sábado, 29 de diciembre de 2007

"No se vaya a donde yo no pueda seguirlo"

Todavía hay antiguos mensajes para escarbar en la Lista Tolkien: hoy aprovecho uno sobre temas más bien oscuros.

"No se vaya a donde yo no pueda seguirlo" es lo que dice Sam Gamyi a Frodo, cuando lo cree muerto, en Cirith Ungol (El Señor de los Anillos, 4:X:22). Inmediatamente después vienen las "decisiones de Maese Samsagaz": su discusión consigo mismo sobre lo que hará ahora, sus dudas y su desesperación, hasta la determinación de tomar el Anillo y continuar solo la Misión.

Uno de sus primeros impulsos, muy comprensible, se explica poco después: buscar a Gollum y matarlo. "Trató de reunir las fuerzas necesarias para arrancarse de allí y partir en un viaje solitario: el viaje vengador. Si al menos pudiera partir, la furia lo llevaría por todas las rutas del mundo detrás de Gollum, hasta dar por fin con él. Y entonces Gollum moriría en un rincón".

En seguida deja de lado la opción: "Pero no era eso lo que él pretendía. Abandonar a su amo sólo por eso no tenía ningún sentido. No le devolvería la vida. Nada ahora le devolvería la vida. Hubiera sido preferible que murieran juntos. Y aun así sería también un viaje solitario".

Esa reflexión, "hubiera sido preferible que murieran juntos", es la clave para el párrafo siguiente, motivo de este post, donde la mala interpretación de unas frases oscuras ha producido en la versión castellana una distorsión que yo llamaría grave. Dice la traducción:

Miró la punta de la espada. Pensó en los lugares que habían dejado atrás, la orilla negra, el precipicio que se abría al vacío. Por ese lado no había salida posible. Sería como no hacer nada, no valía la pena. No era eso lo que él pretendía. (4:X:32)

¿En qué está pensando Sam? ¿En regresar por donde han venido? La única "orilla" por la que Frodo y él han pasado últimamente es la del Anduin, cerca de Tol Brandir; y el "precipicio" podría ser el que logran sortear en las Emyn Muil con ayuda de la cuerda de Lórien, o las laderas de Ephel Dúath; pero, como veremos inmediatamente, la expresión original no dice simplemente que ese precipicio se abre al vacío (lo que ya es bastante). Y en todo caso lo que se podría considerar un obstáculo serio para volver es Torech Ungol, el antro de Ella-Laraña, o las enormes distancias que habría que cubrir. ¿Y qué tiene que ver la punta de la espada con todo esto?

El panorama es mucho más negro, en realidad; negro como la supuesta "orilla", que tampoco es tal. Véase el original del pasaje:

He looked on the bright point of the sword. He thought of the places behind where there was a black brink and an empty fall into nothingness. There was no escape that way. That was to do nothing, not even to grieve. That was not what he had set out to do.

La espada (Dardo o Aguijón), por supuesto, brilla en las proximidades de los orcos de Mordor; pero the bright point, "la punta brillante" especifica que lo que brilla es la punta, y eso sí que es ominoso.

He thought of the places behind where there was a black brink and an empty fall into nothingness. Literalmente, dice: "Pensó en los sitios detrás, donde había un borde negro y una caída vacía hacia la nada". ¿Detrás de qué? La traducción entiende "detrás de Frodo y Sam"; pero con un sobresalto advertimos que esos sitios en realidad están detrás de la punta brillante.

Sam está pensando en el suicidio, y más específicamente en la misma muerte que buscó Túrin Turambar: arrojarse sobre la espada. Este tipo de muerte, por supuesto, se estila desde mucho antes en Occidente, comenzando al menos por Áyax Telamonio.

Áyax clava su espada en tierra (vasija griega, c. 530 a.C.)

El detalle de mirar la "punta brillante", que yo sepa, no se repite en la historia de Túrin; pero curiosamente sí está en la historia de Kullervo en el Kálevala, la fuente primera de esa historia:

Kullervo, Kalervon poika,
tempasi terävän miekan;
katselevi, kääntelevi,
kyselevi, tietelevi.
Kysyi mieltä miekaltansa,
tokko tuon tekisi mieli
syöä syyllistä lihoa,
viallista verta juoa.

