jueves, 29 de noviembre de 2007

Estériles victorias y derrotas fecundas

El Rev. Joseph Bosworth (1789-1876) es el autor del gran Anglo-Saxon Dictionary, aparecido en 1898 con 1200 páginas grandes de letra chica, y suplementado por T. Northcote Toller (700 páginas más) en 1921. Desde entonces, y pese a las fallas que una y otra vez se le han hecho notar con más o menos caridad, ha sido la herramienta indispensable para quienes se adentran en el inglés antiguo. Sólo ahora el ingente proyecto de la Universidad de Toronto, el Dictionary of Old English, piensa suceder en unos años al anciano y concederle su merecido descanso.

Originalmente, Bosworth pensaba dar a su diccionario un prólogo que explicase el origen de las lenguas y naciones inglesa, alemana y escandinavas, con un esbozo de su literatura temprana y otros temas afines. Cuando el prólogo comenzó a crecer y el autor notó que robaría demasiado espacio en el diccionario, le dio forma independiente, añadió secciones y lo publicó como libro por derecho propio, unas 220 páginas.

El volumen se llamó, como no podía ser de otro modo, The Origin of the English, Germanic and Scandinavian Languages, and Nations; with a Sketch of their Early Literature and Short Chronological Specimens of Anglo-Saxon, Friesic, Flemish, Dutch, German from the Moeso-Goths to the Present Time, Icelandic, Norwegian, and Swedish; tracing the Progress of these Languages, and their Connexion with Modern English: together with the Oriental Origin of Alphabetic Writing, and it's Extension to the West (Londres, 1848).

Entre muchas cosas interesantísimas y que hoy sería de mal gusto decir en el prólogo de un diccionario o en cualquier libro académico, en la pág. 164 leemos:

Las palabras son la creación de la mente. Así como la mirada del verdadero filósofo pasa desde la variedad y la perfección de la creación visible de Dios hacia el poder y la bondad del Creador, así también el etimólogo filósofo se ve constantemente llevado desde las varias formas y aplicaciones de las palabras a contemplar aquellos poderes intelectuales por los que más se asemeja el hombre a su Creador. El verdadero etimólogo, el de mejor tino, ansía llegar al significado y aplicación correctos de las palabras, y así es como el buen etimólogo tiene más probabilidades de llegar a ser el mejor metafísico. No lo satisface la significación común, externa, de las palabras que ha recibido del uso popular, sino que examina su estructura, su raíz, es decir, su significado real e intrínseco, y se empeña en descubrir la razón de la aplicación del término.

Bosworth cita al pie la definición del Wachter's Glos. Germ. Prolegom, VII, que no tiene desperdicio: "Optime Cicero etumologian, Latine vertit veriloquium; eumque merito defendit Martinius: certe verbotim non potuit melius Cicero. Nam certum est, quod etumon sit verum; et etumologos, qui to etumon legei. Scaliger tamen Etymologiam sic definit, tanquam esset a logos ratio. Etymologia, inquit, est vocis ratio, id est vis, qua vox a voce generatur". Se puede hacer un chiste fácil y viejo (es decir, un excelente chiste): "El verdadero significado de las palabras está en su etimología. ¿Por qué? Porque etimológicamente 'etimología' significa 'verdadero significado'".

Más de un siglo después, más precisamente en 1958, el P. Robert Murray, S.J., había escrito a Tolkien consultándolo sobre la significación original de las varias palabras con que se designa lo "sagrado" en las lenguas indoeuropeas y las relaciones que hay entre ellas. Tolkien contestaba (Cartas #209):

Estos problemas sobre las significaciones "originales" de las palabras (o las familias de palabras formalmente relacionadas) son fascinantes, estrictamente hablando; es decir, seductores, aunque no necesariamente se trata de un atractivo saludable. A menudo me pregunto qué ganamos (salvo históricamente: el conocimiento o atisbos de lo que las palabras han significado y cómo han cambiado de hecho, en la medida en que ello es averiguable) con semejantes investigaciones. Es prácticamente imposible evitar el círculo vicioso de descubrir, a partir de la historia de la palabra o su supuesta historia, la significación "primitiva" y sus asociaciones, y luego rastrear la historia del significado. ¿No es posible discutir ahora la "significación" de la "santidad" (por ejemplo) sin referencia a la historia de la significación? El camino inverso es más bien como describir un lugar (o una etapa de un viaje) en términos de las diferentes rutas por las que la gente ha llegado allí, aunque el lugar tiene una situación y una existencia independientes de esas rutas, sean directas o sinuosas.

Sobre esta idea, da inmediatamente un jugoso paseo por theos, deus, god y holy, que (exagerando) podría resumirse así: "Todo esto es muy interesante. Te digo más, yo me paso la vida haciendo precisamente esto. Pero si buscas allí alguna respuesta definitiva y que verdaderamente te sirva en la teología de hoy, pierdes el tiempo". O, dicho en sus términos y de manera más sugerente, "hay siempre un pasado perdido".

Bosworth y Tolkien no están citados aquí porque sean fundadores, señeros o lo que se quiera de estos dos puntos de vista opuestos. Tolkien está citado porque, al fin y al cabo, es el autor de referencia de Hurgapalabras; y Bosworth tal vez porque su nombre es un eje de los estudios anglosajones a que dedicó su vida Tolkien. O quizás porque es (obviamente) el Bosworth de la cátedra "Rawlinson & Bosworth" en Oxford, que antes de ocuparla él mismo se llamó "Rawlinson" a secas, y que Tolkien a su vez ocupó entre 1925 y 1945 (declarándose "indigno sucesor" de Bosworth, MC:13). Pero en realidad están citados porque dio la casualidad de me crucé con los dos pasajes casi simultáneamente.

