miércoles, 23 de abril de 2008

Descifrando manuscritos

I) Manuscritos ficticios

En El Señor de los Anillos, cuando la Compañía llega a la Cámara de Mazarbul, Gandalf da con un registro de los azares y desventuras que cayeron sobre el pueblo de Balin (2:V:3):

...junto a la tapa destrozada de uno de los cofres encontraron los restos de un libro. Lo habían desgarrado y lo habían apuñalado, estaba quemado en parte y tan manchado de negro y otras marcas oscuras, como sangre vieja, que poco podía leerse.

Como sucede otras veces que ya hemos mencionado en el blog, la pasión filológica despierta en el personaje; en este caso, se trata del trabajo primario de desentrañar el contenido de un viejo manuscrito sobre el que se ha abatido el tiempo (por no hablar de los orcos). Éste es un trabajo que hoy en día se hace en escritorio o laboratorio, con luces especiales, lupas y microscopios, y tal vez reactivos y demás recursos de la ciencia. Gandalf lo hace en el fondo de una mina abandonada, con luz escasa y a simple vista. Quizás por ser un Mago es que logra desentrañar bastante de lo escrito (2:V:5):

Echamos a los orcos de la gran puerta y el cuarto de guar- supongo que diría guardia. Matamos a muchos a la brillante –creo– luz del valle. Una flecha mató a Flói. Él derribó al grande. Luego hay una mancha seguida por Flói bajo la hierba Junto al Lago Espejo. Sigue una línea o dos que no puedo leer. Luego esto: Hemos elegido como vivienda la sala vigesimoprimera del lado norte. Hay no sé qué. Se menciona una abertura. Luego Balin se ha aposentado en la Cámara de Mazarbul.

Lo más gracioso, en opinión del que suscribe, es lo de "Hay no sé qué" (no tan gracioso en el original: 'There is I cannot read what'). Tolkien hizo esmerados facsímiles de algunas de estas hojas para incluir en el SA y para que el lector jugase a descifrar su contenido: grande fue su decepción cuando, por razones de costo, sus facsímiles quedaron fuera de la obra impresa. Hoy pueden verse, sin embargo, a todo color en obras como Pinturas y Dibujos, Artista e Ilustrador, o la edición del 50º Aniversario.

En A&I los autores comentan sobre los pasajes citados y sobre los manuscritos mismos: "Tal vez al escribir este pasaje, Tolkien pensaba en el manuscrito cotoniano de Beowulf, que a raíz de un incendio acaecido en 1731 había quedado deteriorado y en precarias condiciones, agravadas por posteriores intentos de restauración". Véase una página de cada una de estas obras:

Libro de Mazarbul

Cotton Vitellius A.XV (Beowulf)

Comentan Hammond-Scull: "Los desgarros, las pérdidas y las quemaduras son genuinos, y los 'orificios de encuadernación', a través de los cuales habían sido cosidas en su momento las hojas del libro 'auténtico', están perforados a lo largo del lado". Uno se imagina a Tolkien diseñando y escribiendo laboriosamente la página, tras haber seleccionado el papel adecuado y la tinta; luego desgastando la hoja para dar impresión de antigüedad, eligiendo las lacunae o secciones del manuscrito que deberán quedar ilegibles, quemando los bordes, salpicando el resto con sangre (tinta o tal vez salsa de tomate, esperemos), desgarrando violentamente otras partes, y por fin atacando enajenado los restos con una espada, con fiera expresión órquica y al grito de Ai oi!

II) Manuscritos reales

Ahora bien, éstos no son los únicos "manuscritos para descifrar" que dejó el autor. Se conservan, en realidad, varios miles de páginas más o menos similares de su puño y letra, a veces de claridad meridiana, a veces más semejantes a lo que hubiese escrito un enano especialmente nervioso ante la acometida de una hueste de orcos, trolls y balrogs. La diferencia está en que no se trata de facsímiles de registros en caracteres élficos, sino simplemente de las notas del propio Tolkien escribiendo sus relatos, modificándolos, comentándolos, desarrollando etimologías, etc. etc. En esas ocasiones, la hueste de orcos está reemplazada por el tropel no menos temible de las ideas que, acuciadas por el balrog de la inspiración, desafían a la mano, con penosa derrota de esta última. Christopher Tolkien suele decir de casos como ésos que su padre estaba "pensando con la pluma". Véase un ejemplo en esta imagen reproducida en GA:108:

Literalmente, parece que dice:

The rope lay slack for a long while as Sam stared at it. Suddenly it drew taut, and nearly caught him at unawares. He braced his feet, and wondering what had happened and whether his master was now dangling in mid-air at the far rope's end, but not cry came, and the rope went slack again. After a long while as it seemed he thought he heard a faint hail. He listened, it came again, and cautiously he crawled to the brink taking in the slack as he went.