Kullervo, hijo de Kalervo, desenvainó su espada de agudos filos, la contempló un largo espacio dándole vueltas entre sus manos, y le preguntó si no tendría placer en comer la carne del hombre cargado de infamia, en beber la sangre del criminal (tr. A. Casona)

(Aquí se puede escuchar una grabación de todo el pasaje por Petri Tikka)

Kullervo habla a su espada, de C.E. Sjöstrand

Entonces, black brink se entiende en su sentido estricto. Brink es cualquier borde por el que uno puede caer; puede ser la orilla de un río, pero es más común aplicarlo al borde de un precipicio, y sobre todo usarlo con sentido metafórico: on the brink of es "al borde de" (la ruina, el colapso, etc.). El borde por el que Sam saltaría es el de la vida, y es negro porque ignora por completo qué viene después, si es que hay algo. Los lugares que están detrás de la brillante punta son "una caída vacía hacia la nada". Pero aun así "hubiera sido preferible que murieran juntos".

To die, to sleep
-No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache and the thousand natural shocks
That flesh is heir to. 'Tis a consummation
Devoutly to be wished. To die, to sleep;

Morir, dormir.
Es todo. Y con el sueño terminemos
la pena, los tormentos que la carne
hereda por millares. ¿No deseamos
tal fin con devoción? Morir, dormir;

(Hamlet, Acto III, escena 1)

Sería interesante fijarse en los motivos tiene Sam para dejar de lado también la opción del suicidio (sobre el que Tolkien, católico, tiene una idea clara: es el pecado definitivo, la desesperación absoluta para la que no hay perdón, razón por la que el suicida no puede ser enterrado en campo santo). Para ello habría que analizar la frase "por ese lado no había salida posible". Pero eso ya escapa del ámbito de este post, eminentemente traductoril.

Termino en cambio con el texto de ese párrafo conflictivo. There was no escape that way. That was to do nothing, not even to grieve. "Sería como no hacer nada" es una buena traducción, si no se pone el énfasis en el "como". La comparación no está en inglés: literalmente, sería no hacer nada, abandonar toda posibilidad de acción. La repetición nothingness - nothing es significativa, porque Sam, un tipo eminentemente práctico, necesita hacer algo. Lo que sí está mal es la frase "no valía la pena": el sentido es "ni siquiera afligirse", o tal vez "ni siquiera dolerse" (sc., llorar a Frodo: el llanto por el caído es una obligación, como en la escena de la muerte de Boromir). Muriendo, Sam se niega incluso esta posibilidad.

En fin: la desesperación que tienta a Sam es mucho, muchísimo más profunda en inglés que en castellano. El camarada Bungo decía que tal vez éste sea el error más grave de toda la traducción del libro.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Dragones para Navidad

Un verdadero frenesí consumista ha tenido los shoppings abiertos toda la noche estas navidades, para suplicio plantar de innumerables clones de Papá Noel. Paseándome por opulentas jugueterías en busca de obsequios para los pequeñuelos, he experimentado una vez más la desazón de no encontrar nada que pueda gustarles. Creo que los niños ya se han hartado de los juguetes; los hemos atiborrado de muñequitos con pilas. Dos metros de una buena soga para saltar, comprada en la ferretería, ¡eso es lo que quieren!

Cada vez que veo a uno de esos agobiados Santa Claus de centro comercial caigo presa de la pasión etimológica y me pregunto cómo pudo sucederle tamaña transformación al austero y recio San Nicolás, obispo de Myra, ese fervoroso seguidor de Cristo que abofeteara a Ario durante el Concilio el Nicea y regalara todos sus bienes a los pobres. Durante muchos siglos su memoria se ha venerado en los más diversos países de Asia y Europa, pero finalmente la apasionada persona de carne y hueso ha cedido popularidad ante su remedo edulcorado e insustancial, el Santa Claus de la Nochebuena, que aparece veinte días después de lo que corresponde (la noche de San Nicolás suele celebrarse el cinco o seis de diciembre).

