martes, 24 de marzo de 2009

Empecinarse

En Latinoamérica todos entendemos cuando se nos dice que Fulanito de Tal está empecinado en alcanzar tal o cual logro.

Bungo se empecinó en hacerse famoso poniendo un blog sobre Etimologías, y ahí lo tiene, luchando a brazo partido para que lo lean cuatro gatos locos.

Empecinado es moneda corriente, más viva que cualquiera de sus sinónimos. Sin embargo, en España ese uso de empecinado = "obstinado, empeñado" es mucho menos usual, y de hecho se trata de un americanismo (adoptado como tal por la Academia en 1925) que a primera vista tiene poco que ver con la acepción primigenia de empecinado, "hombre que por oficio saca o fabrica la pez", o "embadurnado de pez".
La palabra pez me ha resultado siempre un poco vaga, y hasta enigmática. ¿Qué es la pez? Siempre la tuve por una sustancia pestilente, que ensucia, pero no podría decir mucho más. La Real Academia me indica que al decir pez podemos estar hablando tanto de los residuos sólidos de la trementina (que se obtiene a partir de la resina de las coníferas) como del excremento de los niños recién nacidos, o del asfalto viscoso que se encuentra en las afloraciones espontáneas de hidrocarburos.
Dejando a un lado la caca de los bebés, el alquitrán y la resina se parecen en algo: ambas son sustancias viscosas y pegajosas, que han tenido desde épocas inmemoriales diversos usos, desde calafatear embarcaciones de madera hasta preparar bálsamos medicinales. La pez es una de esas sustancias que el mundo moderno ha ido relegando a usos mucho más restringidos, y como consecuencia el vocablo que la nombra ha sufrido un confinamiento similar. Como ejemplo de ese recluirse en ámbitos especializados, Hláford me comenta que los violinistas frotan las cerdas del arco con una barra resinosa sólida a la que llaman pez, o perrubia (pez-rubia).