Increíble, ¿no? ¿No hubiese hecho las delicias de un papirólogo como Gandalf? No cabe duda, nos hallamos ante un escriba enano de primer orden. Y la tarea de descifrar estos miles de páginas ha sido fuente de placer, sí, pero también de quebraderos de cabezas para los investigadores y editores de los papeles póstumos de Tolkien durante más de 30 años, con su hijo Christopher en primera línea.

El que se ve arriba no es ni con mucho el más complejo de los casos. Me atrevería a decir que es relativamente sencillo, no porque me lo parezca a mí (que no entiendo ni jota), sino porque el editor fue capaz de leer o deducir todas las palabras. Pero cuando se llega a los papeles lingüísticos, al parecer, la dificultad crece geométricamente. Dice Christopher, hablando de las Etimologías (CP:397):

Se trata de un documento digno de atención, que debe contarse entre los más difíciles de los papeles con material único que dejara mi padre. Las dificultades inherentes en el texto aumentan debido al pésimo estado del manuscrito, que durante una gran parte de su longitud está arrugado, doblado, roto en los bordes y descolorido (hasta el punto que lo que se escribió débilmente a lápiz es ahora apenas visible y muy difícil de descifrar). En algunas secciones el laberinto de formas y tachaduras es tan denso, y en su mayor parte está escrito con tanta rapidez, que no podemos estar seguros de cuál era la intención final de mi padre: en estas partes estaba elaborando espontáneamente conexiones y derivaciones potenciales, y de ningún modo estableciendo historias ya definidas.

La descripción parece copiada del pasaje en la Cámara de los Registros. En Vinyar Tengwar 45 y 46 se dan imágenes de algunas páginas de este texto, de las que tomamos la entrada correspondiente a la raíz DO3- (VT45:10):

Como ya hemos dicho otras veces, citando sin decirlo a quienes a su vez ya lo habían dicho mejor que nosotros, en la Tierra Media abundan las "figuras del filólogo": Fëanor, Aragorn, Faramir, Bilbo, Meriadoc, son algunos, y entre ellos Gandalf no desentona, leyendo el Libro de Mazarbul. Pero cuando vemos estos papeles nos damos cuenta, sorprendidos, de que el filólogo no es sólo un personaje de ficción, sino que escapa de las páginas del libro, porque él también, como Gollum, puede tener un papel que desempeñar, para bien o para mal, antes del fin: el de descifrar estos garabatos. Ya hubiese querido Christopher Tolkien tener a un Mago como asistente.

martes, 15 de abril de 2008

Spitzer: regüeldos y modos de etimologizar

Por mucho que lo intente, uno no puede dejar de recomendar un clásico de Leo Spitzer sobre el Quijote: "Perspectivismo lingüístico en El Quijote" (se puede leer en Lingüística e Historia Literaria, Gredos 1968, págs. 135-87). Entre tantas cosas interesantes que dice, comenta aquel pasaje sobre "eructar" y "regoldar" (págs. 159-60):