Para completar la suplantación, leo que las autoridades de la ciudad natal de San Nicolás, la actual Dreme, en Turquía, han reemplazado recientemente una hermosa estatua del santo por una figura plástica del rojizo Papá Noel.

Sospecho que a San Nicolás le ha sucedido lo mismo que a la Cola de Dragón del Banquete de Navidad. En Egidio, el granjero de Ham –una de las joyas más queridas del tesoro literario que nos ha dejado Tolkien-, leemos que

Todavía se conservaba la costumbre de servir al rey Cola de Dragón en el banquete de Navidad, y cada año se elegía un caballero que se encargaba de la caza. Debía salir el día de Son Nicolás y regresar con una cola de dragón antes de la víspera de la celebración. Pero hacía ya muchos años que el cocinero real venía preparando un plato exquisito: una imitación de cola de dragón, hecha de hojaldre y pasta de almendras, con escamas bien simuladas de azúcar glaseado. El caballero elegido la presentaba luego en el salón de! banquete, en Nochebuena, mientras tocaban los violines y sonaban las trompetas. La cola se servía como postre el día de Navidad, y todo el mundo comentaba (para complacer al cocinero) que sabía mucho mejor que la auténtica.

Así estaban las cosas, cuando hizo su aparición un dragón de verdad

Tal vez los niños saturados de juguetes y videojuegos estén necesitando otra cosa que no acertamos a darles, una cosa de la que Nicolás de Myra nos puede dar la pista: hacer a un lado el azúcar glaseado y salir en busca de dragones de verdad.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Una de esas tardes

Hablando de lo que hablaban los dos profesores, ¿identifica usted ese tipo de argumentación que se apoya en la etimología de los términos usados? No me refiero simplemente a un debate dirigido a la utilidad de los términos en sí, o a su sentido "verdadero", sino a la clase de argumento que incluye frases como "Lo que pasa es que si nos remontamos al origen de la palabra 'religión' / 'república' / 'música' / 'galletita'", etc. ¿Se da cuenta de lo que le quiero decir?

Creo darme cuenta, pero deme un ejemplo.

Vea: hace un tiempo me contaban de un muy conocido periodista argentino de perfil intelectual que en cierta ocasión dedicó uno de sus programas a un tema de rabiosa frivolidad. No recuerdo exactamente cuál era este tema, pero entonces nadie hablaba de otra cosa. Parece ser que comenzaba justificando su abandono momentáneo de temas políticos y sociales recurriendo a la etimología de "noticia". ¿Me sigue?

Lo sigo. Tengo la sensación de que a menudo se abusa de la etimología para justificar cualquier cosa. Una especie de zancadilla intelectual, porque su fuerte está en explotar la vergüenza que provoca en el otro la ignorancia sobre el origen de las palabras. Me parece que los argumentos etimológicos impresionan más de lo que debieran.

Ah, pero usted ya se fue al plano de la discusión desleal. Mea culpa, yo dije "argumentación" y puse un ejemplo tendencioso. Sin duda es una forma vergonzosa que hay que combatir. Sin violencia, en la medida de lo posible. Pero no se distingue mucho del simple recurrir a datos que el interlocutor no posee (para asegurarme de ello yo suelo inventarlos), salvo por cuanto, siendo la etimología una ciencia fascinante, junto con el simple dato ingresa también una cierta sugerencia de que el tipo de argumento debe ser válido por contaminación de la magia de las palabras.

Pero yo tenía en la cabeza algo más específico, que era el pensador honesto que busca entender un concepto por su etimología, sea en una conversación, sea en su propia reflexión. Como pretendía hacer Murray.

Robert Murray Hurga Palabras, por Bungo
"Mi estimado Tolkien: ¿podría escarbarte
el cerebro en busca de palabras sagradas?" (Cartas #209)

Hmmm, se me ocurre que si usted está en una de esas tardes en que tiende a sentirse un abanderado de la modernidad, y a despreciar el saber "precientífico", probablemente no otorgará al estudio etimológico más valor que el de un adorno cultural, que no puede reemplazar una buena definición ahistórica y ad hoc de los términos; pero si en cambio se ha despertado con un corazón apegado a los valores y las intuiciones que del mundo tuvieron nuestros mayores, y lo domina la impresión de que hay verdades que nuestra época ha perdido, va a sentir un auténtico anhelo por examinar el rastro -cuanto más antiguo más rico- que han dejado esos valores e intuiciones en las palabras.

