viernes, 31 de octubre de 2008

La ruta de la derrota

Desde que inauguramos este consultorio etimológico, cientos (o incluso decenas) de lectores angustiados han acudido a nosotros en busca de consejo. Muchos se sienten derrotados en el arte de conjeturar el origen de ciertas expresiones, o creen haber perdido la ruta en las laberínticas historias de las palabras. A todos ellos les respondemos: ¡Ánimo! ¡El tío Bungo no los dejará solos, las dudas se despejarán y pronto podrán reanudar sus actividades habituales! ¡El sol volverá a salir, el Amor sonreirá! De sobra conocemos la experiencia de no poder pegar un ojo en toda la noche por culpa de una palabra, o la de quedarse absorto en el momento menos adecuado de una cita romántica, y -cuando la persona de la que estamos enamorados nos pregunta fastidiada: “¿En qué estás pensando?”-, confesar miserablemente: “Me estaba preguntando si acariciar y carestía estarían emparentadas”.

Hoy, por ejemplo, nos escribe Carlos, del barrio de Caballito. Nos dice: “Estimados hurgapalabras: una honda cuestión me tiene en jaque desde el otro día, tras caer derrotado en un partido de paddle donde me rompieron varias veces el saque. ¿Qué relación hay entre derrota y derrotero?

Estimado Carlos: hay una relación, y es interesante. El que le rompieran el saque es un buen símbolo, porque el antepasado común de las dos palabras es el verbo romper. Y aprovecho para contestarle también al amigo Lacrimology, que nos ha escrito a su vez preguntándonos si derrumbarse estaba relacionado con rumbo. Aunque parezca mentira, derrumbarse no está relacionado con rumbo, pero sí con romper.

Veamos cada caso.

Sobre la palabra derrota, comenzaremos recordando que en otras épocas el significado de esta palabra era justamente… “rumbo, ruta, destino”. Todos habremos leído algún libro antiguo en que se usaba la expresión en ese sentido, que nos acerca inmediatamente al más actual derrotero. En el anónimo Diario del primer viaje de Colón se lee:

Y diz que fingió aver andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteavan, por quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar seguro de su derrota para las Indias.

Derrota viene (a través de un antiguo verbo derromper) de ruta “camino”, palabra que ya existía en latín como rupta, participio pasado femenino del verbo rumpere (“romper”). Una via rupta era un camino abierto en la espesura a fuerza de romper obstáculos (otro pariente es irrumpir), algo que las laboriosas legiones romanas debían hacer todo el tiempo en una Europa que era un gran bosque.

Siglos después, los marinos franceses comenzaron a usar la expresión dèrouter para referirse a la acción de tormentas y vientos que desviaban de su ruta a las naves en el mar. Del léxico naval se extendió al militar en general: derrotar a un ejército pasó a ser “desviar de su camino”, “hacer volver sobre sus pasos”, “poner en fuga”. Por eso la expresión “poner en derrota”, a la que aluden los célebres versos del coronel músico Nepomuceno de Alfa:

Ya los fieros enemigos se alejaron
No resuena el ruido de sus botas
Nos pasaron por arriba y nos ganaron,
Nos dejaron en derrota.

Derrumbar, por su parte, parece venir del latín vulgar *derupare (“despeñar”), que se conserva en italiano como dirupare, y que deriva de rūpes (“peñasco, roca escarpada, precipicio”). Este término latino rupes sólo nos legó, si no me equivoco, el cultismo rupestre que empleamos cuando hablamos de arte rupestre. Y rupes con toda probabilidad viene también de nuestro conocido rumpere, ya que se aplica a formaciones rocosas “quebradas”.

Así que del bisabuelo común romper tenemos parientes insospechados, como ruta, derrotar, y derrumbar. Con esta revelación ya podemos irnos satisfechos a la cama y conciliar otra vez el sueño, para hacer mañana un mejor papel en eventuales veladas románticas. La próxima vez que nos abstraigamos por culpa de las palabras haremos mejor en citar en nuestro auxilio estos hermosos versos de Salinas:

Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Por lo menos evitaremos que nos digan:

-Esta relación no camina. Tenemos que romper.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Rombos, rumbos

Recientemente Hláford nos ha propuesto un paseo histórico y lingüístico por distintos continentes en pos de un curioso artilugio llamado bull-roarer, específicamente concebido para hacer un ruido parecido al del viento.
Entre los muchos datos interesantes que nos acercó Diego, ha despertado mi curiosidad el que los griegos llamaran rombos al bull-roarer, pues en italiano rombo significa "ruido fuerte y tenebroso" ("rumore cupo e forte"). ¿Simple casualidad?
El asunto se torno más interesante al consultar el Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana de Pianigiani. Allí se dice, con mayor detalle:

2. Significa también Sonido o Ruido tenebroso como el que hace el viento, el terremoto o las cosas lanzadas por el aire con violenza, o el zumbido de abejas y avispones , y en este sentido se arguye del sonido que produce el trompo.

