Erase que se era -y va de cuento- una borrachería, donde un militar de los de cuchara, jactancioso y pinturero, se las daba de machote refiriendo imaginarias proezas ante un improvisado auditorio, sin que nadie le parase los pies ni se atreviese a decir ni pío. Allá se iba con él otro pollastre que presumía de jabato. Era simplemente un caso perdido, sinvergonzón, golfante y tan cagueta y temerón que ni a la de tres hubiera osado enfrentarse con el militar. En el abigarrado grupo allí reunido figuraba una taquimeca chatunga que estaba algo ida o barrenada, por no decir francamente locatis o mochales, juntamente con algunos jóvenes de muy diversa condición: los había retorcidos, malpensados y con las de Caín y, en contraste con estos, se hallaba un muchacho formalote, comprensivo, aunque un tanto finolis y suficiente, es decir, propenso a la pedantería. No faltaba el conocido tipo del primavera, pasmado, despistado o que se hace el longui, ni el del pelmazo, cataplasma y sangregorda. Se completaba la reunión con algún que otro malasombra, malapata, patoso y gafe, y con varios aficionados al trago, que ya traían su correspondiente tablón, trompa o mordaga. Sucedió al fin que el acompañante de una furcia que, por cierto, era una real moza, creyó advertir que un vivales se estaba timando con ella. Se le ahumó el pescado y, tras un intercambio de palabras gruesas, sacó a relucir la herramienta, con lo que todos salieron por pies y... colorín colorado.
La imaginación de Julio Casares es siempre lingüística: son las palabras las que le sugieren la historia, como veíamos en otra ocasión. Entre 1959 y 1963 publicó en el diario ABC breves artículos informativos reseñando la labor de la Real Academia durante esos días sobre el Diccionario, en la preparación de la 19ª edición. En ellos daba a conocer las últimas adiciones y modificaciones de interés, a veces refiriendo las discusiones que habían llevado a los redactores a tomar tal o cual decisión. La razón principal era simple: "Las ediciones [del DRAE], aunque bastante más frecuentes que las del diccionario de la Academia Francesa, dejan pasar de unas a otras diez, quince y aun veinte años, durante los cuales permanecen agazapadas en los ficheros las novedades que el futuro lector del Diccionario sólo conocerá, si a tanto llegan su interés... y su paciencia, cuando compare cada artículo de la nueva edición con los de la edición anterior". El mismo principio rige hoy en día la inclusión anticipada en la versión electrónica del Diccionario de las enmiendas de la próxima edición.
Estos artículos se recopilaron en 1963 en Novedades del Diccionario Académico - La Real Academia trabaja, y aunque tengan cincuenta años no tienen desperdicio sus reflexiones sobre términos que en su momento eran dudosos o recientes y hoy son comunes (o han desaparecido); por no mencionar la gracia que Casares siempre sabe dar a sus artículos, aun a los más abstrusos. El párrafo citado más arriba (págs. 161-2) proviene de esta entrega e introduce, "en rápida sucesión y sin comentario, algunas formaciones pertenecientes al habla familiar". Las palabras del original están marcadas con cursiva; al autor no se le ocurrió linkear cada una con la correspondiente entrada online, pero más allá de los barbarismos la práctica en sí tal vez no le hubiese desagradado.
Hola!
ResponderEliminarME gusta este blog y lo encuentro además de iluminador, bastante entretenido. Lo visito frecuentemente.
Ahora tengo una pregunta: ¿Por qué se usa la expresión "sacar partido" para hacer referencia a sacar provecho? ¿cual será su origen o relación?
Hola A., muchas gracias y todo eso.
ResponderEliminarSobre sacar partido no encuentro nada definitivo, pero se puede arriesgar una teoría.
En una búsqueda rápida se encuentra desde fines del siglo XVII por lo menos ("nuestro Rey Don Pedro, como Principe muy sagaz, y mañoso, y tan ardiente, y inclinado a toda severidad, y rigor, nunca dexo de tratar con el Rey de Castilla, y con sus hermanos, para sacar el mejor partido que pudiera de qualquiera de las partes", 1683).
El Diccionario de Autoridades (1737) tiene su definición precisa ("Se toma tambien por conveniencia ventajósa, en orden à algun empleo ù estado"), y me llama la atención esta otra definición de partido que la precede: "En el juego se llama assimismo la ventaja, que se dá al que juega menos, como para compensar ò igualar la habilidad del otro". Parece que podría ser ése el origen, si ambos son sinónimos de "ventaja", ¿no?
La palabra aparece ya con esta última acepción y en un contexto lúdico en el Tesoro de Covarrubias (1611), cuando explica la frase Dar a uno quince y falta: "es hacerle tanta ventaja que le puede dar partido, porque sería conciencia jugar con él taz a taz, teniéndole ganado el dinero" (aunque cuando define partido en sí no menciona esta acepción; pero por supuesto su diccionario no cubre todos los significados de las palabras que él mismo utiliza).
Por supuesto, lo que digo no es más que una sugerencia; y todavía falta saber por qué partido tomó esta acepción de "ventaja". Seguramente alguien ya lo ha estudiado y anotado - vaya uno a saber dónde.
Gracias por esta mención a Julio Casares Bisabuelo de quien esta escribiendo esto. Es bonito saber que aún quedan personas que sepan valorarlo.
ResponderEliminarGracias por esta mención a mi abuelo. Pasan los años y es gratificante saber que su trabajo sigue valorándose.
ResponderEliminarGracias por los dos últimos comentarios. El aporte de Julio Casares a las letras hispánicas fue muy grande, mucho más de lo que hace parecer la frecuencia con que se menciona su nombre, porque los frutos de su labor como secretario de la RAE literalmente no terminan nunca de cosecharse. Pero si se trata de recordarlo con nombre y apellido, un filólogo amigo de este blog me comentaba que en ciertos proyectos de lingüística computacional de última generación en que él participaba el Diccionario ideológico era una herramienta fundamental y de uso diario.
ResponderEliminarAquí, mucho más modestamente, solemos citar por extenso a críticos y estudiosos de la lengua buscando un cierto denominador común a representantes de algunas generaciones muy brillantes de la filología hispánica. Ese denominador, difícil de definir, es una especie de profunda sensibilidad personal ante el fenómeno lingüístico, sensibilidad que cuando va de la mano de una sólida preparación científica produce las mejores páginas de la filología, valiosas más allá del tiempo. Es sobre todo en ese tipo de entradas en que Julio Casares ha aparecido (y seguirá apareciendo) por aquí.