Entonces, cuando Tolkien recomendó a Murray concentrarse en la significación actual, ¿diría usted que estaba en "una de esas tardes"? Es algo que le puede pasar a cualquiera. A Casares no le pasó cuando hurgando una etimología evitó el desastre y rescató valores olvidados, culinarios en ese caso y de una trascendencia incalculable.

Pero sigo con la idea de que el riesgo de la hiperetimologización [1] es al menos igual de grande. El pensador honesto puede verse dominado por la impresión inversa de que "no hay verdades que nuestra época haya ganado", con lo que se preguntará cómo hicieron entonces sus mayores para ganar las suyas cuando los tiempos antiguos todavía eran nuevos.

¿Se trata de encontrar un justo medio? ¿Y cuál será el patrón que lo determine, si la actualidad y el origen tiran en sentidos contrarios? Por poner un ejemplo concreto: "educar". Chesterton se reía una vez [2] de teorías pedagógicas de su tiempo que argumentaban etimológicamente que "educar" era hacer salir a la superficie las facultades latentes de una persona; él había escuchado que originalmente no era otra cosa que sacar a los niños a dar un paseo. Seguía diciendo que esta segunda etimología tampoco lo convencía [3], pero mucho menos le gustaba aquel argumento: lo mismo se podía pedir al niño que contuviese dentro de sí la leche para su alimentación, o los fundamentos de la gramática griega. Y si en última instancia fuese cierto, todavía correspondía al educador la decisión de qué hacer salir y qué no, de modo que todo quedaba en una distinción meramente terminológica.

Pero no se me vaya al tema de la pedagogía, porque lo que me interesa es la forma etimológica de la argumentación.

Yo, profesor, no me voy para ningún lado, permítame que le diga, si no es para el que usted me lleva, que no sé a ciencia cierta cuál es, y espero no sea el de los tomatl.

Y hablando de llevar y educar, le dejo como tarea para la próxima la de investigar y explicar por qué educar termina en ar, cuando los demás hijos de ducere terminan en ir, como conducir, reducir, producir, y el resto de su larga prole. Escríbame luego una elegía de ese verbo ducir (que no sobrevivió por sí mismo, a pesar de ser la base de tantos verbos fundamentales), y quedará como un duque.

Creo que efectivamente la conversación tiene destino de hortalizas, porque sigo con la duda atravesada en la garganta como un nabo, y sin embargo me siento tentado a probar inmediatamente esa "elegía" por ducir que propone. Queden los filósofos para otra ocasión.

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[1] Por no hablar de la hiperneologización compulsiva.

[2] En What's Wrong with the World, caps. V y VI.

[3] El latín e + duco, lit. "llevar fuera, hacer salir", probablemente se refirió en principio a la asistencia en el parto (como en la metáfora de Sócrates), y luego se extendió a la crianza en general, y de ahí a la "educación".

viernes, 7 de diciembre de 2007

Un sufijo rancio

MARCIO.- ¿Creéis que la lengua castellana tenga algunos vocablos de la hebrea?

VALDÉS.- yo no me acuerdo sino de solo uno, el qual creo se le aya pegado de la religión; éste es abad, de donde viene abadesa, abadía y abadengo.

CORIOLANO.- Este último vocablo es muy nuevo para mi; no paséis adelante sin dezirme qué quiere decir abadengo.

VALDÉS.- Porque en la lengua castellana de real se dize realengo lo que pertenece al rey, quisieron los clérigos, con su acostumbrada humildad, por parecer a los reyes, que de abad se llamasse abadengo lo que pertenece al abad o abadía.

PACHECO.- ¿Paréceos a vos que fueron muy necios?

VALDÉS.- No m'empacho con clérigos. También saco por costal o talega es hebreo, de donde lo ha tomado el castellano, assí como casi todas las otras lenguas que an sucedido a la hebrea.

