domingo, 4 de abril de 2010

Botellas y sifones

Una edición crítica del «Quijote»

«Se compran botellas y sifones.»

(Los lectores me perdonarán que traiga a cuento una reciente anécdota, tan trivial como verdadera y, si no me equivoco, significante. Para el ilustre cervantista, cuya es la obra de que voy a tratar, no he menester excusas: demasiado sabe él cuán irresistible es la tentación de intercalar en el más reverente escrito algún dicho gustoso o tal cual breve cuentecillo, a poco que se nos antojen en sazón.)

-¿Cuánto da usted por este montón de botellas? -le preguntaron a un trapero que anunciaba su tráfico con el pregón antes copiado.

-Verá usted -respondió después de examinar atentamente la ringlera de cascos que le ofrecían-. Si fueran sifones, los pagaría bastante bien; pero las botellas, francamente, pesan mucho y dejan poca ganancia.

Un momento después, plantado en la calzada, terciado el saco de arpillera y puesta la mano a modo de bocina, el impúdico traficante daba a los cuatro vientos las notas prolongadas y melodiosas de su cantinela falaz.

¿Por qué curiosa asociación de ideas me representa este trapero a... (el lector puede poner aquí los nombres propios) ciertos escritores del 98? Oidles pregonar: La erudición es nobilísimo y difícil menester, ocupación fructífera, labor meritoria e imprescindible. Sin ella no habría historia literaria, y sería letra muerta una parte no despreciable de nuestro más rico tesoro. ¿Para qué sirve el más agudo ingenio crítico frente a un texto que, por ignorancia de copistas o impresores, desfigura o contradice el pensamiento del autor? ¿Hay algo más ridículo que un comentario trascendental hecho -como hay ejemplos- sobre la torcida interpretación de un pasaje o basado en el desconocimiento de un vocablo? Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido. ¡Paso a los eruditos!

Pero cada vez que se les ofrece una edición crítica, con sus obligadas gramatiquerías, filologías, concordancias y demás cosas cuyo examen «pesa mucho y deja poca ganancia», ya están nuestros traperos literarios desdeñando la mercancía y lamentando uno tras otro: ¡Lástima que no sea una interpretación interna, o una evocación subjetiva, o un comentario psicológico, o una glosa sentimental! ¡Si fueran sifones!...

Cuando Azorín publicó La ruta de Don Quijote, y Unamuno la Vida de Don Quijote y Sancho, y Ortega y Gasset las Meditaciones del Quijote, nadie les exigió, que yo recuerde, la última palabra sobre los duelos y quebrantos, nadie les preguntó por los bancos de Flandes, nadie les pidió que aclarasen uno solo de los puntos obscuros que abundan en la obra inmortal. Si Unamuno puso al fin de su libro, de propina, algunas notas lexicológicas, lo hizo espontáneamente, para demostrarnos que no le llama Dios por ese camino y que es menos arriesgado jugar a las paradojas que razonar una etimología fantástica.

Veamos, en cambio, lo que ocurre con Rodríguez Marín. En primer término, ¿quién negará de buena fe que el actual director de la Biblioteca Nacional representa un positivo valor en nuestras letras? Dejando a un lado otros aspectos de su personalidad y sin salir del único que por ahora nos interesa, hemos de convenir en que, aun cuando el sabio académico no actúa de filólogo científico, ni pretende pasar por tal, es un lexicólogo excelente y un gramático experto y bien orientado que conoce al dedillo y beneficia con acierto cuanto se ha escrito últimamente sobre la materia en España y en el extranjero. Como escritor, se juntan en su estilo el donaire y la amenidad, y, en punto a limpieza de léxico y corrección de forma, es su pluma, entre los que hoy rasguean el castellano, una de las cuatro o seis mejor cortadas. Esto ya es algo ¿verdad?

Después de muchos años de escudriñar, parejamente y con copioso fruto, la lengua de los clásicos y el habla popular, nuestro docto comentarista publicó, entre otros muchos trabajos de mérito, los importantes estudios literarios El Loaysa, Luis Barahona de Soto, Pedro de Espinosa y la magnífica edición crítica de Rinconete y Cortadillo, obras todas premiadas por la Real Academia Española. ¿Cómo no ver aquí un estímulo para más altas empresas y un presagio de su feliz acabamiento? El señor Rodríguez Marín planeó entonces una edición anotada del Quijote. No se proponía alquitarar la significación filosófica de la novela, ni hallar en ella las normas para la regeneración nacional, ni siquiera descubrir en su autor un nuevo aspecto que enriqueciese la pintoresca colección de Cervantes fisiólogo, Cervantes viajero, Cervantes revolucionario, Cervantes teólogo, etcétera, etc.

