YESCA, por Julio Casares.
Si un gran rotativo madrileño abriese mañana una sección de higiene y en ella tomase la pluma un supuesto especialista, el «más docto» de todos, para recomendar las friegas con orines, el emplasto de moscas (para los orzuelos), el excremento de paloma, la enjundia de gallina y demás porquerías por el estilo, ¿no tendrían motivo los lectores para considerarse vejados? ¿Y no sería vituperable en los médicos de veras y hasta en los estudiantes del preparatorio que, por toda protesta, se limitasen a sonreir para sus adentros?
Trasladado el caso a la Filología, y sin salir de mi categoría de estudiante, contesto que no es lícito, aunque sea cómodo, oponer el desdén silencioso a la incompetencia atrevida, y que, hasta donde mis fuerzas alcancen, todo el que hable de lo que no sepa, tendrá que oírselo decir públicamente, quedando yo, naturalmente, a la recíproca y muy agradecido de antemano a mis censores. Si cada cual hiciese lo mismo en su terreno, pronto se verían los frutos de tan útil labor de policía.
Sirva este exordio para que no se tomen a ensañamiento o rencor personal mis reiterados ataques al señor Valbuena, a quien no tengo el gusto de conocer, y cuyos méritos, en otros órdenes de la vida y de la literatura, soy el primero en celebrar.
Es hoy el caso que, aprovechando el circunstancial eclipse de Cavia, nuestro avinagrado preceptor se ha encaramado a la que fué, en El Imparcial, ingeniosa, culta y discreta cátedra de purismo; ha reanudado en ella la sección «Ni limpia ni fija», fracasada en El Liberal, y ya le tenemos otra vez a sus anchas, desbarrando doctoralmente.
En el último artículo sobre la yesca, el señor Valbuena se supera a sí mismo. Ya nos había enseñado a decir estrapajo en vez de estropajo; hoy nos manda que pronunciemos yezca y no yesca. ¿Por qué? Eso ya es mucho preguntar. Porque sí, porque lo dijo Blas...
Después añade que «con haber en el Diccionario tantos disparates, absurdos y ridiculeces», no hay nada «tan ridículo, tan absurdo y tan disparatado como la etimología y la definición de yesca». La etimología reza: Yesca (del latín esca, comida, alimento, por serlo del fuego)». Y el Sr. Valbuena, luego de burlarse a este propósito, no sólo de los «novísimos Cotarelos, Mauras, Leones, Sereixes, Picones y Cerralbos», sino también de los autores de ese glorioso monumento que se llama Diccionario de Autoridades, pregunta: «¿Quién lo ha dicho? ¿Quién dice que la yesca es alimento del fuego?» Como el latín, por lo menos el latín sacristanesco, no tiene misterios para nuestro dómine, me limitaré a copiarle la respuesta que le dejó escrita un tal San Isidoro, que vivió allá por el siglo vii: «Esca vulgo dicitur quod fomes sit ignis». Y en cuanto a que la voz «esca» tuviese ya en el bajo latín el significado actual de yesca, vea el siguiente texto que, con otros no menos elocuentes, figura en el Glosario de Ducange: «Offertur vero episcopo Petra et esca et excussorium».
¿Qué tal, Sr. Valbuena? ¿No siente usted un ligero rubor en las mejillas?
Prosigue el magister: «Mas aparte de no ser verdad lo del alimento» (ya hemos visto que sí es verdad), «el que de la esca viniera la yesca es contra las leyes de transformación de las palabras». Confieso que me da vergüenza enseñar a estas alturas cosas tan elementales a todo un señor «crítico filológico», que lleva casi medio siglo repartiendo palmetazos; pero, ¿es posible, es decoroso siquiera hablar de «las leyes de transformación de las palabras», ignorando hasta el abecé de la lingüística? ¿No ha oído hablar el Sr. Valbuena de las leyes de diptongación? ¿No sabe que entre las lenguas romances hay unas que necesariamente digtongan la e latina en ciertos casos, y otras que no conocen tal fenómeno? No, el inventor del estrapajo no sabe nada de esto.