Del Diálogo de la Lengua, de Juan de Valdés (c. 1500 - 1541)

Copio esta nota de la solapa de la edición de Austral:

Acerca de su estilo, [Valdés] dice: "El que tengo me es natural y sin afectación alguna. Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afectación", que comenta Cejador: "Admirable principio, que vale por todos los tratados de retórica. Ese es, realmente, el estilo de Valdés, y si de alguno, de él puede decirse que escribió llano, transparente y sin la menor afectación. El diálogo es apacible charla entre dos italianos corteses y entendidos; un soldado que pica en desenfado y fanfarrón, y el mismo Valdés, hombre descontentadizo, de delicado gusto cuanto al arte, respetado maestro y ahidalgado toledano con sus puntas de franca modestia y su picante de socarronería castellana. Tiene vida el diálogo; es cosa sucedida; corre por todo él cierto aire lucianesco y helénico; cortesano gracejo y lindos donaires le engalanan".

Cejador tiene mucha razón. Valdés logra que el tema resulte ameno sin que suene forzado. La primera escena, donde prácticamente obligan a Valdés a responder a las preguntas sobre el idioma, no tiene desperdicio. Los personajes están muy logrados, e incluso se ve la diferencia de carácter entre los dos cortesanos italianos Marcio y Coriolano. El enfrentamiento con Antonio de Nebrija ("Librixa") es delicioso: "sois forçado a creer una de dos cosas, o que no entendía la verdadera significación del latín, y esta es la que yo menos creo, o que no alcançaba la del castellano, y essa podría ser, porque él era de Andaluzía, donde la lengua no está muy pura". Pero la frutilla del postre está en los refranes que sirven de ejemplo a cada palabra o giro: "Quien cabe mal vezino mora, horas canta y horas llora".

Y todo eso al alcance de la mano, con sólo hacer ¡click! aquí. Pero vayamos a la palabreja de que queríamos hablar al principio, la que no entendía Coriolano. Dice el DRAE:

abadengo, ga.
1. adj. Perteneciente o relativo a la dignidad o jurisdicción del abad. Tierras abadengas. Bienes abadengos.
2. m. abadía (II territorio, jurisdicción y bienes del abad o de la abadesa).
3. m. Poseedor de territorio o bienes abadengos.

Como explicaba Valdés, realengo es igualmente "lo que pertenece al rey"; y añadamos que abolengo, palabra que de tan vieja se ha puesto rancia (está documentada en el siglo XIII, por lo menos), era en un tiempo "lo que perteneció a los abuelos". En efecto, los tres vocablos aparecen normalmente en la frase "bienes de realengo / abadengo / abolengo" para indicar el origen de una propiedad.

Lo curioso (y sabido, no estamos inventando nada) es que este sufijo -engo, unido a la palabra hebrea, es casi el único rastro directo que dejó la dominación visigótica en la morfología de la lengua castellana [1]. En el léxico tenemos algo más, aunque en realidad muy pocos de los germanismos pueden considerarse préstamos directos, como sayón (que mencionamos la otra vez), guardia o ganso; la mayoría da muestras de haber pasado por etapas intermedias en el latín o el francés. En otros ámbitos, como la fonética, es difícil demostrar huella alguna.

No es raro que el -engo que nos ocupa y que aquí significa "perteneciente a" se use en el lenguaje jurídico: en esta área y en el vocabulario relacionado con las armas y la guerra se concentra el aporte lingüístico de los visigodos.

Aparentemente el sufijo proviene de un gótico *-ingôs, con un significado similar en la medida en que puede reconstruirse. Pero se confunde con una multitud de sufijos germánicos en -ing- o en -ung- que pueden o no tener un origen común, y que se usan para expresar relaciones desde el parentesco (descendencia) hasta la propiedad, pasando por alguna simple "relación" que no puede calificarse de modo más específico. Vamos a mirar un poco los que aparecen en inglés antiguo y moderno, con el único objeto de llegar por fin a Tolkien.

Por supuesto, lo primero que hay que separar es la inflexión -ing con que se forman el participio presente y el gerundio en inglés moderno. En uno de los ejemplos que veremos, por más que exista de hecho un verbo bard que significa "emborrizar" o "bardar", barding no significará "emborrizando" o "bardando" (y mucho menos "bardeando") [2].

