jueves, 29 de mayo de 2008

Notas sobre notas

And when you're far from home
Try to learn what you could be,
Your heart will tell you everything you need.

(R. Taylor)

El artículo del mes pasado sobre los manuscritos, en realidad, no era más que una introducción; pero se estiró y terminó constituyéndose en un post de pleno derecho, quedando el tema central para otra (no diré mejor) ocasión. El corazón me dice que dicha ocasión ha llegado.

Lo que se pretendía introducir es un comentario sobre algunas notas sueltas publicadas en Vinyar Tengwar 41:11-19. Se trata de las fascinantes "Notas sobre óre" editadas por C. Hostetter, una serie de páginas donde Tolkien comenta la palabra quenya óre, que significa "corazón" (pero no del todo, según se verá) y otras relacionadas.

En total, el texto ocupa unas cuatro carillas, entre unos borradores a mano sobre el tema, notas sueltas, y una copia en limpio a máquina, lamentablemente inconclusa. Para muestra basta un botón: el primer borrador empieza, como no es raro que suceda, con relativa claridad, pero luego va acelerándose hasta el límite de lo legible. El editor transcribe lo que alcanza a leer, y utiliza corchetes y signos de interrogación para palabras dudosas o indescifrables:

óre en lenguaje no técnico, glosado "corazón, mente interna", equivalente más aproximado de "corazón" en nuestra aplicación a los sentimientos, o emociones (coraje, temor, esperanza, piedad, etc.) incluyendo [?las] perniciosas. Pero también se usa [?más] vagamente para las cosas que surgen en la mente o entran a la mente (sanar) que los Eldar consideraban resultado a veces de una profunda reflexión (que a menudo actuaba en el sueño) y a veces de mensajes reales o influjos sobre la mente; de otras mentes, incluyendo las mentes [?mayores] de los Valar y por lo tanto [tachado: por su intermedio de] indirectamente de Eru. (De modo que en ese período se suponía que Eru incluso "hablaba" directamente a sus Hijos).

(Traduzco el texto para ganar algo de claridad, pero el resultado es engañoso: cuando el editor transcribe cosas como "[?greater]", que aquí aparece como "[?mayores]", lo que sabemos es que en el original hay algo que parece decir greater, pero él no pondría la mano en el fuego por ello, y el lector queda en libertad relativa de suponer que allí dice algo distinto. Leyendo la traducción "mayores" uno ni siquiera sabe a qué se parece la palabra misteriosa. Pero como el sentido es más o menos claro creo mejor por el momento dejar de lado esta dificultad.)

En este punto Tolkien hace de las suyas, agregando una explicación al margen, que Hostetter llama "excesivamente difícil" y logra transcribir del siguiente modo:

[?corazón] lo que podríamos llamar [? ? ? ? ?] sentimientos, un presentimiento [? ? creer aunque esto no] surja de la evidencia [?recogida] por [?la propia] mente consciente.

El cierre de la frase es de la mayor importancia: si la lectura es correcta, a Tolkien le interesa el hecho de que se pueda creer (believe en el original) en esas "cosas que surgen en la mente" de algún modo especial; es decir, que por su naturaleza y en atención a su origen (una mente superior, y en última instancia Eru) son dignas de crédito, aunque no se constituyan en la "evidencia" sobre la que solemos basar nuestro accionar (o al menos creemos hacerlo). Pero no olvidemos que la mitad de lo que se lee es conjetural, y que hay al menos siete palabras perdidas en tres renglones. (Restringir el sentido exacto de la nota a lo que se ve o deduce equivale a decir que lo que falta era sólo accesorio, y que una extraña Providencia Filológica se ha encargado de que los pasajes verdaderamente importantes conservaran su legibilidad, perdiéndose el resto.)

La cuestión se pone todavía más interesante en la continuación del texto:

De ahí proviene la frecuente expresión órenya quete nin = "el corazón me dice" [?usada] para algunos sentimientos profundos (en los que se debe confiar) de que algún [?curso de acción etc.] debe [?aprobarse] o [?] sucederá [? ?] [Tachado: Los Noldor] Esto se asociaba a menudo en quenya con √or- "arriba/elevarse", en cierto modo "surgimiento" = cosas que surgen y se elevan hacia el sanar, perturbándolo o coloreándolo o advirtiéndole, y a menudo determinando activamente su juicio, nāmie "un juicio o deseo aislado" (sanwe "pensamiento" > nāma "un juicio o deseo" > indo "resolución" o "voluntad" > acción), pero probablemente se trata de otro caso de h perdida. [Tachado: Cfr. telerin hor-]

Lo que sigue se dedica a la naturaleza de la mente, la reflexión y los sentimientos según el análisis de las palabras élficas para ellos. Al tratar óre, afirma que efectivamente el origen de la palabra no está en √or- "arriba/levantarse" sino más bien en "√HOR = 'urgir, impeler, mover' pero sólo aplicado al impulso 'mental'": allí vemos esa "h perdida". En otra nota suelta se dice en cambio:

hor- [tachado: advertencia] debe glosarse "advertir" aunque esto no se refiere sólo a los males y peligros. Puede usarse también para hablar de una persona que se dirige a otra, pero se usa principalmente de modo impersonal como en ora nin "se me advierte" o en la frase órenya quete nin "mi corazón me dice", y se considera que "surge" de alguna fuente interna de sabiduría o conocimiento, independiente del conocimiento o la experiencia recogidos de los sentidos, sabiduría que [?a veces se debía] a la influencia de [tachado: otras mentes (más sabias)] mentes [?de ?] mayores, mentes más sabias como las de los Valar.

