jueves, 20 de noviembre de 2008

Minga

Entre las palabras pintorescas del habla informal rioplatense, una de mis favoritas es minga. Esta expresiva y contundente negación se usa para subrayar lo más elocuentemente posible que -contra lo que el oyente o un tercero pudiesen imaginar- ciertas cosas no fueron, son o serán.

¿Y él pretende que después de todo lo que me hizo yo vaya a ayudarlo? ¡Minga!

También puede integrarse en una oración, reemplazando a "no", como en los versos del tango El conventillo, de Edmundo Rivero, que dicen:
Una vez un tal Loyola
me embrocó en un guay fulero,
batida, bronca, taquero,
celular, biaba y gayola.
Di concierto de pianola
manyando minga 'e solfeo,
y aunque me llaman "el feo"
colgué mi fotografía
donde esta la galería
de los ases del choreo.

Lo que traducido del lunfardo al español estándar significa:
Una vez un tal Loyola me enredó en un problema feo. Nos delataron, encontronazo, transporte policial, castigo físico, cárcel. Me tomaron todas las huellas digitales (di concierto de pianola) sin saber nada (minga) de solfeo.
¿De dónde salió la palabra minga? Sin duda alguna, los responsables son los inmigrantes italianos que desde 1880 y hasta mediados del siglo XX llegaron en masa a Buenos Aires. Minga es un término característico del habla lombarda, a tal punto que Stendhal, el autor de Rojo y Negro, pudo decir que la palabra minga era la base del habla milanesa
Aunque cuando pensamos en nuestros inmigrantes italianos nos vienen a la mente ante todo los genoveses, y luego los oriundos del sur como calabreses y sicilianos, un vistazo a registros inmigratorios me ha permitido comprobar que las primeras oleadas que llegaron a nuestro país eran mayoritariamente del norte de la península, entre ellos lombardos, de modo que nada tiene de raro que la expresiva minga prendiera pronto en el Río de la Plata.
En el italiano oficial la palabra también existe, bajo la forma mica, y es de uso muy frecuente como un refuerzo de la negación, acompañando al “no”.
Non hai mica capito =No entendiste (para nada).

Y también se usa sin el non:
-Come ti è andata?
-Mica male.
(¿Cómo te fue? Nada mal).
Podemos verlo cumpliendo un rol similar al francés pas, sin llegar al extremo de cristalización de este último, que es parte imprescindible de la negación.
En español no tenemos un reforzador así, aunque hay expresiones compuestas, como la citada “para nada” que cumplen parecida función. Incluso tenemos una construcción “nada de nada” cuya capacidad expresiva -he comprobado- provoca fascinación en los hablantes extranjeros. También se acentúa bastante -en la Argentina al menos- el uso de tampoco para negar con más contundencia, aunque no haya una negación anterior, como en:
-Si seguimos jugando así, ponele la firma que salimos campeones.
-¡Tampoco la pavada!(Una especie de: te asisten razones para estar contento, pero ilusionarse hasta ese punto es excesivo y denota proclividad a decir tonterías) .
Recuerdo que mi primer encuentro con el italiano mica también me resultó fascinante. Escuché la palabreja en una canción presentada en el festival de San Remo cuyo título era precisamente Non voglio mica la luna (No estoy pidiendo tampoco la luna) y no tenía idea de qué pudiese significar. No supe relacionarla con nuestro minga, ni siquiera cuando mi padre (que era mi Internet de entonces) me aclaró su sentido.
Lo interesante es que el italiano mica es la misma palabra española miga, es decir, ambas provienen del latín mica (partícula pequeña, como grano de sal, migaja de pan, o polvo de oro). Se llamó mica a los granos de arena que arrancaban destellos (el verbo latino micare significa entre otras cosas arrancar destellos), y por extensión a las láminas elásticas de silicato, con reflejos metálicos, que recubren ciertas piedras. Estoy hablando de la conocida mica mineral.
Por los flancos de granito de la montaña, sembrados de mica que relucía, bajaba desatado un torrente espumoso; y entre el matiz sombrío de los encinares asomaba un pradillo.
Pardo Bazán, Emilia, Un viaje de novios
roca con mica
Se comprende que una palabra como mica, que significaba “cosa minúscula” haya sido explotada para expresar “poco y nada”, y terminara siendo un reforzador de negaciones, como en nuestro “Me importa un adarme”, o “no entiendo una pizca”.
Hagamos ahora un ejercicio para comprobar el grado de hurgapalabrismo de nuestros lectores. ¿A qué palabra griega corresponderá este latino mica "partícula pequeña"? En el siguiente renglón, la respuesta.
Y la respuesta es… el famoso mikrós, la palabra que nos ha dado micrones, microbios, microscopios, microondas, micrófonos, microchips, Microsoft, y un largo etc. de cosas pequeñas. Mikros -que en los dialectos jónico y dórico aparece también como mikkós- comparte la misma raíz indoeuropea de mica.
Así que una vez más terminamos con nuestro zurrón cargado de palabras variopintas, que no sospechábamos emparentadas: negaciones rotundas, migas de pan, granos de arena que relumbran, micrófonos, láminas de silicato, de la mano de inmigrantes que llegan a puerto con la sola fortuna de su bagaje lingüístico. Como suele suceder, un ramillete de expresiones muy específicas del mundo actual deriva de un concepto básico y primordial de nuestra experiencia en el mundo, en este caso el concepto de pequeño, que sin duda estaba ya presente cuando el primer hombre abrió los ojos y habló.
¿Son éstas tal vez disquisiciones menores y banales? Permítanme responder con una breve palabra: ¡Minga!

martes, 11 de noviembre de 2008

Petulant expostulations

En el artículo anterior, Hláford ha comparado cantidad de palabras y caracteres de textos originales y sus traducciones.

Un cotejo igualmente revelador es el que puede hacerse obteniendo el tamaño promedio de las palabras en la obra de un autor, y comparándolo con el que se desprende de la obra de otro autor que escribe en el mismo idioma. Por ejemplo, a partir de los datos que nos proporcionó Hláford, podemos constatar que la longitud promedio de las palabras de El Hobbit y el Señor de los Anillos es prácticamente la misma, y un poco menor (aproximadamente un 6%) que la palabra promedio de las obras de Terry Pratchett.

Es muy probable que la diferencia se deba a que Pratchett es un humorista, y los humoristas ingleses explotan por lo general la cómica solemnidad que tienen las palabras largas en ese idioma, mientras que Tolkien restringe fuertemente su léxico a los términos sajones, es decir, los términos cortos, como parte del efecto de autenticidad patrimonial que busca transmitir. Es como si hubiese dos vocabularios ingleses para todo: el sajón, de palabras con una o dos sílabas, y el de herencia latina, la de los sonoros polisílabos. Uno se las puede ingeniar para decir lo mismo con cualquiera de ellos. Al menos, eso sostiene el humorista Georges Mikes, a quien le cedo gustoso la palabra:

 […] los intentos más exitosos de revestirse de un aire de alta cultura se han realizado en el campo de los polisílabos. Muchos extranjeros que han aprendido latín y griego en la escuela descubren con sorpresa y satisfacción que el lenguaje inglés ha absorbido una enorme cantidad de expresiones latinas y griegas, y se percatan de que (a) es mucho más fácil aprender esas expresiones que las harto más sencillas palabras inglesas; (b) estas palabras por regla general son interminablemente largas y producen una impresión extraordinaria cuando le toca a uno hablar con el verdulero, el portero, o el agente de seguros.

Imagine, por ejemplo, que el portero de su edificio le advierte a usted bruscamente que no debe sacar la basura antes de las 7,30 AM. Si acaso le respondiera Please don’t bully me, puede seguir una discusión exaltada y cansadora, y sin duda la razón estará del lado del portero, porque terminarán encontrando una cláusula en su contrato (la letra pequeña, al fondo de la última hoja) donde se explica que el portero siempre tiene razón y que usted le debe sumisión absoluta y obediencia incondicional. En cambio, si le responde con estas palabras: I repudiate your petulant expostulations, la discusión quedará zanjada de inmediato, el portero estará orgulloso de tener un hombre tan cultivado en el edificio, y a partir de ese día usted puede, si se le ocurre, levantarse a las cuatro de la mañana y vaciar el cubo de basura por la ventana.

Pero incluso en la sociedad de Curzon Street, si usted se proclama, por ejemplo, un tough guy, lo van a considerar una persona vulgar, irritante y digna de censura. En cambio, si usted se define como an inquisitorial and peremptory homo sapiens, nadie va a tener idea de lo que intenta decir, pero sentirán en sus huesos que usted ha de ser algo maravilloso.

Mikes, George, How to Be an Alien: A Handbook for Beginners and More Advanced Pupils (1946)

El lector hará bien en recordar estos consejos, sin olvidar los que nos dio Sofocleto en un artículo anterior, para perfeccionar el arte de simular cultura e inteligencia.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Lenguas largas

I. Palabras, letras (caracteres) y números

Algunas lenguas son más largas que otras. Quiero decir: algunas lenguas necesitan más sonidos que otras para transmitir la misma idea. O tal vez tienen menos sonidos pero los representan con más letras; o tal vez tienen menos sonidos (y letras), pero los agrupan en más sílabas, y necesitan por lo tanto más tiempo para pronunciarse. Hay muchos modos en los que una lengua puede ser más larga que otra.