Me gustaría recordar aquí que en italiano antiguo se llamaba rombola a adminículos como el que usó David para derrotar a Goliat, verbigratia: una hondera, cuya forma y modo de uso son semejantes a los de la bramadera. Ambos se agitan girando en grandes círculos.

La primera acepción de rombo en italiano es la única que subsiste en español: "figura geométrica con lados iguales y dos parejas de ángulos desiguales". Pero en griego esa acepción parece ser secundaria. La entrada principal en el diccionario de Liddell Scott es la de nuestra querida bramadera:

ῥόμβος o ρύμβος, bull-roarer, instrumento enrollado al final de una cuerda, usado en los misterios [...] 2) rueda mágica, hecha girar alternativamente en cada dirección por la torsión de dos cuerdas pasadas a través de dos agujeros en ella, usada como hechizo de amor.

La misma definición encontraremos para el latín RHOMBUS, por ejemplo en el Latin Oxford Dictionary ¿Qué hay en común entre la figura geométrica y el ruido, para que ambos se llamen rombo? No puedo dejar de recordar aquí la definición que da la RAE de la bramadera:

1. f. Pedazo de tabla delgada, en forma de rombo.
En forma de rombo. Yo no paso de ser un aficionado y me faltan conocimientos como para postular teorías etimológicas, pero aquí entre amigos y a riesgo de cometer una valbuenada, sotengo que primero fue el bull-roarer, y a partir de la forma romboidal del bull-roarer se usó el término rombo para hablar de la figura geométrica. Si esto fuese así, la influencia del bull-roarer en nuestra cultura sería mayor de lo que a primera vista parecía.

Porque cuando hablamos de rombo, hablamos también de otras palabras, como rumbo, que -según me enseña Corominas- proviene de la anterior. La derivación es curiosa. Inicialmente rumbo era un término estrictamente cosmográfico y náutico. En los poderes que los Reyes Católicos confirieron a Juan y Ruy de Sosa se lee:

"Podéis tratar... cualquier... demarcación e concordia sobre el Mar Océano, Islas e Tierra Firme que en él hobiere, por aquellos rumbos de vientos e grados de Norte e de Sur, e por aquellas partes, divisiones e lugares del cielo, del mar e de la tierra que vos bien paresciere".

Lo que se entendía por rumbo en ese entonces eran las 32 direcciones cosmográficas reflejadas en la rosa de los vientos, que estaban por lo general indicadas por rombos, como vemos en la siguiente ilustración.

Rosa de los vientos. Cada pirámide que marca
uno de los vientos forma con su opuesta un rombo.

Parece que el término rumbo lo tomaron los españoles de los marinos italianos, pero en italiano rombo usado en ese sentido no se difundió más allá de la esfera náutica, mientras que en español medró y se afianzó en el habla cotidiana. Escuchemos lo que nos dice Corominas:

[...] atiéndase a los siguientes pasajes cervantinos, que de confirmar RHOMBUS, parecen indicar una nueva pista semántica: «uno de los mayores encantadores... labró esta cabeça, que tiene virtud y propiedad de responder a quantas cosas al oído le preguntaren: guardó rumbos, pintó caracteres, observó Astros, miró puntos, y finalmente le sacó con la perfección que veremos mañana...» (Quijote II, lxii, 238r), «llamado el Retablo de las Maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo, debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido... de legítimo matrimonio» (NBAE XVII, 30a); silos comparamos con las palabras del supuesto Merlín:

«en las cavernas lóbregas de Dite,
donde estava mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caracteres
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso»

(Quijote II, xxxv, 136v). Salta a la vista que rombo y rumbo son iguales para Cervantes, y que él identifica el rumbo cosmográfico con los rombos mágicos [...] Nada de extraño tendría que el vulgo marinero, al observar al piloto tomando la altura de los astros en las primeras navegaciones oceánicas, le identificaran con un mago o un astrólogo, y, pensando en el rombo mágico, llamara hacer o guardar rumbos a esta actividad para él misteriosa.