En otro momento, hablando de la Caída de los Hombres, se dice que:

Una consecuencia de esto era que el fea estaba [?aprisionado] y que Melkor tenía [encerrado entre corchetes pero no tachado: derecho sobre aquellos que se habían rebelado contra él y buscaban la protección de Eru >] acceso a [? ?] óre el cual [? ? ?] pero eran [?inútiles] y sólo los más sabios de los Hombres podían distinguir entre [?sus] incitaciones malignas y el verdadero óre.

Comenta el editor: "A pesar de la dificultad de este pasaje, hay suficiente cantidad legible como para hacer claro el significado: a través de su aceptación por parte de los Hombres como Dios, Melkor ganó acceso al óre de aquéllos, de modo que sólo los más sabios de los Hombres podían distinguir entre el consejo incorrupto del óre y las incitaciones malignas de Melkor."

Apasionante, ¿no? Veamos ahora parte de la copia en limpio, donde Tolkien comenzó a pasar a máquina estas notas:

El quenya óre está glosado en El Señor de los Anillos (III 401) como "corazón (mente interior)". Pero aunque en el SA se usa con frecuencia en la frase "mi corazón me dice", traducción del quenya órenya quete nin, telerin ōre nia pete nin, sindarin guren bêd enni, la palabra "corazón" no es adecuada, excepto por su brevedad, dado que óre no corresponde en sentido a ninguno de los confusos usos de "corazón": memoria, reflexión; coraje, buen ánimo; emoción, sentimientos, impulsos tiernos, amables o generosos (no controlados por la razón, u opuestos a sus juicios).

Entender qué era el óre para el pensamiento y el habla élficos, y la naturaleza de sus consejos —porque dice, y por lo tanto aconseja, pero nunca se lo representa como un imperativo— requiere una breve reseña del pensamiento eldarin sobre el tema. Para este propósito, carece de importancia la cuestión de si este pensamiento tiene alguna validez según el juicio de la filosofía y la psicología humanas, presentes o pasadas; ni tampoco es necesario que consideremos si las mentes élficas diferían en sus facultades y en su relación con sus cuerpos.

Hasta aquí la copia en limpio viene bien: una introducción cuidada, una delimitación de lo que será el tema del ensayo y su enfoque. Pero Tolkien vuelve a hacer de las suyas, añadiendo una nota acerca de las diferencias entre las capacidades mentales de Elfos y Hombres, y luego pone una nota sobre la nota que introduce el tema del desastre acaecido a los Hombres. El texto se interrumpe a la mitad de esa sub-nota (sea que se haya perdido el resto, sea que nunca haya existido), de modo que para saber en qué consistía exactamente el óre debemos remitirnos a los fragmentos de borradores citados más arriba.

El texto en limpio introduce un elemento sorprendente: a saber, que el óre que en los Apéndices se glosa como "corazón (mente interior)" (AP:E:II:24) es la misma palabra que aparece repetidamente en el texto en expresiones como "el corazón me dice". Advertimos entonces que el ensayo no es un mero ejercicio filológico (1) sino un comentario o reflexión de Tolkien sobre pasajes y sentidos específicos de su obra, tarea a la que se dedicó extraordinariamente durante sus últimos años. Queda por ver, en todo caso, qué alcance tienen los pasajes a que se refieren estas notas sueltas. Dicho de otro modo, ¿qué cambia en la lectura si suponemos, como sugieren estos retazos, que cuando un personaje atribuye pensamientos a algún dictamen de "su corazón", en realidad puede estar oyendo la voz de (digamos) alguno de los Valar?

El editor pone como ejemplo el caso de Aragorn hablando tras el ataque junto al Rauros y la muerte de Boromir (3:I:64): en ese momento tiene que decidir entre seguir a Frodo hacia Mordor o perseguir a los orcos que han atrapado a Merry y Pippin, empresas ambas con mínimas posibilidades de éxito:

—¡Dejadme pensar! —dijo Aragorn—. ¡Ojalá pueda elegir bien y cambiar la suerte nefasta de este desgraciado día! —Se quedó callado un momento—. Seguiré a los orcos —dijo al fin—. Yo hubiera guiado a Frodo a Mordor acompañándolo hasta el fin; pero para buscarlo ahora en las tierras salvajes tendría que abandonar a los prisioneros al tormento y a la muerte. Mi corazón habla al fin con claridad: el destino del Portador ya no está en mis manos.

El dilema con que se enfrenta Aragorn haría dudar a más de uno. Por una parte, Frodo y Sam están libres, y por difícil que sea su Misión no es como si se hallasen en poder de los orcos; Pippin y Merry, en cambio, son prisioneros y dejarlos de lado es "abandonarlos al tormento y a la muerte". Por otra parte, sin embargo, el cumplimiento de la Misión es a priori mucho más importante que la vida de los primos Tuk y Brandigamo. ¿Sería maquiavélico abandonarlos en pos del fin más elevado de destruir el Anillo? ¿O es más razonable dedicar los propios esfuerzos a intentar solucionar una situación que de otro modo sería desesperada, confiando en la mínima esperanza que se ofrece a Frodo y Sam? Yo no me atrevería a responder ni una cosa ni la otra.