¿Quién tiene razón? Hay que recordar que, al emitir sus veredictos, ninguno de los dos habla como lo haría uno, elaborando teoría sin haber hecho más que mirar por la ventana de la mansión donde tiene lugar la fiesta filológica. Los dos ingleses hablan luego de decenios de dedicación al origen de la lengua que hablaban. Lo que vemos en sus convicciones es el destilado de esa experiencia: ambos ya han estado "dentro del lenguaje", podría decir C.S. Lewis.

Pero entre 1848 y 1958 la lingüística comparada vivió más de una revolución. Tolkien nació en época de plena ebullición y se educó mientras se daban sus frutos. Incluso sin introducir el complejo cambio de esquemas acarreado por el ingreso del estructuralismo, y usando el método comparativo decimonónico, uno hoy todavía puede iniciarse, aunque sea imperfectamente, en la historia de las lenguas indoeuropeas con la literatura de principios del siglo XX; pero en tiempo de Tolkien ya hubiese sido anacrónico tomar como referencia a los grandes estudiosos que pudo conocer Bosworth, como los Grimm, Bopp, Rask, Schleicher, etc. etc.

El juicio de Bosworth conjuga una profunda convicción filosófica y teológica ("El lenguaje, filosóficamente considerado, no es sólo una guía segura para trazar el origen y la afinidad de las naciones, sino también un importante auxiliar que da testimonio de la verdad de la revelación", pág. vii, por poner sólo un ejemplo) con el optimismo que dominó la filología del siglo XIX, cuando se presumió que era factible llegar a la reconstrucción completa de la lengua originaria. Tom Shippey, en El Camino a la Tierra Media, menciona un chiste verdaderamente cruel, porque toca la llaga de la frustración por no poder lograr aquella reconstrucción: "ningún idioma cambió tan deprisa en esa década [de 1870] como el primitivo indoeuropeo" (pág. 38).

Tolkien es heredero de ese desengaño. Si alguna vez abrigó la esperanza anticuada de reconstruir la lengua originaria, podría haber dicho con Elrond: "He asistido a muchas derrotas y a muchas estériles victorias", porque los avances innegables (Bosworth se hubiese maravillado ante lo que se decía en 1940 sobre el protogermánico) no hicieron más que confirmar que la recuperación precisa era una utopía.

¡Gracias a Eru! Porque el vacío lingüístico y filológico es una especie de desafío para un espíritu perceptivo, instruido e imaginativo, "deseoso de dragones". ¿Que se ha perdido el pasado lingüístico y mitológico? Tanto mejor, porque así tengo espacio libre para ejercitar la subcreatividad. ¿Qué habría sido de la Tierra Media si Schleicher hubiese triunfado?

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Perfil psicológico del hurgapalabras

Existen en la vida hechos insignificantes que ocupan nuestro pensamiento mucho más que otros de mayor importancia. A veces sucede, por ejemplo, que ya acostados nos asalte la siguiente duda: "¿Habré cerrado o no la puerta?" Después de pensar un largo rato el dilema y repasar detalladamente las acciones realizadas en los últimos diez minutos, como conclusión y sin pleno convencimiento, nos alzamos del lecho y vamos a comprobar si la puerta ha quedado abierta. Volvemos al lecho y transcurridos otros cinco minutos nos asalta de nuevo la duda: "¿Habré cerrado o no la puerta?"

-¡Demonios!, ¡si me he levantado hace un minuto para comprobar!

-Eso dices tú. ¿Qué pruebas existen de que te has levantado? Pensabas hacerlo -objeta el otro yo, interlocutor de nuestros solitarios diálogos.

-¡Hazme el favor! ¡No soy un imbécil!

-No te enojes, por caridad. Procede como quieras; pero si la puerta hubiese quedado abierta...

Transcurrido un corto tiempo, nos levantamos furibundos para comprobar si la puerta está cerrada o no, y como la encontramos bien cerrada, descorremos y corremos el pasador con violencia, produciendo gran estrépito. Volvemos nuevamente al lecho. Transcurren pocos minutos y una duda aflora a nuestra mente: "¿Habré cerrado o no la puerta?" Esta vez el enojo llega a la irritación: ¿Cómo se puede tener dudas si hemos descorrido y corrido el pasador?

-¿Me habré vuelto imbécil?

-Por amor de Dios -responde el otro yo-, estamos de acuerdo en que has descorrido el pasador. Decía solamente que ahora el problema es saber si lo has corrido de nuevo... o no... -Es para darse de cachetes, pero pasados cinco minutos no queda otro remedio que saltar de nuevo de la cama y volver a comprobar si la maldita puerta quedó o no cerrada. Etcétera, etcétera.

Y aun más pequeños pueden ser los problemas; encontrarse sin compañía, por ejemplo, a tres mil metros en una ascensión de montaña y asaltado por la duda: "¿Se debe decir cónyuge o cónyugue, nómada o nómade?"

En esta duda nos debatiremos, quizá, por horas y horas hasta que consigamos olvidar el asunto, pues resolverlo en ese lugar es imposible.