En castellano tenemos una palabra de cuatro letras y dos sílabas como "ayer"; el italiano también tiene cuatro y dos, ieri; el francés tiene cuatro pero una sola, hier; y en inglés la misma idea necesita nueve letras y tres sílabas, yesterday. Pero esto es una excepción: a nivel de palabras, en general el inglés es más sintético que el castellano. Tiene palabras más cortas.

Por supuesto, no podemos tomar una palabra ni una frase aislada como referente. La diferencia real sólo se advierte trabajando a gran escala; el medio más sencillo es observar libros completos, donde las diferencias entre idiomas se hacen evidentes. Vamos a ilustrar esto con un ejemplo característico, enfrentando un texto griego antiguo con sus traducciones.

La tragedia Filoctetes de Sófocles original tiene unas 8.845 palabras, con 52.102 caracteres [1]. He aquí los números correspondientes de una traducción inglesa:

Jebb (inglés, prosa)relación
palabras13.6251,54
caracteres70.0331,38

El resultado se lee así: por cada 100 palabras del Filoctetes original hay 154 en la versión de Jebb; pero por cada 100 caracteres la traducción da 138. Hay, entonces, bastante alargamiento. La diferencia entre el griego y cualquiera de las lenguas occidentales modernas suele ser mucho más amplia que la que hay entre el inglés y el castellano, no tanto en los cambios de longitud en las palabras como por motivos de semántica: ante una palabra que no tiene un correspondiente exacto o aproximado en la lengua de traducción, muchas veces es preferible recurrir a giros “explicativos” antes que dar una idea errónea. Como consecuencia, en promedio las traducciones son mucho más largas que su original.

Y tratándose de tragedia griega no debería sorprender encontrar una distancia aun mayor: el verso en que están escritos sus diálogos es conciso y muchas veces denso; el que traduce en prosa naturalmente tiende a dejar que las frases se expandan, porque mantener esa concisión es costoso y a menudo da malos resultados. En cambio, quienes traducen en verso están más limitados, sobre todo cuando tratan de mantener una equivalencia en la cantidad de versos. Las restriciones que se han impuesto determinan los niveles de alargamiento. Veamos a continuación los números de dos traductores ingleses en verso de la misma obra:

McNamee (inglés, verso)relación
palabras11.3781,28
caracteres56.2811,11

Francklin (inglés, verso)relación
palabras10.3791,17
caracteres53.5701,05

En la versión de Francklin la proporción cayó de modo drástico, casi hasta alcanzar al original. En lo que hace a nuestro idioma, sería bueno poder aplicar estas tablas a una traducción castellana en verso como la de Fernández Galiano, que quiso usar alejandrinos (14 sílabas) para los trímetros yámbicos (12 ó 13), "pues, al ser nuestra lengua bastante más analítica y prolija que la griega, por no hablar de la latina, es cómodo para el traductor ese respiro de la diferencia entre doce o trece y catorce que nos permite no quedar rezagados respecto al original ni eliminar indebidamente partes importantes de él"; y sobre las partes corales dice: "mi sistema es muy estricto, pues se intenta en él reproducir cada verso con otro castellano de las mismas sílabas del original, aunque cum mica salis, porque evidentemente habría sido necesaria una enloquecedora casuística para atender a las sustituciones de larga por dos breves, faltas de responsión estrófica, etc.". Concluye: "Esta rigidez lleva consigo a veces el riesgo de cierta sequedad o incluso puede obligar a suprimir alguna palabra menos importante del original, pero creo que tales inconvenientes se ven compensados por una mayor tersura y brevedad lapidaria muy propias de este tipo de poesía helénica. Probablemente, modestia aparte, mis versiones son las que con menos verbosidad y retórica plasman los textos griegos".

No tengo a mano una versión electrónica de esa traducción para hacer los cálculos, pero a cambio podemos mirar dos en prosa bastante difundidas:

Alemany (castellano, prosa)relación
palabras12.3911,40
caracteres67.7321,33

Vara Donado (castellano, prosa)relación
palabras14.5591,64
caracteres79.8981,57

Seguimos teniendo bastante disparidad en los números. Alemany está un poco por debajo de Jebb; Vara Donado es más amigo de la extensión.

Seguramente estos números podrían ajustarse: tomando muestras más amplias, comparando con casos de traducción al inglés, viendo qué sucede en otros idiomas, etc. etc. Seguramente esto ya se hizo, de un modo más serio que el que podemos permitirnos aquí. Pero como ése no es el verdadero tema de este post, bastará lo dicho como ilustración del principio que queremos entender.

El inglés, decíamos, tiene por lo general palabras un poco más breves que el castellano, pero a veces compensa la diferencia usando más palabras. El que el sujeto expreso sea obligatorio, y el que los tiempos verbales sean muchas veces perifrásticos, implica que una frase breve en castellano puede tener una o dos palabras menos que su traducción al inglés. 'I suppose you will all stay to supper' dice Bilbo en The Hobbit; "Supongo que os quedaréis todos a cenar" dice en la traducción. Ocho palabras en la primera, siete en la segunda; pero 30 letras en una contra 32 en la otra.

Una narración contemporánea en inglés suele tener algunas páginas más que su traducción al castellano [2]. Veamos algunos números en las tres obras principales de J.R.R. Tolkien, realizadas por tres personas distintas (Figueroa, Domènech/Horne, Massera/Domènech):

The HobbitEl Hobbitrelación
palabras96.09093.7240,97
caracteres508.037533.5671,05

The LotREl SdlArelación
palabras526.234532.5031,01
caracteres2.786.6933.008.0451,07

The SilmarillionEl Silmarillionrelación
palabras153.804156.9821,02
caracteres833.362881.1221,05

Los dos últimos libros tienen un número mayor de palabras en castellano, por razones que no vienen al caso. La cantidad de caracteres, en cambio, es invariablemente más alta en castellano; la relación presenta una oscilación muy leve, entre 1,05 y 1,07 a favor del texto traducido, que es la que podemos esperar para este género particular de la traducción castellana de una narración inglesa. Pruebas similares dan resultados parecidos, pero haremos gracia al lector de ellos, porque todavía falta más de la mitad del post. Basta lo expuesto para lo que queremos ilustrar: hay naturalmente una cierta relación entre la cantidad de palabras de un texto narrativo inglés y su traducción al castellano. Vayamos ahora a un caso extremo de alargamiento traductoril.

II. Un caso extremo

Hasta la fecha, creo que no hemos mencionado en este blog a Terry Pratchett, autor británico mundialmente famoso por su serie de Mundodisco. Vale la pena mirarlo, aunque más no sea porque (como es habitual en humoristas) presta mucha atención a las palabras que usa; juega con el lenguaje; retuerce lugares comunes; se enamora de una palabra o expresión, que repite a lo largo de sus novelas con variantes hasta apropiársela definitivamente, de modo que nos la devuelve transformada para siempre. Alguna vez trataremos de mirar estos juegos con mayor detalle.

Es sensato entonces desear que la traducción de sus obras se realice con especial cuidado. El éxito que ha tenido Pratchett en el mundo hispánico parece dar fe de que las traducciones han cumplido con su cometido. Pero pasemos algunas de ellas (los primeros ocho de la serie de Mundodisco) por el tamiz de nuestras tablas, y veamos los resultados:

The Colour of MagicEl color de la magiarelación
palabras65.33168.4461,04
caracteres370.249402.1751,08

The Light FantasticLa luz fantásticarelación
palabras63.75665.5651,02
caracteres358.048382.8371,06

Equal RitesRitos igualesrelación
palabras65.81365.6310,99
caracteres363.816376.0371,03

MortMortrelación
palabras72.55677.9661,07
caracteres401.221443.9741,10

SourcererRechicerorelación
palabras78.70276.6590,97
caracteres439.929444.7281,01

Wyrd SistersBrujeríasrelación
palabras84.79383.5490,98
caracteres469.322474.9621,01

PyramidsPirómidesrelación
palabras86.983116.0291,33
caracteres483.617675.3431,39

Guards! Guards!¡Guardias! ¡Guardias!relación
palabras97.408102.0081,04
caracteres546.762589.7771,07

Como se observará, las relaciones están muy cerca de las halladas para las obras de Tolkien... con una importante excepción en la traducción del séptimo caso, Pirómides. Grafiquemos estos resultados según la cantidad de caracteres:

¿A qué se debe la diferencia? Lo primero en lo que uno se fija en estos casos es en el nombre del traductor. Ahí aparece la primera clave: los demás libros de nuestra lista están atribuidos a Cristina Macía Orío, pero Pirómides se debe a la pluma de Albert Solé. Queda claro que Solé necesita más palabras para decir lo mismo, puesto que Pratchett no cambia tanto su forma de escribir entre un libro y otro.

Podrá preguntarse si es realmente significativa la diferencia: de 1,05 a 1,39 el salto no parece tan amplio, y con una o dos palabras por frase tal vez se logre. A esto puede responderse: "¿Y qué pasa cuando la bolsa sube o cae un 33%? ¿Y cuánto significa para nosotros un aumento del 33% en el salario?" La diferencia es enorme, y hace falta un gran esfuerzo para llegar a ella diciendo lo mismo que el original. Solé lo consigue la mayor parte de las veces, de lo que veremos a continuación varios ejemplos. En algunos de ellos tal vez hayamos sido parciales, buscando los casos donde el salto es directamente exagerado; pero son por lo general representativos, y en muy pocas ocasiones se reduce a la relación normal. Dejemos que hablen los textos.

Mi caso favorito es éste: Teppic y Ptraci miran las pirámides del otro lado del río Djel. Él pregunta si ve lo que hacen del otro lado. En el original,

Ptraci squinted across the river.