Ahora bien: leído esto desde las "Notas", podemos deducir que Aragorn, al afirmar que "su corazón habla con claridad", no decide siguiendo cálculos probabilísticos o estimaciones jerárquicas. Hay que recordar la definición negativa del texto a máquina: este corazón no es "memoria, reflexión; coraje, buen ánimo; emoción, sentimientos, impulsos tiernos, amables o generosos (no controlados por la razón, u opuestos a sus juicios)", conceptos todos que podríamos haber intuido en el pasaje. Sí sería, en cambio, una de esas "cosas que entran en la mente", esos "mensajes reales o influjos sobre la mente; de otras mentes, incluyendo las mentes [?mayores] de los Valar y por lo tanto indirectamente de Eru".

Este impulso podría denominarse "inspiración"; pero para seguir la imagen sugerida por la frase "el corazón habla", podemos decir que durante unos instantes ("Se quedó callado un momento") Aragorn está literalmente "escuchando".

Lo curioso es que la decisión de Aragorn termina siendo correcta, en el sentido de que produce los mejores resultados, pero no porque vaya a rescatar a los hobbits. Como se sabe, éstos sólo se salvan por la astucia de Pippin, por el azar (si azar quiere llamarse) durante la batalla entre los orcos y los Rohirrim, y luego por la acogida de Bárbol. En todo ello los Tres Cazadores no tienen ninguna participación.

Éste es sólo uno de los ejemplos del corazón parlante de la historia, y el lector podrá recordar sin dificultad muchos otros. Porque resulta que heart es una de las palabras más memorables de un libro como El Señor de los Anillos. Por empezar, parece ser una favorita: podemos hacer una simple cuenta sobre textos electrónicos, y observar que heart aparece una vez cada 1250 palabras aproximadamente (algo así como una vez cada dos páginas); ésta no es la proporción que vemos, por ejemplo, en los humorísticos Pickwick Papers de Dickens, que tiene una cada 2000, sino en el melodramático David Copperfield del mismo autor (2).

Algunos casos dignos de mención, sólo en los dos primeros capítulos del SA, podrían ser los siguientes: "Estoy viejo, Gandalf; no lo parezco, pero estoy comenzando a sentirlo en las raíces del corazón" (dice Bilbo en 1:I:78; el original dice in my heart of hearts); "Deseaba, es decir, esperaba hasta esta tarde que todo fuese una broma. Pero el corazón me decía que era verdad" (dice Frodo en 1:I:127, sobre la partida de Bilbo); "El corazón se me ensombreció entonces, aunque sin saber todavía cuáles eran mis verdaderos temores" (dice Gandalf en 1:II:52, hablando del hallazgo del Anillo en El Hobbit); y quizás el ejemplo más notable, "El corazón me dice que todavía tiene un papel que desempeñar, para bien o para mal, antes del fin", que dice Gandalf sobre Gollum en 1:II:153. Cada uno de ellos merecería un estudio separado; especialmente el último, que no se limita a una premonición sino que guía de hecho el comportamiento del Mago.

Saliendo del SA, es fácil hallar ejemplos en El Silmarillion. Uno de ellos es la mención del maia Olórin (el propio Gandalf): "aunque amaba a los Elfos, andaba entre ellos invisible o con la forma de un Elfo, y ellos desconocían el por qué de aquellas hermosas visiones o la impronta de sabiduría que él les ponía en el corazón" (VAL:23). También puede recordarse la inspiración de Felagund a construir Nargothrond: "Estaba entonces Finrod colmado de asombro ante la fuerza y la majestad de Menegroth: los tesoros y los armamentos y los recintos de piedra de múltiples pilares; y quiso en su corazón construir amplios recintos con portales siempre guardados, en algún sitio profundo y secreto bajo las colinas" (QS:XIII:26; "quiso en su corazón" corresponde a it came into his heart en el original, mucho más acorde con el comentario que estamos esbozando); del mismo modo se funda Gondolin, cuando "después de la Dagor Aglareb, a Turgon le volvió la inquietud que Ulmo le había puesto en el corazón, y convocó a muchos de los más osados y hábiles de los suyos, y los condujo en secreto al valle escondido, y allí empezaron la construcción de la ciudad que había concebido Turgon" (QS:XV:2); etc.

Pero en mi opinión el caso emblemático de los Días Antiguos es la historia de Tuor, en cuyo corazón Ulmo (cuando no se le presenta en persona, claro) va poniendo los deseos que lo guían durante toda su vida: "Ulmo le puso en el corazón el deseo de abandonar la tierra paterna" (QS:XXIII:2), "al contemplar el Belegaer, el Gran Mar, se enamoró de él, y llevó siempre en el corazón y en el oído el sonido y la nostalgia del mar" (XXIII:3); a Eärendil "el mar le hablaba siempre al oído y al corazón, como a su padre Tuor" (XXIII:11); hasta que finalmente "compuso Tuor una canción para su hijo Eärendil, en la que contaba la llegada de Ulmo, el Señor de las Aguas, a las costas de Nevrast en tiempo pasado; y la nostalgia por el mar despertó en el corazón de Tuor y también en el de su hijo. Por tanto Idril y Tuor partieron de Nan-tathren, y se dirigieron hacia el sur, río abajo, al encuentro del mar" (XXIII:18) — desde allí Tuor e Idril se hicieron a la mar hacia el Oeste, cuando "sintió que la vejez lo invadía, y que el deseo de la alta mar le crecía con fuerza en el corazón" (XXIII:21).