(de Giovanni Guareschi, Un marido en el Colegio, Kraft 1952)

La enfermedad que aqueja a este último montañista no es más que una variedad de la hurgapalabrasia. Conjugando ambos episodios, podemos elaborar un caso paradigmático de una de las formas más virulentas de este mal:

Luis Fabián yace oscuro en la soledad de la noche. Ya ha apagado la luz, mañana debe madrugar, y según su costumbre trata de ordenar en la cabeza los retazos de conversación, lectura y noticias en general que ha incorporado durante el día. En un recodo topa con esta frase: "adolescente, por supuesto, es el que adolece de algo". Se lo ha escuchado a un sociólogo que entrevistaban en la tele. No es que le moleste la "s" (que el sociólogo no pronunció). Se siente inquieto porque él mismo es un adolescente, y la verdad es que está en plena forma y no siente ninguna dolencia. O sí: le ha dolido el tono de superioridad del entrevistado, que parecía decir algo así como "ya se le pasará" o "él no se da cuenta". ¡Qué tipo insoportable! Y como Luis Fabián es pichón de filólogo decide plantar su rebeldía en el terreno lingüístico, a sabiendas de que los sociólogos no necesariamente descuellan en ese ámbito. De modo que da vueltas entre las sábanas (es una noche calurosa) tratando de descubrir la relación entre "adolecer" y "adolescente". Las más locas variaciones semánticas desfilan ante sus ojos durante quince minutos o más.

Al cabo de un rato hace un descubrimiento fundamental: la lingüística (la histórica, al menos) no puede avanzar con la reflexión pura, y necesita cargar el combustible de los datos. De modo que prende la luz, se levanta y se llega al diccionario etimológico. Allí lee algo que lo deja atónito: el latín adulesco del que evidentemente proviene la palabra en cuestión es un compuesto de alesco "crecer", incoativo de un alo "alimentar" que conoce demasiado bien; de ahí también proviene, evidentemente, adultus. ¿Cómo es que no se le había ocurrido? Vuelve a acostarse, y fantasea un rato.

Se ve a sí mismo por la tele, irrumpiendo en el programa y corrigiendo al sociólogo. Éste, tras unos vanos intentos de recuperar el protagonismo del reportaje, se retira humillado y deja a Luis Fabián en el centro de la escena, con la bonita conductora pendiente de sus labios; Luis Fabián explica la composición con ad-, y desarrolla de paso el concepto de "verbo incoativo", con multitud de ejemplos.

Pero la bonita conductora revela de pronto que, como todas las de su clase, no busca más que incomodar a su interlocutor y generar debate. Con su mejor cara de inocente pregunta: "Y dime, Luis Fabián (¿puedo llamarte así? [sonrisa]), ¿por qué se dice 'adolescente' y no 'adalescente'? Todos esos verbos tan preciosos que estás mencionando, como alo y alesco, tienen una a, ¿no?" Luis Fabián, tendido en el lecho, abre la boca para responder y vuelve a cerrarla, mirando la oscuridad. La imagen de la televisión ya no parece tan atractiva, y casi oye a la tribuna de "reidores" del canal. ¡Ha caído en una trampa! ¿Cómo no se preguntó eso antes?

Se levanta de un salto y va a buscar una gramática histórica. Tiene una leve noción de verbos compuestos que tienen i en vez de a, pero no logra recordar ningún caso con o ni con u. Sin embargo, ahí están. Respira aliviado: *en-saltô > *inseltô > însoltô > însultô, y gracias a Dios *ad-alêskô > *adelêskô > adolêscô > adulêscô. De paso, encuentra una explicación para la diferencia entre adolesco y adulesco (previendo ahora más preguntas incómodas), y le llama la atención la regla "la *e intermedia se hizo o (y luego u) delante de l-pinguis y w". ¿Qué es una l pinguis, o sea "gorda"? Se sienta, y gracias a una referencia cruzada descubre que en latín había "dos alófonos de l, que influyeron en el desarrollo de las vocales adyacentes. Tal vez por ser distintas de lo que se hallaba en griego atrajeron la atención de los gramáticos romanos, que las denominaron l exilis o 'l flaca' y l pinguis o 'l gorda'. Evidentemente se trata de sonidos pronunciados en posiciones más o menos anteriores y posteriores de la lengua respectivamente, lo que en tiempos más recientes se ha dado en llamar bright l y dark l". Luis Fabián levanta la vista: ¡bright l y dark l! ¡Como en el inglés little! El paréntesis que sigue, característico de Sihler (el autor), termina de darle la paz mental que necesitaba: "bright l y dark l (términos con los que no hemos ganado nada con respecto a 'flaco' y 'gordo')". Es como un guiño cómplice: "Sihler, tú y yo nos entendemos, estamos hechos de la misma madera", piensa. Descubre además que la l flaca se da antes de i o de otra l, y la l gorda en el resto de los casos.

Vuelve entonces a la cama. Trata de encender la tele mental, pero aparentemente el programa ya ha terminado, porque no puede hacer regresar la imagen. De modo que se dedica a reflexionar sobre su hallazgo, lejos del vacuo oropel mediático. Repasa palabras latinas que conoce, deleitándose en pronunciarlas según la nueva regla. No le cuesta demasiado. Se divierte pensando en la denominaciones bright/dark y exilis/pinguis: ¿qué tienen estos sonidos de brillante, de oscuro, de flaco, de gordo? Las denominaciones inglesas parecen más o menos adecuadas, porque la dark l se le antoja cavernosa y tétrica; pero no logra ver nada de flaco o gordo en las latinas. Estos gramáticos romanos...

Nuevamente se queda duro. ¿Qué gramáticos romanos?