Perrubia, o colofonia

Un derivado de pez es pecina, que está por "cieno negruzco, cosa turbia". Aunque pecina nunca pasó a América, constituye un nexo importante entre pez y empecinar.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con “obstinarse”?
Antes de responder a esa pregunta, me gustaría pasar revista a los “partientes insospechados” de nuestra palabra, como solemos hacer en estas exploraciones. Abramos una vez más el arcón del desván.
Pez viene del latín pix, de idéntico significado, y la palabra sobrevivió en todos los idiomas romances (italiano pece, francés poix, catalán pega). Entre los parientes del latín el griego ya tenía pissa, con la misma extensión semántica, y el sánscrito pic'c'ha, "goma, viscosidad", y pituh, "resina". Lo interesante es que “embadurnar con pez” se decía en latín picare. Y de allí viene nuestros pegar, pegamento, ya que la pez fue uno de los principales pegamentos de la antigüedad. La familia de pegar tiene muchos descendientes: pegote, pegotear, apego, desapego, despegue, etc. Así que no pasa un día sin que recordemos al hablar a la olvidada pez.
Hay más. La pez se obtiene de los pinos, y la misma palabra pino está emparentada con pez. En griego "pino" se decía πεύκη o πίτυς, y en sánscrito pitudaruh, ámbos compartían la misma raiz proto-indoeuropea PI y significaban "árbol de la pez". El latín pinus habría sido en épocas tempranas pitnus. Es posible que la amargura de la pez haya dado origen también a palabras que indican amargura, con la misma raíz PI: piccare>picar, pico.
Según vemos, parientes a pez no le faltan.
Ahora sí. ¿Cómo llegamos de esta sustancia pegajosa, al “obstinarse” del empecinado?
La explicación que forjó Cuervo, y refrendó Rosenblat, tiene el tinte romántico de nuestras hurga-aventuras preferidas.
Existe un pueblo en la Provincia de Valladolid (España) llamado Castrillo de Duero, por donde pasa el arroyo Botijas. Los lodazales negruzcos que forma el Botijas han hecho que los habitantes de las comarcas vecinas llamen “empecinados” a los de Castrillo de Duero.
En aquel pueblito, que hoy cuenta con apenas 150 habitantes, nació Juan Martín “El empecinado”, un célebre guerrillero que luchó por la independencia de España durante la dominación francesa por Napoleón, independencia que se inició con la revuelta popular de 1808, de proporciones nacionales.
Juan Martín "el Empecinado"
Las peripecias del Empecinado durante la guerra son absolutamente novelescas. Juan Martín, que terminó ahorcado, se constituyó en el modelo del patriota incansable y obstinado, que muere con las botas puestas, y su fama cruzó el océano. De allí que el epíteto “empecinado” fuese adoptado con el sentido que actualmente le damos.
A Corominas esta explicación no lo convence. Que el epíteto se impusiera en América y no en España le parece poco probable históricamente, y semánticamente innecesario, ya que encuentra que en alemán auf etwas erpichen (derivado de pech, pez) significa “encapricharse, obstinarse”.
Puestos a opinar, a mí no me convence que Corominas tenga que atravesar las tierras de las lenguas romances y llegar hasta Alemania para encontrar un ejemplo propicio, y la teoría de Cuervo parece sostenerse bien cuando uno examina textos como Historia crítica de la revolución española, de Joaquín Costa, de 1875.
El Empecinado personifica a los guerrilleros, a los cuales llamaban empecinados los franceses, y en general al pueblo armado que cuando contestaba o en los sitios a los franceses desechando sus proposiciones decía: nosotros somos todos empecinados. Y decir a uno que era muy empecinado, era significar que era muy patriota y meritorio por sus servicios de la nación. Pues bien, Argüelles puede decirse que fue el padre de la Constitución de 1812, el Empecinado su brazo armado, el primero & (V. su libro sobre la Constitución) el segundo declaró, no bien había sido promulgada, que desde entonces combatía por la independencia y por la Constitución liberal, y que no admitía en sus filas al que no estuviese dispuesto a hacer otro tanto.

Los primeros testimonios escritos de empecinado en América aparecen todos en contextos de ardor patriótico y resistencia contra un adversario político (y son todos posteriores al guerrillero Juan Martín). En una carta de 1822, Santander le escribe a Bolívar contra la idea de pasar un ejército patriota por la región de Pasto, que era hostil,
porque siempre será destruido por los pueblos, empecinados, un poco aguerridos y siempre, siempre victoriosos.

José Mármol, en su novela Amalia, de 1851 califica así el compromiso de cada militar con su facción:
Teniente Coronel don Prudencio Torres, fue unitario empecinado y después federal y últimamente lomo negro.
Teniente Coronel don Juan José Olleros, lomo negro empecinado, está reformado

Y Benjamín Vicuña Mackenna, en La campaña de Lima, 1881:
El prefecto González Orbegoso había, en efecto, organizado desde su ingreso al mando algunas pequeñas columnas de infantería, traídas de la costa y de los valles, porque el vecindario de Arequipa, valiente y empecinado para defender su egoísmo, se mostraba ahora sórdido de su sangre propia y su tesoro como ofrenda común de la patria. Por esto había hecho desartillar a Mollendo, y conducido sus gruesos cañones a sus propios muros.

En vista de los testimonios y la evolución del término, sigue siendo muy plausible la referencia al famoso Empecinado. Así fue que Juan Martín ha quedado atrapado dentro del lenguaje, merced a ese raro favor que de tanto en tanto éste les concede a determinados personajes que gozaron de sus quince minutos de gloria. Lo mismo pasó con la palabra chambergo, con fucsia, y con muchas otras. Nosotros hemos olvidado a Martín, a Fuchs, y a Schomberg, pero nuestras palabras les tributan un último homenaje.
-