En la traducción,

Ptraci entrecerró los ojos y concentró toda su atención en lo que estaba ocurriendo al otro lado del río.

No se puede decir que, en cierto modo, no esté diciendo lo mismo. El verbo squint significa "bizquear" o "entrecerrar los ojos"; aquí es más bien lo segundo, porque Ptraci seguramente hace el gesto característico de casi cerrar los ojos, fruncir el ceño, adelantar unos centímetros la cabeza y mirar fijamente, quizás haciéndose visera con la mano; y por contexto sabemos que lo hace para ver qué pasa del otro lado. La traducción no dijo todo eso, claro – pero casi.

Algo parecido pasa poco antes:

Somehow it added an extra thrill.

No estaba muy seguro del porqué, pero también hacía que todo resultara mucho más emocionante.

Otra vez, no se puede tener la seguridad de que no fuese absolutamente necesario duplicar o triplicar la longitud de la oración para transmitir el sentido; personalmente no creo ser capaz de decir lo mismo con una cantidad de palabras significativamente menor. Pero eso no quita que el traductor al menos haya tomado el camino más fácil, expandiendo allí donde el término exacto no se ofrece a simple vista. La consecuencia más evidente, que no hemos mencionado hasta ahora, es que el libro terminó teniendo unas 430 páginas, y según el otro patrón (regla de tres mediante) no habrían sido más de 340.

Vamos a una frase un poco más larga. Pratchett habla de la mesura que debe mostrar un asesino profesional al dispensar sus servicios:

An assassin might have to work his way to an inhume past a number of alert bodyguards. It was considered impolite to inhume them as well.

Un asesino podía verse obligado a llegar hasta el candidato a la inhumación abriéndose paso por entre una considerable cantidad de guardaespaldas pagados para que se mantuvieran alerta y con los ojos lo más abiertos posible, e incluirlos en la inhumación se consideraba una grave falta de cortesía.

Otra vez: tal vez sea un tanto difícil hallar un término para inhume, así que se recurre a la perífrasis. Pero probablemente no hacía falta la explicación de que los guardias estaban pagados para cumplir con su tarea ni el detalle de los ojos abiertos, desarrollo todo ello del sencillo alert.

Una reflexión acerca de los animales, algo más larga todavía:

It’s not generally realised that camels have a natural aptitude for advanced mathematics, particularly where they involve ballistics. This evolved as a survival trait, in the same way as a human’s hand-and-eye coordination, a chameleon’s camouflage and a dolphin’s renowned ability to save drowning swimmers if there’s any chance that biting them in half might be observed and commented upon adversely by other humans.

La misma reflexión, otra vez más larga:

Casi nadie es consciente de que los camellos tienen una aptitud natural para las matemáticas avanzadas, especialmente en todas las facetas de éstas relacionadas con la balística. La evolución les hizo adquirir esa aptitud porque aumentaba considerablemente las posibilidades de sobrevivir. Otros ejemplos de rasgos útiles para la supervivencia son la coordinación entre la mano y el ojo de los seres humanos, el camuflaje de los camaleones y la famosa habilidad para salvar marineros a punto de ahogarse de que dan muestra los delfines cuando existe el más mínimo riesgo de que otros seres humanos se encuentren lo bastante cerca para ver lo que realmente les gustaría hacer –normalmente partirlos en dos de un mordisco–, con los comentarios desfavorables y la lógica hostilidad posterior que provocaría ese tipo de comportamiento.

Los juegos de palabras deben ser un suplicio para los traductores del autor. Aquí Solé resuelve uno estirándolo:

The firebrick-hot houses around them were doing their slow motion mirror dance again, and the road was rising and falling in a way that solid land had no right to adopt.

‘It’s like the sea,’ he said.

‘I can’t see anything,’ said Ptraci firmly.

‘I mean the sea. The ocean. You know. Waves.’

Las casas de ladrillos calientes como hogueras que se extendían a su alrededor estaban volviendo a iniciar su movimiento a cámara lenta estilo cámara de los espejos, y el camino subía y bajaba de una forma que ningún terreno mínimamente sólido tenía derecho a utilizar.

–Es como el mar... –dijo Teppic–. ¡Eh! ¡Oh! –añadió. Maldito Bastardo acababa de dejar atrás un bache.

–Pues yo no estoy mareada –replicó Ptraci con mucha firmeza.

–No, me refería al mar. El océano. Ya sabes, las olas y todo lo demás.

Hubo que mencionar a Maldito Bastardo (el nombre del camello sobre el que van los dos personajes) para llegar a "mareo".

Pratchett hace una reflexión teológica [3]:

Seeing, contrary to popular wisdom, isn’t believing. It’s where belief stops, because it isn’t needed any more.

Traducida:

Contra lo que afirma la sabiduría popular, ver algo no produce el resultado automático de creer en ese algo. Cuando eso ocurre la fe deja de existir porque ya no es necesaria.

Aquí hay alargamiento, pero no tanto. Y sin embargo me parece un caso especialmente pernicioso, porque Pratchett usa una fórmula sencilla y concisa, que luego da vuelta y que mejor habría sido trasladar a nuestro idioma recurriendo a alguna variante del castizo "ver para creer". Nunca es lo mismo que "ver algo produce el resultado automático de creer en ese algo".

Otro caso en que este sistema de alargamiento aplicado a los chistes produce resultados desastrosos para el humor:

Koomi gave up the frontal assault. You couldn’t outstare that sapphire stare, you couldn’t stand the war-axe nose and, most of all, no man could be expected to dent the surface of Dios’s terrifying righteousness.

Koomi decidió renunciar al ataque frontal. Aquella mirada de zafiro ganaría cualquier concurso de resistencia pupilar, esa nariz tan afilada como un hacha de guerra podía abrirse paso a través de cualquier muro de argumentos que se le pusiera delante y, por encima de todo, ningún hombre podía albergar la esperanza de que lograría hacer mella en la aterradora aleación emocional compuesta a partes iguales de tengo-razón y no-me-equivoco que protegía al gran sacerdote.

Ya vimos un juego de palabras pobremente resuelto con "mar. ¡Eh! ¡Oh" más arriba. En otras ocasiones el juego se resuelve en un set completo con extensiones. Y no es que Solé no sepa hallar un buen retruécano en castellano, igualmente conciso y efectivo. Para ser justos, tenemos que mencionar uno de muchísima calidad, cuando se describe la desgracia habitual del heredero (heir) exiliado de alguna casa real, presa codiciada por el Gremio de Asesinos:

It was usually a case of heir today, gone tomorrow.

donde la relación con la frase 'here today, gone tomorrow' (algo así como "hoy aquí, y mañana se habrá ido") desafía al ingenio más agudo. La mejor solución es rehacer todo, y así se hace, con chispa y poder de síntesis:

...no había artículo más perecedero que un heredero. [4]

Lo normal, sin embargo, es que el chiste pierda casi toda su sal por el afán del alargamiento innecesario. Así pasa, en mi opinión, cuando se habla de los Oyentes profesionales, unos tipos que cobran por escuchar a quienes disfrutan hablando:

bards and poets are ten a cow, but a good Listener is hard to find, or at least hard to find twice.

Los bardos y los poetas proliferan como hongos, pero un buen Oyente es muy difícil de encontrar e incluso en el caso de que consigas encontrar uno hay muchas posibilidades de que no vuelvas a verle el pelo en toda tu vida.

¿Realmente no se hubiese entendido una traducción literal?

No voy a arriesgar una hipótesis acerca del motivo de esta política traductoril. A unos les parecerá divertido, a otros irrelevante, y otros se sentirán estafados. En todo caso, algún día sería bueno mirar en detalle el resto de la colección, donde Solé ha participado profusamente. [5]

La ironía está cerca del final, cuando Broncalo, amigo de Teppic, visita su palacio en el milenario país de Djelibeibi y llega a la sala del trono, contemplando los frescos y los tapices:

‘Nice place,’ he said, wrapping up thousands of years of architectural accumulation in a mere two syllables.

–Muy bonito –dijo, resumiendo miles de años de acumulación arquitectónica en cuatro sílabas.

De dos a cuatro sílabas – y eso que quedó fuera place.

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[1] Por pereza, hacemos el cálculo con el contador de caracteres, espacios incluidos.

[2] Por lo general la cantidad de páginas exagera: las convenciones tipográficas inglesas llevan a tener menor cantidad de párrafos, especialmente en las narraciones que incluyen diálogo, puesto que el castellano tiende a separar lo narrativo de lo dialogado. Por supuesto, las diferencias tipográficas (tamaño de letra, de caja, etc.) tornan prácticamente imposible cualquier comparación a simple vista. Tampoco es lo mismo en qué sentido se haya hecho la traducción (del castellano al inglés o viceversa), y hay dejar espacio para las peculiaridades del traductor. Pero la tendencia es aun así observable. En lo que sigue de este artículo obvio estos detalles, que al fin y al cabo esto es un blog.

[3] El humor está en una distorsión del argumento usual (elaborado desde 1 Cor 13, 13) de que la visión de la esencia divina hace que la fe "se detenga", porque la confirmación la vuelve innecesaria. En este caso, el personaje (Dil) siente tambalear su fe cuando ve cara a cara a los dioses en los que ha creído siempre.

[4] La palabra heir parece una favorita de Pratchett a la hora de hacer juegos de palabras. En la siguiente novela de la serie, Throat habla del 'rightful air' al trono de Ankh, que una traducción inspirada transformó en el "legítimo aireadero".

