es verdaderamente fea, por mucho que la haya usado Julio César (según fuentes autorizadas). Se compromete por lo tanto a no caer nunca en ella.
Bungo piensa -como yo- que esa forma de hacer afirmaciones sirve para
ResponderEliminaraparentar dos voluntades donde hay una. Anoche lo comenté en la cama
con la mujer de Alejandro Murgia y ella opinaba lo mismo, así si
incluyo a mi esposa, ya somos cuatro.
¡verdad! me olvidé que no saben que es un huachafo o una huachafería, es un término muy peruano, pero mejor es leer a Vargas Llosa explicandolo:
ResponderEliminarhttp://www.arkivperu.com/huachafo.htm
(y huachafo tambien es citar a Vargas Llosa cuando no se me ocurre explicarlo a mi) :D
Muy buen apunte sobre la tercera persona, ni idea que Julio Cesar lo haya usado... seria un tremendo huachafo.