martes, 17 de marzo de 2009

Mi leal saber y entender

Recuerdo haber invertido muchas horas de mi niñez (y mi larga adolescencia) en escribir ficción, tratando de convertirme en buen narrador. A los nueve años escribí mi primera "novela", y con un tesón digno de mejor causa cometí otras cinco antes de los dieciséis. La última de ellas fue un verdadero éxito escolar y familiar: todo el mundo me la ponderaba, y ya se me ponía en las nubes como escritor, de modo que mi padre se mostró interesado y decidió leerla. Ese domingo, mientras lo ayudaba con el asado, me dijo, para mi completo asombro: "Leí tu novela. Es espantosa. Es la cosa peor escrita que vi en mi vida".
Y tenía razón.
Entre los muchos errores que me ha costado eliminar desde aquella época hay uno que está siempre al acecho y levanta su horrible cabeza cada vez que me distraigo: la tendencia a acumular innecesariamente cuasi-sinónimos. Por ejemplo, de haber llevado un diario, seguramente aquel domingo habría escrito: "Quedé triste y apesadumbrado".

Este verano disfruté como un niño de la lectura del David Copperfield de Dickens, novela extraordinaria y un poco amorfa como suelen ser las de Dickens, con peripecias que son excusas para conocer nuevos y memorables personajes. Y en el capítulo 52 tuve ocasión de recordar mi tendencia a la repetición de conceptos. El inefable señor Micawber lee en voz alta esta acusación pública contra Uriah Heep:

-[...]En varias ocasiones, y según mi leal saber, entender, y creer... Heep ha falsificado sistemáticamente en varios asientos, libros y documentos la firma del señor W.; concretamente, en un caso que yo puedo probar. Es decir, de la siguiente manera...
También ahora el señor Micawber saboreaba aquel amontonamiento de frases que, por muy cómico que resultase en esta ocasión, debo hacer constar que no se trataba de una característica exclusiva suya. En el transcurso de mi vida he tenido ocasión de observar lo mismo en muchos hombres. Más aún, creo que se trata de una costumbre general. Por ejemplo, en el acto de prestar juramentos legales, los declarantes disfrutan con verdadero deleite de acumular muchas palabras sucesivas que expresan una misma idea; como cuando dicen que detestan, abominan y abjuran, etcétera; y los antiguos anatemas se redactaban en base a ese mismo principio. Hablamos de la tiranía de las palabras, pero también gustamos nosotros de tiranizarlas a ellas; nos encanta disponer de un enorme repertorio de palabras superfluas listas para ser usadas en las grandes ocasiones. Pensamos que lucen importantes y suenan bien. De igual manera que nos tiene sin cuidado el significado de nuestras insignias en las ceremonias de gala, con tal que sean muchas y lujosas, consideramos secundario el significado y la necesidad de las palabras, con tal que podamos exhibirlas en un gran desfile. Y de la misma manera que ciertos particulares se meten en dificultades por exhibir insignias demasiado ostentosas, y que cuando los esclavos son demasiado numerosos se insurreccionan contra sus amos, yo creo que podría citar a una nación que más de una vez se ha visto en dificultades grandísimas, y se meterá en otras todavía mayores, por empeñarse en sostener un séquito demasiado grande de vocablos.
Ahora que lo pienso, podemos considerar a este recurso de la repetición de conceptos como el tercer capítulo de nuestro curso hurgapalabrístico Cómo darnos importancia con el lenguaje y simular inteligencia, curso que inauguramos con la lección uno: Concientización, y continuamos con la lección dos: Petulant Expostulations. El curso enfatiza, pone de relieve y remarca la importancia, trascendencia y valor de los vocablos, palabras y términos que usamos, empleamos y manejamos. A los asistentes se les dará un certificado, un título, y un diploma. Uno.
__

Actualización (18/3/2009): el lector Anónimo nos hace llegar este mensaje de audio:

jueves, 12 de marzo de 2009

Rencor, paraguas cerebral

En el curso de cierto proyecto que se está promocionando con bombo y platillo en este preciso instante, di hace poco contra uno de esos escollos que se llevan la mayor parte del tiempo dedicado a cualquier traducción. Se trata de la misteriosa frase I'm doing berrain work que dice Charteris, estudiante de colegio secundario, a su compañero MacArthur, que viene a interrumpirlo en la ímproba tarea de escribir un artículo subversivo sobre los profesores y sus costumbres.

