martes, 24 de agosto de 2010

"...y esto solo no se acaba"

-¿Cómo se asimila ese texto?

-El teatro en verso propone una forma que es artificial: nadie habla en verso. Son largos poemas, es una obra compleja, muy oscura, tiene pasajes complicados. Sabemos que hay tramos enteros donde es imposible que el público rescate la cantidad de imágenes que tienen los poemas. El objetivo como actores es alcanzar un gran entendimiento de la idea y de la acción que está implícita en lo que se está diciendo. Como actriz, tengo que tener muy claro adónde va la obra, cómo empieza y cómo la termino, para que el público llegue con uno y no quede todo en una vorágine de lindas palabras, sino que tenga una potencia. Actuar es apropiarse de las palabras. En esta obra, si no se entiende lo que el actor dice no hay personaje: hay que decir y decirlo bien. Como está todo puesto en la palabra, si yo vivo lo que estoy haciendo claramente, ya no necesito subrayar nada, es hacerme cargo de esas palabras. Tener amor por la palabra, por su belleza y su fuerza. No hay que rellenar, porque más no puede tener la estructura del texto.

Dice la actriz Muriel Santa Ana, acerca de su participación en la puesta de La vida es sueño de Calderón de la Barca, dirigida por Calixto Bieito y actualmente en el Teatro San Martín de Buenos Aires. No puedo evitar sentir que nos está contando algo del secreto para haber logrado una Rosaura tan excelente. Podría hablar largamente (tengo testigos) de las virtudes de su interpretación, pero en atención a la paciencia del lector lo dejo simplemente con el texto:

Yo, viendo que tú, ¡oh valiente
Segismundo!, a quien hoy toca
la venganza, pues el cielo
quiere que la cárcel rompas
desa rústica prisión,
donde ha sido tu persona
al sentimiento una fiera,
al sufrimiento una roca,
las armas contra tu patria
y contra tu padre tomas,
vengo a ayudarte, mezclando
entre las galas costosas
de Dïana, los arneses
de Palas, vistiendo agora
ya la tela y ya el acero,
que entrambos juntos me adornan.
Ea, pues, fuerte caudillo,
a los dos juntos importa
impedir y deshacer
estas concertadas bodas;
a mí porque no se case
el que mi esposo se nombra,
y a ti porque, estando juntos
sus dos estados, no pongan
con más poder y más fuerza
en duda nuestra vitoria.
Mujer, vengo a persuadirte
el remedio de mi honra,
y varón, vengo a alentarte
a que cobres tu corona.
Mujer, vengo a enternecerte
cuando a tus plantas me ponga,
y varón, vengo a servirte
cuando a tus gentes socorra.
Mujer, vengo a que me valgas
en mi agravio y mi congoja,
y varón, vengo a valerte
con mi acero y mi persona.
Y así piensa que si hoy
como a mujer me enamoras,
como varón te daré
la muerte en defensa honrosa
de mi honor; porque he de ser,
en su conquista, amorosa,
mujer para darte quejas,
varón para ganar honras.


Actualización mayo 2011: Muriel Santa Ana grabó su monólogo aquí. No es igual sin el vestido, el maquillaje y los movimientos sobre la escena, sin el grito "¡Astolfooo!", pero igualmente emociona.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Gostir (nombre de dragón)

Uno podría pasarse la vida estudiando las Etimologías de Isidoro de Sevilla, pero podría sucederle lo que a W.M. Lindsay, su editor, quien al parecer dijo que "el entusiasmo de un editor pronto se enfría, al comprobar que el libro de Isidoro es en realidad un mosaico de trozos tomados de otros escritores, sacros y profanos, y a menudo son sus ipsa verba sin modificación alguna" (cito de Wikipedia - el entusiasmo no me alcanzó como para ir a Lindsay siquiera). Pero uno también podría dedicarse a leer las Etimologías de Tolkien (en El Camino Perdido, Minotauro 1999), sin temor al desengaño. Hay una parva de escritos lingüísticos de Tolkien que va editándose de a poco, año tras año, y ya casi sobrepasa lo que un solo individuo puede abarcar en un tiempo razonable; pero aun si tuviéramos sólo las Etimologías (o, como suelen decir afectuosamente los estudiosos, Etym) no se quedaría el mundo sin material para llenar muchas horas de estudio y reflexión, ni nos faltaría oportunidad para llenar momentos de puro goce gramatical.

Etym es una larga lista de raíces élficas con algunos de sus derivados en las lenguas de Arda expuestos más o menos sistemáticamente, compuesta durante los años 30 y con varios añadidos posteriores (estos últimos generalmente relacionados con la composición de El Señor de los Anillos). Fue uno de los varios intentos que hizo Tolkien a lo largo de su vida de organizar el extenso vocabulario de sus lenguas inventadas. Históricamente, tiene interés además porque fue el primer escrito de este tipo que se publicó más o menos completo, y revolucionó el campo de estudio, dando a quienes se interesan por el tema el primer vistazo más o menos abarcativo de la creación lingüística en un período determinado.

Pero Tolkien rara vez pudo limitarse a un simple "intento de organizar" ningún aspecto de su creación. Por el contrario, el solo hecho de sentarse con papel y lápiz en la mano era un aliciente para la creación, y lo que en un momento parece transcripción o copia en limpio de ideas preexistentes se transforma ante nuestros ojos en el instante misterioso en que surgen conceptos nuevos, se abandonan ideas viejas (a veces muy antiguas y bien establecidas) y se exploran nuevas posibilidades: lo que su hijo Christopher llamó con tanto acierto "pensar con la pluma".

De lo que quería hablar hoy es de una palabra, una sola palabra con su glosa, que no he hallado en otro sitio de los escritos de Tolkien ni puede relacionarse directamente con ningún elemento de la mitología que acompaña a estas lenguas. Se trata del nombre noldorin Gostir, glosado como "'mirada de terror' (nombre de dragón)", que aparece bajo THÊ- "mirar / parecer" y GOS-, GOTH- "miedo".

¿Hubo en la Tierra Media un dragón llamado Gostir? Uno más o menos conoce los cinco dragones con nombre en las historias de Tolkien: Glaurung, Ancalagon, Smaug, Scatha y el pobre Crisófilax. Se mencionan otros (los que atacan Gondolin y los de la Guerra de la Ira, los del Brezal Marchito, el del poema "El Tesoro", etc.), pero no tienen nombre. Este Gostir podría ser cualquiera de ellos, o algún otro: como decía, no he hallado otra mención de este u otro nombre parecido, habiendo buscado en todos los rincones a mi alcance.

No es raro, al leer los documentos puramente lingüísticos de Tolkien, topar con elementos de índole mitológica o narrativa de los que hay poco o ningún rastro en los textos propiamente dichos. Los dragones de Etym son un caso típico: se mencionan allí, bajo la raíz LOK-, los nombres de varias especies como angulóke (nombre general), rámalóke "dragón alado", urulóke "dragón de fuego", fealóke "dragón de chispa" y lingwilóke "dragón pez, serpiente marina", sin que sepamos qué papel juegan las serpientes marinas en Arda, o qué diferencia a un dragón de fuego de un dragón de chispa.

En cambio, si de nombres se trata, Gostir sólo tiene un paralelo en Lhamthanc "lengua bifurcada (nombre de serpiente)" s.v. STAK-. Gostir podría ser un individuo de cualquiera de aquellas especies o de otra desconocida, puede haber vivido en cualquier momento de la Primera Edad, pudo ser sólo legendario (¿?), grande o chico, malo o muy malo. En principio sólo adivinamos que se lo conoció por su mirada particularmente terrorífica. ¿Y es simplemente que a Tolkien se le ocurrió que debería haber algún dragón llamado así, lo anotó al componer Etym, y luego lo olvidó o perdió interés por él? ¿O es (como se ha sugerido) un nombre alternativo de Glaurung? ¿O existió alguna historia relacionada con Gostir, que no ha sobrevivido o no se ha publicado?

