miércoles, 19 de diciembre de 2007

Una de esas tardes

Hablando de lo que hablaban los dos profesores, ¿identifica usted ese tipo de argumentación que se apoya en la etimología de los términos usados? No me refiero simplemente a un debate dirigido a la utilidad de los términos en sí, o a su sentido "verdadero", sino a la clase de argumento que incluye frases como "Lo que pasa es que si nos remontamos al origen de la palabra 'religión' / 'república' / 'música' / 'galletita'", etc. ¿Se da cuenta de lo que le quiero decir?

Creo darme cuenta, pero deme un ejemplo.

Vea: hace un tiempo me contaban de un muy conocido periodista argentino de perfil intelectual que en cierta ocasión dedicó uno de sus programas a un tema de rabiosa frivolidad. No recuerdo exactamente cuál era este tema, pero entonces nadie hablaba de otra cosa. Parece ser que comenzaba justificando su abandono momentáneo de temas políticos y sociales recurriendo a la etimología de "noticia". ¿Me sigue?

Lo sigo. Tengo la sensación de que a menudo se abusa de la etimología para justificar cualquier cosa. Una especie de zancadilla intelectual, porque su fuerte está en explotar la vergüenza que provoca en el otro la ignorancia sobre el origen de las palabras. Me parece que los argumentos etimológicos impresionan más de lo que debieran.

Ah, pero usted ya se fue al plano de la discusión desleal. Mea culpa, yo dije "argumentación" y puse un ejemplo tendencioso. Sin duda es una forma vergonzosa que hay que combatir. Sin violencia, en la medida de lo posible. Pero no se distingue mucho del simple recurrir a datos que el interlocutor no posee (para asegurarme de ello yo suelo inventarlos), salvo por cuanto, siendo la etimología una ciencia fascinante, junto con el simple dato ingresa también una cierta sugerencia de que el tipo de argumento debe ser válido por contaminación de la magia de las palabras.

Pero yo tenía en la cabeza algo más específico, que era el pensador honesto que busca entender un concepto por su etimología, sea en una conversación, sea en su propia reflexión. Como pretendía hacer Murray.

Robert Murray Hurga Palabras, por Bungo
"Mi estimado Tolkien: ¿podría escarbarte
el cerebro en busca de palabras sagradas?" (Cartas #209)

Hmmm, se me ocurre que si usted está en una de esas tardes en que tiende a sentirse un abanderado de la modernidad, y a despreciar el saber "precientífico", probablemente no otorgará al estudio etimológico más valor que el de un adorno cultural, que no puede reemplazar una buena definición ahistórica y ad hoc de los términos; pero si en cambio se ha despertado con un corazón apegado a los valores y las intuiciones que del mundo tuvieron nuestros mayores, y lo domina la impresión de que hay verdades que nuestra época ha perdido, va a sentir un auténtico anhelo por examinar el rastro -cuanto más antiguo más rico- que han dejado esos valores e intuiciones en las palabras.

Entonces, cuando Tolkien recomendó a Murray concentrarse en la significación actual, ¿diría usted que estaba en "una de esas tardes"? Es algo que le puede pasar a cualquiera. A Casares no le pasó cuando hurgando una etimología evitó el desastre y rescató valores olvidados, culinarios en ese caso y de una trascendencia incalculable.

Pero sigo con la idea de que el riesgo de la hiperetimologización [1] es al menos igual de grande. El pensador honesto puede verse dominado por la impresión inversa de que "no hay verdades que nuestra época haya ganado", con lo que se preguntará cómo hicieron entonces sus mayores para ganar las suyas cuando los tiempos antiguos todavía eran nuevos.

¿Se trata de encontrar un justo medio? ¿Y cuál será el patrón que lo determine, si la actualidad y el origen tiran en sentidos contrarios? Por poner un ejemplo concreto: "educar". Chesterton se reía una vez [2] de teorías pedagógicas de su tiempo que argumentaban etimológicamente que "educar" era hacer salir a la superficie las facultades latentes de una persona; él había escuchado que originalmente no era otra cosa que sacar a los niños a dar un paseo. Seguía diciendo que esta segunda etimología tampoco lo convencía [3], pero mucho menos le gustaba aquel argumento: lo mismo se podía pedir al niño que contuviese dentro de sí la leche para su alimentación, o los fundamentos de la gramática griega. Y si en última instancia fuese cierto, todavía correspondía al educador la decisión de qué hacer salir y qué no, de modo que todo quedaba en una distinción meramente terminológica.

Pero no se me vaya al tema de la pedagogía, porque lo que me interesa es la forma etimológica de la argumentación.