El designio del Sr. Rodríguez Marín era bastante más humilde: poner en su lugar los puntos y las comas, restablecer la verdadera lección en los pasajes alterados, explicar el sentido de las voces y construcciones caídas en desuso, sacar a luz las figuras históricas o de ficción encubiertas aquí y allá, cumplir, en fin, hasta donde sus fuerzas alcanzasen, aquella parte del programa de Menéndez Pelayo que dice así:

«Luz, más luz es lo que esos libros inmortales requieren; luz que comience por esclarecer los arcanos gramaticales y no deje palabra ni frase sin interpretación segura, y explique la génesis de la obra y aclare todos los rasgos de costumbres, todas las alusiones literarias, toda la vida tan animada y compleja que Cervantes refleja en sus libros.»

Pues bien, ya está aquí la obra. En seis gruesos tomos de esmeradísima impresión, el texto cervantino corre limpio y desembarazado sobre el enorme cúmulo de notas que, al pie de las páginas, esperan humildemente, sin llamadas importunas, al curioso lector que necesite o desee consultarlas. ¿Queréis saber lo que ante este acontecimiento literario han dicho nuestros consabidos censores? Los más han permanecido mudos. Sólo el feriante de viejo, el que hurgando a la ventura en los montones de libros simula una erudición de que carece y descubre mediterráneos en los puestos de Atocha... sólo ese ha dado su opinión, de soslayo, según costumbre, y por cierto con cuatro cuchufletas indignas de su habitual discreción.

Cuando hace tiempo anticipó el Sr. Rodríguez Marín, en la colección de Clásicos castellanos, parte de la labor preparada para la magna edición actual, decía Azorín en A B C: «La labor realizada en las notas no puede ser expedida en cuatro palabras; requiere un examen detenido, especial. Lo haremos otro día.» Ese día aun no ha llegado, que yo sepa, a pesar de que han transcurrido cinco años, y es de temer que no llegue nunca. Porque para atacar al Sr. Rodríguez Marín en su terreno, en la liza donde él emplaza a sus censores, había que demostrar, por ejemplo, que tal explicación era innecesaria, que tal supuesta novedad era ya rancia, que tal doctrina gramatical no era admisible, y había que sustentar opinión propia y discutir la ajena, y oponer a una autoridad otra, y substituir una hipótesis defectuosa por otra mejor asentada... ¿Quién duda de que esa crítica es posible, ni de que sería instructiva y conveniente? ¡Pero es tan cómodo ocultar la incompetencia so capa de un aparente desdén!

Bien a mi pesar, y por exceso de ocupaciones menos gratas, no me ha sido aún posible examinar con el merecido detenimiento toda la labor realizada por el Sr. Rodríguez Marín; pero, a juzgar por los primeros tomos, no me parece aventurado asegurar que la nueva lección supera a todas las anteriores, que más de un punto obscuro ha quedado definitivamente resuelto, que no pocas dificultades de interpretación, rehuídas hasta ahora, se ponen lealmente a discusión, que se aclaran bastantes enigmas literarios, que se estudian por primera vez interesantes fenómenos gramaticales, y que, en suma, la nueva edición del Quijote representa, para la obra capital de nuestra literatura, un paso grande hacia la luz que pedía Menéndez Pelayo.

Bien merece, pues, quien a tan alta empresa consagró quince años de su vida laboriosa, que se le haga justicia y que, junto con el fervor del público, le llegue, respetuoso y sincero, sin distingos hipócritas, el fervoroso aplauso de la crítica.

«Otro día», que, si Dios quiere, no se hará esperar tanto como el «otro día» de Azorín, hablaremos, por vía de ejemplo, de alguna de las anotaciones gramaticales hechas por el erudito comentarista, y trataremos de hacer ver la importancia de los problemas que en ellas se discuten.

(Julio Casares, en Crítica Efímera (Madrid 1918), págs. 99-106.)

Se puede leer una excelente evaluación de la obra cervantina de Francisco Rodríguez Marín aquí, por D. Eisenberg, pero no viene al caso. (Eisenberg, que concuerda con quienes creen a Rodríguez Marín "el mayor cervantista de todos los tiempos", sin embargo no deja de criticar allí donde lo ve justo; y coincide con Casares en negarle el grado de "filólogo".)

Lo que motivó este post fue que, leyendo una reflexión en Arda Reconstructed: The Creation of the Published Silmarillion de Doug Kane (Lehigh U.P., 2009) me vino a la memoria este pasaje: "¿Para qué sirve el más agudo ingenio crítico frente a un texto que, por ignorancia de copistas o impresores, desfigura o contradice el pensamiento del autor? ¿Hay algo más ridículo que un comentario trascendental hecho -como hay ejemplos- sobre la torcida interpretación de un pasaje o basado en el desconocimiento de un vocablo? Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido." Pero me dio lástima sacarlo de su contexto, más que nada porque me gusta el estilo de Casares (sólo alguien que escribe diccionarios usa palabras como alquitarar).