Todo puede ser, pero hay otra razón probable para que le viniera a la mente en ese momento un dragón de nombre Gostir. Es una razón lingüística (o no estaría en este blog), aunque también mitológica. Y es que para un dragón hay pocos nombres más adecuados que "mirada de terror".

Porque parece muy probable que la misma palabra dragón signifique algo así como "mirada terrible". Sus formas modernas proceden del latín draco, préstamo a su vez del griego drákwn, que se refiere en general a cualquier serpiente, y que tradicionalmente se relaciona con el verbo dérkomai (inf. aor. drakeîn). Este verbo, básicamente, significa "mirar", pero muchas veces "mirar fijamente" y a veces debe entenderse como "tener mirada aguda", y también "destellar" (aplicado a la luz, o a un brillo en los ojos); a menudo es "mirar de cierto modo" (especialmente maligno).

Se supone que es una designación tabú, es decir, creada para evitar nombrar al animal directamente. La lengua está plagada de nombres de ese tipo, muchos de ellos para animales dañinos o peligrosos que pasan a llamarse por algún epíteto. A. Meillet, en Quelques Hypothèses sur des Interdictions de Vocabulaire dans les Langues Indo-européennes (Chartres 1906) estudió algunos términos de animales que caen dentro de esta categoría, como el oso, el ratón o la serpiente. El de esta última, nos explica el lingüista francés, es uno de los casos más comunes de nombres tabú, y se constata por la amplia abundancia de nombres locales dentro del grupo indoeuropeo - se entiende que cada comunidad necesitó reemplazar el nombre de la alimaña una y otra vez por otro menos nocivo. Los epítetos que encuentra más comúnmente aplicados a ella son "rampant", "terrestre", "qui va sur le ventre", "vert", "répugnant", "nu".

Todos alguna vez (o al menos yo) hemos oído o usado denominaciones como "la bicha" o "la que se arrastra" (que, dicho sea de paso, es lo que significa "serpiente"), con las que se evadía el daño que pudiese ocasionar el nombre correcto; y ahora leo en la web que esta superstición está viva en ámbitos teatrales (1).

¿Y a qué viene lo de la mirada terrible en este caso? Evidentemente, a la creencia muy extendida y muy antigua de que una serpiente hipnotiza a su víctima para comérsela. No hace falta buscar muy hondo para ilustrarla:

Nos dicen los que saben que esta creencia es falsa: que la impresión de que la serpiente paraliza con la fijeza de su mirada se debe simplemente a que, careciendo de párpados, los ojos del ofidio aparentan estar clavados, ejerciendo un poder extraño; y que la inmobilidad de la víctima (un ratón, por ejemplo) normalmente es sólo el recurso extremo de tratar de pasar desapercibido. Será así, nomás.

El registro más antiguo que conozco de la relación etimológica entre drákwn y dérkomai es Porfirio, De abstinentia III.8.10-5, donde se refiere a la agudeza de mirada:

Con respecto a los sentidos, los animales nos sobrepasan en gran medida; pues ¿qué hombre (no siendo el mítico Linceo) puede ver como un dragón? De donde los poetas llaman drakeîn al ver; y al águila, "aun estando a gran altura, no se le oculta la liebre". [Esto último es cita de Ilíada XVII.676.]

Pero uno puede rastraerla en la propia Ilíada, donde se describe así a Héctor esperando a Aquiles (XXII.92, en versión de Gómez Hermosilla):

Como el fiero dragón que de venenos
se alimentó mortales firme espera
al hombre que le sigue, y no se oculta
en su guarida; que en ardiente saña
enfurecido está, y a todas partes
vuelve y revuelve los terribles ojos,
y enroscado, en la boca de la cueva
la acometida aguarda.

Pero no llamaríamos tanto la atención sobre esta cuestión de la "mirada terrible" si Tolkien mismo no hubiera insistido en ese punto al elaborar sus gusanos. Su Glaurung podrá ser enorme, poderoso, devastador, casi impenetrable a las armas, pero cuando más daño hizo a Elfos y Hombres no se valió de ninguno de estos atributos sino sólo del poder maligno de su mirada. Túrin y Nienor caen bajo su hechizo, con consecuencias desastrosas. Véase el encuentro con la segunda en la Narn i Chîn Húrin (CI:155-6):

Allí, delante de ella, se alzaba la gran cabeza de Glaurung, que había trepado al mismo tiempo por el otro lado; y antes de darse cuenta sus ojos miraron los del Gusano, y eran ojos terribles en los que moraba el fiero espíritu de Morgoth, su amo. Entonces Nienor luchó contra Glaurung, pues era de voluntad firme, pero él dirigió sus poderes contra ella. –¿Qué buscas aquí? –preguntó.

Y obligada a responder, ella contestó: –Busco a un tal Túrin que vivió aquí un tiempo. Pero está muerto, quizá.

–No lo sé –dijo Glaurung–. Quedó aquí para defender a las mujeres y a los débiles; pero cuando yo llegué, él desertó y huyó. Jactancioso, aunque cobarde, según parece. ¿Por qué buscas a alguien de esa especie?

–Mientes –dijo Nienor–. Los hijos de Húrin no son cobardes. No te tememos.

Entonces Glaurung rió, porque así se reveló la hija de Húrin a su malicia. –Entonces sois tontos tú y tu hermano –dijo–. Y tu jactancia será vana. Porque ¡yo soy Glaurung!

Entonces atrajo la mirada de ella a la suya, y la voluntad de Nienor desmayó. Y le pareció que el sol enfermaba, y que todo se hacía opaco en torno; y lentamente una gran oscuridad fue rodeándola, y en esa oscuridad se abría el vacío; no supo nada, y no oyó nada, y no recordaba nada.

Otro dragón a quien vemos de cerca es Smaug, en El Hobbit. También él tiene, por supuesto, "ojos terroríficos" (XII:22). Bilbo nunca es atrapado por la mirada terrible, pero Tolkien insiste en el destello fatídico de esos ojos: cuando Bilbo baja por segunda vez a su guarida,

estaba a punto de dar un paso hacia el salón cuando alcanzó a ver un repentino rayo rojo, débil y penetrante, que venía de la caída ceja izquierda de Smaug. ¡Sólo se hacía el dormido![XII:44]
Cada vez que el ojo errante de Smaug, que lo buscaba en las sombras, relampagueaba atravesándolo, se estremecía de pies a cabeza, y sentía el inexplicable deseo de echar a correr y mostrarse tal cual era, y decir toda la verdad a Smaug. En realidad corría el grave peligro de caer bajo el hechizo del dragón. [XII:64]
–¡Venganza! –bufó [Smaug], y la luz de sus ojos iluminó el salón desde el suelo hasta el techo como un relámpago escarlata–. ¡Venganza! [XII:72]

Y entre los dragones que vemos de cerca tenemos por fin a Crisófilax en Egidio, el granjero de Ham. En su encuentro con el granjero entra de modo similar a Glaurung en su primer enfrentamiento con Nienor, que también ha sido arrojada de su caballo encabritado por el terror del Gusano:

Allí estaba el dragón, tumbado, atravesado sobre un seto destrozado, y con la horrible cabeza en medio del sendero. "¡Socorro!", gritó Garm, y dio un bote. La yegua se sentó súbitamente sobre las ancas y Egidio el granjero salió lanzado de espaldas a la cuneta. Cuando levantó la cabeza, allí estaba el dragón, completamente despierto, mirándolo.

Tolkien una vez pronunció una conferencia sobre dragones en el Museo de Historia Natural de Oxford, y allí advirtió que en un encuentro con uno de estos reptiles "el dragón tratará ante todo de captar tu mirada y luego de averiguar tu nombre", cosa que vimos en el caso de Nienor. Se podría esperar que Egidio tomara recaudos contra esto, pero no: primero le revela su nombre y patria, y luego, al intentar recuperar su posición sobre la mula, leemos que "el pobre tonto no lo era tanto como parecía, y no apartó los ojos del dragón ni siquiera mientras intentaba montar".