Hay otro sentido curioso de rumbo en castellano, y es el que le damos cuando hablamos de personajes que andan con gran rumbo, es decir, con pompa y ostentación. Personajes rumbosos, en una palabra. Corominas no acierta a dar una explicación convincente de este uso, (sugiere una relación con la fama de mago del cosmógrafo) en su extenso y jugoso artículo sobre rumbo, que excede las 4000 palabras. Pero sucede que él no ha tenido en cuenta el bull-roarer, ni el viento, ni el sonido tenebroso. Nosotros podemos -en otro arranque de etimología de aficionados- suponer que tal vez este uso tenga que ver o con el aspaviento de quien agita una bramadera, o el estruendo con que quiere señalar su presencia el personaje rumboso.

De rumbo proviene el rumbante (un sujeto que anda en busca de parrandas) y de rumbante la rumba (parranda, fiesta) que se transformó en el popular baile cubano.

Desde los antiguos griegos, pasando por los romanos y los actuales italianos, todos han llamado rombos a los peces como el rodaballo y el lenguado, que recuestan su cuerpo aplanado en el lecho marino y tienen ambos ojos del mismo lado. Al indagar la etimología de rodaballo, Corominas arguye que se trata de un compuesto de rota (rueda, círculo), ya que el cuerpo de estos peces tiene forma circular, y refiere que en griego y latín se los llamaba rombo, «palabra ésta que significaba primariamente "objeto circular"». ¿Circular o romboidal? Los peces de esta familia parecen a veces un rombo, a veces un círculo.


Dejo para mejor ocasión el indagar sobre trompo, estrofa, arrumbar, y otras palabras que tal vez están relacionadas con nuestro rombo, porque estoy comenzando a escuchar un sonido oscuro y zumbador proveniente de mi estómago: sin duda la mención del exquisito rodaballo me abrió el apetito.

viernes, 3 de octubre de 2008

Gramática aplicada

In Memoriam Betty Higden

Es curioso cómo alguna gente insiste en leer libros que no han sido escritos por Charles Dickens. O libros que no traten directamente de Dickens [1]. No quiero dar nombres; son víctimas, tal vez, de nuestro moderno sistema educativo. Si no temiese incurrir en contradicción, diría que son más dignos de piedad que de censura.

La última novela que completó Dickens [2] fue Our Mutual Friend. El título ("nuestro amigo mutuo") llama la atención y se llevó una cuarta parte del capítulo que Chesterton dedicó a la obra en su Appreciations and Criticisms of the Works of Charles Dickens. Cito de allí:

Aquellos que de verdad aman a Dickens aman al primer Dickens; y debe darse la bienvenida a cualquier regreso a su estilo farsesco, como a un hombre joven que regresa de entre los muertos. Y en este libro no sólo regresa a su farsa: en cierto modo, regresa a su vulgaridad. El que escribe aquí es el antiguo Dickens, no educado. Incluso el título es iletrado. Cualquier maestro puntilloso le hubiese podido decir que en inglés no existe la frase 'our mutual friend'. Cualquiera podría señalar a Dickens que "nuestro amigo mutuo" significa "nuestro amigo recíproco", y que "nuestro amigo recíproco" no significa nada. Si tan sólo hubiese tenido las solemnes ventajas de una educación académica, no se habría equivocado así. Habría sabido que la frase correcta para designar a un conocido de otras dos personas es 'our common friend'.

Viene luego una ardiente defensa: Dickens "pertenecía al tipo de gente que verdaderamente habla de un 'amigo mutuo' [...] esta clase social que sí entiende el significado de 'amigo', y el de 'mutuo'" - que es de lo que trata la obra; y concluye Chesterton arremetiendo contra la opinión académica: ciertamente "ningún universitario hubiese escrito ese título; ningún universitario podría haber escrito el libro".

Podría haberse ahorrado el crítico su defensa [3], con sólo buscar la opinión de libros de referencia contemporáneos. Tanto el Merriam Webster's Dictionary of English Usage (1994) como el Fowler's Modern English Usage (2004, editado por el tolkienista R.W. Burchfield) dejan en claro que el uso de mutual con sentido de "(en) común" tiene una tradición de uso ininterrumpida desde el siglo XV hasta hoy, secundaria con respecto al uso normal con sentido de "recíproco", pero en absoluto inválida. Entre otros nombres ilustres que no han tenido reparos en usar la expresión 'mutual friend' o similares se cuenta a Shakespeare, Thackeray, Walter Scott, George Elliot, Lord Byron, Robert Frost o James Joyce.