La gramática histórica no lo decía, así que va directamente a Lewis-Short, y luego de revisar en vano las entradas para pinguis y exilis se dirige a la entrada L. Allí lee algo que lo confunde: "L has, according to Pliny, a threefold power: the slight sound of the second l, when doubled, as in ille, Metellus; a full sound, when it ends words or syllables, or follows a consonant in the same syllable, as in sol, silva, flavus, clarus; and a middle sound in other cases, as in lectus". ¿Tres valores de l? Recuerda que la nota de Sihler seguía, vuelve a la gramática y lee que "según la evidencia de los cambios vocálicos, la l pinguis tiene en realidad dos pesos diferentes, y es más gorda delante de una consonante que delante de una vocal, p.ej. *welô > volô pero *weltes > voltis > vultis". Pero la distinción no es exactamente la misma.

Plinio, Plinio... ¿tiene obras de Plinio Segundo? Por suerte sí, y allí encuentra el original (fr. 8 de un Dubius Sermo): "l triplicem sonum habet: exilem, quando geminatur secundo loco posita, ut ille, Metellus; plenum, quando finit nomina vel syllabas et quando aliquam habet ante se in eadem syllaba consonantem, ut sol, silva, flavus, clarus; medium in aliis, ut lectum, lectus".

No termina de apoyar la cabeza en la almohada cuando se da cuenta: en Plinio, la primera categoría es exilis, pero es ¡lo contrario de lo que decía Sihler! ¡Exilis para Plinio es la segunda l de ille, no la primera! ¿Quién puso entonces los otros nombres? Tiene que haber sido Prisciano, que es quien cita ese pasaje de Plinio. ¿Qué dice Prisciano? ¿QUÉ DICE PRISCIANO? Luis Fabián no tiene las obras de aquél, de modo que debe encender la PC y buscar en la web, mientras va asomando la Aurora de rosados dedos...

Dejemos al pobre Luis Fabián levantándose una vez más, porque el proceso no tiene fin, pero el post tiene que terminar en algún punto. En realidad, no ha descubierto nada nuevo; pero el programa que vio parece popular. Compadezcámoslo: adolece de hurgapalabrasia, cosa que puede sucederle a cualquiera. Ya se le pasará.

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Más de dos años después, Luis Fabián halló un mezquino consuelo en el hecho de que R. Menéndez Pidal en una sesuda demostración del componente suritálico en la romanización de la Península Ibérica también hubiese desesperado de hallar pies y cabeza en las descripciones de los gramáticos latinos ("Dos problemas relativos a los romances hispánicos", en Enciclopedia Lingüística Hispánica - Tomo I, CSIC, Madrid 1960; páginas cix-cx):

Pronunciación latina de la l

En el latín existían diversas pronunciaciones de la l, pero de esto nada preciso llegamos a saber, dada la vaguedad de la nomenclatura empleada por los gramáticos.

Según Consentio había dos clases de l: una pinguis, cuando l va ante otra consonante, albus, pulchrus, pulmo, y otra exilis, cuando va en comienzo de palabra, lupus, luna, o cuando una l va al final de sílaba y otra en comienzo, ille, allia; aquí pinguis parece significar l velar, la que llevó a la vocalización u de la l, en al[CONS]. Según Plinio, citado por Prisciano, había tres sonidos de l: plenus, cuando l es final de sílaba, sol, silva, o bien tras consonante, flavus; medius en la inicial, lectum; exilis cuando geminada, ille, Metellus. Aparte esta impenetrable imprecisión, más nos interesa saber que existían varias pronunciaciones de la l tachadas de viciosas, tanto en griego como en latín, defecto tan general y notorio que tenía un nombre particular, tomado del griego, labdacismus (o lambdacismus). Dos vicios principales señalaremos.

Uno, según Servio, era el pronunciar la -ll- doble pinguis en vez de exilis, por ejemplo, Metellus. Igualmente Pompeyo advierte que cometen labdacismo los que pronuncian pinguis la l geminada, diciendo Metelus, Catulus, vicio en que abundan los africanos, en vez de Metellus, Catullus como dicen todos los latinos (1). Y el llamado Commentum Einsidlense parece más claro: "Laptacismus est vitium sive scisio l litterae, quae flit quando duo LL in medio positae asperum sonum reddunt, ut sella, stella", palabras que Rohlfs interpreta, creo que satisfactoriamente, suponiendo que la scisio de la l indica la l palatal percibida como l + yod (2). No es aceptable la opinión de Ettmayer, que el adjetivo exilis con que Consentio califica la -ll- correcta, aluda a la pronunciación palatal (3), puesto que ésta no aparece ni en el italiano, ni en el francés, ni en el provenzal, ni en el gallego-portugués, y en cambio los adjetivos de la pronunciación viciosa, pinguis (Servio, Pompeyo) asperum sonum (Comm. Einsidl.) convienen mejor a la pronunciación palatal y digeminada de Metelus, Catulus.

Otra manera de labdacismo es pronunciar tenuis la l- de Lucius, según Servio. Diomedes advierte que es labdacismo pronunciar plenamente lux ("si lucem prima syllaba, vel almam nimium plene pronuntiemus"). Igualmente Pompeyo nota que es labdacismo el hacer tenuis la l sencilla, diciendo llex, "Labdacismus es ille qui... per unum l fit... si tenuis sonet: puta llargus; debemus dicere largus, ut pingue sonet; et si dicas llex, non lex". Es decir, que la l- inicial se pronunciaba mal como ll geminada; no sabemos más, puesto que según Consentio, tanto la l- inicial como la -ll- geminada debían pronunciarse exilis; aunque según Plinio, l- tenía sonido medius y -ll- exilis.