No es el mismo sufijo que se ve en Halfling "Mediano", donde el segundo elemento es -ling e indica una "persona que tiene tal o cual característica": el mismo que aparece en Easterlings "Orientales", o en beardling "barbudo" (SA:AP:A:II:15), o en muchas palabras más o menos comunes: a earthling "terrícola" hoy sólo la usan los extraterrestres, pero parece que en anglosajón un eorþling era exactamente lo que dice la traducción: "el que habita y cultiva la tierra". Y una forma que causa sorpresa, como todo lo cotidiano: darling no es sino una "persona querida" (dear).

¿Qué sentidos puede tener -ing? El más general (pero no el más usado) es aquella simple "relación" que mencionábamos: A está relacionado de alguna manera con B. ¿Un ejemplo tolkieniano? Cuando Egidio de Ham llega a ser rey del Pequeño Reino recibe el nombre latino de Aegidius Draconarius, 'but he was more often known as Old Giles Worming', bien traducido como "el Buen Egidio del Dragón", porque se expresa de una manera amplia que Egidio derrotó a Crisófilax. Worming aquí tiene un sentido distinto del que se da a Trahald 'burrowing, worming in' en SA:AP:F:II:17, porque en ningún lado consta que Egidio anduviese cavando agujeros a la manera de los gusanos (de paso, la traducción "excavación, horadación" es allí errónea, porque son participios presentes, no gerundios). Puede decirse que todo el cuento de Egidio elabora una eti(m)ología fantástica para el nombre Worminghall (un lugar al este de Oxford) como Aula Draconaria, o "el Palacio del Dragón" en nuestro idioma.

Unido a adjetivos, -ing a veces forma en anglosajón sustantivos que designan individuos; los ejemplos que da Bosworth-Toller son aeðeling "príncipe" (de aeðele "noble"), o earming "persona miserable" (de earm "pobre, miserable").

Es muy común que el sufijo indique posesión: esto es evidente en muchos nombres de lugares anglosajones, como cierta Folcwining lond que no indica "tierra (lond) de los descendientes de Folcwine", sino simplemente "tierra de Folcwine". Y parece ser que Worminghall, al fin y al cabo, no tenía que ver con dragones sino con la residencia de un tal Wyrma.

Pero el uso más frecuente, y con seguridad el más tolkieniano, es el patronímico, es decir, "hijo de" o "descendiente de". En esa situación se encuentra Thengling, usado en la balada de los Túmulos de Mundburgo (SA:5:VI:71): 'There Théoden fell, Thengling mighty' > "Allí cayó Théoden, [poderoso] hijo de Thengel". En plural hay varios ejemplos, donde la traducción [3] ha adaptado cada uno de un modo distinto. Veamos:

Bardings: "Bárdidos"
Beornings: "Beórnidas"
Entings: "Entandos"

Beórnida satisfecho tras aniquilar un entando

Los primeros son los descendientes de Bard, el que mató al dragón Smaug; los segundos, los de Beorn, que podían transformarse en osos a voluntad; y los terceros son los hijos de los Ents, donde la adaptación ha sido verdaderamente desastrosa: ¿se entiende que hay algún verbo "entar"? ¿Significa acaso "estar parado y con los brazos levantados, diciendo hum hom"?

En Rohan se usa directamente el plural anglosajón en -as, y el sentido ya no es "descendiente de" en sentido estricto sino que se ha ampliado la significación para designar a todo un pueblo:

Eorlingas
Helmingas

Evidentemente son los "hijos de Eorl" (de hecho Sons of Eorl se usa varias veces para hablar de los Rohirrim) y los "hijos de Helm" en el Folde Oeste.

Por último, el significado "pueblo de" alcanza no sólo a los supuestos descendientes de un rey o señor sino que se une a una región (como en anglosajón los West Centingas son los hombres del oeste de Kent [4]) o a una simple característica:

Dunlendings: "Dunlendinos" (a veces por error "Dundelinos")
Swertings: "Endrinos"

El primero se refiere a los habitantes de las Tierras Brunas (Dunland); el segundo es un nombre específicamente hobbit (SA:4:III:73) para los Hombres del Sur, y equivale a Swarthy Men, que a veces es "Endrinos" y a veces "Cetrinos".