Pasando al Hobbit, por último, no se hallan prácticamente referencias a impulsos del corazón que lleven a acciones o decisiones de trascendencia, con una importante excepción en V:128:

Una súbita comprensión, una piedad mezclada con horror asomó en el corazón de Bilbo: un destello de interminables días iguales, sin luz ni esperanza de algo mejor, dura piedra, frío pescado, pasos furtivos, y susurros. Todos estos pensamientos se le cruzaron como un relámpago. Se estremeció. Y entonces, de pronto, en otro relámpago, como animado por una energía y una resolución nuevas, saltó hacia adelante.

Se trata del momento en que Bilbo decide no matar a Gollum, que está apostado en la salida para cortarle el paso. Si se recuerda, es el mismo impulso del que hablaba Gandalf, cuando presentía que Gollum tenía un papel que desempeñar antes del fin, "y cuando éste llegue, la misericordia de Bilbo puede determinar el destino de muchos". El hobbit y el Mago no hacen más que responder a una misma voz.

Esta repentina irrupción de un recurso tan elevado como es el del corazón parlante no resulta sorprendente cuando recordamos que el final del capítulo V de El Hobbit es precisamente uno de los pasajes modificados por Tolkien cuando El Señor de los Anillos ya estaba escrito; en la primera versión de 1939 Bilbo no se enfrentaba con el problema, puesto que Gollum amablemente lo conducía a la salida. Es común notar que cuando Tolkien, con las modificaciones a la primera historia, estrechó los lazos entre ambas, acentuó el poder maligno y ominoso del Anillo; pero junto con ello la repetición del recurso a una piedad que parece llegar más allá de la prudencia, producto de una íntima advertencia del corazón, establece un nexo no menos poderoso.

* * *

El editor de las "Notas sobre óre" indica que las hojas a mano están en papeles de Allen & Unwin fechados entre el 12 de enero y el 9 de febrero de 1968, es decir, que fueron escritas después de esas fechas. Esto significa que son entre 20 y 30 años posteriores al SA, y podría darnos pie para hacer algunas de las preguntas más interesantes: ¿Qué valor tienen estas notas? ¿En qué contribuyen a la lectura de la historia? ¿Qué tan buen lector y comentarista es Tolkien (o cualquier otro autor) de su propia obra?

Una vez más, no es éste lugar adecuado para responder a cuestiones tan amplias; sólo he querido llamar la atención sobre el modo en que, desde la lectura de estos fragmentos de manuscritos, podemos tener un atisbo de la mente del autor concentrándose, como es tan característico en él, sobre una expresión particular y sus ramificaciones.

When your whole world is sinking
Come to my way of thinking,
Let your heart rule your head tonight.

(B. May)

-----

(1) Personalmente no creo que exista tal cosa como "un mero ejercicio filológico" en la obra de Tolkien, ni siquiera en sus más abstrusas discusiones fonológicas. Me atrevería a decir que, muy por el contrario, cualquier ejercicio filológico por su parte está lejos de ser "mero".

(2) Claro que no son los números los que nos van a guiar aquí, y consta que el uso que hace Tolkien de la palabra no es el mismo que el que hará en general Dickens en David Copperfield: "Ella no reemplazó a mi madre; nadie podría haberlo hecho; pero entró en un vacío en mi corazón, que se cerró en torno a ella, y sentí por ella algo que jamás había sentido por otro ser humano" es un buen ejemplo de lo que podemos encontrar allí y que rara vez esperamos hallar en el SA.

jueves, 22 de mayo de 2008

Hurgando sitios

– Psss. Psss. Don Hláford. Sí, aquí. Disculpe que le hable en voz baja, pero no quiero que los demás se enteren. Mire, le tengo que confesar algo que me remuerde la conciencia. Aunque algunos de los amigos que nos leen se sienten inclinados a creer que somos unas eminencias filológicas porque escribimos estos artículos hurgando palabras, la verdad es que –en lo que me toca– soy bastante ignorante, y saco la mayor parte de mis conocimientos de Internet.


– ¡Ajá! Se esparce por los foros el rumor: "Bungo saca información de Internet". ¿Y eso le preocupa? ¿No se ha puesto a pensar que, en el momento mismo de escribir estas líneas, usted y yo somos Internet? Si usted toma algo de un sitio y lo repite aquí, no hace más que reorganizar una ínfima sección de la información disponible en la red. (1)


– Eso de "reorganizar" suena positivo, me hace cobijar la esperanza de que no estemos simplemente contribuyendo al caos. Pero imagino que algunos lectores querrán ir a las fuentes y prescindir del dicharachero intermediario. Así que –con su permiso– voy a comentarle cuáles son mis fuentes favoritas, esas en las que abrevo cada vez que hurgo palabras. ¿Le parece bien?


– Excelente. Nada como ir a las fuentes, porque (como dijo el poeta) "el mal está no en la fuente, sino en la elección maliciosa". De modo que ¿dónde va usted en primer lugar cuando se enfrenta con una palabra castellana?


– Como podrá imaginarse, al sitio de la Real Academia Española. La RAE ha ido mejorando con los años la usabilidad de su sitio web, y hoy podemos decir que tiene una interfaz cómoda y bastante rápida (cuando el servidor no está caído). Además del diccionario actualizado, nos da acceso a otros repertorios valiosos: el Tesoro Lexicográfico, que nos permite buscar términos en todas las ediciones de los diccionarios académicos a la vez; el CREA (corpus del español actual, una recopilación de textos desde 1975 hasta la actualidad); y el CORDE (corpus diacrónico del español, con textos que abarcan desde el Medioevo hasta 1975). Esta última herramienta se me revela cada vez más útil. En fin, todo lo que usted necesita para indagar cómo se usó una palabra.