En medio de tanta imprecisión, podemos retener dos formas principales de labdacismo: una era el pronunciar la ll doble como degeminada, y otra era el pronunciar la l inicial como la geminada. Pues estos dos vicios, después de dos mil años, pugnan igualmente en la Italia de hoy con la pronunciación oficialmente correcta del italiano, es forzoso suponer que los adjetivos pinguis o asperus aplicados por los gramáticos latinos a la pronunciación viciosa de la ll degeminada, designan la pronunciación dorso palatal o ápico palatal o reversal con que la ll y la l se pronuncian hoy dialectalmente en Italia. Las condiciones que hoy determinan estas dos maneras de pronunciar la l, no serán idénticas a las que actuaban en la peóca latina, pero sin duda derivan de esta época. En fin, ambas formas de labdacismo y ambas pronunciaciones palatales las hallamos igualmente en los dialectos románicos de España, y como tales palatalizaciones no existen en ningún otro de los dialectos de la Romania, preciso es reconocer que tanto el labdacismo itálico como el italiano y el hispánico están unidos por un lazo histórico de filiación.

(1) SAN ISIDORO, Oríg. II, 32, 8, nos informa de otro modo: "Labdacismus est, si pro una L duo pronuntientur, ut Afri faciunt, sicut colloquium pro conloquium.

(2) Zur Entwicklung von -ll- im Romanischen, en Festchrift fur Ed. Wechssler, 1929, p. 400.

(3) K. ETTMAYER, Zur Aussprache des lateinischen, L, en ZRPh XXX, 1906, páginas 648-659.

martes, 13 de noviembre de 2007

Terminado, completo y acabado

Uno de los pasajes notables que contiene ese notable diálogo, la Athrabeth Finrod ah Andreth (en El Anillo de Morgoth, págs. 345-418), es la visión de Arda Rehecha que describe Finrod:

Y entonces, de pronto, contemplé como en una visión Arda Rehecha; y allí los Eldar completos pero no acabados podían morar en el presente para siempre, y allí caminaban, quizá, con los Hijos de los Hombres, sus liberadores, y les entonaban cantos que, aun en la Beatitud más allá de la beatitud, hacían que los valles verdes sonaran y las cumbres de las montañas eternas vibraran como arpas.

La última imagen recuerda a la última frase de "Hoja", de Niggle: "Se rieron. Se rieron, y las Montañas resonaron con su risa"; pero ahora quería referirme a una expresión anterior que también, indefectiblemente, trae a la memoria aquel cuento, escrito aparentemente unos 20 años antes que el diálogo.

¿Qué significa "los Eldar completos pero no acabados"? No es difícil deducirlo de su contexto: en conversación con Andreth, Finrod Felagund utiliza "completo" (complete, también en pág. 364) para referirse al estado futuro de la Creación, cuando pueda contemplarse desde fuera del Tiempo la obra perfecta (véase la especulación sobre Arda Completa en págs. 290-1, donde la traducción da sin embargo "Arda Terminada").

Cuando dice "acabados" (ended), sin embargo, Finrod está pensando en el fin absoluto que aparentemente espera a la existencia élfica, idea repugnante sobre la que Tolkien volvió varias veces: la angustia élfica consiste en creer que el fin de Eä, por lejano que parezca, puede traerles la aniquilación de alma y cuerpo, pensamiento insoportable. "Nuestro cazador camina lentamente, pero nunca pierde el rastro. Más allá del día en que suene el toque de muerte no tenemos certezas o conocimiento. Y a nosotros nadie nos habla de esperanza" (357) [1]. Por eso la visión que tiene Finrod de los Elfos "no acabados" después del Fin es tan poderosa.

Pero éste es ante todo un blog lingüístico, así que dejemos a los Elfos con sus penas. Al mencionar a Niggle, por supuesto, estaba pensando en aquella angustia por no poder terminar el cuadro: finish, finish, finish se repite como un martilleo en su conciencia, y cuando llega el momento de partir leemos:

"Eso es", dijo el Inspector. "Tiene que marcharse. Mal comienzo para un viaje dejar las cosas sin terminar [undone]. Pero, en fin, al menos ahora podremos dar alguna utilidad a este lienzo."

"¡Dios mío!", dijo el pobre Niggle, echándose a llorar. "Ni siquiera está terminado [finished]."

"¿No lo ha acabado [finished]?", dijo el Chófer. "Bueno, de cualquier forma, y por lo que a usted respecta, ya está todo hecho [finished with]. ¡Vámonos!".

En el Asilo aprende: "Terminaba sus trabajillos con todo primor". Y en Niggle's Parish se encuentra con el Árbol completo:

Ante él se encontraba el Árbol, su Árbol, ya terminado [finished], si tal cosa puede afirmarse de un Árbol que está vivo, cuyas hojas nacen y cuyas ramas crecen y se mecen en aquel aire que Niggle tantas veces había imaginado y que tantas veces había intentado en vano captar.

[...]

El Árbol estaba completo [finished], aunque no terminado [finished with]. ("Justo todo lo contrario de lo que antes ocurría", pensó). Pero en el Bosque había unas cuantas parcelas por concluir, que todavía necesitaban ideas y trabajo. Ya no era necesario hacer modificaciones, todo estaba bien, pero había que proseguir hasta lograr el toque definitivo.

Durante mucho tiempo, leyendo sólo la obra en castellano, me pregunté qué quería decir exactamente eso de "completo, pero no terminado". Evidentemente se jugaba con la completitud de una obra: un árbol real siempre está "completo" porque tiene todo lo que necesita para ser un árbol, aunque de hecho siga creciendo. Y en Niggle's Parish no estaba "terminado" por cuanto todavía se podía hacer mucho por él y su entorno. Adivinaba también que "lo que antes ocurría" se refería al diálogo con el Chófer, aunque las palabras en castellano eran de hecho contradictorias: Niggle había dicho "Ni siquiera está terminado". Entonces, según la versión en nuestro idioma, ¿en ninguno de los dos casos estaba "terminado"?