¿Cuál habría sido la mejor opción para traducir este grupo de nombres? Es difícil decirlo, porque no es en realidad un grupo homogéneo. Las dos formas anglosajonas quedaron tal cual, y suenan muy bien; Easterlings y Halflings, por su parte, son demasiado evidentes para quedar sin traducción, y la idea de Swertings era que se advirtiera la relación con Swarthy Men. También debería haber sucedido eso con Dunlendings y el lugar de que proceden, pero no fue así. "Bárdidos" y "Beórnidas", aislados, no suenan mal, pero se pierde la relación de conjunto. Y "Entandos" es a todas luces inaceptable.

¿Tenemos este mismo -ing en castellano, ya fuera de aquellos abadengos y abolengos? Sí, aunque en los préstamos en que aparece no se identifica como sufijo: pero es fácil darse cuenta de que "vikingo", o "nibelungo", por nombrar los más famosos, terminan conteniendo el mismo elemento (el segundo en alto alemán, si no me equivoco). ¿Sirve eso para justificar que hablemos más bien de los "Bardingos", "Beorningos" y demás? No sé. Por otra parte, es bueno recordar que -ing es uno de los tantos componentes que pueden hallarse en Inklings, el nombre del grupo literario que formaron Tolkien, Lewis y Williams.

Pero de Inklings sería lindo hablar otro día, lo mismo que de la graciosa mescolanza que ha hecho la traducción de la Historia de El Señor de los Anillos en torno a Branding(s).

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[1] Otro caso aun menos conocido podría ser mestengo (de mesta; de allí proviene el mustang), y parece que mostrenco y podenco tienen fomas sordas del sufijo.

[2] Mucho mejor que éste es el viejo chiste sobre el apellido del escritor Rudyard Kipling basado en la confusión de sufijos: 'Do you like Kipling? - I don't know, I've never kipled'. Aclaro que a mí sí me gusta Kipling, aunque no sé de dónde viene el nombre.

[3] Éste es otro de esos posts criticones.

[4] Es llamativo que según este análisis "Mandinga" termine siendo un habitante de Mandos.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Una excursión a las sierras

Hláford y yo hemos decidido que no podíamos ser menos que Eleder y Fiondil, que atravesaron los Pirineos en busca de extraños lenguajes.

Poseídos de un sano espíritu de emulación, nos dimos cita en lo más parecido a los Pirineos que podíamos encontrar en las inmediaciones: las sierras de Córdoba, Argentina; más precisamente en la hermosísima localidad de La Cumbrecita. Nos reconocimos de inmediato, porque él apareció vestido de radical proto-indoeuropeo, y yo ostentaba mi característico aspecto de fenómeno morfológico. Tal como habíamos acordado, intercambiamos contraseñas:

[Hláford]-Las lenguas aglutinantes favorecen la producción de alomorfos.
[Bungo]-E inhiben neologismos por retroformación.
Entonces desenfundamos nuestros magnetófonos y salimos en busca de hablantes a quienes registrar.
Los célebres Bungo y Hláford
Lamentablemente elegimos para nuestro trabajo de campo uno de los parajes más deshabitados y silenciosos que hallarse puedan en la región, de modo que debimos contentarnos con entrevistar a algunos caballos y vacas, que se mostraron singularmente esquivos.
Nada sacamos en claro de los lenguajes equino y bovino, pero al menos tuvimos ocasión de reflexionar sobre los nombres de estos serviciales amigos del hombre. Decimos equino/bovino en lugar de caballar/vacuno gracias a que el latín nos ha provisto de muchos términos por partida doble, la versión latín clásico y la versión latín vulgar.
Equus siempre me ha parecido una palabra hermosa, que lamentablemente no nos llegó si no es a través de cultismos derivados (equino, ecuestre). Caballus la desplazó a lo largo del todo el Imperio en épocas remotas (500 o 600 DC), y es por eso que tenemos cheval en Francia, cavallo en Italia, cal en rumano y hasta un kaballes en Grecia. Se sospecha que caballus es un término de origen celta, que los romanos habrían aprendido en la Galia. Originariamente se le decía caballus a un jamelgo, es decir, una bestia de carga vieja, derrengada o consumida. ¿Por qué un término con semejante connotación negativa reemplazó al señorial equus? Leo una interesante explicación en este artículo canadiense, que puede resumirse así: era común en las legiones romanas usar términos burlones para referirse a los propios pertrechos militares. Algo así sucede en las voces de germanía: nacen como términos peyorativos, y luego se los usa con el orgullo de quien asume sacando pecho su baja condición. Lo cual provoca la adopción en masa del término en cuestión por todas las capas sociales, ya que nadie quiere ser menos -o más, en este caso- que ninguno.
La consorte del caballo, sin embargo, no cayó en semejante relajación, y siguió llamándose dignamente equa, que en español dio... yegua (por si alguna vez se preguntaron la razón de tan extraño femenino).
En descargo de la palabra caballo, diré que aunque no me suene hermosa como equus, nos ha dado un derivado feliz y sugerente en cabalgar, ese verbo que evoca el acompasado resonar de los cascos del caballo.
En un artículo sobre burros y ponies comenté la relación entre los pollinos, los ponies y los pollos. Hurgando un poco más, aprendo que también los potros provienen de la misma raíz pu que indica animal jóven / hijo, raíz presente en el latín puer, del que proviene nuestro pueril, y en el lejano sánscrito putrás =hijo (donde Brahmaputra = hijo de Brahma).
Pasando a las bovinas vacas, podríamos hurgar un poquito y encontrar que el latín vacca proviene de vagire, de la misma raíz indoeuropea que dio vacati (gritar) en el sánscrito védico. Hoy vagido es el llanto de la criatura recién nacida, pero evidentemente también significó "mugido" en latín. Bovino, por su parte, proviene del latín bos-bovis, que conserva la raíz proto-indoeuropea *GWOUS presente en muchísmos descendientes vacunos (proto germánico cwon, anglosajón cu> inglés cow, sánscrito gaus, griego bous, irlandés , antiguo eslavo govedo, y sigue la lista). Curiosamente, esta raíz estaría relacionada con otra proto-indoeuropea *BA, que significaba "gritar, resonar", como en latín boao="gritar" del cual proviene nuestro Boato (ese señor casado con doña Pompa). En resumen, una vaca bovina es una gritadora que grita.

Al caer la tarde, Hláford y yo nos dimos por vencidos. Nuestras libretas seguían prácticamente vacías, aunque noté que mi compañero había completado una de las filas de la tabla de encuestados. En un momento de distracción suya le eché un vistazo a lo que había escrito.

Jerga ininteligible. Marcados problemas de pronunciación. Tendencia a divagar. Hilación deficiente y profusión de anacolutos.
Cuando le pregunté quién había sido el sujeto examinado, puesto que no nos habíamos cruzado con nadie en toda la tarde, su rostro se encendió (o más exactamente, asumió un tono punzó) y ocultó la libreta.

-Nadie, nadie. Es de un trabajo de campo anterior -dijo.

Algo en el tono de voz de Hláford tornaba la explicación poco convincente, aunque me guardé de decirlo. Seguimos caminando sin hablarnos. Hasta que mi compañero rompió el silencio.

-Bungo, se te ha caído la libreta.

-Gracias -me apresuré a decir-. Dámela, por favor.

-Veo que también realizaste una entrada en ella:

Sujeto con graves dificultades asociadas a la disglosia. Abundancia de barbarismos e idiotismos. Marcada confusión de niveles del lenguaje. Tonada completamente absurda.
-Es también de otra jornada de trabajo -expliqué en una especie de murmullo ahogado, provocado sin duda por la agitación de los empinados caminos de las sierras.

-M'hm -dijo él, lacónico.
-M'hm -agregué yo.

Como habíamos llegado al fin de nuestro camino, nos saludamos con un apretón de manos. Una vaca contemplaba nuestra despedida espantándose rítmicamente las moscas con el rabo, y me pareció que de sus labios se escapaba un mugido (o vagido) a modo de rúbrica.

-M'hm -creo que dijo.