La reflexión se refiere al comentario que T.A. Shippey hizo de este pasaje del Silmarillion de J.R.R. Tolkien, donde se describe la muerte de Elu Thingol a manos de los enanos (cap. XXII):

Entonces la codicia de los Enanos se convirtió en rabia por las palabras del rey; y lo rodearon, y le pusieron las manos encima, y lo mataron. De este modo Elwë Singollo, el Rey de Doriath, el único de los Hijos de Ilúvatar que desposara a una de las Ainur, y el único de los Elfos Abandonados que había visto la luz de los Árboles de Valinor, murió en las profundidades de Menegroth, con una última mirada posada en el Silmaril.

Dice Shippey al respecto en El Camino a la Tierra Media, pág. 304:

El Silmarillion como un todo [...] muestra dos de las grandes fuerzas de Tolkien. Una es la «inspiración»: era capaz de producir, desde algún escondido rincón de la memoria, palabras, frases, escenas en sí mismas irresistiblemente convincentes: Lúthien observada por Beren entre las cicutas, Húrin gritando a los acantilados, la muerte de Thingol en la oscuridad mientras mira a la Luz cautiva. La otra es la «invención»: tras la visión era capaz de meditar sobre ella durante décadas, sin alterarla, sino elaborando su sentido, incluyéndola en secuencias explicativas cada vez más extraordinarias.

El hecho, que seguramente pasará a la historia del tolkienismo como una curiosidad, es que por lo que ahora sabemos Tolkien jamás puso por escrito una imagen de Thingol muriendo en la oscuridad mientras mira el Silmaril, ni meditó sobre ella durante décadas, ni elaboró su sentido, etc. Como reconoce Ch. Tolkien en La Guerra de las Joyas págs. 413-4, el que Thingol muriera en las profundidades de Menegroth fue una invención editorial para ajustarse a las nuevas necesidades del relato; en los textos de su padre, el rey moría en una emboscada durante una cacería (CP2:294-5, FTM:158).

Como una curiosidad, digo, porque anulando el ejemplo de Thingol de ningún modo se invalida el argumento de Shippey, que se sostiene o cae por sus propios méritos: es sólo la elección muy desafortunada de casi el único ejemplo donde Ch. Tolkien excedió (como luego admitió y lamentó) su papel editorial hasta el punto de crear una imagen en vez de seleccionar entre las versiones existentes.

La crítica de Casares, por supuesto, no se aplica a Shippey: si algo es, es "el más agudo ingenio crítico", un filólogo amigo del estudio profundo del detalle lingüístico, de cuya observación nace el "comentario trascendental" - hubiese satisfecho a veinte Secretarios Perpetuos de la RAE.

Tampoco habría que apresurarse a identificar la tarea y la actitud de Christopher Tolkien con la "ignorancia de copistas o impresores que desfigura o contradice el pensamiento del autor". Yendo al otro extremo, se podría argumentar así: el hecho de que Shippey haya seleccionado, de entre docenas que seguramente tenía a mano, justamente la imagen interpolada para ilustrar lo típicamente tolkieniano ¿no prueba que su hijo capturó en su invención el espíritu exacto del relato mitológico? Pero éstas son discusiones circulares y viciadas, sólo adecuadas para quienes tienen tiempo de sobra.

Si se tiene la impresión de que los dos últimos párrafos destruyen casi toda relación entre el artículo de Casares y la cuestión sobre el Silmarillion, se tiene la impresión correcta, porque son dos mundos distintos. Pero queda en pie un pedido, una exigencia, una consigna y grito de batalla: "Venga, pues, ante todo y sobre todo, el texto depurado y esclarecido".

viernes, 26 de febrero de 2010

Los hobbits de antes

Acabo de terminar de leer The History of The Hobbit de J.D. Rateliff: (a) un análisis exhaustivo de los manuscritos, versiones, cambios, notas, etc. que trazan la composición de El Hobbit de J.R.R. Tolkien, (b) una investigación de sus fuentes directas e indirectas, y (c) una reseña de la historia del libro posterior a su primera publicación en 1937, incluida su reescritura inconclusa en 1960. Para los conocedores, sería un equivalente de la Historia de la Tierra Media y la Historia del Señor de los Anillos, editadas por Christopher Tolkien.