Varias personas con las que hablé del tema coincidían en la inquietud, que surge sólo de la falta de precisión en la traducción. El original es mucho más explicito, y no tiene contradicciones. El día de la partida, el cuadro no estaba finished, pero sí finished with, que significa precisamente eso: Niggle ya no podría seguir trabajando en él. En Niggle's Parish está finished, pero no finished with. La cuentas cierran, los términos están efectivamente invertidos.

Poniendo la Athrabeth y Niggle una junto al otro, yo no podría jurar que las parejas de expresiones sean equivalentes. Por empezar, las palabras usadas son distintas, complete/ended vs. finished/finished with. En el diálogo el que está completo y/o acabado es el mismo que habla, la criatura élfica preocupada por su propio destino; en el cuento, se trata de la obra considerada desde el punto de vista del artista. Tampoco hay una contraposición, hablando de los Elfos, entre un supuesto ahora ended but not complete y un probable futuro complete but not ended.

Para equiparar las dos situaciones habría que considerar a los Elfos como obra de Eru y desde Su punto de vista; o en todo caso al Árbol como ser pensante que reflexiona sobre sí mismo. Pero la traslación destruiría la posibilidad de comparar, porque ended siempre se referirá al fin de la existencia, y finished with al proceso de trabajo. Sólo complete/finished mantendrían una cierta correspondencia.

Y sin embargo hay al menos un nivel en que las dos formulaciones están relacionadas. En las dos parejas de expresiones tenemos palabras similares que podrían significar lo mismo y no lo hacen, ni por derecho propio ni en su contexto: cuando Finrod dice complete but not ended debemos hacer una pausa mental para comprender la diferencia. Lo mismo sucede (dos veces) en Niggle. De todos estos términos, finished sería quizás el más ambiguo, porque en otros entornos podría ser sinónimo de cualquiera de los demás. Pero cuando les llegue su propio Chófer, íre ilqa yéva nótina, hostainiéva, yallume [2], también las palabras deberán rendir cuentas de su significación.

Podemos ilustrar esto con un ejemplo sencillo e inmediato. El que estoy terminando ha sido un artículo caótico, y no estoy seguro de haber demostrado que la primera mitad tenga algo que ver con la segunda. Hubiese necesitado alguna argumentación fuerte, alguna cita concluyente, o un poco de sentido común al menos, cosas todas que ya no llegarán. El post está finished... ¿en qué sentido? No ended, porque no pasa de la existencia a la no existencia sino todo lo contrario. Tampoco está complete, por las razones antedichas. Pero seguramente está finished with, porque éstos son los últimos verbos que yo le escribo.

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[1] Ése es el lado negativo del profundo amor por Arda que caracteriza a los Elfos. Por poner un caso: en cierto fragmento filosófico titulado "Elvish time", publicado por Verlyn Flieger en A Question of Time (Kent 1997) págs. 69-70, Tolkien dejaba caer en medio de una discusión medianamente lingüística (íntimamente relacionada con la relación adelante-atrás vs. antes-después que mencionaba Fiondil hace un tiempo en De espaldas al futuro) lo siguiente: "En el sentimiento élfico el futuro no implicaba esperanza o deseo, sino decadencia y retroceso desde la beatitud y el poder pretéritos [...] Su posición, según el sentimiento en días posteriores, era la de exiliados llevados hacia adelante (contra su voluntad) que, mental o físicamente, estaban siempre mirando hacia atrás".

[2] "cuando todo se cuente, y todo se numere al fin" (CP:87).

lunes, 12 de noviembre de 2007

La divisa punzó

Leyendo las Memorias Póstumas del General Paz (tan apasionantes como iluminadoras para el estudioso de la Historia Argentina), he tenido ocasión de reflexionar sobre la expresión divisa punzó, que marcó una época en nuestra historia, y gravitó durante muchas décadas como conjuro de pasiones encontradas. Aunque el término es prácticamente desconocido en el resto de los países de habla hispana, todos los argentinos saben[1] que punzó es el color rojo encendido que los federales adoptaron para distinguirse de los unitarios.

Manuelita Rosas de riguroso punzó

¿De dónde proviene este punzó que ha quedado tan confinado a un lugar y una época?
Como sucede a menudo con los nombres de colores, la suerte de esta palabra ha de estar ligada al vaivén de la moda y las tinturas, y aunque no he sido capaz de realizar un rastreo en ese sentido, la pista filológica me sugiere un origen: los apetecidos géneros y telas franceses que desembarcaban en el puerto de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XIX (la presencia de punzó en el español de Cuba -el otro gran puerto del Atlántico- parece abonar esta teoría).
Porque rojo punzó, según me enseña Corominas, es la deformación de rouge ponceau, un matiz de rojo que hoy resulta oscuro también para los franceses, como puede comprobarse aquí. El texto de Balzac mencionado en este último enlace es de 1833. La divisa federal es de 1830. Otra mención aislada del color punzó se encuentra en la ley de creación de la bandera boliviana, que es de 1825. Estamos siempre en un ese momento apenas posterior a la independencia de los países americanos. En italiano la encuentro en la Cenerentola de Gioacchino Rossini de 1817:

Don Magnifico, sia pure a fatica, resiste. Allora i Cavalieri gli fanno indossare un mantello color ponsò con ricami in argento di grappoli d’uva.
El comentador italiano del texto se ve precisado a explicar que ponsò es un color rojo intenso, demostrando así que la palabra ha muerto también en la tierra de bel canto.
amapola, lindísima amapola

Lo curioso es que la etimología de ponceau nos lleva de las amapolas a los pavos reales. Parece que ponceau es un término del siglo XVII derivado de poncel (que data del siglo XII) . Poncel era uno de los nombres de la amapola, y a su vez derivaba de paon (pavón), el nombre del pavo real, al parecer por comparación de la flor con el plumaje de esa ave (que no ha de ser comparación de color, ya que el plumaje del pavón es verde azulado, sino de forma, siempre que ambas presentan forma de ojo).