El vocablo latino esca había de dar, y dió efectivamente, en castellano iesca (luego yesca), por la misma razón que dió en rumano iasca, mientras continuaba como esca para el italiano, gallego, catalán, asturiano, etc.; de igual manera que el latín herba tenía que ser en castellano hierba (yerba) y en rumano iarba, al paso que la e se transmitía sin diptongar al francés, al provenzal, al italiano, al catalán, al asturiano, al portugués, etc.
«¿Quién o por qué –pregunta el Sr. Valbuena con dudosa sintaxis– había de haber regalado a la esca esa y inicial...?» Ya queda satisfecha su curiosidad. Si no le bastan los ejemplos citados, abra cualquier Diccionario y verá que a equa, eremus, erectus y otros vocablos latinos les regalaron también los Reyes Magos una y para que dieran yegua, yermo, yerto, etcétera, etc. También le podrían decir los tiernos parvulitos de la escuela que la i misteriosa aparece en la conjugación de muchos verbos (de «acertar», «acierto»; de «helar», «hiela»), y que cuando cae al comienzo de la palabra se suele convertir en «y» griega (como de «errar», «yerro»; de «erguir», «yergo»).
Hasta aquí hemos contestado a la parte de crítica negativa. Pero el Sr. Valbuena no se ha contentado con censurar: después de haber demolido a la Academia, ahora va a reconstruir de nueva planta. La yezca, como él dice, es «una excrecencia del haya, y en el haya tiene su filiación, su etimología: por ser una excrecencia del haya se la llamó hayezca o hayesca, pues ambas formas indican procedencia o pertenencia pasiva (¡!); siendo, como era, de género femenino se la puso el artículo femenino «la», se dijo la hayezca; y cuando dejó de aspirarse la hache, de la confusión del artículo con la «a» primera del nombre, resultó la eliminación de ésta, como en tantísimos casos análogos, y quedó la yezca.»
Si digo que en las líneas copiadas no hay una que no tenga un desatino van a creer los lectores que exagero. La yesca de que habla el Sr. Valbuena no es una «excrecencia» ni una secreción, sino un hongo, el boletus fomentarius o igniarius, que se llama en castellano hongo yesquero, en italiano boleto esca, en portugués boleto isca, etc. Tampoco es exclusivo del haya, sino común a otros varios árboles, como el abedul, el roble y la encina.
Pero, lo más gracioso de todo es ese nuevo sufijo ezca, que indica «procedencia o pertenencia pasiva», inventado por el Sr. Valbuena para salir del paso. ¿Cuántos nombres se atrevería a citarnos terminados en «ezca»? A más de que si realmente existiese ese sufijo y se aplicase a las «excrecencias» de los árboles, habríamos de tener, junto a la hayezca (yesca de haya), la abedulezca, la roblezca y la encinezca.
Como se ve, todo el artículo es una verdadera fantasía «valbuenezca».
¿Quiere usted, Sr. Valbuena, escuchar un consejo leal? Jubílese. Aun perdura el recuerdo de los primeros Ripios y de las carcajadas con que fueron acogidas las agudezas de la Fe de erratas. Conténtese con ese recuerdo; piense que los tiempos han cambiado y medite la triste diferencia que hay entre hacer reir a costa ajena y servir de irrisión por cuenta propia.