– Sin olvidar el útil Panhispánico de dudas que ofrece la misma Academia, ya no tanto para investigar como para escribir más o menos bien. Pero... ¿todo? La Academia a veces no termina de convencer con sus etimologías, como aquella vez que "patata" provenía de "un cruce entre papa y batata", y al mismo tiempo "batata" provenía de "patata". ¿Recomienda ir a consultar el Diccionario Crítico Etimológico de Corominas, en papel? ¿Y qué tal es el abreviado en un solo tomo?


– Corominas es imprescindible, y por ahora sólo en papel. No he frecuentado el abreviado, pero el completo es una obra fascinante, pasional, sagaz, implacable, y que muestra sin tapujos los muchos huecos etimológicos que quedan por investigar. Ahora bien, si la palabra a hurgar pertenece a la lengua de Shakespeare, ¿qué derroteros virtuales suele usted seguir?


– Si se refiere a la lengua de Shakespeare-Shakespeare, me gusta la web de hamletworks.org y otras por el estilo. Pero usted seguramente se refiere al inglés en general. En ese caso, uno empieza por etymonline.com, de D. Harper, que combina acceso fácil y elegante con una profundidad más que aceptable. No por nada se ha convertido en una referencia estándar cuando la gente refiere etimologías inglesas en la web. Cuando lo que halla ahí no le satisface, o quiere profundizar en la discusión, debe ir a los diccionarios: Merriam-Webster tiene siempre referencias etimológicas, lo mismo que el American Heritage. Pero la fuente online más completa es tal vez el Oxford English Dictionary... pago, lamentablemente. Y si lo que está investigando son nombres, Behind the Name es de lo más prestigioso.


– Las lenguas europeas están todas íntimamente relacionadas, así que por lo general yo termino husmeando en los sitios ingleses aunque busque palabras castellanas. Lo mismo me pasa con un diccionario etimológico italiano excelente: el Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana di Ottorino Pianigiani, que no dejo nunca de consultar.


– Yo, que siempre me afano y me desvelo por parecer que tengo de filólogo la gracia que no quiso darme el cielo, me doy dique citando en latín y griego, para lo cual el Perseus es de lo más cómodo, si bien un poco lento: uno puede pasarse meses investigando todas las herramientas y fuentes que ofrece, sin agotarlas. Pero tal vez usted quiera ver diccionarios un poco más actualizados que el L&S y el LSJ; pero en ese caso tendrá que ir a buscar los ejemplares en papel de Glare, Niermeyer, Lampe... ya algún día existirán versiones electrónicas de éstos.

Y por fin, si lo que le gusta es la especulación indoeuropea, hay varios sitios donde ir, en general derivados de los mismos trabajos de Starostin: el Indo-European Etymological Dictionary parecería ser el más cuidado, si bien yo prefiero usar una versión sin frames. Un sitio simpático que toma elementos de aquéllos es Dnghu, dedicado a revivir el indoeuropeo como lengua de uso (allí puede hallarse un Pokorny traducido al inglés, bendición para quienes no hablamos el tudesco).


-Es mi caso: no sólo no hablo el tudesco, sino que incluso ignoro el alemán. Pero la verdad es que con estos ayudantes de lujo que hemos nombrado tenemos todo servido en bandeja y podemos aparentar una cultura enorme. Mire, le digo más: a veces leo nuestros artículos y me convenzo de que somos tan cultos que al lado nuestro parecemos un par de burros.


(1) Más bien debería llamarle la atención esto de ir a buscar algo en (por ejemplo) un libro y trasladarlo al éter.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Charadas matrimoniales

–¡Hay que ver cómo está la sociedad! –exclamó mi amiga, y dejó con visible desvío sobre la mesa el aristocrático periódico que tenía ante sus ojos.

Como mi amiga es toda una señora, doblemente respetable por su educación y por sus años, me creí en el caso, por pura cortesía y para que su observación no cayese en el vacío, de esbozar unas leves trivialidades sobre el tema de que no todo tiempo pasado fue mejor.

–Ya sé –me interrumpió– que usted tiene buenas absolvederas y, especialmente, para eso que suele llamar cosas de hombres y mujeres.

Protesté vagamente contra semejante imputación de laxismo y continuamos unos instantes cambiando lugares comunes hasta que me decidí a preguntar a mi amiga si podía saberse cuál era la piedra de escándalo en que había tropezado en un diario como el que leía, poco propenso a atrevimientos de ninguna clase.

–Ya supondrá usted –me respondió– que, aunque sólo sea por efecto de los años, sé lo bastante de la vida para no sorprenderme de que un señor se vaya de excursión por esos mundos con la esposa de otro. Es ésta una de tantas cosas que, como usted dice, han pasado siempre y es de temer que seguirán pasando hasta la consumación de los siglos. Lo que antes no pasaba, por lo menos en España, es que la Prensa diese cuenta cínicamente de estas intimidades en los “ecos de sociedad”.

A punto estuve de confesar que también para mí representaba esto una novedad indeseable; pero, antes de ceder en mi convencional defensa de las costumbres contemporáneas, sugerí cautamente la posibilidad de que se tratase de una mala interpretación.

–¿Sí? –exclamó mi interlocutora con viveza–. ¡Lea usted!