Entre tantas cosas interesantes que contiene se encuentra, por supuesto, un resumen de la investigación del origen de la palabra hobbit, con un repaso lo que se sabe o especula hasta la actualidad y que no vamos a repetir aquí, y sobre todo el Apéndice I (págs. 841-54), con el texto completo del primer folleto conocido donde figura la palabra aplicada a un ser fantástico: el artículo "Ghosts Never Appear on Christmas Eve!", de los Denham Tracts - una serie de folletos donde el folklorista M.A. Denham (1800-1859) recoge y comenta leyendas, supersticiones y otras yerbas del saber popular.

Aproximadamente la mitad del artículo consiste en una lista de casi 200 nombres de seres fantásticos (con muchas repeticiones), donde se encuentran mezcladas denominaciones de especies con nombres de individuos, seres del folklore local con otros provenientes de la mitología clásica, etc. La lista se basa a su vez en otra muy anterior (R. Scot, The Discoverie of Witchcraft, 1584) y muchos más breve: sólo 33 ó 34 seres. Entre los agregados por el propio Denham está hobbits, seguido de hobgoblins (nombre mucho más conocido, que figuraba en la lista original de Scot y que Tolkien usó en el texto de El Hobbit).

El revuelo se armó en el año 1977, cuando por primera vez se llamó la atención sobre este texto. La pregunta era: ¿Tomó Tolkien el nombre de allí? Más aun, ¿conoció estos Tracts? No cabe duda de que le hubieran interesado, con su recopilación de nombres misteriosos e historias sugeridas; pero lo más probable es que no los llegase a ver. Según sus propias palabras, el nombre surgió espontáneamente al escribir la primera frase del libro, y podemos darle crédito, ya que cuando años después se dedicó intensamente a investigar alguna posible documentación anterior del nombre no sacó nada en limpio. No se puede descartar, por supuesto, que leyese el término muchos años antes y, habiéndolo olvidado, lo recuperara inconscientemente al sentarse a escribir; pero por ese camino no se puede indagar mucho más, salvo que se demuestre algún día que Tolkien leyó los Tracts o alguna otra fuente donde figure el nombre.

Hasta aquí lo conocido. Pero... ¿"alguna otra fuente"? Comenta Rateliff:

En cuanto a la fuente inmediata de Denham, por desgracia este laborioso recolector de folklore no dejó nota alguna que explicara dónde había hallado el nombre hobbit. Dado que, al igual que otros nombres de la lista de Denham, éste no está registrado en otro sitio, es casi seguro que proviene de su propia cosecha de folklore antiguo en la región de Durham u otros condados aledaños (una región particularmente rica en historias sobre hobs, como observa Briggs). Pero la fuente exacta nos ha eludido, y probablemente seguirá haciéndolo. Como dice Tolkien de sus propios hobbits, "es obvio que los Hobbits habían vivido en paz en la Tierra Media muchos años antes de que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían [...] después de todo, el mundo estaba poblado de incontables criaturas extrañas" (Prólogo a El Señor de los Anillos, p. 14), y lo mismo puede decirse de la verdadera criatura del folklore que compartió su nombre con la creación de Tolkien y que por una casualidad está registrada en este único caso; cualquier historia o historias relacionadas hace mucho que se perdió sin remedio.

En este post vamos a investigar si esto es o no definitivamente cierto. Al comienzo del artículo Denham cita a un tal Grose, que nos dice que "aquellos que han nacido el día de Navidad no pueden ver espíritus". Rateliff identifica aquí al capitán Francis Grose (1731-1791), autor de The Antiquities of England and Wales, Antiquities of Scotland y Antiquities of Ireland, pero no dice de cuál obra puede provenir la cita.

Ahora bien, con la ayuda de un hombrecillo de nombre Google y apellido Books conseguí rastrear su origen. Se trata de otra obra de Grose, A Provincial Glossary, with a Collection of Local Proverbs and Popular Superstition (1ª ed. 1787, aunque Denham puede haber usado alguna posterior). Contiene exactamente lo que dice el título: un glosario, una lista de proverbios con su explicación, y varios capítulos dedicados a exponer supersticiones populares. Dice allí:

También los perros tienen la capacidad de ver espíritus, de lo cual es ejemplo el relato de David Hunter citado arriba; pero en ese caso por lo general muestran señales de terror, gimiendo y arrastrándose hasta sus amos en busca de protección: y se supone comúnmente que a menudo ven cosas de esta naturaleza que sus dueños no pueden ver; siendo que hay algunas personas, especialmente aquellas nacidas la víspera de Navidad, que no pueden ver espíritus. [pág. 11]

Son casi las mismas palabras de Denham ('those born on Christmas Day cannot see spirits'), lo cual, unido al hecho de que no pude encontrar nada parecido en las demás obras de Grose, me da la seguridad de que ésta es la fuente directa de la cita; dicho de otro modo, que Denham tenía ante sí o en mente este libro de Grose al escribir aquel Tract.