[5] Dando vueltas por la red se pueden hallar algunos breves comentarios acerca de la traducción de Pyromids, tanto elogiosos como no tanto.

viernes, 31 de octubre de 2008

La ruta de la derrota

Desde que inauguramos este consultorio etimológico, cientos (o incluso decenas) de lectores angustiados han acudido a nosotros en busca de consejo. Muchos se sienten derrotados en el arte de conjeturar el origen de ciertas expresiones, o creen haber perdido la ruta en las laberínticas historias de las palabras. A todos ellos les respondemos: ¡Ánimo! ¡El tío Bungo no los dejará solos, las dudas se despejarán y pronto podrán reanudar sus actividades habituales! ¡El sol volverá a salir, el Amor sonreirá! De sobra conocemos la experiencia de no poder pegar un ojo en toda la noche por culpa de una palabra, o la de quedarse absorto en el momento menos adecuado de una cita romántica, y -cuando la persona de la que estamos enamorados nos pregunta fastidiada: “¿En qué estás pensando?”-, confesar miserablemente: “Me estaba preguntando si acariciar y carestía estarían emparentadas”.

Hoy, por ejemplo, nos escribe Carlos, del barrio de Caballito. Nos dice: “Estimados hurgapalabras: una honda cuestión me tiene en jaque desde el otro día, tras caer derrotado en un partido de paddle donde me rompieron varias veces el saque. ¿Qué relación hay entre derrota y derrotero?

Estimado Carlos: hay una relación, y es interesante. El que le rompieran el saque es un buen símbolo, porque el antepasado común de las dos palabras es el verbo romper. Y aprovecho para contestarle también al amigo Lacrimology, que nos ha escrito a su vez preguntándonos si derrumbarse estaba relacionado con rumbo. Aunque parezca mentira, derrumbarse no está relacionado con rumbo, pero sí con romper.

Veamos cada caso.

Sobre la palabra derrota, comenzaremos recordando que en otras épocas el significado de esta palabra era justamente… “rumbo, ruta, destino”. Todos habremos leído algún libro antiguo en que se usaba la expresión en ese sentido, que nos acerca inmediatamente al más actual derrotero. En el anónimo Diario del primer viaje de Colón se lee:

Y diz que fingió aver andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteavan, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

Derrota viene (a través de un antiguo verbo derromper) de ruta “camino”, palabra que ya existía en latín como rupta, participio pasado femenino del verbo rumpere (“romper”). Una via rupta era un camino abierto en la espesura a fuerza de romper obstáculos (otro pariente es irrumpir), algo que las laboriosas legiones romanas debían hacer todo el tiempo en una Europa que era un gran bosque.

Siglos después, los marinos franceses comenzaron a usar la expresión dèrouter para referirse a la acción de tormentas y vientos que desviaban de su ruta a las naves en el mar. Del léxico naval se extendió al militar en general: derrotar a un ejército pasó a ser “desviar de su camino”, “hacer volver sobre sus pasos”, “poner en fuga”. Por eso la expresión “poner en derrota”, a la que aluden los célebres versos del coronel músico Nepomuceno de Alfa:

Ya los fieros enemigos se alejaron
No resuena el ruido de sus botas
Nos pasaron por arriba y nos ganaron,
Nos dejaron en derrota.

Derrumbar, por su parte, parece venir del latín vulgar *derupare (“despeñar”), que se conserva en italiano como dirupare, y que deriva de rūpes (“peñasco, roca escarpada, precipicio”). Este término latino rupes sólo nos legó, si no me equivoco, el cultismo rupestre que empleamos cuando hablamos de arte rupestre. Y rupes con toda probabilidad viene también de nuestro conocido rumpere, ya que se aplica a formaciones rocosas “quebradas”.

Así que del bisabuelo común romper tenemos parientes insospechados, como ruta, derrotar, y derrumbar. Con esta revelación ya podemos irnos satisfechos a la cama y conciliar otra vez el sueño, para hacer mañana un mejor papel en eventuales veladas románticas. La próxima vez que nos abstraigamos por culpa de las palabras haremos mejor en citar en nuestro auxilio estos hermosos versos de Salinas:

Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Por lo menos evitaremos que nos digan:

-Esta relación no camina. Tenemos que romper.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Rombos, rumbos

Recientemente Hláford nos ha propuesto un paseo histórico y lingüístico por distintos continentes en pos de un curioso artilugio llamado bull-roarer, específicamente concebido para hacer un ruido parecido al del viento.
Entre los muchos datos interesantes que nos acercó Diego, ha despertado mi curiosidad el que los griegos llamaran rombos al bull-roarer, pues en italiano rombo significa "ruido fuerte y tenebroso" ("rumore cupo e forte"). ¿Simple casualidad?
El asunto se torno más interesante al consultar el Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana de Pianigiani. Allí se dice, con mayor detalle:

2. Significa también Sonido o Ruido tenebroso como el que hace el viento, el terremoto o las cosas lanzadas por el aire con violenza, o el zumbido de abejas y avispones , y en este sentido se arguye del sonido que produce el trompo.

Me gustaría recordar aquí que en italiano antiguo se llamaba rombola a adminículos como el que usó David para derrotar a Goliat, verbigratia: una hondera, cuya forma y modo de uso son semejantes a los de la bramadera. Ambos se agitan girando en grandes círculos.

La primera acepción de rombo en italiano es la única que subsiste en español: "figura geométrica con lados iguales y dos parejas de ángulos desiguales". Pero en griego esa acepción parece ser secundaria. La entrada principal en el diccionario de Liddell Scott es la de nuestra querida bramadera:

ῥόμβος o ρύμβος, bull-roarer, instrumento enrollado al final de una cuerda, usado en los misterios [...] 2) rueda mágica, hecha girar alternativamente en cada dirección por la torsión de dos cuerdas pasadas a través de dos agujeros en ella, usada como hechizo de amor.

La misma definición encontraremos para el latín RHOMBUS, por ejemplo en el Latin Oxford Dictionary ¿Qué hay en común entre la figura geométrica y el ruido, para que ambos se llamen rombo? No puedo dejar de recordar aquí la definición que da la RAE de la bramadera:

1. f. Pedazo de tabla delgada, en forma de rombo.
En forma de rombo. Yo no paso de ser un aficionado y me faltan conocimientos como para postular teorías etimológicas, pero aquí entre amigos y a riesgo de cometer una valbuenada, sotengo que primero fue el bull-roarer, y a partir de la forma romboidal del bull-roarer se usó el término rombo para hablar de la figura geométrica. Si esto fuese así, la influencia del bull-roarer en nuestra cultura sería mayor de lo que a primera vista parecía.

Porque cuando hablamos de rombo, hablamos también de otras palabras, como rumbo, que -según me enseña Corominas- proviene de la anterior. La derivación es curiosa. Inicialmente rumbo era un término estrictamente cosmográfico y náutico. En los poderes que los Reyes Católicos confirieron a Juan y Ruy de Sosa se lee:

"Podéis tratar... cualquier... demarcación e concordia sobre el Mar Océano, Islas e Tierra Firme que en él hobiere, por aquellos rumbos de vientos e grados de Norte e de Sur, e por aquellas partes, divisiones e lugares del cielo, del mar e de la tierra que vos bien paresciere".

Lo que se entendía por rumbo en ese entonces eran las 32 direcciones cosmográficas reflejadas en la rosa de los vientos, que estaban por lo general indicadas por rombos, como vemos en la siguiente ilustración.

Rosa de los vientos. Cada pirámide que marca
uno de los vientos forma con su opuesta un rombo.

Parece que el término rumbo lo tomaron los españoles de los marinos italianos, pero en italiano rombo usado en ese sentido no se difundió más allá de la esfera náutica, mientras que en español medró y se afianzó en el habla cotidiana. Escuchemos lo que nos dice Corominas:

[...] atiéndase a los siguientes pasajes cervantinos, que de confirmar RHOMBUS, parecen indicar una nueva pista semántica: «uno de los mayores encantadores... labró esta cabeça, que tiene virtud y propiedad de responder a quantas cosas al oído le preguntaren: guardó rumbos, pintó caracteres, observó Astros, miró puntos, y finalmente le sacó con la perfección que veremos mañana...» (Quijote II, lxii, 238r), «llamado el Retablo de las Maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo, debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido... de legítimo matrimonio» (NBAE XVII, 30a); silos comparamos con las palabras del supuesto Merlín:

«en las cavernas lóbregas de Dite,
donde estava mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caracteres
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso»

(Quijote II, xxxv, 136v). Salta a la vista que rombo y rumbo son iguales para Cervantes, y que él identifica el rumbo cosmográfico con los rombos mágicos [...] Nada de extraño tendría que el vulgo marinero, al observar al piloto tomando la altura de los astros en las primeras navegaciones oceánicas, le identificaran con un mago o un astrólogo, y, pensando en el rombo mágico, llamara hacer o guardar rumbos a esta actividad para él misteriosa.

Hay otro sentido curioso de rumbo en castellano, y es el que le damos cuando hablamos de personajes que andan con gran rumbo, es decir, con pompa y ostentación. Personajes rumbosos, en una palabra. Corominas no acierta a dar una explicación convincente de este uso, (sugiere una relación con la fama de mago del cosmógrafo) en su extenso y jugoso artículo sobre rumbo, que excede las 4000 palabras. Pero sucede que él no ha tenido en cuenta el bull-roarer, ni el viento, ni el sonido tenebroso. Nosotros podemos -en otro arranque de etimología de aficionados- suponer que tal vez este uso tenga que ver o con el aspaviento de quien agita una bramadera, o el estruendo con que quiere señalar su presencia el personaje rumboso.