Estamos situados antes de la llegada del Mayflower a Massachusetts y el descubrimiento del pavo americano. Hasta ese momento, el único pavo que se conocía en Europa era el que hoy denominamos pavo real, ave asiática y colorida.


Llegado a este punto, creo haber hecho un descubrimiento notable para la Historia Argentina, algo que nadie vio antes, y que podría conmover los fundamentos de la historiografía si no fuera porque se trata de una simple curiosidad etimológica completamente intrascendente.
montonero federal

El hecho es que el famoso color punzó de los temibles montoneros federales, cuya sola mención ponía pesadumbre en el corazón de sus rivales, conoció su ocaso al extinguirse el último caudillo. ¿Y cuando fue eso? Podemos elegir varias fechas, pero sin duda la última gran batalla en que un ejército vistió con orgullo la divisa punzó fue aquella en la que cayó definitivamente el general Urquiza, a la sazón presidente de la Confederación, quien -a pesar de haber vencido a Rosas- nunca renegó del colorado. Estoy hablando, por supuesto, de la batalla de Pavón. ¿Negarán usetedes que se trata de una coincidencia asombrosa? Así el punzó, descendiente de pavón, fue a morir a la tierra de sus mayores.
De este modo cantó Estanislao del Campo la ocasión:

Los porteños y extranjeros,
Que para vestir sus tropas
Por poco no les dan ropas
De terciopelo y tisú,
¿No reirán como unos locos
al ver esa mascarada
bonetuda y colorada
por la calle de Perú?

En fin, Señor Presidente,
No se aflija, Vuecelencia;
Sobrelleve con paciencia
Este inesperado mal.
Y consuélese pensando
Que en el mundo todo acaba,
Y que al fin ya le tardaba
Al partido federal.
Gauchos surcando la pampa, telas francesas, amapolas y pavos reales... Para completar este heterogéneo catálogo, mencionaré que el ponceau sobrevive hoy -gracias a la clasificación de tinturas del químico David Masson- en el especializado submundo de la Histotecnología.
estructura molecular del Ponceau 2R

Su uso, por si a algún lector le es de utilidad, está por lo general confinado a la tricrómica de Massons, donde otorga un leve tono naranja al rojo de las estructuras citoplasmáticas. Lo digo sin estar muy seguro de entenderlo: he ahí la razón de que mi rostro se haya encendido asumiendo un tono punzó.


[1] En realidad, no me atrevería a llevar a cabo una encuesta

sábado, 10 de noviembre de 2007

La sobreasada

Otro artículo de Casares, ahora sobre los peligros de la etimología popular:

SOBREASADA

Sabido es que los estudios filológicos constituyen un valiosísimo auxiliar de las demás ciencias antropológicas, y que, a veces, un sencillo hecho lingüístico puede corroborar o echar por tierra teorías de carácter histórico, etnográfico, psicológico, etc. Lo que hasta ahora no se había demostrado, que yo sepa, es cómo una hipótesis etimológica puede tener consecuencias culinarias. Y de esto vamos a hablar hoy.

Aquellos de mis lectores que, como yo, practiquen en materia de embutidos nacionales un bien entendido eclecticismo; es decir, que, sin conceder hegemonía, pongo por caso, a la butifarra catalana, la honren a par del chorizo riojano, del embuchado pamplonés o de la morcilla andaluza, habrán reservado, sin duda, a la sobreasada de Mallorca el decoroso lugar que le corresponde en la jerarquía gastronómica. Pues bien; hace pocos días, un erudito amigo que me honraba compartiendo mi mesa, y a quien recomendaba particularmente unas rodajas de esta "llangonissa" recién llegada de la patria del actual ilustrísimo director de la Real Academia Española, me sorprendió con esta pregunta:

-¿A que no sabe usted cómo debe comerse esta vianda para que rinda el máximum de suculencia?

-¿...?

-Pues dos veces asada, como su mismo nombre indica. Y por cierto que la noticia no debiera coger de nuevas a una persona habituada a manejar los diccionarios académicos.

Y el diálogo quedó cortado en este punto, no sin que mi erudito declarase que también él, como todo el mundo, había comido siempre la sobreasada sin asar.

Excuso decir que en cuanto se me deparó ocasión de consultar las primeras ediciones del léxico oficial busqué en ellas la palabra sobreasada, cuya definición, en efecto, dice así: "SOBREASADA. Llaman en Mallorca a un salchichón, que se guisa al tiempo de formarle; y para que esté más gustoso y comerle con más apetito se debe assar." Luego era cierto; luego la humanidad consumidora de embutidos llevaba casi dos siglos privada de un fácil y legítimo deleite por no atenerse al consejo académico.