A mi entender, lo que Cervantes pretende es presentarnos el problema de un Buen Lenguaje en todas sus posibilidades, sin llegar a establecer conclusiones definitivas. De una parte se le permite a Sancho afirmar su ideal de una tolerancia lingüística: (II, 19) "Pues sabe que no me he criado en la Corte ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que ¡válgame Dios!, no hay para qué obligar al sayagüés a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto de hablar polido." De otra, Don Quijote puede mantener su ideal de un "lenguaje ilustrado" (en el sentido de Du Bellay): cuando no alcanza Sancho a entender el latinismo erutar (II, 43), observa Don Quijote: "Erutar, Sancho, quiere decir 'regoldar' y éste es uno de los más torpes vocablos de la lengua castellana, aunque es muy significativo. Y así la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar y a los regüeldos erutaciones; y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso." Así Don Quijote querría crear un lenguaje usual más refinado, bien que al mismo tiempo señalara que la última decisión en lo tocante al enriquecimiento de la lengua estaba en el pueblo. Y no niega, por otra parte, la fuerza gráfica de las expresiones populares. El principio de Sancho de la expresividad lingüística, que corre parejas con su defensa de la naturalidad en el lenguaje, innata en cada hombre, ha de ser considerado conjuntamente con el principio de Don Quijote sobre el refinamiento lingüístico, principio que es un reflejo de su infatigable defensa del ideal: al proponer Cervantes los dos puntos de vista, recibe un desarrollo dialéctico el problema debatido. Es claro que en el pasaje sobre erutar nos hallamos con un alegato en favor del lenguaje refinado, aunque se exige su ratificación por el pueblo común. Pero ello no quiere decir que el propio Cervantes abogue aquí por un refinamiento en el lenguaje: más bien, creo yo que no adopta una posición definitiva, sino que lo que verdaderamente le interesa es el juego dialéctico de poner de manifiesto los múltiples efectos del problema debatido. La manera de Sancho de zanjar los problemas es tajante; Don Quijote está más al tanto de sus complejidades; Cervantes se sitúa por encima de uno y otro. Para él, ambas expresiones regoldar y erutar constituyen un medio de revelar las múltiples perspectivas del lenguaje.

No es más que uno de los hilos que mueve Spitzer en su vasta interpretación de los hechos lingüísticos de la novela, que las cincuenta y pico páginas apenas alcanzan a contener. El autor la resume en las dos primeras (135-6):

En este ensayo, el procedimiento consistirá en armonía con los principios explicados en el primer artículo de este libro en tomar como punto de partida un aspecto particular de la novela de Cervantes, que seguramente llamará la atención a cualquier lector; es, a saber, la inestabilidad y variedad de los nombre dados a algunos personajes (y la variedad de explicaciones etimológicas de esos mismos nombres), para descubrir tras esa polionomasia (y polietimología) el posible motivo psicológico de Cervantes. A mi entender, trátase de una deliberada renuncia por parte del autor a hacer una elección definitiva de un nombre (o etimología): en otros términos, de un deseo de destacar los diferentes aspectos bajo los que puede aparecer a los demás el personaje en cuestión. Si ello es así, entonces esta actitud relativista de Cervantes colorará, sin duda, otros detalles lingüísticos de la novela. Efectivamente, esa actitud es la que seguramente se oculta en los frecuentes debates (entre Don Quijote y Sancho, principalmente), que nunca llegan a una conclusión definitiva sobre la relativa superioridad de una u otra palabra o frase. Parece como si Cervantes mirase el lenguaje desde el ángulo del perspectivismo. Esto bien sentado, no será difícil ver (como efectivamente ha reconocido A. Castro) que el perspectivismo informa la estructura de la novela en su conjunto. Lo encontramos en la manera de Cervantes de tratar la trama, en los temas ideológicos, en su actitud de distanciamiento frente al lector.

Y, sin embargo, más allá de este perspectivismo podemos sentir la presencia de algo que no está sujeto a la fluctuación: el principio permanente e inmutable de lo divino, que quizá hasta cierto punto se refleja en el mismo artífice terrestre, el artista, quien asume un poder casi divino en su dominio de la materia, en su propia actitud inconmovible ante los fenómenos de su mundo, y hasta en su distanciamiento frente al lector. En esta glorificación del artista es donde hemos de ver la mayor significación histórica de la obra cumbre de la literatura española.

El "primer artículo" que menciona es el homónimo del libro, págs. 7-53, que fatídicamente aparecerá citado alguna vez en este blog. El resumen, con ser ambicioso, no hace verdadera justicia al ensayo; el estudio de cada "detalle lingüístico" es en realidad un concentrado de reflexiones agudas que bien podría haber constituido un estudio aparte, y el ensayo a su vez se podría haber convertido en un grueso tomo sobre el lenguaje en el Quijote. Al mismo tiempo, el entrelazado de los distintos argumentos y temas es tan prieto que vuelve difícil la tarea de recortar párrafos y citarlos. Hago un intento (págs. 143-7), con las reflexiones desatadas por la mención de las distintas variantes y etimologías dadas para el nombre de la Condesa Trifaldi:

Ahora bien; aquellos comentaristas que en general siguen la norma de poner en relieve la intención satírica de Cervantes, señalarán que la variedad de nombres atribuidos al protagonista por Cervantes es simplemente una parodia de las tendencias pseudohistóricas de los autores de novelas de caballerías, quienes, con el fin de mostrar su puntualidad y exactitud como historiadores, pretenden haber utilizado diferentes fuentes. En el caso de los nombres de la mujer de Sancho, algunos comentaristas, como hemos visto, señalan que la polionomasia se debe a los hábitos onomásticos de la época; en la alteración del nombre de "Mambrino" ven generalmente una sátira contra la ignorancia de Sancho; en cuando al nombre de la Condesa Trifaldi, no he visto ninguna explicación (la edición de Rodríguez Marín señala las posibles fuentes "históricas" del vestido de tres colas o faltas). Mas es evidente que tiene que haber, tras todos estos casos, una pauta común de pensamiento, la cual explicará: 1) la importancia concedida al nombre o cambio de nombre; 2) el interés por la etimología de los nombres; 3) la polionomasia en sí.

Pues bien; sucede que estos tres aspectos los conoce bien el medievalista (menos, quizá, el estudioso de la literatura renacentista): en último término, derivan de estudios bíblicos y de la filología antigua. No hace falta sino recordar el comentario de San Jerónimo sobre la Epístola a los Hebreos o las Etimologías de San Isidoro y la manía etimologizadora de todos los grandes poetas medievales. Los nombres en la Biblia se tratan con toda seriedad: en el Antiguo Testamento, el nombre, o mejor, los nombres de Dios son importantísimos (Éxodo, VI, 2-3: "Yo soy Yahve, y me he mostrado a Abraham, a Isaac y a Jacob como El Schaddai; bajo el nombre de Yahve no fui conocido por ellos"; cf. ibid., III, 14); la variedad de los nomina sacra o nombres sagrados revelaba la variedad de aspectos bajo los que podía hacerse sentir el poder divino (cf. PMLA, LVI, 13 sig.). No decrece la importancia de los nombre con la divinidad del Nuevo Testamento (Cristo es llamado Emmanuel). Y en el Nuevo Testamento aparece una tendencia que ejercerá gran influjo en la caballería medieval: el cambio de nombre subsiguiente al bautismo será imitado en el cambio de nombre que sufre el caballero novel. En todos estos nombres o cambios de nombres sagrados (o sacramentales), la etimología desempeña un papel primordialísimo, por la razón de que el significado verdadero (originario) puede revelar verdades eternas latentes en las palabras; de hecho, era posible que para una misma palabra se propusieran varias etimologías, ya que Dios pudo haber depositado diferentes significados en un solo término: polionomasia y polietimología. Estas dos técnicas se aplican generalmente en mayor grado a los nombres propios que a los comunes, porque los primeros, siendo como son por naturaleza "intraducibles", participan más del aspecto misterioso del lenguaje humano: están menos motivados. En los nombres propios podía la mentalidad medieval ver reflejada mejor la multivalencia del mundo lleno de arcanos. Rasgo característico de la Edad Media era su admiración tanto por la correspondencia entre palabra y realidad como por el misterio que hace inestable aquella correspondencia.

No pretendo con todo esto negar que Cervantes siguió los moldes señalados por sus comentaristas; lo que quiero decir es que, al obrar así, seguía también ciertos moldes recibidos del Medievo (que, sin embargo, sometió a una nueva interpretación, la de su inteligencia crítica). Es posible, por ejemplo, en el caso del nombre de la Condesa "Trifaldi", ver superficialmente una imaginación medieval en obra; se da del nombre una interpretación (Trifaldi = Tres faldas) que, para nuestro moderno punto de vista lingüístico o histórico, es evidentemente falsa, pero que hubiera hecho las delicias de una mentalidad medieval, dispuesta siempre a aceptar cualquier interpretación que le ofreciera un esclarecimiento del misterio de las palabras. Las etimologías antiguas y medievales muy contadas veces son las que podría ofrecer un lingüista moderno, inclinado como está a respetar los procesos de formación corrientes en el lenguaje particular. La mira de aquellas etimologías era establecer una conexión entre una palabra dada y otras existentes ya, como un homenaje a Dios, cuya sabiduría pudo ordenar aquellas relaciones. Las conexiones etimológicas que ve el etimólogo medieval son relaciones directas establecidas entre palabras vagamente asociadas por su sonido homonímico, no las relaciones establecidas por la gramática histórica o las que se logran por la descomposición de una palabra en sus elementos morfológicos. En otros términos, se nos ofrecen ejemplares posibilidades ideales, no determinadas realidades históricas: así, San Isidoro relacionará sol y solus por la belleza ideológica de tal relación, no sol y helios (= sol), como hace la gramática comparada de hoy.