Julio Casares, Crítica efímera, Madrid, Ed. Saturnino Callejas, 1919
¡Bienvenido, señor Secretario Perpetuo! ¡Qué honor contar con su presencia en el blog! Pase, pase, tome asiento. ¿Le preparo algo de beber? Recibir las colaboraciones de un filólogo tan prestigioso como usted... ¿cómo dice? ¿Que qué quiero insinuar con eso de "prestigioso"? Hombre, pues lo que la palabra significa: que tiene "ascendiente o influencia nacidos de la superioridad intelectual o moral". ¡Por supuesto! ¿Qué otra cosa, si no? ¡Ah! ¿Así que prestigio significaba originalmente "engaños y artificios con que los prestigiadores embaucan a los papanatas"? ¡No sabía! ¡Perdón! ¿Y que aquel otro sentido es galicismo, porque "los franceses, pasando del sentido recto al figurado, llaman prestige a toda suerte de influencias comparables a la de la magia, y dicen le prestige de l'eloquence, para dar a entender que la elocuencia encanta y hechiza a los oyentes"? ¡Tampoco sabía! De ningún modo quise ofenderlo, ¡faltaba más! ¿Y dice usted, además, que "hemos sacado de quicio la metáfora y ya tenemos al vocablo en el Diccionario con la acepción de 'autoridad y ascendiente' legítimos, lo cual se da de bofetadas con los engaños y trampantojos de antes"? [1]
ResponderEliminarPero resulta que Martínez Kleiser le agradeció a usted su ayuda en la confección del Refranero hablando de "tan eximio filólogo, que su fama de sapiente ha traspasado las fronteras como la de uno de los prestigios más sólidos avecindados en el alcázar de los conocimientos lingüísticos" [2]. De modo que ya no es usted un prestigiador, sino un prestigio hecho y derecho. ¡Ja, ja! Vaya, veo que toma un grueso tomo del Diccionario, ¿quizás para buscar un contraejemplo? Pe-pero ¿qué hace, hombre? ¡Sosiéguese, señor Secretario! ¡No, con el Diccionario no! ¡Ay!
[1] Casares, Julio: Crítica profana, Austral 1944, p. 162.
[2] Martínez Kleiser, Luis: Refranero General Ideológico Español, Madrid 1953, p. xi.
Me entro una duda... el tipo este.. la historia esta es denserio (en el sentido "saga-realidad")? Dios que tipo terrible... como nadie le levanta sumario? como no se lo acusa publicamente de desinformacion y estupidez publica?
ResponderEliminarSí, Valbuena fue real, aunque a esta altura mira sin duda el césped desde el lado de las raíces.
ResponderEliminarPero si se instruyesen sumarios para este tipo de errores, ¿quién se salvaría?
Por empezar, no se salvaría el sumario. La lengua jurídica, con mucha razón, se ha construido buscando el máximo nivel de precisión sin especial atención a la estética; pero existe la exageración y es muy corriente que se oscurezca más de la cuenta, sea por vanidad, ignorancia o incluso mala intención. La lengua queda dañada en todos los casos.
ResponderEliminarPor otra parte, la acusación pública se hizo efectiva por el mejor medio posible: los artículos de Valbuena y Casares se publicaban en los diarios. ¿Qué más efectivo?
De todos modos Valbuena tampoco fue un monstruo, ni la intención de colgar artículos como éste fue denigrarlo. Yo al menos veo aquí un espíritu que, como comentábamos con Bungo el otro día, se ha perdido. Menéndez Pidal dice en el prólogo a Crítica Efímera (1918): "Cunde mucho la afición de nuestra prensa diaria a tratar asuntos gramaticales; pero quien no toma tales asuntos como un dudoso e indiferente pasatiempo, acaba por dolerse de semejante afición al ver a famosos filólogos de diario navegar siempre con rumbo a las Batuecas. Bienvenidos sean a esta crítica efímera artículos como los de usted, que pueden poner en ella y en sus aledaños un freno de competencia, de buen método... y de probidad, pues hasta la probidad falta a veces". El ambiente estaba caldeado, como se ve, y en ese entorno hay que ver los escritos de Casares, Valbuena, Cavia (el Chico del Instituto), etc.
Un par de enlaces sobre Valbuena (ignoro qué tan confiables, si no lo he leído):
http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_de_Valbuena
http://partiucarlista.blogia.com/2007/021901-antonio-de-valbuena-los-elogios-de-clarin-y-de-fondo-llanes.php