Allí mismo hubiese terminado la historia, si Crisófilax fuese un dragón como los de antaño. Pero para enfrentar al antihéroe Egidio Tolkien pensó en un antidragón: "Era astuto, inquisitivo, ambicioso y bien armado, aunque no temerario en exceso"; se acobarda a la vista de la espada Tajarrabos, trata de evitar el combate negociando, y por fin es derrotado y humillado por el granjero, el conjunto de los aldeanos y el perro Garm. Del hechizo de la mirada, ni pizca. No nos imaginamos a Glaurung obrando de este modo.

Podríamos seguir buscando rastros de esta capacidad hipnótica en otros dragones de la tradición. Pero lo dejaremos aquí, porque para el nombre Gostir que nos convocaba ya hemos dicho suficiente. Los interesados pueden partir de una nota en The History of the Hobbit (De donde tomamos, dicho sea de paso, el pasaje de la conferencia), página 612, donde J. Rateliff hace un rápido repaso del asunto en Tolkien y en los dragones medievales más conocidos.

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(1) Leo en Menéndez Pidal, "El diccionario ideal" (Estudios de Lingüística, Austral 1961) que un famoso actor solía decir "Nace el arroyo, cual hebra / que entre flores se desata" (en vez de "culebra"), en el primer monólogo de Segismundo en La vida es sueño.

jueves, 29 de abril de 2010

Adivinación, juicio y carcajada

El lenguaje, como todo acto mental humano, en su función normal es parcial, porque no opera más que sobre una parte del ser en la percepción y porque en la elaboración y en la expresión no utiliza la totalidad de los elementos. La inteligencia juzga normalmente por caracteres sueltos sin intuir el complejo de los caracteres del ser. Certera o errónea, la vida entera es una apreciación incompleta dada por completa. Desde el tremento diagnóstico médico, mal dado por un dato insuficiente, al error cotidiano de equivocar las personas y las cosas por un rasgo impresionante, nuestros juicios operan normalmente con datos parciales, porque lo exige así nuestra limitación y la imperiosa prisa de la vida, en que es difícil conjugar la seguridad y la rapidez. La mente humana en la eterna falacia de las cosas y del lenguaje ha de identificarlas por un rasgo que, además, es equívoco. Por un rasgo reconocemos a la persona que pasa, y esa acuidad mental, que puede engañarnos, nos basta generalmente para identificarlas. De una persona hemos visto el perfil o una prenda, o hemos oído el timbre de su voz, y la identificamos. Es una actitud imprudente, porque esta ligereza está en vilo de equivocación; pero no tenemos otra, porque si no bastase esta peligrosa agudeza de reconstitución total y esperásemos a tener datos completos, dejaríamos de enterarnos de casi todo. [...]

Nuestro lenguaje, como nuestra función conceptual, es un juego adivinatorio de personalización por un carácter. Las palabras fueron como adivinanzas vulgarizadas. La vulgarización de las palabras nos pone a todos en el secreto de la idea. El que inventó la voz el abreojos o el abrepuño, discurrió un acertijo, como el de la planta que hace llorar: la cebolla; hasta que aprendimos que el abrojo es tal planta. Así llamaron por un carácter inconfundible y descifrable a los demás seres: el luminoso, o sea Dios; el cornudo, o sea el ciervo; la luciente, o sea la luna; el ojo, o sea el sol. Como el médico rápido (y lo tienen que ser casi todos), que enjuicia bajo la obsesión de unos pocos signos de la enfermedad, el hombre, en el lenguaje, diagnostica por pocas señales en un alarde de agudeza mental, y no hay que decir que en un peligro constante de error. El error del juicio médico es grave, porque puede traer la muerte sin revisión; pero el error del diagnóstico lingüístico puede enmendarlo el juicio común, y, si el error prevalece, puede la aceptación común convertirlo en verdad. No es para inquietar por inquietar el decir que todo nuestro lenguaje es parcial e inexacto, porque para el trato humano nuestro lenguaje tiene un valor suficiente, y lo que falta en el lenguaje lo suple la viveza mental de los que lo usan. Llamar devorador al lobo y colalarga a un pájaro es una sinécdoque cualitativa, porque no es más que un carácter parcial en la totalidad de sus caracteres. Y esa imperfección y parcialidad de nombrar el todo por un detalle se acusa en todas las voces cuya etimología conocemos: el rinoceronte "nariz de cuerno", el pico verde. Esta parcialidad cualitativa ha llamado la atención alguna vez, como al llamar a uno pico de oro o Crisóstomo o manoslargas; pero esta denominación insuficiente, que la hacemos suficiente por una caracterización implícita, es el historial de todas las voces. Por un rasgo se formaron las palabras. En el primer testimonio histórico de formación, que es la Biblia, se hace la identificación latina árida-tierra. Tierra, en efecto, en indoeuropeo, significa "seca", y éste es un solo rasgo. El hombre significa "terreno", que es un solo rasgo de contraposición con los seres celestes.

Tomado de V. García de Diego, Lecciones de lingüística española (Gredos 1960), págs. 182-4 del capítulo "La imprecisión, sino fatal del lenguaje". Por si no se entiende, en el segundo párrafo se refiere al sentido que supuestamente tuvieron las palabras que da como ejemplo, denominando a todo un ser por un solo rasgo: se supone que ciervo, del latín ceruus, originalmente quiso decir "cornudo" (emparentado con palabras como ceruix, cornu, o cerebrum). Y así cada una de ellas es

faint echo and dim picture of the world,
but neither record nor a photograph,
being divination, judgement, and a laugh...

jueves, 22 de abril de 2010

La imaginación de Julio Casares (II)

Erase que se era -y va de cuento- una borrachería, donde un militar de los de cuchara, jactancioso y pinturero, se las daba de machote refiriendo imaginarias proezas ante un improvisado auditorio, sin que nadie le parase los pies ni se atreviese a decir ni pío. Allá se iba con él otro pollastre que presumía de jabato. Era simplemente un caso perdido, sinvergonzón, golfante y tan cagueta y temerón que ni a la de tres hubiera osado enfrentarse con el militar. En el abigarrado grupo allí reunido figuraba una taquimeca chatunga que estaba algo ida o barrenada, por no decir francamente locatis o mochales, juntamente con algunos jóvenes de muy diversa condición: los había retorcidos, malpensados y con las de Caín y, en contraste con estos, se hallaba un muchacho formalote, comprensivo, aunque un tanto finolis y suficiente, es decir, propenso a la pedantería. No faltaba el conocido tipo del primavera, pasmado, despistado o que se hace el longui, ni el del pelmazo, cataplasma y sangregorda. Se completaba la reunión con algún que otro malasombra, malapata, patoso y gafe, y con varios aficionados al trago, que ya traían su correspondiente tablón, trompa o mordaga. Sucedió al fin que el acompañante de una furcia que, por cierto, era una real moza, creyó advertir que un vivales se estaba timando con ella. Se le ahumó el pescado y, tras un intercambio de palabras gruesas, sacó a relucir la herramienta, con lo que todos salieron por pies y... colorín colorado.

La imaginación de Julio Casares es siempre lingüística: son las palabras las que le sugieren la historia, como veíamos en otra ocasión. Entre 1959 y 1963 publicó en el diario ABC breves artículos informativos reseñando la labor de la Real Academia durante esos días sobre el Diccionario, en la preparación de la 19ª edición. En ellos daba a conocer las últimas adiciones y modificaciones de interés, a veces refiriendo las discusiones que habían llevado a los redactores a tomar tal o cual decisión. La razón principal era simple: "Las ediciones [del DRAE], aunque bastante más frecuentes que las del diccionario de la Academia Francesa, dejan pasar de unas a otras diez, quince y aun veinte años, durante los cuales permanecen agazapadas en los ficheros las novedades que el futuro lector del Diccionario sólo conocerá, si a tanto llegan su interés... y su paciencia, cuando compare cada artículo de la nueva edición con los de la edición anterior". El mismo principio rige hoy en día la inclusión anticipada en la versión electrónica del Diccionario de las enmiendas de la próxima edición.