El rechazo de la acepción alternativa procede, aparentemente, de dos referentes del siglo XVIII: Robert Baker en Reflections on the English Language (1770) condena el uso con el sentido de "común", y el buen Dr. Johnson en su diccionario (1755) da sólo la definición 'reciprocal'. Desde ellos, y hasta hoy, los libros que dicen en qué consiste escribir bien y mal en inglés no han dejado de discutir el asunto.

Uno adivina que la raíz del disenso está no en el uso corriente inglés sino en la reflexión sobre el origen de la palabra: el latín mutuus, del que deriva en última instancia, tiene una acepción como "recíproco" casi exclusiva; es el único matiz que registraban Lewis & Short, aunque el Oxford Latin Dictionary ahora incluye al final una acepción 'Felt, experienced, etc. by both alike', con ejemplos claros como éste: receperat in gremium uirgines, magna mutui doloris solacia (Q. Curcio). Se muestra, entonces, que el latín tuvo en algún momento un mutuus que significaba "común".

Y, por fin, no es imposible que Dickens hubiese recurrido al "error" intencionalmente: el único que usa la expresión en la novela (y no más de tres veces en las 850 páginas) es el entrañable Mr. Boffin. La frase correcta, 'common friend', aparece en el discurso del odioso Lammle en su aniversario de bodas, cuando agradece al patético Veneering el modo afectuoso en que se refirió a su 'common friend' - no otro que el deleznable Fledgeby.

Podemos preguntarnos, de paso, qué ha sucedido con la palabrita en nuestro idioma. El DRAE no tiene dudas: la única definición pertinente que da es "Dicho de una cosa: Que recíprocamente se hace entre dos o más personas, animales o cosas". Habrá que asumir que, según la Academia, el uso de "mutuo" como "común" es incorrecto, pese a que el CORDE trae ejemplos desde antiguo de la alternativa, y Google muestre que ésta goza de buena salud. Tal vez la frase emblemática sea la combinación con "acuerdo". ¿Es más correcto "de mutuo acuerdo" o "de común acuerdo"? Con el DRAE en la mano, se podría pensar que lo segundo; sin embargo, "de mutuo acuerdo" es (verbigracia) más común.

Pero no es del título del libro, ni menos de la expresión 'mutual friend', que quería hablar aquí. Entré sólo para citar un pasaje de gramática aplicada. Se enmarca en la breve aparición de Miss Peecher, un personaje muy secundario que ostenta el cargo de maestra escolar. El profesor de la escuela de varones adjunta, Mr. Bradley Headstone, pasa frente a la verja acompañado por su pupilo favorito, el joven Hexam, y la saluda (ella está regando las plantas), obsequiándola con una interesante reflexión sobre el estado del tiempo.