Pero lo importante para nosotros es el Glosario que compone la mayor parte del libro. Es una larga lista de palabras dialectales, entre las cuales se encuentra un buen número de términos para espíritus, duendes, hadas y demás. Allí encontramos este grupo:

Hobbil. Hobgobbin. A natural fool, a blockhead. N.
Hobbgoblin. An aparition, fairy or spirit. N.
Hobthrust. or rather Hob o t'hurst. A spirit, supposed to haunt woods only. N.

Hay varias cuestiones para desglosar. Ante todo, la lectura es correcta, y se mantiene en las ediciones subsiguientes: Hobbil con l final, Hobgobbin y Hobbgoblin con doble b.

Prácticamente podemos tener la seguridad de que Denham leyó esta página por un detalle: incluye en su propia lista el nombre hob-thrusts, que no procede de la lista de Scot; y en una nota dice Denham: "Hob-o-t'-Hursts, es decir, espíritus de los bosques. Hobthrush Rook, Farndale, Yorkshire". Rateliff comenta que la etimología aceptada hoy es distinta, incorporando thyrs "gigante" (siendo la forma común hob-thrushes, que también aparece en Denham); es la misma que da hoy el O.E.D. Pero la coincidencia casi absoluta entre Hob o t'hurst y Hob-o-t'-Hursts no debería dejar lugar a duda de que Grose ha sido su fuente aquí. Y por si eso fuera poco, el de Grose parece ser el único texto anterior a Denham que relaciona a estos seres con los bosques - ninguno de los mencionados por el O.E.D. (de 1590, 1611, 1682, 1713 y 1825) dice nada al respecto.

Dicho esto, ¿es posible que Denham tomase su hobbit de este hobbil? Visualmente, no hay tanta diferencia entre una l y una t, sea a mano o a máquina, como para hacer imposible un error de copista. Es una de las posibilidades, como veremos a continuación, aunque no la única. Pero antes de eso hay una pregunta obvia que responder: ¿qué tiene que ver 'a natural fool, a blockhead' con el mundo de las supersticiones? Con seguridad en ningún momento de la historia de la humanidad se creyó que los imbéciles eran una simple leyenda.

Para responder a esto hay que explicar otra tradición, y en ese camino no hará falta salir de Grose, Denham y Rateliff. Se trata de la leyenda de los changelings, niños que han sido sustituidos por las hadas, a menudo con deficiencias físicas o mentales. Dice Grose (págs. 39-40):

A menudo las Hadas cambian a sus hijos debiluchos o famélicos por la progenie más robusta de los hombres. Pero esto sólo puede hacerse antes del bautismo; por esta razón todavía existe en las Highlands la costumbre de vigilar las cunas de los infantes con la mayor asiduidad hasta que han sido bautizados. Ha habido casos de niños cambiados conservados hasta los siete años. Hay diversos métodos para descubrir si un niño pertenece o no a las Hadas. Uno se da en la siguiente historia, impresa en un libro llamado A pleasant Treatise on Witchcraft. [Resumen: el hijo de una mujer es cambiado por un niño deforme y bobo, y tras siete años de penurias un anciano prudente la ayuda a recuperar a su verdadero hijo.] El término mismo Changeling, usado hoy para referirse a alguien que es casi idiota, presta testimonio de la creencia corriente en cambios de ese tipo. Así como todos los hijos de las hadas eran pequeños, retardados de habla y aparentemente idiotas, así también se suponía que los niños canijos e idiotas eran changelings.

Rateliff menciona esta tradición varias veces, en las páginas 121, 421 (donde se cuenta la escalofriante historia real de un hombre que en 1895 quemó viva a su esposa por creerla un changeling) y sobre todo 876, donde explica el origen de oaf "idiota" en alf, elf - otra manifestación de esta leyenda.

Denham, como hemos dicho, estiró su lista de seres fantásticos con gran cantidad de agregados con respecto a la original de Scot. Rateliff provee una muy útil presentación de la lista final, donde distingue las criaturas que figuraban en Scot, las que se añaden en la primera edición de los Tracts y las que provienen de ediciones posteriores. Es instructivo, entonces, comparar la lista de Denham con el glosario de Grose. La siguiente lista contiene (creo) todas las coincidencias entre los dos autores:

Denham: barguests. Grose: Bar-guest. A ghost, all in white with large saucer eyes, commonly appearing near gates or stiles; there called bars. Yorksh. derived from Bar and Gheist.
Denham: boggarts. Grose: Boggart. A specter, to take boggart, said of a horse that starts at any object in the hedge or road. N.
Denham: boggles. Grose: Boggle, or Bogle. A ghost. N.
Denham: changelings. Grose: Chaungeling. An ideot; one whom the fairies have changed. Exm.
Denham: colt-pixies. Grose: Colt-pixy. A spirit or fairy, in the shape of a horse, which (wickers) neighs and misleads horses into bogs, &c. Hamp.
Denham: dobbies. Grose: Dobby. A fool, a childish old man. N.
Denham: fetches. Grose: Fetch. The apparition of a person living. N.
Denham: hob-goblins y hobgoblins. Grose: Hobbgoblin. An aparition, fairy or spirit. N.
Denham: hob-thrusts y hob-thrushes. Grose: Hobthrust. or rather Hob o t'hurst. A spirit, supposed to haunt woods only. N.
Denham: Jack-in-the-Wads. Grose: Jacket-a-wad. An ignis fatuus. Exm.
Denham: ouphs. Grose: Awf. An elf, a fairy. Derby, and N. Oaf. A foolish fellow. N. and S.
Denham: pixies. Grose: Picksey. A Fairy. Devonsh. Pixy. A fairy. Exm.
Denham: swarths. Grose: Swarth. The fetch, or ghost of a dying man. perhaps from the A.S. sweart, black, dark, pale, wan. Cumb.
Denham: whitewomen. Grose: Whitwitch. (White witch) A pretended conjuror, whose power depends on his learning, and not from a contract with the devil. Exm.

Excluyo, por el momento, los dudosos Hobbil y Hobgobbin, porque quiero llamar la atención sobre dos detalles: (a) de todos estos términos sólo changeling figuraba en Scot, y (b) Denham incorporó absolutamente todos los términos para criaturas fantásticas de Grose, sea en la forma exacta en que aparecían en este último, o en algún equivalente (como ouphs - Awf).

Pero hay que notar algo más: algunas de las criaturas que Denham da como fantásticas tienen en Grose un corresponsal que sólo significa "idiota". El caso más claro es dobbies: Denham anota en este nombre: 'The Mortham Dobby. A Teesdale goblin', mientras que para Grose Dobby era simplemente 'A fool, a childish old man'.

Esto tiene una consecuencia importante; a saber, que no podemos establecer una filiación directa y simple entre Grose y Denham, o sea, suponer que Denham al armar su lista siguió literalmente a Grose, copiando sus grafías y significados. Denham, por supuesto, es un estudioso, y recurrió evidentemente a fuentes escritas u orales a las que no tenemos acceso. De hecho, para algunos de los elementos de nuestra lista Denham cita expresamente una fuente distinta; por ejemplo, la nota a barguests dice 'The York Barguest. See Memoirs of R. Surtees, Esq.; new ed., p. 80, 1852' [ver Nota al final]. Pero ya hemos dejado en claro que es más que probable que el Glossary de Grose fuese una de esas fuentes, cuyo contenido se preocupó de espigar para no dejar elementos fuera.

Y el otro hecho capital es que hay un área de coincidencia entre términos que Grose glosa como 'idiot, fool' (donde la idea de changeling está latente o incluso expresa, como en el par oaf 'a foolish fellow' vs. awf 'an elf, a fairy') y otros que da Denham, a veces sin explicación (ouphs) o en el caso de dobbies con referencia a un ser fantástico.

De todo lo cual concluyo que Grose y Denham están trabajando con una tradición amplia y variada, donde elementos históricamente relacionados pero con variaciones fonéticas y semánticas evidentemente pueden aparecer a un mismo tiempo; la coexistencia de awf y oaf en Grose y la de sprites/spirits, hob-thrusts/hob-thrushes, freiths/freits y muchos otros pares en Denham dan prueba de ello.

Con lo que llegamos a la pregunta inicial: ¿es posible que Denham haya tomado sus hobbits del Hobbil 'A natural fool' de Grose? Por supuesto que es posible, y ya dijimos que gráficamente la confusión es perfectamente explicable. Pero también es factible que ambos autores hayan compartido alguna fuente, o hayan recibido el término por distintas vías de una tradición oral y escrita; con ello se multiplica la posibilidad de que exista una variación fonética, o que haya habido un error de transcripción en etapas de la transmisión escrita desconocidas para nosotros.

Y no debemos olvidar el curioso par Hobbil, Hobgobbin de Grose. De esta última forma, el segundo componente reaparece en su glosario como 'Gobbin. Gobslotch. A greedy clownish person', y no debemos duda que el Hob- inicial es el que comparten muchos nombres de criaturas (el grupo más numeroso de nombres, según el cálculo de Rateliff).

Cabe una nueva pregunta: ¿es posible que la fuente de Tolkien (a esta altura inconsciente, con seguridad), si efectivamente no conoció los Tracts de Denham, estuviese en esta supuesta tradición de hobbil/hobbit, por caminos que no conocemos? No hay que descartarlo, pero por el momento no hay nada firme en ese sentido.