Estos artículos se recopilaron en 1963 en Novedades del Diccionario Académico - La Real Academia trabaja, y aunque tengan cincuenta años no tienen desperdicio sus reflexiones sobre términos que en su momento eran dudosos o recientes y hoy son comunes (o han desaparecido); por no mencionar la gracia que Casares siempre sabe dar a sus artículos, aun a los más abstrusos. El párrafo citado más arriba (págs. 161-2) proviene de esta entrega e introduce, "en rápida sucesión y sin comentario, algunas formaciones pertenecientes al habla familiar". Las palabras del original están marcadas con cursiva; al autor no se le ocurrió linkear cada una con la correspondiente entrada online, pero más allá de los barbarismos la práctica en sí tal vez no le hubiese desagradado.

domingo, 4 de abril de 2010

Botellas y sifones

Una edición crítica del «Quijote»

«Se compran botellas y sifones.»

(Los lectores me perdonarán que traiga a cuento una reciente anécdota, tan trivial como verdadera y, si no me equivoco, significante. Para el ilustre cervantista, cuya es la obra de que voy a tratar, no he menester excusas: demasiado sabe él cuán irresistible es la tentación de intercalar en el más reverente escrito algún dicho gustoso o tal cual breve cuentecillo, a poco que se nos antojen en sazón.)

-¿Cuánto da usted por este montón de botellas? -le preguntaron a un trapero que anunciaba su tráfico con el pregón antes copiado.

-Verá usted -respondió después de examinar atentamente la ringlera de cascos que le ofrecían-. Si fueran sifones, los pagaría bastante bien; pero las botellas, francamente, pesan mucho y dejan poca ganancia.

Un momento después, plantado en la calzada, terciado el saco de arpillera y puesta la mano a modo de bocina, el impúdico traficante daba a los cuatro vientos las notas prolongadas y melodiosas de su cantinela falaz.

¿Por qué curiosa asociación de ideas me representa este trapero a... (el lector puede poner aquí los nombres propios) ciertos escritores del 98? Oidles pregonar: La erudición es nobilísimo y difícil menester, ocupación fructífera, labor meritoria e imprescindible. Sin ella no habría historia literaria, y sería letra muerta una parte no despreciable de nuestro más rico tesoro. ¿Para qué sirve el más agudo ingenio crítico frente a un texto que, por ignorancia de copistas o impresores, desfigura o contradice el pensamiento del autor? ¿Hay algo más ridículo que un comentario trascendental hecho -como hay ejemplos- sobre la torcida interpretación de un pasaje o basado en el desconocimiento de un vocablo? Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido. ¡Paso a los eruditos!

Pero cada vez que se les ofrece una edición crítica, con sus obligadas gramatiquerías, filologías, concordancias y demás cosas cuyo examen «pesa mucho y deja poca ganancia», ya están nuestros traperos literarios desdeñando la mercancía y lamentando uno tras otro: ¡Lástima que no sea una interpretación interna, o una evocación subjetiva, o un comentario psicológico, o una glosa sentimental! ¡Si fueran sifones!...

Cuando Azorín publicó La ruta de Don Quijote, y Unamuno la Vida de Don Quijote y Sancho, y Ortega y Gasset las Meditaciones del Quijote, nadie les exigió, que yo recuerde, la última palabra sobre los duelos y quebrantos, nadie les preguntó por los bancos de Flandes, nadie les pidió que aclarasen uno solo de los puntos obscuros que abundan en la obra inmortal. Si Unamuno puso al fin de su libro, de propina, algunas notas lexicológicas, lo hizo espontáneamente, para demostrarnos que no le llama Dios por ese camino y que es menos arriesgado jugar a las paradojas que razonar una etimología fantástica.

Veamos, en cambio, lo que ocurre con Rodríguez Marín. En primer término, ¿quién negará de buena fe que el actual director de la Biblioteca Nacional representa un positivo valor en nuestras letras? Dejando a un lado otros aspectos de su personalidad y sin salir del único que por ahora nos interesa, hemos de convenir en que, aun cuando el sabio académico no actúa de filólogo científico, ni pretende pasar por tal, es un lexicólogo excelente y un gramático experto y bien orientado que conoce al dedillo y beneficia con acierto cuanto se ha escrito últimamente sobre la materia en España y en el extranjero. Como escritor, se juntan en su estilo el donaire y la amenidad, y, en punto a limpieza de léxico y corrección de forma, es su pluma, entre los que hoy rasguean el castellano, una de las cuatro o seis mejor cortadas. Esto ya es algo ¿verdad?

Después de muchos años de escudriñar, parejamente y con copioso fruto, la lengua de los clásicos y el habla popular, nuestro docto comentarista publicó, entre otros muchos trabajos de mérito, los importantes estudios literarios El Loaysa, Luis Barahona de Soto, Pedro de Espinosa y la magnífica edición crítica de Rinconete y Cortadillo, obras todas premiadas por la Real Academia Española. ¿Cómo no ver aquí un estímulo para más altas empresas y un presagio de su feliz acabamiento? El señor Rodríguez Marín planeó entonces una edición anotada del Quijote. No se proponía alquitarar la significación filosófica de la novela, ni hallar en ella las normas para la regeneración nacional, ni siquiera descubrir en su autor un nuevo aspecto que enriqueciese la pintoresca colección de Cervantes fisiólogo, Cervantes viajero, Cervantes revolucionario, Cervantes teólogo, etcétera, etc.

El designio del Sr. Rodríguez Marín era bastante más humilde: poner en su lugar los puntos y las comas, restablecer la verdadera lección en los pasajes alterados, explicar el sentido de las voces y construcciones caídas en desuso, sacar a luz las figuras históricas o de ficción encubiertas aquí y allá, cumplir, en fin, hasta donde sus fuerzas alcanzasen, aquella parte del programa de Menéndez Pelayo que dice así:

«Luz, más luz es lo que esos libros inmortales requieren; luz que comience por esclarecer los arcanos gramaticales y no deje palabra ni frase sin interpretación segura, y explique la génesis de la obra y aclare todos los rasgos de costumbres, todas las alusiones literarias, toda la vida tan animada y compleja que Cervantes refleja en sus libros.»

Pues bien, ya está aquí la obra. En seis gruesos tomos de esmeradísima impresión, el texto cervantino corre limpio y desembarazado sobre el enorme cúmulo de notas que, al pie de las páginas, esperan humildemente, sin llamadas importunas, al curioso lector que necesite o desee consultarlas. ¿Queréis saber lo que ante este acontecimiento literario han dicho nuestros consabidos censores? Los más han permanecido mudos. Sólo el feriante de viejo, el que hurgando a la ventura en los montones de libros simula una erudición de que carece y descubre mediterráneos en los puestos de Atocha... sólo ese ha dado su opinión, de soslayo, según costumbre, y por cierto con cuatro cuchufletas indignas de su habitual discreción.

Cuando hace tiempo anticipó el Sr. Rodríguez Marín, en la colección de Clásicos castellanos, parte de la labor preparada para la magna edición actual, decía Azorín en A B C: «La labor realizada en las notas no puede ser expedida en cuatro palabras; requiere un examen detenido, especial. Lo haremos otro día.» Ese día aun no ha llegado, que yo sepa, a pesar de que han transcurrido cinco años, y es de temer que no llegue nunca. Porque para atacar al Sr. Rodríguez Marín en su terreno, en la liza donde él emplaza a sus censores, había que demostrar, por ejemplo, que tal explicación era innecesaria, que tal supuesta novedad era ya rancia, que tal doctrina gramatical no era admisible, y había que sustentar opinión propia y discutir la ajena, y oponer a una autoridad otra, y substituir una hipótesis defectuosa por otra mejor asentada... ¿Quién duda de que esa crítica es posible, ni de que sería instructiva y conveniente? ¡Pero es tan cómodo ocultar la incompetencia so capa de un aparente desdén!