Y entregándome el periódico me marcó con un trazo de uña pulida el pasaje culpable, el cual, cambiados nombres y lugares, decía así:

“El nuevo ministro de Camelandia, que tantas simpatías supo ganarse durante su anterior estancia en España, como secretario de Legación, ha llegado hoy a Madrid. Esta vez le acompaña la bella señora de Fulanowsky. Los ilustres viajeros saldrán mañana, en automóvil, para Andalucía, pernoctarán varios días en Málaga antes de regresar a esta capital.”

Apenas terminada en voz alta esta lectura, y mientras yo, con una sonrisa de suficiencia, me preparaba a defender al distinguido cronista de salones que había dado pretexto a la indignación de mi amiga, adelantóse ésta a preguntarme:

–¿Le parece a usted muy correcto que ese señor viaje y pernocte con la esposa de otro y que, además, se pregone esto a los cuatro vientos en letras de molde?

–Como yo me figuraba –respondí con la suavidad del que tiene en su mano el mejor triunfo–, estamos fantaseando sobre un supuesto equivocado. Se trata de una moda francesa...

–Francesa tenía que ser.

–Me he expresado mal. Quise decir una costumbre de lenguaje, una manera de hablar francesa, que, como tantas otras, tratan de implantar por acá los que piensan que con tales postizos van a dar a su estilo la distinción y originalidad que no saben conseguir de otro modo. Nuestros vecinos ultrapirenaicos, cuando, al hablar de un matrimonio, designan al marido por el cargo, no acostumbran a decir, como nosotros, “el presidente y su señora”, sino “el presidente y madame Zutánez”. Por eso el pasaje que ha dado pie a nuestro coloquio significa, leído a la francesa, que el ministro de Camelandia viaja honestamente con su esposa.

–Pues eso es todavía peor –replicó mi interlocutora, exaltándose por momentos–. ¿Con qué derecho se permiten ahora los cronistas de salones obligarme a que lea en francés lo que figura escrito en castellano? ¿Acaso es tan zafio nuestro idioma que hemos de recurrir a otro para mencionar a las gentes de calidad? Además, si usted sabía que ese ministro de Camelandia de llama Fulanowsky, no habrá tenido que devanarse los sesos para acertar la charada; pero yo lo ignoraba, como ignoro, e ignora todo el mundo, los apellidos de innumerables ciudadanos españoles y extrajeros que ostentan cargos públicos de todas clases. ¿Sabe usted, por ejemplo, cómo se llama el alcalde de mi pueblo? (Mi amiga tiene su casa solariega en una encantadora villa andaluzana.)

–No, por cierto –respondí.

–Bueno; pues si mañana lee usted que para inaugurar una escuela en mi pueblo asistió el alcalde con la señora Cuadrado de Redondo, desafío a usted a que me adivine si el alcalde se llama Cuadrado de Redondo, o solamente Redondo, y su mujer Cuadrado, si es ella la que se apellida Cuadrado de Redondo, o si está casada con el alcalde, o si forma parte de un matrimonio sin alcalde, donde uno de los cónyuges es Redondo y el otro Cuadrado, o si...

–¡Basta, basta! Me doy por vencido. Confieso que el problema es tan insoluble como la cuadratura del redondo, digo, del círculo.

–No lo eche usted a broma –exclamó mi amiga algo amostazada–. ¿Tengo o no tengo razón para indignarme de esa novedad galicursi que pretende imponerse sin ventaja a nuestras fórmulas de expresión tradicionales, llanas e inequívocas? ¡Tan bien como nos hemos entendido toda la vida diciendo sencillamente “el gobernador y su señora” cuando se trataba de un matrimonio, o “el gobernador y doña Fulana de Tal” cuando entre ambos no mediaba el sagrado vínculo!

–Perdone usted, señora –me apresuré a decir en tono contrito–, que haya incurrido en la tentación de hacer un chiste. Ahora, hablando en serio, le diré que si usted se hace responsable del acaloramiento que pueda haber en sus palabras no tengo inconveniente en tomar el resto a mi cargo, poniendo debajo mi firma.

Julio Casares, en Cosas del lenguaje (Austral 1961), págs. 166-9.

domingo, 4 de mayo de 2008

Un caso de plagio

Hláford y yo estábamos en el escritorio de la oficina comiendo en silencio sendos emparedados cuando se escuchó un taconeo que se acercaba por el pasillo, y una silueta femenina se recortó contra el vidro esmerilado de la puerta, ocultando por un instante la inscripción Bungo y Hláford: Hurgapalabras.

Un momento después una mujercita de ondulada cabellera irrumpió en la estancia, visiblemente agitada. Saqué los pies del escritorio, me limpié unas migas, y le indiqué que se sentara.

-Tienen que ayudarme –musitó, buscando un pañuelo en su cartera y enjugándose delicadamente unas lágrimas-. Tengo un problema con una palabra.

-Ha llegado usted al lugar adecuado, querida –dijo Hláford. Sacó del último cajón una botella de whisky y le sirvió un vaso-. Pruebe esto, le hará bien. Tómese su tiempo y cuéntenos todo desde el principio, señorita...

-Cristania. Cristania Andoandorello.

La muchacha tomó un sorbo del brebaje y dio un suspiro. La persiana americana a nuestras espaldas dibujaba listones horizontales de sombra en su bonito rostro.

-¿Y bien, señorita Andoandorello? –dijo mi compañero.