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APÉNDICE: OTROS DOS HOBBITS DEL S. XIX

Como curiosidad, quiero mencionar dos apariciones de la palabra hobbit con que topé mientras hacía las pesquisas precedentes.

En primer lugar, Hobbit parece haber sido un apellido real en EEUU. Al día de hoy aparece en búsquedas genealógicas en la web (por ejemplo en RootsWeb) pero si uno no confía demasiado en esas bases de datos también hay unos pocos ejemplos registrados en libros del s. XIX. Un caso jurídico sonado que aparece en registros y resúmenes fue Reedie & Hobbit v. London & Northwestern Railway (4 Exch. 244, 254, 1849), en el que "la defensa, a la que un acta del parlamento había otorgado la concesión para construir una vía de ferrocarril, contrató a ciertas personas para llevar a cabo una parte de la línea, y, según el contrato, se reservaba el derecho de despedir a cualquiera de los trabajadores del contratario por incompetencia. Los obreros, al construir un puente sobre una carretera pública, causaron por negligencia la muerte de un hombre que pasaba por debajo por la carretera, al permitir que cayera sobre él una piedra. [...]" (Reports of cases argued and determined in the Supreme Judicial Court of Massachussets, by Horace Gray, Jr., Boston 1869). El caso se menciona en varios otros sitios, de modo que hay cierta seguridad de que el apellido está bien escrito. Extraña que nadie haya llamado la atención sobre él.

En segundo y último lugar, hay que observar una curiosa palabra dialectal hobbit, que en el norte de Gales designaba una medida de peso. Otra vez, el lugar más antiguo en que lo encuentro es un caso judicial, Hughes v. Humphreys, 12 de junio de 1854, donde la resolución del caso depende de la explicación del sentido del término. El caso no es excesivamente complejo, y en él queda claro que un hobbit era un término usado en Gales para expresar una cantidad de cuatro pecks, siendo que cada peck pesa 42 libras; un hobbit, por lo tanto, equivale a 168 libras. Lo que se discutía era si cierta venta de trigo cuyos términos se habían estipulado en hobbits había sido o no legal, según se juzgase que el hobbit se hallaba dentro de las medidas reglamentarias. Esto depende de que se lo considere una medida de peso (en cuyo caso, al ser múltiplo de la libra, sería reglamentario) o de volumen (que no lo sería); se cita otro caso anterior (Tyson vs. Thomas), también medido en hobbits donde la venta se consideró antireglamentaria, pero en aquel episodio quedaba claro que al momento de pactarse se lo había considerado una medida de volumen. Veredicto: "Ésta fue claramente una venta por peso y no por volumen, siendo el hobbit múltiplo de la libra. El vendedor queda obligado a entregar el número de libras equivalente al número de hobbits por el que se firmó el contrato, o, en otras palabras, a igual número de veces 168 libras. En este caso, por lo tanto, no hubo nada contrario al estatuto que valiera para invalidar la venta, y debe considerarse la regla como absoluta" (English Reports in Law and Equity: containing reports of cases in the House of Lords, Privy Council [...] ed. by Edmund H. Bennett y Chauncey Smith, Volume XXVI, Boston 1855).

El hobbit galés aparece en Old Country and Farming Words. Gleaned from Agricultural Books, by James Britten, Published for the English Dialect Society by Trübner & Co., 57 & 59, Ludgate Hill (1880). Dice que su fuente es la Cyclopedia of Agriculture de Morton (que no he podido consultar), y lo define así:

Hobbit (N. Wales), of wheat, weighs 168 lbs.; of beans, 180; of barley, 147; of oats, 105; being 2 1/2 bushels imperial.

Es interesante observar que el glosario de Britten está reimpreso en Reprinted Glossaries serie B (1879), ed. W.W. Skeat y J. Britten. Skeat, por supuesto, es el filólogo inglés (1835-1912) cuya obra Tolkien conoció bien, sobre todo Specimens of Early English y una edición de las obras completas de Chaucer. Cuenta Tolkien en "El inglés y el galés" que cuando en 1914 ganó el premio Skeat de Lengua Inglesa, se imaginó a la sombra de Walter Skeat indignada de que se gastase las cinco libras del premio en una gramática galesa, entre otras cosas.

¿Acaso Tolkien pudo conocer la palabra en las obras de Morton, Britten o Skeat? ¿O en sus contactos siempre fecundos con Gales? No es posible responder afirmativamente con certeza a ninguna de estas preguntas; y al igual que antes, como mucho deberíamos aventurar alguna pervivencia inconsciente hasta el momento de la composición. Sí parece menos probable que el apellido le fuese conocido: no lo he hallado en registros de Inglaterra, sino sólo en EEUU.