Bien a mi pesar, y por exceso de ocupaciones menos gratas, no me ha sido aún posible examinar con el merecido detenimiento toda la labor realizada por el Sr. Rodríguez Marín; pero, a juzgar por los primeros tomos, no me parece aventurado asegurar que la nueva lección supera a todas las anteriores, que más de un punto obscuro ha quedado definitivamente resuelto, que no pocas dificultades de interpretación, rehuídas hasta ahora, se ponen lealmente a discusión, que se aclaran bastantes enigmas literarios, que se estudian por primera vez interesantes fenómenos gramaticales, y que, en suma, la nueva edición del Quijote representa, para la obra capital de nuestra literatura, un paso grande hacia la luz que pedía Menéndez Pelayo.

Bien merece, pues, quien a tan alta empresa consagró quince años de su vida laboriosa, que se le haga justicia y que, junto con el fervor del público, le llegue, respetuoso y sincero, sin distingos hipócritas, el fervoroso aplauso de la crítica.

«Otro día», que, si Dios quiere, no se hará esperar tanto como el «otro día» de Azorín, hablaremos, por vía de ejemplo, de alguna de las anotaciones gramaticales hechas por el erudito comentarista, y trataremos de hacer ver la importancia de los problemas que en ellas se discuten.

(Julio Casares, en Crítica Efímera (Madrid 1918), págs. 99-106.)

Se puede leer una excelente evaluación de la obra cervantina de Francisco Rodríguez Marín aquí, por D. Eisenberg, pero no viene al caso. (Eisenberg, que concuerda con quienes creen a Rodríguez Marín "el mayor cervantista de todos los tiempos", sin embargo no deja de criticar allí donde lo ve justo; y coincide con Casares en negarle el grado de "filólogo".)

Lo que motivó este post fue que, leyendo una reflexión en Arda Reconstructed: The Creation of the Published Silmarillion de Doug Kane (Lehigh U.P., 2009) me vino a la memoria este pasaje: "¿Para qué sirve el más agudo ingenio crítico frente a un texto que, por ignorancia de copistas o impresores, desfigura o contradice el pensamiento del autor? ¿Hay algo más ridículo que un comentario trascendental hecho -como hay ejemplos- sobre la torcida interpretación de un pasaje o basado en el desconocimiento de un vocablo? Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido." Pero me dio lástima sacarlo de su contexto, más que nada porque me gusta el estilo de Casares (sólo alguien que escribe diccionarios usa palabras como alquitarar).

La reflexión se refiere al comentario que T.A. Shippey hizo de este pasaje del Silmarillion de J.R.R. Tolkien, donde se describe la muerte de Elu Thingol a manos de los enanos (cap. XXII):

Entonces la codicia de los Enanos se convirtió en rabia por las palabras del rey; y lo rodearon, y le pusieron las manos encima, y lo mataron. De este modo Elwë Singollo, el Rey de Doriath, el único de los Hijos de Ilúvatar que desposara a una de las Ainur, y el único de los Elfos Abandonados que había visto la luz de los Árboles de Valinor, murió en las profundidades de Menegroth, con una última mirada posada en el Silmaril.

Dice Shippey al respecto en El Camino a la Tierra Media, pág. 304:

El Silmarillion como un todo [...] muestra dos de las grandes fuerzas de Tolkien. Una es la «inspiración»: era capaz de producir, desde algún escondido rincón de la memoria, palabras, frases, escenas en sí mismas irresistiblemente convincentes: Lúthien observada por Beren entre las cicutas, Húrin gritando a los acantilados, la muerte de Thingol en la oscuridad mientras mira a la Luz cautiva. La otra es la «invención»: tras la visión era capaz de meditar sobre ella durante décadas, sin alterarla, sino elaborando su sentido, incluyéndola en secuencias explicativas cada vez más extraordinarias.

El hecho, que seguramente pasará a la historia del tolkienismo como una curiosidad, es que por lo que ahora sabemos Tolkien jamás puso por escrito una imagen de Thingol muriendo en la oscuridad mientras mira el Silmaril, ni meditó sobre ella durante décadas, ni elaboró su sentido, etc. Como reconoce Ch. Tolkien en La Guerra de las Joyas págs. 413-4, el que Thingol muriera en las profundidades de Menegroth fue una invención editorial para ajustarse a las nuevas necesidades del relato; en los textos de su padre, el rey moría en una emboscada durante una cacería (CP2:294-5, FTM:158).

Como una curiosidad, digo, porque anulando el ejemplo de Thingol de ningún modo se invalida el argumento de Shippey, que se sostiene o cae por sus propios méritos: es sólo la elección muy desafortunada de casi el único ejemplo donde Ch. Tolkien excedió (como luego admitió y lamentó) su papel editorial hasta el punto de crear una imagen en vez de seleccionar entre las versiones existentes.

La crítica de Casares, por supuesto, no se aplica a Shippey: si algo es, es "el más agudo ingenio crítico", un filólogo amigo del estudio profundo del detalle lingüístico, de cuya observación nace el "comentario trascendental" - hubiese satisfecho a veinte Secretarios Perpetuos de la RAE.

Tampoco habría que apresurarse a identificar la tarea y la actitud de Christopher Tolkien con la "ignorancia de copistas o impresores que desfigura o contradice el pensamiento del autor". Yendo al otro extremo, se podría argumentar así: el hecho de que Shippey haya seleccionado, de entre docenas que seguramente tenía a mano, justamente la imagen interpolada para ilustrar lo típicamente tolkieniano ¿no prueba que su hijo capturó en su invención el espíritu exacto del relato mitológico? Pero éstas son discusiones circulares y viciadas, sólo adecuadas para quienes tienen tiempo de sobra.

Si se tiene la impresión de que los dos últimos párrafos destruyen casi toda relación entre el artículo de Casares y la cuestión sobre el Silmarillion, se tiene la impresión correcta, porque son dos mundos distintos. Pero queda en pie un pedido, una exigencia, una consigna y grito de batalla: "Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido".

viernes, 26 de febrero de 2010

Los hobbits de antes

Acabo de terminar de leer The History of The Hobbit de J.D. Rateliff: (a) un análisis exhaustivo de los manuscritos, versiones, cambios, notas, etc. que trazan la composición de El Hobbit de J.R.R. Tolkien, (b) una investigación de sus fuentes directas e indirectas, y (c) una reseña de la historia del libro posterior a su primera publicación en 1937, incluida su reescritura inconclusa en 1960. Para los conocedores, sería un equivalente de la Historia de la Tierra Media y la Historia del Señor de los Anillos, editadas por Christopher Tolkien.

Entre tantas cosas interesantes que contiene se encuentra, por supuesto, un resumen de la investigación del origen de la palabra hobbit, con un repaso lo que se sabe o especula hasta la actualidad y que no vamos a repetir aquí, y sobre todo el Apéndice I (págs. 841-54), con el texto completo del primer folleto conocido donde figura la palabra aplicada a un ser fantástico: el artículo "Ghosts Never Appear on Christmas Eve!", de los Denham Tracts - una serie de folletos donde el folklorista M.A. Denham (1800-1859) recoge y comenta leyendas, supersticiones y otras yerbas del saber popular.

Aproximadamente la mitad del artículo consiste en una lista de casi 200 nombres de seres fantásticos (con muchas repeticiones), donde se encuentran mezcladas denominaciones de especies con nombres de individuos, seres del folklore local con otros provenientes de la mitología clásica, etc. La lista se basa a su vez en otra muy anterior (R. Scot, The Discoverie of Witchcraft, 1584) y muchos más breve: sólo 33 ó 34 seres. Entre los agregados por el propio Denham está hobbits, seguido de hobgoblins (nombre mucho más conocido, que figuraba en la lista original de Scot y que Tolkien usó en el texto de El Hobbit).

El revuelo se armó en el año 1977, cuando por primera vez se llamó la atención sobre este texto. La pregunta era: ¿Tomó Tolkien el nombre de allí? Más aun, ¿conoció estos Tracts? No cabe duda de que le hubieran interesado, con su recopilación de nombres misteriosos e historias sugeridas; pero lo más probable es que no los llegase a ver. Según sus propias palabras, el nombre surgió espontáneamente al escribir la primera frase del libro, y podemos darle crédito, ya que cuando años después se dedicó intensamente a investigar alguna posible documentación anterior del nombre no sacó nada en limpio. No se puede descartar, por supuesto, que leyese el término muchos años antes y, habiéndolo olvidado, lo recuperara inconscientemente al sentarse a escribir; pero por ese camino no se puede indagar mucho más, salvo que se demuestre algún día que Tolkien leyó los Tracts o alguna otra fuente donde figure el nombre.