Pero si la ecuación Trifaldi = Tres faldas representa una etimología medieval, no tomó Cervantes muy en serio su propia explicación etimológica. Debió de estar perfectamente al corriente de la explicación históricamente verdadera, la que le movió a forjar la palabra. Trifaldi es evidentemente una forma regresiva de Trifaldín, nombre que, a su vez, es el burlesco Truffaldino italiano, "nombre de personaje ridículo y bajo de comedia" (Tomm.-Bellini). Es muy intencionada en nuestra historia la alusión a truffare, "engañar", en un episodio proyectado para engañar a Don Quijote y Sancho. Así, el nombre del escudero Trifaldín no es (históricamente) un diminutivo de Trifaldi, como pudiera parecer, sino que, por el contrario, preexistía en la mente de Cervantes al nombre de la dueña. La etimología de "tres faldas" es, históricamente hablando, enteramente descaminada. Tropezamos aquí con la misma vena paraetimológica en que Rabelais (parodiando graciosamente la costumbre medieval y dando ejemplo al mismo tiempo de la alegre libertad con que el escritor renacentista podía jugar con las palabras) explicaba el nombre Gargantúa por "que Grand tu as [sc. le gosier]", "¡qué tragaderas las tuyas!", y el nombre Beauce por "[je trouve] beau ce [pays]", yo encuentro bello este país". En nuestra historia, el juego paraetimológico con nombres sirve para subrayar la duplicidad de la evidencia externa: lo que para Don Quijote y Sancho son sucesos maravillosos, no son en realidad más que "burlas" en un mundo barroco de teatro y doblez.

viernes, 11 de abril de 2008

Un año hurgando palabras

Anunciamos con bombos y platillos que el blog Hurgapalabras cumple estos días un año de vida.
¡Bom, bom, tachín, tachín!
Ha sido un año muy interesante: para ambos autores se trató de la primera experiencia en este formato, y la obligación de sentarse a escribir periódicamente ha dado como fruto casi cuarenta artículos hurgapalabristas ornados de bellas ilustraciones que llegan a su casa, señora, señor, en forma completamente gratuita, apenas salidos del horno de nuestras secas molleras.


Ha sido instructivo no sólo componer este blog sino también leer otros blogs afines y familiarizarse con la práctica de su lectura asidua. Próximamente comentaremos nuestros sitios preferidos para prolongar esta agradable tertulia.
Lo más divertido de todo, sin embargo, ha sido poner un contador de visitas y espiar cuántos navegantes recalan en Hurgapalabras. Un promedio de veinte lobos marinos echan amarras cada día en este apacible puerto aunque, a fuer de ser sinceros, si nos guiamos por las expresiones de búsquedas que guian su derrotero, en la mayoría de los casos será más apropiado decir que se estrellan accidentalmente contra la abrupta costa de nuestro blog.
Hemos aprendido que pedernal, jitanjáforas, chancros, y hechizos son las palabras mágicas que más conducen a Hurgapalabras. Así que el lector ideal de Hurgapalabras tal vez sea un individuo que padece de chancros e intenta sanarse por medio de algún hechizo que requiera el uso de pedernal y la pronunciación de jitanjáforas.

En la antología de búsquedas curiosas que nos atrajeron visitantes, ocupan un lugar de honor:


"cuidese en que forma gramatical está"

"de donde biene la palabra burro".

"hechizos poderosos hechos en casa"

"conjuros para tener fama"

"hechizo con una sola uña"

"hechizo que sí funcione"

Sobre cada una de estas expresiones pueden elaborarse jugosas conjeturas.
Pero en esta ocasión bastará con agradecer a los más de ocho mil visitantes que llegaron cargados de expectativas, con una sola, lacónica pero sentida, palabra: ¡Perdón!