Esta palabreja berrain seguramente ha dejado a oscuras a muchos lectores. Un investigador de la talla de Reggie de http://www.blandings.org.uk/ sólo pudo decir: "no trace of this word. It might be a very local piece of school slang"; y una búsqueda en Google sólo da un difícil apellido vasco toponímico ("Der. de Berra, Berro, con el suf. loc. -ain, sitio de" según el Diccionario Onomástico y Heráldico Vasco de Jaime de Querexeta), pero la inmensa mayoría de apariciones en la web se refiere sólo a una mala lectura por terrain, o (simplemente) a ese mismo pasaje del humorista inglés P.G. Wodehouse.

Antes de seguir adelante con la dilucidación, deténgase el lector a pensar: ¿qué le sugiere "hacer trabajo berrain"? ¿Es algún equivalente de "trabajar como un esclavo", "como una mula", etc.? ¿O se refiere a tareas delicadas?

La respuesta me la dio un hombrecillo llamado Google, pero sin querer.

(Los escritores de novelas de misterio ya no saben cómo retorcer el viejo principio de que el mejor escondite es aquel donde el objeto se coloca a la vista de todos. Por eso es que no voy a lograr una narración entretenida del hallazgo; sólo alegaré en su defensa que es un caso de la vida real.)

A saber: si se introduce berrain work en Google se obtienen unos pocos centenares de resultados, que uno lee con atención: el primero es una sigla, el segundo habla de un chef famoso de ese apellido y sus obras, etc. Pero existe un renglón que quienes tenemos demasiada confianza en nuestra capacidad para manejar el teclado y la ortografía conjuntamente tendemos a pasar por alto: el famoso "Quizás quiso decir", donde Google sugiere que tal vez hayamos escrito mal nuestra búsqueda. Allí dice (grande como la vida):

¡Ajá! ¿Es posible que Wodehouse haya querido decir brain work, o sea, que Charteris esté haciendo un trabajo del cerebro? Tiene sentido: el joven está escribiendo un artículo periodístico, labor intelectual, mientras que MacArthur quiere llevarlo a hacer ejercicio físico. (1)

En ese momento este traductor recordó que varias páginas antes se había enfrentado con un caso similar pero más sencillo, y que sólo por descuido no había relacionado las dos frases: cuando Charteris explica su resentimiento contra el director del colegio, cuya vida está tratando de tornar imposible, dice: I have a gerrudge against the person. Beneath my ban that mystic man shall suffer, coûte que coûte, Matilda ("Me mueve un profundo rencor contra ese individuo. Bajo mi maldición aquel místico ha de sufrir, coûte que coûte, Matilda" – siendo esto último una cita de W.S. Gilbert, porque Charteris es una persona de amplia cultura). Recuerdo que no me costó adivinar que tras este gerrudge se escondía grudge "rencor"; pero alguna oscura razón (no del todo desligada, quizás, del hecho de haber sido alimentado con carne durante mi infancia) me impidió dar el paso siguiente, y así fue que anduve varios días dando vueltas a la frase. Me consuelo pensando que no fui el único.

Pero Google no termina de estar en lo cierto. Charteris podría responder al hombrecito: "Lamento desilusionarte, amigo de mi juventud, pero no quise decir brain work, sino berrain work, así como antes había dicho gerrudge y no grudge. Te deseo mejor suerte para la próxima". ¿Por qué? Porque a Charteris, además de introducir citas estrafalarias y adoptar poses trágicas, le gusta imitar ciertos acentos dialectales ingleses, especialmente en su diálogo con MacArthur ("el Bebé", como lo llaman en el colegio), cuyo apellido indica procedencia escocesa; en otro cuento, "El Bebé y el Dragón", Charteris le dice I ken it weel, ma braw Hielander.