Hasta aquí lo conocido. Pero... ¿"alguna otra fuente"? Comenta Rateliff:

En cuanto a la fuente inmediata de Denham, por desgracia este laborioso recolector de folklore no dejó nota alguna que explicara dónde había hallado el nombre hobbit. Dado que, al igual que otros nombres de la lista de Denham, éste no está registrado en otro sitio, es casi seguro que proviene de su propia cosecha de folklore antiguo en la región de Durham u otros condados aledaños (una región particularmente rica en historias sobre hobs, como observa Briggs). Pero la fuente exacta nos ha eludido, y probablemente seguirá haciéndolo. Como dice Tolkien de sus propios hobbits, "es obvio que los Hobbits habían vivido en paz en la Tierra Media muchos años antes de que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían [...] después de todo, el mundo estaba poblado de incontables criaturas extrañas" (Prólogo a El Señor de los Anillos, p. 14), y lo mismo puede decirse de la verdadera criatura del folklore que compartió su nombre con la creación de Tolkien y que por una casualidad está registrada en este único caso; cualquier historia o historias relacionadas hace mucho que se perdió sin remedio.

En este post vamos a investigar si esto es o no definitivamente cierto. Al comienzo del artículo Denham cita a un tal Grose, que nos dice que "aquellos que han nacido el día de Navidad no pueden ver espíritus". Rateliff identifica aquí al capitán Francis Grose (1731-1791), autor de The Antiquities of England and Wales, Antiquities of Scotland y Antiquities of Ireland, pero no dice de cuál obra puede provenir la cita.

Ahora bien, con la ayuda de un hombrecillo de nombre Google y apellido Books conseguí rastrear su origen. Se trata de otra obra de Grose, A Provincial Glossary, with a Collection of Local Proverbs and Popular Superstition (1ª ed. 1787, aunque Denham puede haber usado alguna posterior). Contiene exactamente lo que dice el título: un glosario, una lista de proverbios con su explicación, y varios capítulos dedicados a exponer supersticiones populares. Dice allí:

También los perros tienen la capacidad de ver espíritus, de lo cual es ejemplo el relato de David Hunter citado arriba; pero en ese caso por lo general muestran señales de terror, gimiendo y arrastrándose hasta sus amos en busca de protección: y se supone comúnmente que a menudo ven cosas de esta naturaleza que sus dueños no pueden ver; siendo que hay algunas personas, especialmente aquellas nacidas la víspera de Navidad, que no pueden ver espíritus. [pág. 11]

Son casi las mismas palabras de Denham ('those born on Christmas Day cannot see spirits'), lo cual, unido al hecho de que no pude encontrar nada parecido en las demás obras de Grose, me da la seguridad de que ésta es la fuente directa de la cita; dicho de otro modo, que Denham tenía ante sí o en mente este libro de Grose al escribir aquel Tract.

Pero lo importante para nosotros es el Glosario que compone la mayor parte del libro. Es una larga lista de palabras dialectales, entre las cuales se encuentra un buen número de términos para espíritus, duendes, hadas y demás. Allí encontramos este grupo:

Hobbil. Hobgobbin. A natural fool, a blockhead. N.
Hobbgoblin. An aparition, fairy or spirit. N.
Hobthrust. or rather Hob o t'hurst. A spirit, supposed to haunt woods only. N.

Hay varias cuestiones para desglosar. Ante todo, la lectura es correcta, y se mantiene en las ediciones subsiguientes: Hobbil con l final, Hobgobbin y Hobbgoblin con doble b.

Prácticamente podemos tener la seguridad de que Denham leyó esta página por un detalle: incluye en su propia lista el nombre hob-thrusts, que no procede de la lista de Scot; y en una nota dice Denham: "Hob-o-t'-Hursts, es decir, espíritus de los bosques. Hobthrush Rook, Farndale, Yorkshire". Rateliff comenta que la etimología aceptada hoy es distinta, incorporando thyrs "gigante" (siendo la forma común hob-thrushes, que también aparece en Denham); es la misma que da hoy el O.E.D. Pero la coincidencia casi absoluta entre Hob o t'hurst y Hob-o-t'-Hursts no debería dejar lugar a duda de que Grose ha sido su fuente aquí. Y por si eso fuera poco, el de Grose parece ser el único texto anterior a Denham que relaciona a estos seres con los bosques - ninguno de los mencionados por el O.E.D. (de 1590, 1611, 1682, 1713 y 1825) dice nada al respecto.

Dicho esto, ¿es posible que Denham tomase su hobbit de este hobbil? Visualmente, no hay tanta diferencia entre una l y una t, sea a mano o a máquina, como para hacer imposible un error de copista. Es una de las posibilidades, como veremos a continuación, aunque no la única. Pero antes de eso hay una pregunta obvia que responder: ¿qué tiene que ver 'a natural fool, a blockhead' con el mundo de las supersticiones? Con seguridad en ningún momento de la historia de la humanidad se creyó que los imbéciles eran una simple leyenda.

Para responder a esto hay que explicar otra tradición, y en ese camino no hará falta salir de Grose, Denham y Rateliff. Se trata de la leyenda de los changelings, niños que han sido sustituidos por las hadas, a menudo con deficiencias físicas o mentales. Dice Grose (págs. 39-40):

A menudo las Hadas cambian a sus hijos debiluchos o famélicos por la progenie más robusta de los hombres. Pero esto sólo puede hacerse antes del bautismo; por esta razón todavía existe en las Highlands la costumbre de vigilar las cunas de los infantes con la mayor asiduidad hasta que han sido bautizados. Ha habido casos de niños cambiados conservados hasta los siete años. Hay diversos métodos para descubrir si un niño pertenece o no a las Hadas. Uno se da en la siguiente historia, impresa en un libro llamado A pleasant Treatise on Witchcraft. [Resumen: el hijo de una mujer es cambiado por un niño deforme y bobo, y tras siete años de penurias un anciano prudente la ayuda a recuperar a su verdadero hijo.] El término mismo Changeling, usado hoy para referirse a alguien que es casi idiota, presta testimonio de la creencia corriente en cambios de ese tipo. Así como todos los hijos de las hadas eran pequeños, retardados de habla y aparentemente idiotas, así también se suponía que los niños canijos e idiotas eran changelings.

Rateliff menciona esta tradición varias veces, en las páginas 121, 421 (donde se cuenta la escalofriante historia real de un hombre que en 1895 quemó viva a su esposa por creerla un changeling) y sobre todo 876, donde explica el origen de oaf "idiota" en alf, elf - otra manifestación de esta leyenda.

Denham, como hemos dicho, estiró su lista de seres fantásticos con gran cantidad de agregados con respecto a la original de Scot. Rateliff provee una muy útil presentación de la lista final, donde distingue las criaturas que figuraban en Scot, las que se añaden en la primera edición de los Tracts y las que provienen de ediciones posteriores. Es instructivo, entonces, comparar la lista de Denham con el glosario de Grose. La siguiente lista contiene (creo) todas las coincidencias entre los dos autores:

Denham: barguests. Grose: Bar-guest. A ghost, all in white with large saucer eyes, commonly appearing near gates or stiles; there called bars. Yorksh. derived from Bar and Gheist.
Denham: boggarts. Grose: Boggart. A specter, to take boggart, said of a horse that starts at any object in the hedge or road. N.
Denham: boggles. Grose: Boggle, or Bogle. A ghost. N.
Denham: changelings. Grose: Chaungeling. An ideot; one whom the fairies have changed. Exm.
Denham: colt-pixies. Grose: Colt-pixy. A spirit or fairy, in the shape of a horse, which (wickers) neighs and misleads horses into bogs, &c. Hamp.
Denham: dobbies. Grose: Dobby. A fool, a childish old man. N.
Denham: fetches. Grose: Fetch. The apparition of a person living. N.
Denham: hob-goblins y hobgoblins. Grose: Hobbgoblin. An aparition, fairy or spirit. N.
Denham: hob-thrusts y hob-thrushes. Grose: Hobthrust. or rather Hob o t'hurst. A spirit, supposed to haunt woods only. N.
Denham: Jack-in-the-Wads. Grose: Jacket-a-wad. An ignis fatuus. Exm.
Denham: ouphs. Grose: Awf. An elf, a fairy. Derby, and N. Oaf. A foolish fellow. N. and S.
Denham: pixies. Grose: Picksey. A Fairy. Devonsh. Pixy. A fairy. Exm.
Denham: swarths. Grose: Swarth. The fetch, or ghost of a dying man. perhaps from the A.S. sweart, black, dark, pale, wan. Cumb.
Denham: whitewomen. Grose: Whitwitch. (White witch) A pretended conjuror, whose power depends on his learning, and not from a contract with the devil. Exm.