-Se trata de ese hombre en el curso –comenzó ella-. Nos habló sobre plagio.

Con un golpe seco extraje dos cigarrillos del paquete. Tomé uno y le ofrecí el otro a la muchacha.

-Fume esto, le hará bien. Conque plagio. Me imagino que lo mencionaría al pasar, como un modo de introducir el tema. Conozco ese tipo de sujetos, vaya si los conozco.

-Él dijo... Él dijo que la palabra originalmente tenía que ver con que el plagiario vendía un esclavo tuyo haciéndolo pasar por propio, y yo quería saber si era... -se sonó la nariz-. Si era realmente así.

Hláford se levantó y posó una mano sobre su hombro.

-Quédese tranquila. Si es verdad, nosotros lo averiguaremos.

---

Mientras Hláford se dirigía al barrio latino, donde tenía su guarida la pandilla del Latin Oxford Dictionary, yo decidí pasar a saludar al viejo Corominas, a ver qué sabía del asunto. Antes de eso le hice una breve llamada a Etymonline, recordando que plagio también existía en inglés como plagiarism. Ese Etymonline es un tipo eficiente y rápido que ha recopilado mucha información etimológica inglesa.

-Aquí en inglés plagiarism está documentado desde 1621 -me dijo, del otro lado de la línea-. Yo que usted investigo a un tal Marcial. Fue él quien usó por primera vez la palabra con el sentido de "ladrón literario". El significado original del latín plagiarius era "secuestrador", "saqueador", "seductor".

Conque Marcial. Bien conocía yo a ese hispano, que solía ganarse la vida escribiendo epigramas mordaces y vagando por las calles de la gran ciudad. El uso metafórico de "saqueador" estaba entonces claro, pero ahora quería ir más atrás y ver de qué raíz provenía plagium, a ver si encontraba alguna pista de aquello que le habían contado a la señorita Cristania. Por ahora, de apropiarse de esclavos ajenos no había ni rastros.

Toqué timbre en lo de Corominas y me atendió su secretario, Pascual.

-El profesor está ocupado en su fichero, y de un humor de perros. ¿Lo puedo ayudar yo? -me preguntó.

-Ando tras la etimología de plagio.

Del otro cuarto llegó la voz cascada del viejo Corominas. -¡Que busque en llaga!

-Creo que el profesor no me escuchó bien -le aclaré en voz baja a Pascual-. Lo que yo busco es plagio.

-Corominas lo ha entendido bien. Llaga viene del latín plaga, "golpe, herida". Y en el artículo Llaga comentamos que el cultismo plagio (registrado en diccionarios españoles desde 1869), está tomado del latín plagium "apropiación de esclavos ajenos", "plagio literario", sustantivación del griego πλάγιος "oblicuo", "trapacero, engañoso", de la raíz de πλάζειν "golpear", "hacer vacilar", "descarriar", que es la misma del latín plaga.

-Así que de allí han sacado lo de "apropiación de esclavos ajenos" -dije, rascándome la barbilla-. Gracias, profe, me ha sido de mucha utilidad.

Al mediodía estaba acodado en el mostrador del bar de la esquina, deglutiendo un triste remedo de hamburguesa, cuando Sam me alcanzó el teléfono. -Llamado para usté -dijo, sin sacarse el cigarro de la boca.

-Bungo, soy yo -exclamó Hláford del otro lado de la línea-. ¿Alguna novedad?

Le conté lo de πλάζειν y la relación entre plagio y plaga.

-Pero es que hay dos plaga en latín –me interrumpió mi colega-, uno con a breve y otro con a larga. Corominas está confundiendo a los dos.

Ajá. El viejo truco de los hermanos gemelos que se hacen pasar el uno por el otro. Comprendí que había que andar con pies de plomo en este caso, si no queríamos acabar en el fondo del río con zapatos de cemento.

-Pero hay más –continuó Hláford-: el tal plaga no está solo. Hay toda una red de palabras relacionadas, con una extensión insospechada. Está literalmente plagado de ellas. No puedo decirte nada más por teléfono, pero nos vemos en la oficina en unos minutos.

-Entendido. Ándate con cuidado.

-Tú también.

Con cierto trabajo di cuenta del resto de mi hamburguesa, dejé un cuarto de dólar en el mostrador y crucé la calle con aire despreocupado. Estaba por abrir la puerta de la oficina cuando noté que alguien se había metido en ella: a través del vidrio se dibujaba una silueta que rebuscaba en nuestro escritorio. La cosa, entonces, iba en serio.

En casos así lo esencial es la sorpresa. Entré de improviso y apagué la luz con un manotazo. Acto seguido me arrojé sobre el intruso con mis ciento veinte kilos. Caímos juntos, pero el sujeto logró zafarse, se rehizo y me aplicó un golpe en la boca del estómago que me dejó momentáneamente sin aire. Mi mano, sin embargo, atenazó su cuello, y sin perder tiempo le propiné un derechazo a la mandíbula como para dejarlo K.O. El tipo cayó sobre el estante de los biblioratos, que se desmoronaron sobre su cabeza, pero se puso de nuevo de pie y se escurrió detrás del escritorio. Di un paso adelante para arrojarle una silla cuando un rayo de luz se coló por la persiana y me iluminó el rostro.

-¡Bungo!- exclamó el atracador, con una voz que yo conocía bien.

-¿Hláford? ¿Eres tú?

-¿Y quién si no? ¿Te proponías matarme?