De rumbo proviene el rumbante (un sujeto que anda en busca de parrandas) y de rumbante la rumba (parranda, fiesta) que se transformó en el popular baile cubano.

Desde los antiguos griegos, pasando por los romanos y los actuales italianos, todos han llamado rombos a los peces como el rodaballo y el lenguado, que recuestan su cuerpo aplanado en el lecho marino y tienen ambos ojos del mismo lado. Al indagar la etimología de rodaballo, Corominas arguye que se trata de un compuesto de rota (rueda, círculo), ya que el cuerpo de estos peces tiene forma circular, y refiere que en griego y latín se los llamaba rombo, «palabra ésta que significaba primariamente "objeto circular"». ¿Circular o romboidal? Los peces de esta familia parecen a veces un rombo, a veces un círculo.


Dejo para mejor ocasión el indagar sobre trompo, estrofa, arrumbar, y otras palabras que tal vez están relacionadas con nuestro rombo, porque estoy comenzando a escuchar un sonido oscuro y zumbador proveniente de mi estómago: sin duda la mención del exquisito rodaballo me abrió el apetito.

viernes, 3 de octubre de 2008

Gramática aplicada

In Memoriam Betty Higden

Es curioso cómo alguna gente insiste en leer libros que no han sido escritos por Charles Dickens. O libros que no traten directamente de Dickens [1]. No quiero dar nombres; son víctimas, tal vez, de nuestro moderno sistema educativo. Si no temiese incurrir en contradicción, diría que son más dignos de piedad que de censura.

La última novela que completó Dickens [2] fue Our Mutual Friend. El título ("nuestro amigo mutuo") llama la atención y se llevó una cuarta parte del capítulo que Chesterton dedicó a la obra en su Appreciations and Criticisms of the Works of Charles Dickens. Cito de allí:

Aquellos que de verdad aman a Dickens aman al primer Dickens; y debe darse la bienvenida a cualquier regreso a su estilo farsesco, como a un hombre joven que regresa de entre los muertos. Y en este libro no sólo regresa a su farsa: en cierto modo, regresa a su vulgaridad. El que escribe aquí es el antiguo Dickens, no educado. Incluso el título es iletrado. Cualquier maestro puntilloso le hubiese podido decir que en inglés no existe la frase 'our mutual friend'. Cualquiera podría señalar a Dickens que "nuestro amigo mutuo" significa "nuestro amigo recíproco", y que "nuestro amigo recíproco" no significa nada. Si tan sólo hubiese tenido las solemnes ventajas de una educación académica, no se habría equivocado así. Habría sabido que la frase correcta para designar a un conocido de otras dos personas es 'our common friend'.

Viene luego una ardiente defensa: Dickens "pertenecía al tipo de gente que verdaderamente habla de un 'amigo mutuo' [...] esta clase social que sí entiende el significado de 'amigo', y el de 'mutuo'" - que es de lo que trata la obra; y concluye Chesterton arremetiendo contra la opinión académica: ciertamente "ningún universitario hubiese escrito ese título; ningún universitario podría haber escrito el libro".

Podría haberse ahorrado el crítico su defensa [3], con sólo buscar la opinión de libros de referencia contemporáneos. Tanto el Merriam Webster's Dictionary of English Usage (1994) como el Fowler's Modern English Usage (2004, editado por el tolkienista R.W. Burchfield) dejan en claro que el uso de mutual con sentido de "(en) común" tiene una tradición de uso ininterrumpida desde el siglo XV hasta hoy, secundaria con respecto al uso normal con sentido de "recíproco", pero en absoluto inválida. Entre otros nombres ilustres que no han tenido reparos en usar la expresión 'mutual friend' o similares se cuenta a Shakespeare, Thackeray, Walter Scott, George Elliot, Lord Byron, Robert Frost o James Joyce.

El rechazo de la acepción alternativa procede, aparentemente, de dos referentes del siglo XVIII: Robert Baker en Reflections on the English Language (1770) condena el uso con el sentido de "común", y el buen Dr. Johnson en su diccionario (1755) da sólo la definición 'reciprocal'. Desde ellos, y hasta hoy, los libros que dicen en qué consiste escribir bien y mal en inglés no han dejado de discutir el asunto.

Uno adivina que la raíz del disenso está no en el uso corriente inglés sino en la reflexión sobre el origen de la palabra: el latín mutuus, del que deriva en última instancia, tiene una acepción como "recíproco" casi exclusiva; es el único matiz que registraban Lewis & Short, aunque el Oxford Latin Dictionary ahora incluye al final una acepción 'Felt, experienced, etc. by both alike', con ejemplos claros como éste: receperat in gremium uirgines, magna mutui doloris solacia (Q. Curcio). Se muestra, entonces, que el latín tuvo en algún momento un mutuus que significaba "común".

Y, por fin, no es imposible que Dickens hubiese recurrido al "error" intencionalmente: el único que usa la expresión en la novela (y no más de tres veces en las 850 páginas) es el entrañable Mr. Boffin. La frase correcta, 'common friend', aparece en el discurso del odioso Lammle en su aniversario de bodas, cuando agradece al patético Veneering el modo afectuoso en que se refirió a su 'common friend' - no otro que el deleznable Fledgeby.

Podemos preguntarnos, de paso, qué ha sucedido con la palabrita en nuestro idioma. El DRAE no tiene dudas: la única definición pertinente que da es "Dicho de una cosa: Que recíprocamente se hace entre dos o más personas, animales o cosas". Habrá que asumir que, según la Academia, el uso de "mutuo" como "común" es incorrecto, pese a que el CORDE trae ejemplos desde antiguo de la alternativa, y Google muestre que ésta goza de buena salud. Tal vez la frase emblemática sea la combinación con "acuerdo". ¿Es más correcto "de mutuo acuerdo" o "de común acuerdo"? Con el DRAE en la mano, se podría pensar que lo segundo; sin embargo, "de mutuo acuerdo" es (verbigracia) más común.

Pero no es del título del libro, ni menos de la expresión 'mutual friend', que quería hablar aquí. Entré sólo para citar un pasaje de gramática aplicada. Se enmarca en la breve aparición de Miss Peecher, un personaje muy secundario que ostenta el cargo de maestra escolar. El profesor de la escuela de varones adjunta, Mr. Bradley Headstone, pasa frente a la verja acompañado por su pupilo favorito, el joven Hexam, y la saluda (ella está regando las plantas), obsequiándola con una interesante reflexión sobre el estado del tiempo.

Pequeña, brillante, ordenada, metódica y de curvas agradables: así era Miss Peecher, de mejillas coloradas y afinada voz. Una mezcla de alfiletero, ama de casa, libro, caja de labores, tabla de pesas y medidas, y mujer. Podía escribir un ensayito sobre cualquier tema, ocupando siempre una carilla, desde la esquina superior izquierda hasta la esquina superior derecha, y el ensayo se ajustaría estrictamente a las reglas. Si Mr. Headstone le hubiese dirigido una propuesta de matrimonio por escrito, ella probablemente le habría respondido con un ensayito completo de exactamente una carilla de largo, pero ciertamente le habría contestado que sí. Porque lo amaba. El muy decente pañuelo en torno a su cuello que protegía su muy decente reloj de plata era objeto de envidia para ella. Así hubiese querido rodear su cuello y protegerlo. Pero él, indiferente. Porque no amaba a Miss Peecher.
La pupila favorita de Miss Peecher, que la asistía en las tareas domésticas, la ayudaba volviendo a llenar la regaderita, y había adivinado lo suficiente del estado afectivo de Miss Peecher como para sentir la obligación de amar a su vez al joven Hexam. De modo que hubo un doble palpitar entre las raíces y las flores cuando el maestro y el muchacho se asomaron por encima de la verja.
-Bonito atardecer, Miss Peecher -dijo el Maestro.
-Muy bonito atardecer, Mr. Headstone -dijo Miss Peecher-. ¿Va a dar un paseo?
-Hexam y yo vamos a dar un paseo largo.
-Un tiempo encantador -observó Miss Peecher- para dar paseos largos.
-El nuestro se debe más a negocios que a placer -dijo el Maestro. Miss Peecher dio vuelta la regadera, sacudió con mucho cuidado para que cayesen sobre la flor hasta las últimas gotas, como si hubiese en ellas alguna virtud especial que haría crecer unas habas de Juanito a la mañana siguiente, y llamó a su pupila (que estaba hablando con el muchacho) para que volviese a llenarla.
-Buenas noches, Miss Peecher -dijo el Maestro.
-Buenas noches, Mr. Headstone -dijo la Maestra.
A esta altura de su carrera escolar, la pupila estaba tan imbuida en la costumbre de levantar una mano (como quien hace señas a un ómnibus) cada vez que le venía a la cabeza alguna observación que quería hacer a Miss Peecher, que a menudo lo hacía también en sus relaciones domésticas; y así alzó ahora la mano.
-¿Sí, Mary Anne? -dijo Miss Peecher.
-Con su permiso, señorita, Hexam dijo que iban a ver a su hermana.
-Pero no puede ser, creo -contestó Miss Peecher-, porque no es posible que Mr. Headstone tenga ningún negocio con ella.
Mary Anne volvió a saludar.
-¿Sí, Mary Anne?
-Con su permiso, señorita, ¿tal vez sean negocios de Hexam?
-Eso sí puede ser -dijo Miss Peecher-. No se me había ocurrido. No es que tenga importancia, por supuesto.
Mary Anne volvió a saludar.
-¿Sí, Mary Anne?
-Dicen que es muy bonita.
-¡Oh, Mary Anne, Mary Anne! -contestó Miss Peecher, sonrojándose un poco y meneando la cabeza, con un toque de mal humor-, ¿cuántas veces te he dicho que no uses esa expresión vaga, que no hables en términos tan generales? Cuando dices "dicen" sobreentiendes un "ellos", pero ¿a qué te refieres? ¿Qué parte de la oración es "ellos"?
Mary Anne enganchó por detrás su brazo derecho con la mano izquierda, como cuando daba la lección, y replicó:
-Pronombre personal.
-¿Y qué persona es "ellos"?
-Tercera persona.
-¿Número de "ellos"?
-Plural.
-Entonces, si es plural, ¿a cuántos te refieres, Mary Anne? ¿Dos? ¿Más de dos?
-Con su perdón, señorita -dijo Mary Anne, desconcertada ahora que se ponía a pensar en ello-, pero creo que no me refiero más que a su propio hermano. -Así dijo, y desenganchó el brazo.
-Lo suponía -dijo Miss Peecher, volviendo a sonreir-. Ahora, por favor, Mary Anne, ten cuidado la próxima vez. Porque "él dice" es algo muy distinto de "ellos dicen". ¿Y la diferencia entre "él dice" y "ellos dicen" es...?
De inmediato, Mary Anne volvió a enganchar por detrás el brazo derecho con la mano izquierda (pose absolutamente imprescindible para situaciones como ésta) y replicó:
-Uno es tercera persona del singular del presente de indicativo de la voz activa del verbo "decir". El otro es tercera persona del plural del presente de indicativo de la voz activa del verbo "decir".
-¿Y por qué es voz activa, Mary Anne?
-Porque rige un pronombre en caso acusativo, Miss Peecher.
-Muy, muy bien -observó Miss Peecher-. De hecho, no podrías haberlo dicho mejor. La próxima vez no te olvides de aplicarlo, Mary Anne. -Dicho esto, Miss Peecher terminó de regar las flores y entró en su pequeña residencia oficial, refrescó en su memoria los principales ríos y montañas del mundo, con ancho, largo y profundidad, antes de sentarse a tomar las medidas para un vestido que pensaba ocupar personalmente.