Excluyo, por el momento, los dudosos Hobbil y Hobgobbin, porque quiero llamar la atención sobre dos detalles: (a) de todos estos términos sólo changeling figuraba en Scot, y (b) Denham incorporó absolutamente todos los términos para criaturas fantásticas de Grose, sea en la forma exacta en que aparecían en este último, o en algún equivalente (como ouphs - Awf).

Pero hay que notar algo más: algunas de las criaturas que Denham da como fantásticas tienen en Grose un corresponsal que sólo significa "idiota". El caso más claro es dobbies: Denham anota en este nombre: 'The Mortham Dobby. A Teesdale goblin', mientras que para Grose Dobby era simplemente 'A fool, a childish old man'.

Esto tiene una consecuencia importante; a saber, que no podemos establecer una filiación directa y simple entre Grose y Denham, o sea, suponer que Denham al armar su lista siguió literalmente a Grose, copiando sus grafías y significados. Denham, por supuesto, es un estudioso, y recurrió evidentemente a fuentes escritas u orales a las que no tenemos acceso. De hecho, para algunos de los elementos de nuestra lista Denham cita expresamente una fuente distinta; por ejemplo, la nota a barguests dice 'The York Barguest. See Memoirs of R. Surtees, Esq.; new ed., p. 80, 1852' [ver Nota al final]. Pero ya hemos dejado en claro que es más que probable que el Glossary de Grose fuese una de esas fuentes, cuyo contenido se preocupó de espigar para no dejar elementos fuera.

Y el otro hecho capital es que hay un área de coincidencia entre términos que Grose glosa como 'idiot, fool' (donde la idea de changeling está latente o incluso expresa, como en el par oaf 'a foolish fellow' vs. awf 'an elf, a fairy') y otros que da Denham, a veces sin explicación (ouphs) o en el caso de dobbies con referencia a un ser fantástico.

De todo lo cual concluyo que Grose y Denham están trabajando con una tradición amplia y variada, donde elementos históricamente relacionados pero con variaciones fonéticas y semánticas evidentemente pueden aparecer a un mismo tiempo; la coexistencia de awf y oaf en Grose y la de sprites/spirits, hob-thrusts/hob-thrushes, freiths/freits y muchos otros pares en Denham dan prueba de ello.

Con lo que llegamos a la pregunta inicial: ¿es posible que Denham haya tomado sus hobbits del Hobbil 'A natural fool' de Grose? Por supuesto que es posible, y ya dijimos que gráficamente la confusión es perfectamente explicable. Pero también es factible que ambos autores hayan compartido alguna fuente, o hayan recibido el término por distintas vías de una tradición oral y escrita; con ello se multiplica la posibilidad de que exista una variación fonética, o que haya habido un error de transcripción en etapas de la transmisión escrita desconocidas para nosotros.

Y no debemos olvidar el curioso par Hobbil, Hobgobbin de Grose. De esta última forma, el segundo componente reaparece en su glosario como 'Gobbin. Gobslotch. A greedy clownish person', y no debemos duda que el Hob- inicial es el que comparten muchos nombres de criaturas (el grupo más numeroso de nombres, según el cálculo de Rateliff).

Cabe una nueva pregunta: ¿es posible que la fuente de Tolkien (a esta altura inconsciente, con seguridad), si efectivamente no conoció los Tracts de Denham, estuviese en esta supuesta tradición de hobbil/hobbit, por caminos que no conocemos? No hay que descartarlo, pero por el momento no hay nada firme en ese sentido.

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APÉNDICE: OTROS DOS HOBBITS DEL S. XIX

Como curiosidad, quiero mencionar dos apariciones de la palabra hobbit con que topé mientras hacía las pesquisas precedentes.

En primer lugar, Hobbit parece haber sido un apellido real en EEUU. Al día de hoy aparece en búsquedas genealógicas en la web (por ejemplo en RootsWeb) pero si uno no confía demasiado en esas bases de datos también hay unos pocos ejemplos registrados en libros del s. XIX. Un caso jurídico sonado que aparece en registros y resúmenes fue Reedie & Hobbit v. London & Northwestern Railway (4 Exch. 244, 254, 1849), en el que "la defensa, a la que un acta del parlamento había otorgado la concesión para construir una vía de ferrocarril, contrató a ciertas personas para llevar a cabo una parte de la línea, y, según el contrato, se reservaba el derecho de despedir a cualquiera de los trabajadores del contratario por incompetencia. Los obreros, al construir un puente sobre una carretera pública, causaron por negligencia la muerte de un hombre que pasaba por debajo por la carretera, al permitir que cayera sobre él una piedra. [...]" (Reports of cases argued and determined in the Supreme Judicial Court of Massachussets, by Horace Gray, Jr., Boston 1869). El caso se menciona en varios otros sitios, de modo que hay cierta seguridad de que el apellido está bien escrito. Extraña que nadie haya llamado la atención sobre él.

En segundo y último lugar, hay que observar una curiosa palabra dialectal hobbit, que en el norte de Gales designaba una medida de peso. Otra vez, el lugar más antiguo en que lo encuentro es un caso judicial, Hughes v. Humphreys, 12 de junio de 1854, donde la resolución del caso depende de la explicación del sentido del término. El caso no es excesivamente complejo, y en él queda claro que un hobbit era un término usado en Gales para expresar una cantidad de cuatro pecks, siendo que cada peck pesa 42 libras; un hobbit, por lo tanto, equivale a 168 libras. Lo que se discutía era si cierta venta de trigo cuyos términos se habían estipulado en hobbits había sido o no legal, según se juzgase que el hobbit se hallaba dentro de las medidas reglamentarias. Esto depende de que se lo considere una medida de peso (en cuyo caso, al ser múltiplo de la libra, sería reglamentario) o de volumen (que no lo sería); se cita otro caso anterior (Tyson vs. Thomas), también medido en hobbits donde la venta se consideró antireglamentaria, pero en aquel episodio quedaba claro que al momento de pactarse se lo había considerado una medida de volumen. Veredicto: "Ésta fue claramente una venta por peso y no por volumen, siendo el hobbit múltiplo de la libra. El vendedor queda obligado a entregar el número de libras equivalente al número de hobbits por el que se firmó el contrato, o, en otras palabras, a igual número de veces 168 libras. En este caso, por lo tanto, no hubo nada contrario al estatuto que valiera para invalidar la venta, y debe considerarse la regla como absoluta" (English Reports in Law and Equity: containing reports of cases in the House of Lords, Privy Council [...] ed. by Edmund H. Bennett y Chauncey Smith, Volume XXVI, Boston 1855).

El hobbit galés aparece en Old Country and Farming Words. Gleaned from Agricultural Books, by James Britten, Published for the English Dialect Society by Trübner & Co., 57 & 59, Ludgate Hill (1880). Dice que su fuente es la Cyclopedia of Agriculture de Morton (que no he podido consultar), y lo define así:

Hobbit (N. Wales), of wheat, weighs 168 lbs.; of beans, 180; of barley, 147; of oats, 105; being 2 1/2 bushels imperial.