Confieso que en seguida formé el propósito de adoptar el rito culinario ortodoxo, y creo que lo hubiera hecho a estas horas a no habérseme ocurrido continuar el examen de los diccionarios hasta las ediciones modernas. En ellas, ¡ay!, no se advierte ya al lector que "debe assar" el embuchado mallorquín "para que esté más gustoso y comerle con más apetito". ¿Qué significa esto? -me dije-. ¿Cómo interpretar la supresión de la receta? ¿Lo exigiría así, acaso, algún inmortal que estuvo a punto de dejar de serlo por haber ingerido la sobreasada... académicamente? Puesto ya en trance de dudar, pensé que, si la sobreasada se llama así porque se "sobreasa", y sobreasar, según la autoridad constituida, es "volver a poner a la lumbre lo que está asado o cocido para que se tueste", no bastaba con asar una vez el embuchado, ya que no es cierto que "se guisa al tiempo de formarle": había que cocerlo o asarlo primero para poder sobreasarlo después...

Evidentemente, los buenos académicos fundadores, a quienes tanta gratitud debe toda persona culta, padecieron en este caso una leve distracción, y en lugar de apoyarse en el exacto conocimiento de la cosa definida para inquirir luego el origen de su nombre, empezaron por admitir una falsa etimología, que aún perdura en el Diccionario, y ajustaron después a ella la definición de la cosa. Porque lo cierto es que el nombre sobreasada, deformación popular, por falso análisis, de sobresada o sobrasada, no tiene la menor relación con asar ni con sobreasar. El tal nombre, según mi modesta opinión, que trataré de razonar brevemente, procede del latín salpressare, compuesto de sal, salis (la sal) y pressare (prensar, apretar, comprimir).

El representante directo, en castellano, del compuesto latino es el verbo salpresar, registrado acertadamente en el Diccionario con la acepción de "aderezar con sal una cosa, apretándola para que se conserve". En portugués, el verbo correspondiente es salprezar, y de él deriva el sustantivo salprezo con que se designa "la carne curada con sal". En vista de esto, cabría preguntarse cómo en el mismo territorio romance que conservó sin alteración el sonido al, seguido de consonante (salpresar), pudo surgir el cambio de al en o ("sopresar", "sobresar", "sobresado", sobresada). El caso no tendría nada de extraordinario, puesto que, junto a "salto" (del latín saltus, salto, brinco), tenemos "soto" (de otro saltus latino, que significa "bosque"), "topo" (del latín talpa), etc.; pero así como en castellano el paso de al a o es posible en determinadas condiciones, aunque no constante, existen otros romances, como el francés, en que la vocalización de la l constituye el proceso normal. Lo mismo ocurre, salvo ligeras restricciones, en provenzal, lengua que es, por el momento, la más interesante para nosotros, ya que con ella se relaciona más que con otra alguna el dialecto hablado en Mallorca.

De manera que lo que en castellano hubiera sido salpresado, en provenzal no sólo pudo, sino que debió ser y fue saupressado, voz que, en efecto, aparece registrada en el Diccionario de Mistral, como nombre de "una especie de salchichón". De aquí debió irradiar el vocablo saupressada no sólo al catalán y a sus variantes (la forma sobressada figura en el Diccionario catalán de Labernia), sino también al italiano. En esta lengua la vocalización espontánea de la l (sobre todo ante p) no es admisible; por eso el nombre de soppressata que se aplica en dialecto veneciano a un embutido semejante a la mortadela, contribuye a robustecer la suposición del origen provenzal.

Y por si las razones que preceden y la existencia de las formas saupressado (provenzal), sobressada (catalán) y soppressata (italiano) no probasen con suficiente claridad la no intervención del verbo asar en la formación del vocablo que estudiamos, aun se puede alegar como argumento definitivo el hecho de que este verbo asar no existe en ninguno de los romances mediterráneos a que pertenecen las formas citadas. En estos romances la idea de asar está representada por los verbos raustir (prov.), rostir (cat.) y arrostire (italiano), procedentes del raustjan germánico.

A partir de la forma catalana (sobressada), la evolución del vocablo no es obra ya de las leyes fonéticas, sino de la etimología popular. El vulgo castellano creyó ver en las dos sílabas primeras la preposición sobre, e intercaló entre ellas y las siguientes una a para dar algún significado a lo que parecía ser el segundo componente de la palabra (sobre-a-sada). Y he aquí por dónde, de resultas de un error etimológico, estuvo a punto de ser cocida, asada y vuelta a asar una inocente "llangonissa", que, en realidad, se fabrica y se consume ordinariamente sin padecer el martirio del fuego.

(Julio Casares, Cosas del lenguaje, Austral, Madrid 1961 (1ª ed. 1943), págs. 39-43)

No sabría decir si la etimología es correcta o no*. A mí al menos me sirve. Porque me preocupa la posibilidad de que durante años los lectores del DRAE estuviesen expuestos a la influencia perniciosa de una distracción académica: ¡cuántas sobreasadas se habrán asado (¿y arruinado? sería cuestión de probar) siguiendo aquel consejo! No todos los lectores del Diccionario tendrían, como tuvo Casares, la curiosidad de hurgar en la palabra un origen y un sentido distintos de aquello que indica la apariencia. Quizás se suponga que no habrá espíritu tan simple que acate la instrucción contra lo que indican tanto el sentido común como la costumbre. Pero no es impensable: aquel chiste de Podeti bien puede representar a ese mismo tipo de espíritu simple en nuestro tiempo cibernético. Se habla por ahí de aquellos Hombres que sólo creían en aquellas verdades que podían hacerlos llorar; igualmente, yo tiendo a creer en este razonamiento etimológico por el sencillo hecho de que leyéndolo se me hizo agua la boca.

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* El DRAE online dice actualmente "(Etim. disc.)"; Casares volvió sobre la palabra en Introducción a la lexicografía moderna (1950).