El fenómeno fonético que usa en las dos palabras gerrudge y berrain tiene un nombre general, "epéntesis", o sea, la inserción de sonidos en el medio de palabras. Es lo que hace que en castellano digamos, por ejemplo, "tronar" allí donde los romanos decían tonare: esa "r" entrometida es bien efectiva como imitación del sonido del trueno, ¿no? (aunque seguimos diciendo "tonante"). Pero también tiene un nombre particular, "anaptixis", el añadido de vocales para facilitar la pronunciación, tema que Eleder desarrolló deliciosamente hace un tiempo con su historia de las desventuras de Keleto. "Anaptixis" se aplica a veces al desarrollo vocálico de las consonantes líquidas (l y r), sobre todo cuando se hallan en función vocálica, o (como en los ejemplos de Wodehouse) siguiendo a otra consonante en grupos como gr y br.

Antes de seguir, aclaremos cuál es el sonido que se está introduciendo: la aparición de la e y la duplicación de la r sólo indican que en medio del grupo consonántico ha aparecido una schwa, ese sonido extremadamente relajado y débil que caracteriza a muchas de las vocales inglesas átonas. Si el lector tiene suerte, verá a continuación el símbolo con que los fonetistas suelen representar el sonido: ə (una especie de "e" invertida, aclaramos para los no elegidos). En definitiva, la palabra inicial se pronuncia "bəréin". (2)

Los casos similares no son fáciles de hallar sobre el papel o el monitor, salvo que el escritor esté imitando deliberadamente esta pronunciación. En Wodehouse, hurgando un rato, podemos hallar fillum (en A Damsel in Distress, cap. 3), que no es otra cosa que un film donde la schwa se ha introducido en el incómodo grupo lm (es decir, se pronuncia "fíləm"). Es un caso tan extendido que no resulta tan raro verlo por escrito, según se puede apreciar (otra vez) en Google.

Pasemos un momento a ver cómo funcionó esta anaptixis en algún momento de la historia de las lenguas hispánicas. Nadie mejor que R. Menéndez Pidal para decirlo con humor, hablando de un obispo leonés del siglo X:

Ilderedo articularía redichamente, como esos predicadores retóricos de hoy, que dan énfasis a su lenguaje deslizando un breve soplo vocálico en los grupos de consonantes, "Amados heremanos míos de mi álama"...; o como esos malos actores que recitan el Tenorio:

no es veredad, ángel de amorrr,
que en esta aparatada orilla...

Hoy a nadie se le ocurriría escribir semejante vocal, pero en el siglo X, y en León especialmente, se pronunciaba tanto, que hasta se escribía eguelesia por eglesia, yélemo por yelmo, e Ilderedo era de los que escribían en sus cartas: "peropia nostra voluntate, vendemus tibe Salvatore et uxore tua Peraciosa terras nostras peropias, juxta felumen Torio in loco peredicto".

(Tomado de su prólogo al libro de Sánchez-Badajoz que citamos la otra vez; también aparece al final de ediciones de El idioma español en sus primeros tiempos. Las palabras latinas "redichas" de la última frase son, por si hace falta aclararlo: propia, Praciosa, propias, flumen, predicto). (3)

En un libro muy interesante sobre una variedad dialectal del inglés (The Dialect of Leeds and its Neighbourhood, Illustrated by Conversations and Tales of Common Life, etc., Londres 1862) se encuentran algunos (pocos) ejemplos. Transcribo un fragmento que contiene uno, para que el lector curioso juegue a detectarlo:

Theophilus dressed râayther perculiar now; soa perculiar now 'at if yuh hedn't a' knawan he wur church-warden, yer'd 'a' thowt he wur a Quaaker. He ware a coit wi'art a collar, a Dundee-grey hat, t' regerlâation pattron, pepper an' salt trowsers, low shoes, teed wi' black ribbin, white stockings, a pair o' black cotton gloves, an' a black silk neck-henkutcher, an' he awalus carried an umberella, wi' him, an' napt fowks shins wi't as he went along.