Es interesante observar que el glosario de Britten está reimpreso en Reprinted Glossaries serie B (1879), ed. W.W. Skeat y J. Britten. Skeat, por supuesto, es el filólogo inglés (1835-1912) cuya obra Tolkien conoció bien, sobre todo Specimens of Early English y una edición de las obras completas de Chaucer. Cuenta Tolkien en "El inglés y el galés" que cuando en 1914 ganó el premio Skeat de Lengua Inglesa, se imaginó a la sombra de Walter Skeat indignada de que se gastase las cinco libras del premio en una gramática galesa, entre otras cosas.

¿Acaso Tolkien pudo conocer la palabra en las obras de Morton, Britten o Skeat? ¿O en sus contactos siempre fecundos con Gales? No es posible responder afirmativamente con certeza a ninguna de estas preguntas; y al igual que antes, como mucho deberíamos aventurar alguna pervivencia inconsciente hasta el momento de la composición. Sí parece menos probable que el apellido le fuese conocido: no lo he hallado en registros de Inglaterra, sino sólo en EEUU.

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[Nota: Aunque hay algo que aclarar en este punto. La lista más completa de Denham es la dada en la edición de 1895, pero según la notación de Rateliff barguests aparece ya en 1848. Dado que la nota menciona la segunda edición de un libro con fecha 1852, hay dos posibilidades: que el nombre haya aparecido en 1848 sin referencia a ese libro, o que originalmente la nota mencionara la primera edición. No he podido ver la edición de 1848 (ni tampoco las Memoirs of R. Surtees).]

viernes, 12 de febrero de 2010

Nuevo acertijo etimológico con imágenes

Curioso lector: ¿Cuál es la relación (etimológica) entre las siguientes imágenes?










¿Resolvió el acertijo sin ayuda? Si no ha podido hacerlo, le suministraremos las siguientes pistas.

La primera es una fotografía de Margaret Burke-White intitulada Mujer famélica mendigando durante una hambruna. En la segunda fotografía vemos a un pastor protestante, pero podríamos haber puesto con igual propiedad a un sacerdote oficiando misa, o a Gordon Brown, o a Silvio Berlusconi. La suculenta sopa de la cuarta fotografía está sacada de un recetario de platos italianos mundialmente famosos.

Y ahora, la historia (y la solución) completa.
Leyendo un devocionario de 1950 me detengo en la palabra menesteroso.
"Os rogamos por todos los estados de la cristiandad, por los enfermos y moribundos, por los afligidos y atribulados, por los pobres y menesterosos... " (Oraciones para la misa: A la colecta)
Creo que el término menesteroso ha perdido en gran medida el favor de los hablantes. Ya se lo escucha muy poco, a pesar de que en nuestra sociedad mediática uno de los tópicos favoritos de los políticos es la pobreza. Hoy se prefieren términos como marginados, o mejor aún, excluidos, que hacen hincapié en el hecho de que alguien los ha perjudicado (alguien que ha de ser muy perverso: por supuesto ni usted y yo, sino otros entes menos identificables como la sociedad, el capitalismo, o el establishment; al usar estas palabras nostros nos limitamos a incitar a una confrontación entre esas entelequias y otras como el Estado, confrontación que escapa a nuestra esfera de individuos, y nos lavamos las manos).
Menesteroso, en cambio, pone el acento en el hecho de que el prójimo está necesitado de mi servicio, de mi ayuda. Desde épocas muy tempranas el español acuñó las expresiones "ser menester" y "haber menester", donde la palabra menester indica tarea, quehacer, oficio.
Segunt diz' Sant Gregorio, dévese entremeter
cada uno en su arte e en su menester;
ca non puede un filósofo, con todo su saber,
governar una nao, ni mastel le poner.
(Pero López de Ayala, Rimado de Palacio, c1390)
Menester viene del latín ministerium, que era "tarea, servicio, comisión" por parte de un minister. El minister era un criado doméstico, un asistente de rango inferior, y en el culto, el acólito de un sacerdote. Ya en la temprana Edad Media comenzó a denominarse también minister a un dignatario de la corte subordinado al monarca o emperador.

Es interesante notar la pareja de opuestos magister - minister, que nacen de la oposición entre más y menos.

+ -
magis minus
Magister Minister
Magisterio,
etc.
Ministerio,
etc

De menester también nació la contracción mester, que era "arte, oficio", y que probablemente todos recordamos por el Mester de Clerecía y el Mester de Juglaría, los dos géneros poéticos de la Edad Media española. Y de minister>ministralis vino menestral y ministril. Menestral es quien tiene un oficio mecánico, y ministril quien por oficio toca instrumentos de cuerda o viento.
La vinculación con la música, al parecer, se dio en el francés antiguo (menestral), y el inglés lo adoptó también. Ese es el origen de minstrel, que al igual que ministril vale por "juglar".


A wandering minstrel I
A thing of shreds and patches


Deteniéndonos un poco más en el inglés, mientras que minister dio minstrel (a través de menestral), magister dio master, cuya variante inacentuada es mister. Una evolución paralela en uso y sentido fue la del español maese, así que resulta muy acertada la traducción de Master Samwise como Maese Samsagaz en la versión de El Señor de los Anillos publicada por Minotauro.

Dijimos que en el mundo romano minister era un criado doméstico. Su principal tarea era ministrare (servir, en especial servir a la mesa). La comida servida pasó a denomianrse, en italiano antiguo, minestra. Con el tiempo, el término se especializó en el sentido de "vianda cocinada en caldo". Cuando tiene muchos ingredientes se la llama minestrone y se lo comercializa exitosamente por todo el orbe.

Resuelto entonces el acertijo, y cumplido nuestro deber de suministrar un nuevo artículo para que no nos echen de menos.

martes, 12 de enero de 2010

La imaginación de Julio Casares

Era una madre anciana que tenía una hija moza. Cuanto más débil y achacosa estaba la madre tanto más se veía a su hija afanarse en los menesteres domésticos y andar por calles y mercados haciéndose popular y simpática. Hasta que un día llegó de tierras lejanas la noticia de que los monjes de Cluny habían descubierto el remedio para restaurar la salud de las latinidades decaídas. La madre, que se hallaba recluida mal de su grado y que, cuanto más vieja menos ganas tenía de morirse, como nos pasa a todos, se sometió gustosa al tratamiento cluniacense; y como viera que en verdad le volvían las fuerzas y que para recobrar su antiguo ascendiente le estorbaría que anduviese la moza al retortero, la encerró bajo llave, no sin antes sumirla en un dulce sueño que, como el de la Bella durmiente, no le quitaría ni hermosura ni juventud. Y así estuvo olvidada la doncella hasta el día en que, deshecho el maleficio, reapareció con doblado esplendor ante los ojos maravillados de las gentes. El pueblo le prendía en los cabellos amapolas y margaritas; las comadres le enseñaban al escuchito anexires y retraheres; los poetas la requebraban con rondeles y serranillas; los adustos varones sabidores se regalaban con la fresca voz juvenil de la muchacha y con las travesuras de su ingenio; y, por fin, el príncipe de este cuento, que se llamaba Alfonso el Sabio, la llamó a su palacio, la besó en la boca y la coronó oficialmente como señora de sus reinos(*).

(*) "Él fue el primero de los reyes de España que mandó que las cartas de ventas y contratos, y instrumentos todos, se celebrasen en lengua española... Así desde aquel tiempo se dexó de usar la lengua latina en las provisiones y privilegios reales, como antes se solía usar..." Mariana, Historia de España, ed. 1617, pág. 693.

Tomado (con retoques) de un discurso de Julio Casares pronunciado el 23 de mayo de 1946 en la Fiesta del Idioma Español (celebrada en Sevilla con motivo del V Centenario de Antonio de Nebrija); publicado como "Nebrija y la gramática castellana", en el Boletín de la R.A.E, vol. XXVI (enero-abril de 1947), y como "Elio Antonio de Nebrija" en Obras Completas, vol. VI (1961).