Pequeña, brillante, ordenada, metódica y de curvas agradables: así era Miss Peecher, de mejillas coloradas y afinada voz. Una mezcla de alfiletero, ama de casa, libro, caja de labores, tabla de pesas y medidas, y mujer. Podía escribir un ensayito sobre cualquier tema, ocupando siempre una carilla, desde la esquina superior izquierda hasta la esquina superior derecha, y el ensayo se ajustaría estrictamente a las reglas. Si Mr. Headstone le hubiese dirigido una propuesta de matrimonio por escrito, ella probablemente le habría respondido con un ensayito completo de exactamente una carilla de largo, pero ciertamente le habría contestado que sí. Porque lo amaba. El muy decente pañuelo en torno a su cuello que protegía su muy decente reloj de plata era objeto de envidia para ella. Así hubiese querido rodear su cuello y protegerlo. Pero él, indiferente. Porque no amaba a Miss Peecher.
La pupila favorita de Miss Peecher, que la asistía en las tareas domésticas, la ayudaba volviendo a llenar la regaderita, y había adivinado lo suficiente del estado afectivo de Miss Peecher como para sentir la obligación de amar a su vez al joven Hexam. De modo que hubo un doble palpitar entre las raíces y las flores cuando el maestro y el muchacho se asomaron por encima de la verja.
-Bonito atardecer, Miss Peecher -dijo el Maestro.
-Muy bonito atardecer, Mr. Headstone -dijo Miss Peecher-. ¿Va a dar un paseo?
-Hexam y yo vamos a dar un paseo largo.
-Un tiempo encantador -observó Miss Peecher- para dar paseos largos.
-El nuestro se debe más a negocios que a placer -dijo el Maestro. Miss Peecher dio vuelta la regadera, sacudió con mucho cuidado para que cayesen sobre la flor hasta las últimas gotas, como si hubiese en ellas alguna virtud especial que haría crecer unas habas de Juanito a la mañana siguiente, y llamó a su pupila (que estaba hablando con el muchacho) para que volviese a llenarla.
-Buenas noches, Miss Peecher -dijo el Maestro.
-Buenas noches, Mr. Headstone -dijo la Maestra.
A esta altura de su carrera escolar, la pupila estaba tan imbuida en la costumbre de levantar una mano (como quien hace señas a un ómnibus) cada vez que le venía a la cabeza alguna observación que quería hacer a Miss Peecher, que a menudo lo hacía también en sus relaciones domésticas; y así alzó ahora la mano.
-¿Sí, Mary Anne? -dijo Miss Peecher.
-Con su permiso, señorita, Hexam dijo que iban a ver a su hermana.
-Pero no puede ser, creo -contestó Miss Peecher-, porque no es posible que Mr. Headstone tenga ningún negocio con ella.
Mary Anne volvió a saludar.
-¿Sí, Mary Anne?
-Con su permiso, señorita, ¿tal vez sean negocios de Hexam?
-Eso sí puede ser -dijo Miss Peecher-. No se me había ocurrido. No es que tenga importancia, por supuesto.
Mary Anne volvió a saludar.
-¿Sí, Mary Anne?
-Dicen que es muy bonita.
-¡Oh, Mary Anne, Mary Anne! -contestó Miss Peecher, sonrojándose un poco y meneando la cabeza, con un toque de mal humor-, ¿cuántas veces te he dicho que no uses esa expresión vaga, que no hables en términos tan generales? Cuando dices "dicen" sobreentiendes un "ellos", pero ¿a qué te refieres? ¿Qué parte de la oración es "ellos"?
Mary Anne enganchó por detrás su brazo derecho con la mano izquierda, como cuando daba la lección, y replicó:
-Pronombre personal.
-¿Y qué persona es "ellos"?
-Tercera persona.
-¿Número de "ellos"?
-Plural.
-Entonces, si es plural, ¿a cuántos te refieres, Mary Anne? ¿Dos? ¿Más de dos?
-Con su perdón, señorita -dijo Mary Anne, desconcertada ahora que se ponía a pensar en ello-, pero creo que no me refiero más que a su propio hermano. -Así dijo, y desenganchó el brazo.
-Lo suponía -dijo Miss Peecher, volviendo a sonreir-. Ahora, por favor, Mary Anne, ten cuidado la próxima vez. Porque "él dice" es algo muy distinto de "ellos dicen". ¿Y la diferencia entre "él dice" y "ellos dicen" es...?
De inmediato, Mary Anne volvió a enganchar por detrás el brazo derecho con la mano izquierda (pose absolutamente imprescindible para situaciones como ésta) y replicó:
-Uno es tercera persona del singular del presente de indicativo de la voz activa del verbo "decir". El otro es tercera persona del plural del presente de indicativo de la voz activa del verbo "decir".
-¿Y por qué es voz activa, Mary Anne?
-Porque rige un pronombre en caso acusativo, Miss Peecher.
-Muy, muy bien -observó Miss Peecher-. De hecho, no podrías haberlo dicho mejor. La próxima vez no te olvides de aplicarlo, Mary Anne. -Dicho esto, Miss Peecher terminó de regar las flores y entró en su pequeña residencia oficial, refrescó en su memoria los principales ríos y montañas del mundo, con ancho, largo y profundidad, antes de sentarse a tomar las medidas para un vestido que pensaba ocupar personalmente.

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(1) Por supuesto, indirectamente todos los libros hablan de Dickens.

(2) Luego dejó The Mystery of Edwin Drood inconcluso, para desesperación de las generaciones posteriores, que al día de hoy no han dejado de preguntarse dónde está el misterio.

(3) No creo que lo hubiese hecho, de todos modos.

Ilustraciones de Luke Fildes (1843-1918): Applicants to a Casual Ward (un detalle de ésta se usa en la edición de Penguin), The Doctor, Houseless and Hungry (grabado, en realidad una variante del primer cuadro) y Motherless.