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(1) Por supuesto, indirectamente todos los libros hablan de Dickens.

(2) Luego dejó The Mystery of Edwin Drood inconcluso, para desesperación de las generaciones posteriores, que al día de hoy no han dejado de preguntarse dónde está el misterio.

(3) No creo que lo hubiese hecho, de todos modos.

Ilustraciones de Luke Fildes (1843-1918): Applicants to a Casual Ward (un detalle de ésta se usa en la edición de Penguin), The Doctor, Houseless and Hungry (grabado, en realidad una variante del primer cuadro) y Motherless.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Bull-roarer (II)

Como prometimos no hace tanto, hoy seguiremos acompañando a Mr. Haddon en su pesquisa sobre los bull-roarers, por ahora sin salir de Europa y el resto de Occidente.

El primer sitio que visitamos es Alemania, sin más especificación. Según lee Haddon en una monografía del Dr. Schmeltz, director del Museo Etnográfico de Leiden, allí se conoció el Waldteufel (lit. "diablo del bosque"). Lo describe nuestro autor:

Es un pequeño cilindro de cartón, abierto en un extremo y cerrado en el otro; la parte central de este tambor está atada con un hilo de crin, al otro extremo del cual se ata un trozo de madera. Cuando se hace girar en torno, el instrumento produce un sonido horrible. Tengo un juguete prácticamente idéntico, comprado en las calles de Cambridge, salvo que la crin está reemplazada por cáñamo; éste tiene un lazo en el extremo libre, que gira libremente sobre una muesca en una de las puntas del trozo de madera. La madera en esa parte está impregnada con resina, de modo que produzca un chirrido, que es conducido por el cáñamo y el cilindro actúa como caja de resonancia. No he sido capaz de averiguar el nombre inglés de este "Diablo de los bosques". Mi amigo el Director Schmeltz sugiere que hay una conexión entre este juguete y el bull-roarer. No veo cómo la simple tablilla de madera pudo evolucionar hacia el más complejo cilindro. Lo único que se puede decir es que ambos producen un sonido desagradable. En cuanto al origen y significado del Waldteufel, no se sabe nada en absoluto, y no nos consta evidencia que relacione a este juguete con rito mágico o religioso alguno.

El problema para que el Waldteufel tenga en su origen a un pariente del bull-roarer no es sólo de grado sino de clase: éste es un aerófono, y aquél un cordófono. Es la diferencia entre revolear un clarinete y revolear una guitarra.

Waldteufel moderno, con cuerda de nylon.

Haddon salta ahora a América, donde habla del buzz: un trozo de madera pequeño, chato y rectangular en que se practican dos agujeros, pasando por éstos una cuerda larga y continua. Se sujetan los dos "extremos" (salvo que no existen, ya que la cuerda es continua) con las manos, y se hace girar la madera de modo que la cuerda se enrosque. Luego se separan las manos con fuerza: esto hace que la madera gire a gran velocidad, produciendo un zumbido. Si se hace correctamente, el momentum* es tan grande que la cuerda vuelve a enroscarse en el sentido contrario, y así indefinidamente.

Se trata, evidentemente, de un conocido nuestro: el runrún que había saltado en comentarios a la primera parte de este artículo. Claro que en nuestra infancia éramos más humildes, y nos conformábamos con un botón. Es fácil encontrar en la web ejemplos de buzz saw, whirligig o hummer, distintos nombres que tuvo este juguete, pero no de la forma rectangular que conoció Haddon. Con tono decepcionado dice otra vez el autor: "Este juguete no ha sido relacionado todavía con ningún uso ceremonial".

Un buzz saw más elegante, con manijas.

Pero lo que apasiona a Haddon es el bull-roarer clásico, de modo que sigue buscándolo por Alemania. Y lo encuentra:

Un amigo alemán me ha dicho que vio el bull-roarer en la Selva Negra, donde se le da el nombre de Schlagel; y también he oído que se lo encuentra a veces en las ferias de Basel, en Suiza. Tylor (Academy, 9 de abril de 1881, p. 265) dice que en Alemania se lo llama Brummer. En Prusia Occidental, cerca de Marienwerder, recuerda Siedel el verdadero bull-roarer (Schwirrholz). Se ata a un cordel un trozo alargado de madera liviana, de un palmo de longitud; el movimiento giratorio que se le imprime se denomina burren, y no todos los muchachos logran usarlo con la misma habilidad; el éxito, además, depende de la longitud y el peso del bull-roarer, así como de la naturaleza del cordel. El trozo de madera, por otra parte, debía ser cortado y pulido con cuidado para que funcionase bien. Habían pasado treinta años, y Siedel había olvidado cómo se unía la madera al cordel, junto con otros detalles. El juego era popular en su vecindario. Entre los años 1869 y 1870 una cierta cantidad de los alemanes puros de ese distrito emigró a América, y su lugar fue ocupado en parte por polacos: sería interesante averiguar si los niños polacos han adoptado el juguete o si está restringido a los alemanes.

Alejándose un poco, el autor sigue a F. Figura, hombre nacido en Galicia, o más bien en Galitzia, que no está en la Península Ibérica sino en Europa Central, al norte de los Cárpatos. Figura cuenta que nació junto a los márgenes del río San, que separaba a los polacos de los rutenos, y el bull-roarer se usaba a ambos lados del río. Sigue:

Como hijo de padres agricultores, a menudo regresaba al atardecer hacia el poblado a lomos de caballo, arreando el ganado. No siempre, pero sí a menudo, los jóvenes pastores usábamos el bull-roarer, si estábamos de buen humor. El bull-roarer era una pieza de madera más bien larga y delgada, con muescas a ambos lados en uno de los extremos, y atada a una cuerda mediante un nudo simple en el otro extremo. Al comenzar sus revoluciones, el bull-roarer produce una nota que corresponde a las letras b-s (muy sostenidas). Luego de girar un tiempo, y acelerando, se logra que la nota elevada se transforme en una nota baja como de órgano. Este efecto de afinación recibe en Galitzia, entre los polacos y los rutenos, el nombre de bzik. El objeto de madera en sí no tiene nombre. Este zumbido se usa para excitar al ganado. Apenas se comienza a usar el bull-roarer los terneros levantan las colas y patean el aire con los cuartos posteriores, a veces a la derecha, a veces a la izquierda, como si estuvieran bailando. Al cabo de unos minutos las bestias mayores siguen a las más jóvenes y se produce una estampida general hacia el poblado. De ahí que en Galitzia se diga, de un hombre cuyo cerebro no termina de funcionar bien, que tiene un bzik. Se supone que los animales son idiotizados por el zumbido del bull-roarer.

El modo curioso en que puede alterarse una idea se ilustra bien en lo siguiente. Es sabido que en el año 1831 miles de jóvenes polacos emigraron, especialmente a Francia, y que un gran número de ellos se alistó en la legión extranjera algeriana. Estos polacos solían jugar a las cartas, y su juego se llamaba bzik. A los franceses les gustó el juego; podían pronunciar la palabra, pero al escribirla según ortografía francesa se transformó ¡en bezique! Es decir, este favorito entre los juegos de salón franceses debe su nombre al bull-roarer.