Efectivamente, oh lector curioso, acertaste: umberella no es sino umbrella ("quitasol o paraguas") con la consabida schwa rompiendo el grupo consonántico.

La palabra umbrella misma tiene una curiosa tradición en esto de la aparición y desaparición de sonidos en el medio. Su primera fuente segura es el latín umbra "sombra", sobre cuyo origen entiendo que no hay acuerdo (se le han propuesto raíces indoeuropeas tan disímiles como *andho- y *wekeros). Esta palabra tuvo un diminutivo umbella (tal vez habiendo pasado por algo así como *umberula, pero no sabemos si la e apareció, o si es original y es umbra quien la ha perdido), con el significado de "quitasol"; literalmente, era una "sombrita" que uno podía llevarse de aquí para allá, a sitios donde la naturaleza o el hombre no habían tenido la delicadeza de colocar un árbol o un techo que lo protegiera del sol. "Umbela" es un término que usan hoy los botánicos para ciertos tipos de florescencia con forma, era de suponerse, de quitasol. Toda una familia de plantas ha recibido de ahí su nombre: las Umbelíferas.

Angelica silvestris Linn., fam. Umbelliferae

Pero he aquí que en algún momento de la Edad Media este umbella adquirió una r, y se transformó en umbrella. ¿De dónde salió? ¡Pues del mismo umbra que le había dado origen! Si la teoría usual es correcta, quienes usaban las umbellas (o al menos la palabra) habían olvidado la formación exacta del diminutivo, y se dijeron: "Este aparato me da umbra, y el nombre es parecido, pero ¿por qué no se llama umbrella, con la r donde corresponde? Nada, seguro que umbrella es la palabra correcta, y yo la he estado pronunciando mal", o algo por el estilo. De donde resultaría que umbrella tiene la misma r dos veces: una es el añadido de que acabamos de hablar, y la otra es la primera l, presuntamente asimilada al desaparecer la vocal intermedia en aquel *umberula que aventuramos hace un rato.

La anaptixis en inglés no atacó con la regularidad que (según la nota de Eleder) parece haber tenido en euskera. Ya vimos que fillum está bastante extendido, pero no así berrain. Umberella, por su parte, tiene cierta tradición. La aparición más temprana que hallo es de 1774, en una carta de Philip Vickers Fithian: "We went on board: The Sun beamed down upon us, but we had each an Umberella". Y la más reciente está...

Sí, llega el momento que los lectores habituales de este espacio han estado esperando con sentimientos dispares. Porque el uso de que voy a hablar es el que hace J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos (6:VIII:174-81):

‘That’s right!’ put in Young Tom. ‘Why, they even took Pimple’s old ma, that Lobelia, and he was fond of her, if no one else was. Some of the Hobbiton folk, they saw it. She comes down the lane with her old umberella. Some of the ruffians were going up with a big cart.
‘“Where be you a-going?” says she.
‘“To Bag End,” says they.
‘“What for?” says she.
‘“To put up some sheds for Sharkey,” says they.
‘“Who said you could?” says she.
‘“Sharkey,” says they. “So get out o’ the road, old hagling!”
‘“I’ll give you Sharkey, you dirty thieving ruffians!” says she, and ups with her umberella and goes for the leader, near twice her size. So they took her. Dragged her off to the Lockholes, at her age too. They’ve took others we miss more, but there’s no denying she showed more spirit than most.’