Yo, profesor, no me voy para ningún lado, permítame que le diga, si no es para el que usted me lleva, que no sé a ciencia cierta cuál es, y espero no sea el de los tomatl.

Y hablando de llevar y educar, le dejo como tarea para la próxima la de investigar y explicar por qué educar termina en ar, cuando los demás hijos de ducere terminan en ir, como conducir, reducir, producir, y el resto de su larga prole. Escríbame luego una elegía de ese verbo ducir (que no sobrevivió por sí mismo, a pesar de ser la base de tantos verbos fundamentales), y quedará como un duque.

Creo que efectivamente la conversación tiene destino de hortalizas, porque sigo con la duda atravesada en la garganta como un nabo, y sin embargo me siento tentado a probar inmediatamente esa "elegía" por ducir que propone. Queden los filósofos para otra ocasión.

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[1] Por no hablar de la hiperneologización compulsiva.

[2] En What's Wrong with the World, caps. V y VI.

[3] El latín e + duco, lit. "llevar fuera, hacer salir", probablemente se refirió en principio a la asistencia en el parto (como en la metáfora de Sócrates), y luego se extendió a la crianza en general, y de ahí a la "educación".

2 comentarios:

  1. Me vino a la mente este párrafo de Alarcón, en El Tejedor de Segovia (por eso de la etimología en las argumentaciones)

    Dice la obra de teatro
    -------
    Conde
    -A recibirte me obliga
    ver que me tienes amor
    ¿De donde eres?

    Chichón
    -Yo, señor,
    soy natural de Barriga.

    Conde
    -Pues, ¿hay lugar de ese nombre?

    Chichón
    -Que ignorante dello estés
    me admira. Barriga es
    la primer patria del hombre.
    dello se etimologiza
    mi nombre, y el caso fue
    que Mencía (en gloria esté)
    siendo doncella castiza,
    dio un tropezón, y fue tal
    la caída, que aunque dio
    sobre un colchón, le quedó
    en el vientre un cardenal.
    Creció después la hinchazón;
    y a quien saber pretendía
    la ocasión, le respondía
    Mencía que era un chichón.
    En efeto, me parió;
    y la vecindad con esto,
    viéndola sana tan presto,
    y que el chichón era yo,
    con risa y murmuración,
    apuntándome, decía:
    ¨Hélo el chichón de Mencía¨;
    y quedóseme Chihcón.

    ----------
    No tiene mucho que ver ¿no? pero me hace gracia también.

    tenna rato
    Gaeren

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  2. Gracias por la cita. No tiene desperdicio: si eso no es etimología popular, la etimología popular dónde está.

    Esta gente del Siglo de Oro (porque "Alarcón" aquí es Juan Ruiz de A., no Pedro Antonio de A.) tenía una fortísima pasión etimológica, heredada de muchos siglos atrás y que a la vez recibimos nosotros. Podía entrar casi en cualquier ámbito. Ahora me acuerdo de un acto sacramental mitológico de Calderón, "Las fortunas de Andrómeda y Perseo", donde sin salir del teatro la Ciencia Natural personificada explica el nombre de Andrómeda (que representa a la Naturaleza Humana, caída y rescatada luego por Perseo/Cristo) así:

    Como investigando voy
    altas cosas cada día,
    entre imágenes no vanas,
    letras divinas y humanas
    revolví en la fantasía.
    En las humanas hallé,
    por la docta astrología,
    que una Andrómeda sería
    de la Tierra hija; con que,
    a las divinas pasando,
    aunque ser fábula vi,
    por si contuviese en sí
    alguna alusión, dudando
    dónde o cómo se eslabona,
    anteví en San Isidoro
    que el bello esplendor del oro,
    que en tus rizos se corona,
    andrómadas, en el griego
    idioma, quiere decir.
    Y, volviendo a proseguir,
    Enrico Estephano luego
    dice, andrómada, en el sacro
    frase, es la florida edad;
    y androdeas, la deidad,
    la estatua y el simulacro.
    Yo (viendo que señas tantas
    tu rara hermosura encierra,
    pues, siendo hija de la Tierra,
    tu perfección adelantas,
    de que una y otra virtud
    expliquen en ti el poder
    de su Autor al florecer
    la edad de tu juventud,
    y que ser tu ser alcanza
    simulacro soberano,
    que hizo de tierra su mano
    labrado a su semejanza)
    de todos estos sentidos
    que en sí el griego frase trae,
    androdeas, androae
    y andromacas reducidos,
    un nombre proprio saqué,
    viendo convenir en ti
    todas sus señas, y así
    Andrómeda te llamé.

    No es tan divertido, pero es que tampoco pretendía serlo. Pero es por cosas como éstas que todos estos poetas tienen destino cierto de ser invitados permanentes aquí.

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