Por un instante el silencio se adueñó de la oficina. Luego nos dejamos caer exhaustos en nuestras sillas y procedimos a las explicaciones de rigor.

-Plāga con a larga –comenzó Hláford- significa en latín “golpe dado con violencia”, y por extensión “la herida o incisión provocada por ese golpe o cuchillada”. Los muchachos del Oxford Latin Dictionary lo ponen en relación con el verbo plango, cuya primera acepción es “golpear”, la segunda “golpearse el pecho en señal de dolor”, y la tercera, directamente “llorar, lamentarse”.

-De allí ha de venir nuestro plañidero.

-Exactamente. Pero también llanto, que (como el italiano pianto) viene de planctus. Y por supuesto, de esa plaga viene el español plaga. Las siete plagas de Egipto fueron literalmente “azotes o heridas”. En cambio, plăga con a breve significa “espacio abierto de tierra, cielo, o mar”, “extensión, territorio o región”, “cubrecama”, “red usada para cazar”, “telaraña”. De este plaga con a breve viene plagium, que significa “red de caza”, y “raptar”.

-Se me hace difícil saltar de la “extensión” al “raptar”, aun pasando por la “red de caza”. Y de todos modos, no hemos llegado a la apropiación de esclavos ajenos.

-Un detalle a tener en cuenta es que el OLD cubre más o menos hasta el siglo II de nuestra era. El latín cristiano no está incluido. Tal vez el uso es posterior.

-Ya. Cuando decimos "latín" en realidad deberíamos ser más precisos. Fueron muchos siglos de latín. Pero si la solución está en el latín medieval, el que nos puede ayudar entonces es el profesor Niermeyer. ¡Andando!

Nos subimos al Buick y unos minutos después estábamos frente al despacho de Niermeyer, donde una placa rezaba Mediae Latinitatis Lexicon Minus, composuit J.F. Niermeyer.

Mientras subíamos las escaleras, Hláford seguía comentándome sus investigaciones.

-¿Adivina con qué palabra griega está relacionada plăga con a breve? Con πέλαγος, de la que nos llegó archipiélago. Y con πλάξ, latín planus, “plano”. O sea que pertenecen a su familia planicie, llano, plan, y también plato, plata, y plaza. En cambio a plaga con a larga la relacionan con los verbos griegos πλάζω, πλήγνυμι, “desplazar”, “apartar”, “vagar”, de donde planeta.

-Esos tipos están relacionados con todo el mundo. No me extraña que puedan dedicarse impunemente al tráfico de esclavos.

En ese momento nos abrió la puerta el asistente de Niermeyer que nos dijo con aspecto consternado:

-Han secuestrado al profesor.

Sobre la mesa de trabajo Niermeyer había dejado una nota garabateada a toda prisa.

Plagiare (de plagium) Esclavizar a un hombre libre. Si quis hominem ingenuo plagiaverit. Lex Sal., tit 39 § 2 (cf. Ib. § 1: Si quis mancipia aliena solicitare voluerit). Qui ingenuum plagiando, id est sollicitando, in alia loca translatum vendiderit. Edict. Theoderici, c. 78, LL., V p. 161.

-Ajá. Como lo suponíamos, el uso de plagiare aplicado a los esclavos es medieval temprano. La Ley de los Visigodos, la Ley Sálica, el Edicto de Teodorico, estamos en el 500 DC. Recordarás que te hablé de las leyes visigóticas en España hace un tiempo.

-Alguna de esas pandillas de visigodos raptó al profesor –dije, acariciándome la llaga que Hláford me había producido en la mejilla durante la trifulca en la oficina-. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!

Salimos a toda prisa y condujimos el automóvil por los barrios bajos, en la esperanza de dar con algún granuja que nos revelara el paradero de los godos, cuando de pronto vi detrás de la ventana del bar de Sam al profesor Niermeyer. Clavé los frenos y nos apeamos.

Para nuestra sorpresa, el profesor estaba saboreando un café y departiendo amigablemente nada menos que con la señorita Cristania Andoandorello.

-Muchachos, no se alarmen –dijo el académico con una sonrisa afable-. No ha habido secuestro alguno. Esta adorable señorita vino a preguntarme sobre plagio, y una cosa ha llevado a la otra. A veces me siento un poco esclavo de mi trabajo, y es bueno que alguien venga a inducirnos a escapar.

-Bueno –dije, echándome el sombrero hacia atrás-. Veo, señorita, que está en buenas manos. Pero déjeme decirle que el caso está resuelto. Lo de los esclavos es un uso tardío de plagiar. El plagio de una obra literaria no está tomado de allí, ya que lo ha empleado Marcial mucho antes, en el año 100.

-Ok –dijo Cristania, sin dejar de mirar y sonreír al profesor.

Como no nos invitaron a sentarnos, Hláford y yo salimos lentamente del bar, enfrascados en la maraña de palabras con la que nos habíamos enfrentado.

En la acera nos esperaba un semicírculo de policías apuntándonos con sus pistolas. Varios patrulleros cerraban la calle.

-Las manos contra la pared, señores –gritó un oficial.

-¿De qué se nos acusa? –pregunté con estudiada displicencia, mientras hacía lo que me pedía-. No hemos matado a nadie ni robado nada.

-Se los acusa de algo peor: de plagio. Los señores Dashiell Hammett y Raymond Chandler han interpuesto una demanda contra este post. Apesta a novela de detectives.

-Eso nos pasa por andar hurgando palabras –sentenció lúgubremente Hláford.