No doy garantías por esta etimología: etymonline dice sólo que es de "origen desconocido", y en la Wikipedia francesa sólo se descarta la posibilidad de que haya sido inventado por un tal Charles Bézigue. Sí me pregunto, puesto que los pastores estando de buen humor provocaban una estampida hacia el poblado, ¿qué harían cuando estaban de mal humor?

El último lugar europeo que visita Haddon está un poco más al este: Grecia, pero no la contemporánea sino la antigua. Cita a nuestro amigo Andrew Lang sobre el tema, de modo que dejamos por hoy a Haddon y seguimos al autor de los Libros de Colores de las Hadas; quien dice en Custom and Myth, pp. 39-40:

Personalmente, he tenido la suerte de dar con el bull-roarer en el suelo de la antigua Grecia, y en relación con los misterios dionisíacos. Clemente de Alejandría, y Arnobio, y los primeros padres cristianos que siguieron a Clemente, describen ciertos juguetes de de Diónisos niño, usados en los misterios. Entre éstos se cuentan los turbines, los kônoi y los rhómboi. Los diccionarios comunes interpretan que todos éstos son trompos, añadiendo que el rhómbos es a veces "una rueda mágica". Sin embargo, el escoliasta a Clemente anota: "El kônos es un trozo pequeño de madera al que se ata una cuerda y que en los misterios se revolea para provocar un sonido de rugido". O sea, tenemos una descripción breve pero completa del bull-roarer, el turndun australiano. No se omite un solo punto. [...]

En la parte de los misterios dionisíacos en que se exhibían los juguetes de Diónisos niño, y durante la cual (según parece) se revoleaba el kônos o bull-roarer, los participantes se embadurnaban de pies a cabeza con barro. Esto lo sabemos por un pasaje de Demóstenes donde describe la juventud de su aborrecido adversario Esquines. La madre de Esquines, dice, era una especie de "mujer sabia", entendida en los misterios. Esquines solía ayudarla embadurnando a los iniciados con barro y afrecho. La palabra hapomátton, usada aquí por Demóstenes, está explicada por Harpocración como el término ritual para la acción de embadurnar a los iniciados. Como sucede a menudo, se contaba una historia para explicar el rito. Se dice que, cuando los Titanes atacaron a Diónisos y lo hicieron pedazos, se pintaron primero con barro o con yeso para no ser reconocidos. Nonno, en varios sitios, muestra que todavía en su tiempo los celebrantes de los misterios báquicos seguían usando este sucio truco. El mismo truco, precisamente, sobrevive en los misterios de los pueblos salvajes. [...]

Lang a continuación compara lo que se sabe del ritual griego con los de otros pueblos fuera de Europa, tema complejo que ha quedado para nuestra próxima entrega. Pero antes de abandonar el Viejo Continente no puede evitarse al menos una pregunta: ¿y qué pasa en España? ¿Existió algo similar, y qué nombre debe darse al objeto en nuestro idioma, ya que todavía no hemos usado ninguno?

Tomamos la pista del sitio que recomendaba Hernán, donde se puede leer sobre el presente del bull-roarer europeo y sobre la arqueología del objeto; y, de paso, se comprar uno bien hecho. Quizás algún lector ya haya estado pensando en fabricárselo (no parece tan difícil, al fin y al cabo: una tablita y un cordel), pero parece que hace falta algo más para obtener un instrumento de sonido más o menos aceptable.

Saltamos aquí para enterarnos de que efectivamente se han encontrado ejemplares prehistóricos de estos implementos en la Península Ibérica y también en Francia:

Por razones obvias de conservación, los modelos que nos han llegado están fabricados en hueso, aunque no es descartable la realización de los mismos en madera.

En la Península Ibérica los ejemplos que tenemos están realizados sobre costilla. Han sido estudiados por Barandiarán quien duda que algunos de ellos sean instrumentos musicales. Han aparecido en la cueva del Pendo, cueva de Altamira, cueva de la Paloma y cueva de Aitzbitarte IV. Algunas presentan decoración esquemática y naturalista, como es el caso de la del Pendo.

¿Y qué nombre ha de darse, en definitiva, al instrumento? Se usan varios, entre los cuales los más comunes son "bramadera", "zumbador" y "zumbadera"; también se citan en la página mencionada "rombo" (probablemente en alguna traducción del griego), "zumba", "palo zumbador", "placa zumbadora", "zurrumbera", "zurrumbiador" (interesante familia), "bruñidera", "cemburio", "forrumbia" y "churinga" - aunque este último es inexacto, diga lo que dijere la Wikipedia.

De todos ellos "bramadera" es tal vez el más fructífero. De entre las definiciones que aporta el diccionario de la RAE nos interesan:

1. f. Pedazo de tabla delgada, en forma de rombo, con un agujero y una cuerda atada en él, que usan los muchachos como juguete. Cogida esta cuerda por el extremo libre, se agita con fuerza en el aire la tabla, de modo que forme un círculo cuyo centro sea la mano, y hace ruido semejante al del bramido del viento.

2. f. Instrumento que usan los pastores para llamar y guiar el ganado.

3. f. Instrumento que usaban los guardas de campo, viñas u olivares para espantar los ganados. Se hacía de un medio cántaro cubierto con una piel de cordero y atravesado con un cordel delgado, con dos pequeños agujeros, uno para arrimar los labios, y otro para que saliera la voz.

La segunda definición, aparentemente, designa lo mismo que la primera, pero atiende (en la mejor tradición escolástica) a la causa final de su objeto. Curioso que en la tercera el mismo nombre se aplique a un instrumento distinto, destinado al efecto contrario. No es lo mismo, por supuesto, un pastor que un guarda de campo; pero uno ha nacido en la ciudad y en su siglo y no distingue mayormente entre actividades rurales, de modo que le está permitido, diccionario en mano, suponer el gracioso accidente del guardia de campo que se confunde de bramadera y termina con el ganado comiéndose la cosecha.

(El chiste, de todos modos, no tendría sentido si la segunda definición fuese más explícita: el efecto comprobado del bull-roarer sobre el ganado, como hemos visto, es más bien el de espantarlo, provocarle el bzik, imitar al moscardón o cleg, causar la estampida, etc.)

Las tres definiciones no son sino una herencia secular y un tanto simplificada de las tres que dio la Academia en su primer Diccionario de Autoridades (1726). En las originales queda claro que los dos primeros instrumentos son semejantes o iguales:

Veamos dos citas inequívocas del colombiano Tomás Carrasquilla Naranjo, el primer (y único) registro de esta palabra "bramadera" en el CORDE:

La caravana de máscaras sale desde el alba despertando la ciudad con terrible cencerrada. ¡Qué tormenta aquella! Una banda de cuernos embocados por mozos de potente pulmón se acompaña con el maullido y el rebuzno de gran número de señores y señoritos que se han vuelto gatas y jumentos. Quiénes lloran a todo pecho con llanto de recién nacido; cuáles, metamorfoseados en arrieros, reniegan como unos condenados. Las bramaderas de sutil tablilla de pino fingen huracanes en el monte. Cosa diabólica parece el sonar de vidrios y guijarros entre tarros de hojalata, que ora arrastran por el empedrado, ya chocan contra puertas y ventanas; éstas se abren y asoman caras soñolientas, ávidas de recibir esa primicia de emociones festeriles. (Frutos de mi tierra, 1896)

El creó el cuerpo de sayones, capuchón al rostro, con el pico en alto; él creó el paso de San Pedro, calentándose en el brasero, junto al gallo ominoso; él creó "La Procesión Secreta", sin cura ni ciriales, con "La criada de Pilatos", muy fea, embozada y misteriosa; él creó "La Sentencia", en una esquina, con un muchacho encaramado en un andamio, en traje de procónsul, con percalinas de colorines; él creó el Cirineo de luenga túnica y birrete de plumaje. Pero sus creaciones enormes y el encanto de la rapacería fueron "El Calvario" y "La Pascua": tormenta hórrida, tras el velo tenebroso, entre las espesuras de sauce y de guaduas; huracán con bramaderas, tronamenta con golpes y tamboreo, relámpagos de pez griega inflamada por sopletes. Y el domingo, qué carreras las de Juan y Magdalena, calle arriba y calle abajo, y ¡qué reventazón la de Judas en su encumbrada horca! (Hace tiempos, 1935-6)

Ciertamente son muy posteriores al Diccionario de 1726; no hallo referencia alguna a la fuente del propio Autoridades.

Podemos cerrar esta reseña sobre el nombre castellano volviendo al tema inicial de esta serie: la forma elegida para traducir Bullroarer como sobrenombre del personaje Bandobras Tuk. Se sabe que Minotauro, el traductor oficial, dudó entre "Toro Bramador" y "Bramidos", y la segunda opción, tal vez menos conocida, cumplía mejor con la consigna de Tolkien: a saber, que era conveniente mantener en la traducción la aliteración en B de Bandobras Bullroarer. Pero la editorial abandonó "Bramidos" en sucesivas ediciones de los Apéndices de El Señor de los Anillos.

Ahora bien, puesto que Tolkien estaba jugando con la falsa relación con el bull-roarer de los antropólogos, puede argumentarse que algo más parecido a "bramadera" es tal vez más adecuado. El sustantivo, por desgracia, no se presta para ser usado sin modificación, toda vez que es femenino y que su contraparte masculina significa otra cosa ("Sitio adonde acuden con preferencia los ciervos y otros animales salvajes cuando están en celo" o "Poste al cual amarran en el corral los animales para herrarlos, domesticarlos o matarlos", a elección). Tampoco pareció aconsejable perder al "toro" del original, y así quedó eternizado el "Toro Bramador", mal que le pese a la aliteración.

