viernes, 11 de septiembre de 2009

Vichando palabras a la luz de la vela

Terminé de leer ayer Don Segundo Sombra. Mi profesor de primer año de la secundaria nos había encomendado esa tarea, pero en su momento sólo tuve tiempo para hojear apresuradamente algunos capítulos, los justos para aprobar el examen, y como lo que leyera me gustara, me dije que apenas pudiese retomaría la novela para leerla con la atención que se merecía.

Ese “apenas pudiese” se demoró 32 años, pero finalmente llegó, y ha sido un enorme placer. Este libro de Ricardo Güiraldes es el homenaje más conmovedor y concienzudo que he visto a la gente de campo del Río de la Plata, a los gauchos del siglo XX, los domadores y reseros que surcan la pampa en intimidad con su vasto silencio.

A la hora de recomendar la lectura de Don Segundo, me asaltan las dudas. Ciertamente se hará cuesta arriba a los que estén muy ajenos al vocabulario de la región. Y los que buscan sobre todo una trama interesante encontrarán que ésta es lineal y desprovista completamente de intriga. Pero la prosa de Güiraldes es un prodigio de poesía, simple y viril como sus troperos, una amalgama feliz de vocabulario gauchesco y estilo refinado.

Don Segundo Ramírez,
inspiración de Don Segundo Sombra

Entre las cosas que más me conmueven en libros como éste se encuentra el rescate de palabras populares que marcan un lugar y una época, y que siempre corren el albur de perderse. Qué mejor que quedar cristalizadas en un párrafo de Don Segundo Sombra, ¿no?

Por ejemplo, el verbo vichar.

Detrás de unos junquillales voló de golpe una bandada de patos, apretada como tiro de munición. El bayo Comadreja plantó los cuatro vasos en una sentada brusca y bufó a lo mula. Quedamos todos quietos, en un aumento de recelo.

Atrás de los junquillales vimos azulear una chapa de agua como de tres cuadras. Volaron bandurrias, teros reales y chajás. Parecían tener miedo, y quedaron vichándonos desde el otro lado del charco. Sabían algo más que nosotros. ¿Qué? (Capítulo XV).

Yo estoy sospechando que el verbo vichar, que mi madre usa tanto, ha de estar perdiéndose. Ya casi no lo escucho, ¡y es tan expresivo! Qué curioso es el cariño que solemos desarrollar por algunas palabras, en especial ésas que no forman parte de la lengua estándar y se circunscriben al ámbito familiar.

Vichar es un término que hasta donde yo sé se usa sólo en el Río de la Plata (es decir, Argentina y Uruguay). Significa "observar con disimulo", "espiar", o simplemente "dedicarse a observar muchas cosas", como cuando mi mamá dice que estuvo "vichando vidrieras".

¿De dónde viene este verbo? No se trata de una alteración expresiva de ver, como podría llegar a conjeturarse, sino que es un brasilerismo, como suele pasar con muchos términos del Río de la Plata (los gauchos de la época colonial no sabían de fronteras políticas). El término portugués es vigiar (gallego vixiar), que se pronuncia muy parecido a nuestro vichar, y significa "vigilar, observar atentamente, observar con disimulo".

Por supuesto, vigiar proviene del latín vigilare. Vigilare era estar despierto haciendo guardia, especialmente por la noche, mientras otros dormían. La acción de transcurrir despierto las horas destinadas al sueño es, como sabemos, la vigilia. La raíz indoeuropea de esta palabra es *wog-/*weg, "estar vivaz, sentirse fuerte", que a través del latín nos dio también vigor, veloz, vegetal, etc., y en inglés, a través del protogermánico wakan, la palabra que designa la guardia noctura (watch), y el hecho de estar despierto (awake).

Pasar la noche despierto es pasar la noche en vela, porque vela es el descendiente patrimonial directo de vigilia (que dio veglia en italiano). Si alguna vez se preguntaron qué relación hay entre una vela (="candela") y la vela de un barco, la respuesta es: etimológicamente, ninguna. La vela del barco es el plural latino de velum ("velo", "cortina"), del cual nos llega develar, revelar, veladura. La vela que encendemos en el candelabro, en cambio, comenzó a llamarse así por ser la compañera más usual de una noche de vigilia, es decir, una noche de vela.

En estos lares la palabra por excelencia para hablar del tubo de cera con un pábilo dentro es vela. No se usan ni candela ni bujía, y cirio está confinado a la vida religiosa. Pero si vela goza de buena salud, su pariente vichar no puede decir lo mismo. Así que tributémosle aquí nuestro pequeño homenaje de vigías en la noche, que puede servir para que su llama no se apague del todo. Y cantemos, con Celedonio Flores:

Se vino la noche
copándose al sol
y sobre los campos
su manto tendió.

El ojo 'e la luna
se puso a vichar,
farol de los gauchos
en la "escuridá".

Por el sendero
gimiendo va
una carreta que va pa'l poblao
hamacándose de aquí para allá,
mientras sentado en el pértigo va
el viejo Pancho Aguará.

(Farol de los gauchos, zamba, música de Eduardo Pereyra y letra de Celedonio Flores )

3 comentarios:

  1. En mi familia (de Rosario, Santa Fe) también la usan para decir algo como pícaro o vivo. ¨Tiene ojos vichos¨, ¨mirada vicha¨. Solo que yo siempre la entendí con ¨b¨ por asociarla a los bichos.

    Por ahí te presento un nuevo amigo: http://palabraria.blogspot.com/2007/12/vichar.html

    Saludos!
    Gaeren

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  2. Buenísimo el comentario y el libro, un autor excelente como tantos otros de aquellos pagos y época. Un término que los de la generación del 50 seguimos usando y es una pena, que como tantos otros, se perderán.

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  3. Hola estimado blogger
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