–¡Claro que sí! –interrumpió Tom el Joven–. Si hasta a la propia madre del Granujo se la llevaron, a esa vieja Lobelia, y aunque nadie la podía ver ni en pintura, él al menos la quería. Alguna gente de Hobbiton estaba allí y vio lo que pasó. Ella viene bajando por el camino con su viejo paraguas. Unos cuantos bandidos van en sentido contrario con un carro.
»“¿Se puede saber a dónde van?”, ella dice.
»“A Bolsón Cerrado”, ellos dicen.
»“¿A hacer qué?”, ella dice.
»“A construir barracones para Zarquino”, ellos dicen.
»“¿Con el permiso de quién?”, ella dice.
»“De Zarquino”, ellos dicen. “¡Así que quítate del medio, vieja bruja!”
»“¡Zarquino les voy a dar yo, ladrones sucios, rufianes!”, ella dice, y arriba con el paraguas contra el jefe, casi el doble de altura. Y se la llevaron. A la rastra hasta las Celdas, y a su edad. Se han llevado a otros a quienes en verdad echamos de menos, claro, pero no es posible negarlo: ella mostró más coraje que muchos.

Tom el Joven, hijo del Granjero Coto, habla la lengua rural que caracteriza a los hobbits de su clase y que Tolkien tanto apreciaba; no es difícil hallar otras muestras de ello en el pasaje citado (4). Y con él cerramos (casi) este recorrido.

Casi, porque el lector todavía debe hacerme el favor de estar preguntándose "¿Y cuál era el proyecto que se está lanzando en este mismo instante?". Gracias, oh lector atento. Ese proyecto no es otro que la fundación de la Sociedad de Fomento Los Zánganos, con la participación de los miembros de este blog y la del ínclito Hernán; una sociedad dedicada sobre todo a la traducción y publicación online de textos de P.G. Wodehouse que han entrado en el dominio público, varios de ellos no disponibles en nuestro idioma con anterioridad. Todos los casos citados en este artículo provienen de trabajos ya publicados o en vías de serlo: los cuentos "Las maniobras de Charteris" y "El Bebé y el Dragón", que provienen de la colección Cuentos de St. Austin's, y la novela Una damisela en apuros se cuentan entre las estrellas presentes en la inauguración.

Y para festejar este acontecimiento, nada mejor que invitar a Dizzie Gillespie y Louis Armstrong para deleitarnos con su interpretación de "Umberella Man", de Flanagan y Allen (algunos escriben el título como "Umbrella Man", pero préstese atención a la anaptixis):

Toodle-uma-luma-luma
Toodle-uma-luma-luma
Toodle-aye-ay
Any umberellas, any umberellas to mend today?

Bring your parasol
It may be small, it may be big
He repairs them all
With what you call a thingamajig

Pitter patter patter, pitter patter patter
It looks like rain
Let it pitter patter, let it pitter patter
Don't mind the rain

He'll mend your umbrellas
And then go on his way, singing
Toodle-uma-luma-luma-toodle-ay
Toodle-uma-luma-luma-toodle-ay
Any umberellas to mend today?

----

(1) En realidad, más tarde descubrí que ya alguien había tenido la iluminación; pero no quería arruinar la historia del hombrecito llamado Google, y el principio se mantiene.

(2) Por su parte, gerrudge tiene una pronunciación más o menos similar a la de garage, y de hecho aparece algunas veces representando una pronunciación popular de este galicismo.

(3) Los radioescuchas de Córdoba, Argentina, recordarán quizás a los personajes Teté y Fanny del programa Extraños en la noche diciendo "¡Es veredat!".

(4) "Begging your pardon, Con el perdón de usted: Some Socio-Linguistic Features in The Lord of the Rings in English and Spanish", un interesante artículo de Sandra Bayona sobre el tema en Cormarë Series, discute algunas de las adaptaciones de estos niveles de lengua en la traducción castellana.

lunes, 2 de marzo de 2009

Paila

Yaaaaawn! [bostezo de Bungo desperezándose].
¡Hola, amigos hurgadores! Aquí estamos de vuelta de unas largas vacaciones. En realidad, además de atender a nuestras respectivas vidas, los integrantes de este blog hemos estado atareados durante estos meses de ausencia digital dándole forma y contenido a un proyecto web que muy pronto anunciaremos.