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[Nota: Aunque hay algo que aclarar en este punto. La lista más completa de Denham es la dada en la edición de 1895, pero según la notación de Rateliff barguests aparece ya en 1848. Dado que la nota menciona la segunda edición de un libro con fecha 1852, hay dos posibilidades: que el nombre haya aparecido en 1848 sin referencia a ese libro, o que originalmente la nota mencionara la primera edición. No he podido ver la edición de 1848 (ni tampoco las Memoirs of R. Surtees).]

viernes, 12 de febrero de 2010

Nuevo acertijo etimológico con imágenes

Curioso lector: ¿Cuál es la relación (etimológica) entre las siguientes imágenes?










¿Resolvió el acertijo sin ayuda? Si no ha podido hacerlo, le suministraremos las siguientes pistas.

La primera es una fotografía de Margaret Burke-White intitulada Mujer famélica mendigando durante una hambruna. En la segunda fotografía vemos a un pastor protestante, pero podríamos haber puesto con igual propiedad a un sacerdote oficiando misa, o a Gordon Brown, o a Silvio Berlusconi. La suculenta sopa de la cuarta fotografía está sacada de un recetario de platos italianos mundialmente famosos.

Y ahora, la historia (y la solución) completa.
Leyendo un devocionario de 1950 me detengo en la palabra menesteroso.
"Os rogamos por todos los estados de la cristiandad, por los enfermos y moribundos, por los afligidos y atribulados, por los pobres y menesterosos... " (Oraciones para la misa: A la colecta)
Creo que el término menesteroso ha perdido en gran medida el favor de los hablantes. Ya se lo escucha muy poco, a pesar de que en nuestra sociedad mediática uno de los tópicos favoritos de los políticos es la pobreza. Hoy se prefieren términos como marginados, o mejor aún, excluidos, que hacen hincapié en el hecho de que alguien los ha perjudicado (alguien que ha de ser muy perverso: por supuesto ni usted y yo, sino otros entes menos identificables como la sociedad, el capitalismo, o el establishment; al usar estas palabras nostros nos limitamos a incitar a una confrontación entre esas entelequias y otras como el Estado, confrontación que escapa a nuestra esfera de individuos, y nos lavamos las manos).
Menesteroso, en cambio, pone el acento en el hecho de que el prójimo está necesitado de mi servicio, de mi ayuda. Desde épocas muy tempranas el español acuñó las expresiones "ser menester" y "haber menester", donde la palabra menester indica tarea, quehacer, oficio.
Segunt diz' Sant Gregorio, dévese entremeter
cada uno en su arte e en su menester;
ca non puede un filósofo, con todo su saber,
governar una nao, ni mastel le poner.
(Pero López de Ayala, Rimado de Palacio, c1390)
Menester viene del latín ministerium, que era "tarea, servicio, comisión" por parte de un minister. El minister era un criado doméstico, un asistente de rango inferior, y en el culto, el acólito de un sacerdote. Ya en la temprana Edad Media comenzó a denominarse también minister a un dignatario de la corte subordinado al monarca o emperador.

Es interesante notar la pareja de opuestos magister - minister, que nacen de la oposición entre más y menos.

+ -
magis minus
Magister Minister
Magisterio,
etc.
Ministerio,
etc

De menester también nació la contracción mester, que era "arte, oficio", y que probablemente todos recordamos por el Mester de Clerecía y el Mester de Juglaría, los dos géneros poéticos de la Edad Media española. Y de minister>ministralis vino menestral y ministril. Menestral es quien tiene un oficio mecánico, y ministril quien por oficio toca instrumentos de cuerda o viento.
La vinculación con la música, al parecer, se dio en el francés antiguo (menestral), y el inglés lo adoptó también. Ese es el origen de minstrel, que al igual que ministril vale por "juglar".


A wandering minstrel I
A thing of shreds and patches


Deteniéndonos un poco más en el inglés, mientras que minister dio minstrel (a través de menestral), magister dio master, cuya variante inacentuada es mister. Una evolución paralela en uso y sentido fue la del español maese, así que resulta muy acertada la traducción de Master Samwise como Maese Samsagaz en la versión de El Señor de los Anillos publicada por Minotauro.

Dijimos que en el mundo romano minister era un criado doméstico. Su principal tarea era ministrare (servir, en especial servir a la mesa). La comida servida pasó a denomianrse, en italiano antiguo, minestra. Con el tiempo, el término se especializó en el sentido de "vianda cocinada en caldo". Cuando tiene muchos ingredientes se la llama minestrone y se lo comercializa exitosamente por todo el orbe.

Resuelto entonces el acertijo, y cumplido nuestro deber de suministrar un nuevo artículo para que no nos echen de menos.