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* Hablando con terminología física, claro: "cantidad de movimiento".

viernes, 19 de septiembre de 2008

Posturas

Tenía yo a la sazón nueve años. Estaba recostado -en posición decúbito dorsal- en mi cama con una revista, como solía hacer durante las siestas, cuando papá pasó, me observó, y opinó que ya estaba grande para limitar mis lecturas al Pato Donald. Según él, tenía que acometer la aventura de leer un libro.
Para mi desesperación, el que mamá escogió para tal iniciación (El pequeño Lord Flauntleroy) no tenía ilustraciones. «Las ilustraciones no sirven para nada» me dijo papá, cuando fui a hacerle presente mi congoja. «A tu edad odiaba que se desperdiciara espacio en los libros para insertar ilustraciones, y me esforzaba por no mirarlas siquiera. No se parecen nunca a lo que uno imagina».
Yo manifesté con firmeza una opinón exactamente contraria a la suya, aunque por dentro sus palabras ya me estaban ganando (así me ha pasado toda la vida), y luego bastaron pocas lecturas para que me pasara a sus filas.
El problema con aquel primer libro fue que yo intentaba avanzar pero -por algún motivo- no podía penetrar el sentido de lo que leía.

-Papá: no entiendo.
-¿Qué palabra no entendés?
-Casi ninguna.

Al principio él se armó de paciencia y trató de aclarar uno por uno los términos que me causaban dificultad. Pero comenzó a desesperarse cuando constató que incluso palabras tan comunes como éste y aquél requerían explicaciones. Examinemos, por ejemplo, frases como:

Pedro y Juan salieron juntos a pescar. Éste volvió a su casa al mediodía y aquél se quedó en la laguna hasta el atardecer.
Mi padre me reveló que éste y aquél estaban actuando como pronombres anafóricos cuyo referente que había que rastrear hacia atrás en el texto: era cuestión de encontrar un sustantivo del mismo género y número que el pronombre, con la proximidad indicada: éste, el más cercano, aquél, el más alejado en el flujo del texto. Así que éste era Juan, y aquél era Pedro.

Recuerdo que el asombro de descubrir tan complicado mecanismo, digno de códigos secretos y juegos de ingenio, me duró mucho tiempo. Estaba seguro de que mis compañeros de escuela jamás lo aprenderían.

La cuestión es que muy pronto papá se rindió ante la catarata de preguntas, y optó por una estrategia distinta. Decidió que lo mejor sería que yo leyera, y -aunque me topara con cosas que no entendiera- siguiera adelante, leyendo, que leyendo se va aprendiendo. Le hice caso. Continué leyendo durante años, adivinando más de lo que entendía.

El sentido de este largo proemio es subrayar el hecho de que muchas veces nos acostumbramos a leer una y otra vez expresiones que no terminamos de entender del todo. Hasta que un día la curiosidad puede más, levantamos el trasero del sillón, y vamos en busca de algún diccionario o enciclopedia que eche luz definitivamente sobre el tema.

Así me ha pasado con una familia de expresiones que indican "posturas del cuerpo". Las fui recolectando mentalmente durante años, y un buen día me puse a investigarlas. Adivinando que a más de un lector le habrá pasado lo mismo, me decido a compartir este humilde tesoro de curiosidades.

De bruces: siempre me ha gustado esta expresión, que es bastante frecuente en la literatura española de todos los tiempos. Uno adivina que equivale a boca abajo, pero en realidad se usa más con verbos de movimiento como echarse, o caer, y en ese caso sugiere de frente, dando la cara a. De bruces sobre la mesa parece indicar que la persona sentada inclina su cuerpo hacia abajo. Beber de bruces (por ejemplo de un arroyo) es otra construcción típica, que equivale a beber como hacen los animales.
El origen de la palabra bruces es incierto, pero todo parece indicar que proviene del latín bucca ("boca" y "parte del rostro que rodea la boca"), latín vulgar *buccĕus, que dio buces, y bozo. De hecho, hasta el 1700 de bruces alternó con de buces.

Sobre ella se echó de buces,
que por su furia infernal
se le saltaron los sesos *
en los pelos del zaguán

Quevedo, Jácaras

Acodado: Aunque se usa sobre todo para hablar de tubos y cañerías en ángulo, es también un término adecuado para mencionar la postura en que se hace descansar el peso del cuerpo sobre los codos. Cuando estamos de pie y apoyados en una baranda, o nos sentamos con los brazos sobre la mesa, estamos acodados.

El duquecito de la Azucena, de vuelta de la habitación de la Bruja, estaba en su gabinete sentado en cómodo sillón junto a una lujosa mesa de despacho, sobre la cual habíase acodado en ademán pensativo, apoyando su frente en la zurda y con la pluma en la diestra mano.

Había dado comienzo a su carta con estas tiernísimas expresiones:

"Mi adorada Enriqueta":

Ayguals de Izco, La Bruja de Madrid, 1850


El pato Donald acodado en un muro bajo

Codo se decía cobdo en el español antiguo, que era una deformación del latín cubitum ("codo"). El codo era llamado cubitum por ser la parte que sostiene el torso cuando un romano se reclina (verbo latino cubare) probablemente a comer uvas en un triclinium. Y de allí vienen dos expresiones del léxico clínico y forense: decúbito dorsal ("acostado boca arriba"), y decúbito ventral ("acostado boca abajo"), además de palabras como cubil (la cueva donde se echan las fieras), y cubículo.
Rico McPato en posición decúbito dorsal

En vilo: Cuando nos tienen en vilo nos sentimos en suspenso, llenos de incertidumbre. Pero hay un sentido más concreto para la expresión: estamos en vilo cuando algo nos sostiene en el aire, sin tocar el suelo.
Dos arroyos de llanto y el anhelar de un pecho fueron la respuesta. Artegui subió a Lucía en vilo al diván y se sentó a su lado.
Pardo Bazán, Un viaje de novios, 1881
Tío Rico en vilo y a horcajadas

A horcajadas: Ésta es una expresión que en mis años mozos leí a menudo en las novelas sin entenderla. Ahora que las nieves del tiempo platearon mi sien sé que viene de horca, palabra que hemos hurgado en un artículo reciente. A horcajadas significa con un pierna de cada lado, tal como se monta un caballo (a no ser que se lo haga a mujeriegas, con ambas piernas de un mismo lado).

Entró a la sazón el padre Zorraquín muerto de frío y se sentó a horcajadas en una silla, frente a la chimenea, extendiendo sus pies hacia el fuego.
Perez Galdós, Un faccioso más y algunos frailes menos, 1879

De hinojos: La pista de que el anticuado término hinojos se refería a "rodillas" me la dio el italiano, donde esa articulación se llama ginocchio. El orgien es el latín genuculum, diminutivo de genu "rodilla". La misma raíz indoeuropea la encontramos en la rodilla sánscrita: janu, la griega: γόνυ, y la inglesa knee. La forma griega nos sugiere una relación con gonía "ángulo", que parece muy apropiada.
Marchó el músico a su orquesta; y yo apenas toqué la alfombra, hincado de hinojos, besé con las voces que me ha enseñado la práctica de las cortesanías y el envión de los apetitos los pies a las señoras mujeres que florecían el estrado.

Torres Villarroel, Visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por la corte
En la cita anterior se menciona hincado, que es otro término interesante, derivado del latín figere, "clavar, fijar". Corominas hace notar en su diccionario que en América latina la locución hincarse de hinojos se simplificó en hincarse. Recuerdo las viejas fotografías de equipos de fútbol, cuyo epígrafe dividía a los presentes en parados, hincados, y sentados. Los hincados estaban en cuclillas, expresión esta última que también es curiosa porque alude a la postura de una gallina clueca (está documentada la forma etimológica en cluquillas).

En jarra: La expresión tener los brazos en jarra no requiere demasiada explicación, aunque recuerdo que a mí en un primer encuentro en mi niñez me desorientó. Se trata de llevarse las manos a la cintura de modo que los brazos parezcan las asas de una jarra, y no de meter los brazos en una jarra, incidente que solía ocurrirle a Curly Howard.

Tercera postura de lanza.

Hay otra postura de lanza desta manera: que al tiempo del comenzar la carrera, tomando la lanza por la orden que en el capítulo precedente he dicho, se ha de poner la mano en la cintura y el brazo hueco, que parezca asa, como cuando dicen puesto en jarra y el hierro al hocico del caballo, y comenzar así la carrera.

Arias Dávila Puertocarrero, Discurso para estar a la gineta con gracia y hermosura
Donald, Daisy y Tío Rico con los brazos en jarra

Desusadas pero útiles me parecen las expresiones de pescuecete, que según leo usan en Chile para designar la forma de andar juntas dos personas con los brazos colgando del cuello del otro, y de medio anqueta para describir el modo de sentarse apoyando sólo una nalga en la silla.

Como eterno aspirante a escritor, a la hora de contar algo trato de tener presente las expresiones que indican posturas del cuerpo. Es uno de los detalles difíciles de poner por escrito (otro es la disposición espacial de los ambiente de una casa; suelo enredarme sin remedio al leer esas novelas policiales donde es fundamental saber si el pasillo desemboca en la biblioteca o en el jardín).
Hay que reconocer que -aunque la literatura es hermosa y no requiere el apoyo de imágenes- con las historietas del Pato Donald todo era más sencillo.