Mientras tanto, dedicaré este artículo a una palabra que encontré leyendo la novela Myriam la conspiradora, de Hugo Wast -un autor argentino cuya curiosa suerte fue la de ser tan famoso y leído en vida como relegado al olvido inmediatamente después.

La palabra en cuestión es paila. La hallé en medio de mi lectura, y aunque el contexto me decía que se trataba de algún implemento de cocina usado por la gente de campo en el Virreinato del Río de la Plata, no me parecía haberla visto antes, ni se me ocurrían pistas etimológicas que pudieran echar luz sobre su significado concreto. ¿Provendría de alguna lengua autóctona como el quichua, el mapuche, o el guaraní, que nos han dado abundantes sustantivos comunes de la vida cotidiana?

No. Era, una vez más, una palabra de rancia estirpe latina. Y al tirar de la soguita, aparecieron un montón de inesperados parientes. Lo curioso es que pailaestá bien viva en toda América, y el hecho de que una persona como yo, más o menos atenta a las palabras, la ignore, nos recuerda que los temas relacionados con el vocabulario son complejos, y no pueden sacarse conclusiones apresuradas a partir de la experiencia de un solo hablante.

Comencemos diciendo que la paila es una vasija grande de metal, redonda y poco profunda. En el centro y norte argentino parece especializarse como "vasija de cobre macizo para cocer dulces caseros, en especial arrope, y hacer hervir mostos para concentrarlos". En el resto de la América hispana parece tener un significado similar. Un hombrecito llamado Google me avisa que hay un restaurant llamado "La paila de la abuela" en Colombia, una empresa de dulces artesanales de nombre "La paila de Crimilda" en Córdoba, y un largo etcétera de pailas.

En España (al menos en Andalucía) paila se usó antiguamente como "hogar con horno de parrilla y caldera grande donde se calienta el agua en los molinos aceiteros", lo cual lo convierte en un cacharro bastante más grande. De buen tamaño debía ser el que refiere Ricardo Palma en una de sus Tradiciones Peruanas, ya que un hombre cabía en él:

Después de media hora de suplicio, Pantaleón estaba casi exánime. La condesa hizo suspender el castigo y volvió a interrogarlo. La víctima no retrocedió en su negativa: y más irritada que antes, la condesa lo amenazó con hacerlo arrojar en una paila de miel hirviendo.
("Crónica de la época del Virrey arzobispo").


Me informa Corominas que el vocablo se anticuó en España, pues lo suprimió la Academia en 1791. En 1884 fue readmitido por reclamo de lexicógrafos americanos. Parece ser que paila había sido tomado del francés antiguo paele, (hoy poêle, "sartén"), que proviene del latín patella, "vasija para cocer, empleada también para fines litúrgicos", que dio por vía directa en español padilla, (que es entonces un duplicado autóctono de paila). Y padilla derivó en el valenciano paella, ese archifamoso plato de arroz hecho en una gran sartén de poca profundidad.


El latín patella era ya un diminutivo de patina, "fuente, cacerola", una palabra que tuvo una derivación curiosa como "capa que forma la humedad sobre los objetos de bronce". Dos variantes latinas de patina eran patera y patena. La primera palabra se sigue usando en arqueología, y la segunda en el vocabulario de la Iglesia, para referirse al plato que cubre el cáliz y sirve para sostener la hostia durante el ritual eucarístico.



En el italiano actual , sartén se dice padella, y en inglés, pan, que es probablemente hija del latín medieval patna = patina. La palabra tuvo otra metamorfosis interesante en la lengua de Shakespeare: se transformó en paddle, la palabra para designar instrumentos con forma de sartén, como las paletas, los remos, y las palmetas (de sacudir ropa y castigar alumnos revoltosos).


¡Todo eso había escondido en paila, y yo no lo había visto! Tampoco lo sabrán las cariñosas abuelas que cocinarán a estas horas algún aromático dulce en aldeas perdidas de nuestra tierra, repitiendo rituales y pronunciando palabras que atraviesan la historia y los continentes.