miércoles, 21 de noviembre de 2007

Perfil psicológico del hurgapalabras

Existen en la vida hechos insignificantes que ocupan nuestro pensamiento mucho más que otros de mayor importancia. A veces sucede, por ejemplo, que ya acostados nos asalte la siguiente duda: "¿Habré cerrado o no la puerta?" Después de pensar un largo rato el dilema y repasar detalladamente las acciones realizadas en los últimos diez minutos, como conclusión y sin pleno convencimiento, nos alzamos del lecho y vamos a comprobar si la puerta ha quedado abierta. Volvemos al lecho y transcurridos otros cinco minutos nos asalta de nuevo la duda: "¿Habré cerrado o no la puerta?"

-¡Demonios!, ¡si me he levantado hace un minuto para comprobar!

-Eso dices tú. ¿Qué pruebas existen de que te has levantado? Pensabas hacerlo -objeta el otro yo, interlocutor de nuestros solitarios diálogos.

-¡Hazme el favor! ¡No soy un imbécil!

-No te enojes, por caridad. Procede como quieras; pero si la puerta hubiese quedado abierta...

Transcurrido un corto tiempo, nos levantamos furibundos para comprobar si la puerta está cerrada o no, y como la encontramos bien cerrada, descorremos y corremos el pasador con violencia, produciendo gran estrépito. Volvemos nuevamente al lecho. Transcurren pocos minutos y una duda aflora a nuestra mente: "¿Habré cerrado o no la puerta?" Esta vez el enojo llega a la irritación: ¿Cómo se puede tener dudas si hemos descorrido y corrido el pasador?

-¿Me habré vuelto imbécil?

-Por amor de Dios -responde el otro yo-, estamos de acuerdo en que has descorrido el pasador. Decía solamente que ahora el problema es saber si lo has corrido de nuevo... o no... -Es para darse de cachetes, pero pasados cinco minutos no queda otro remedio que saltar de nuevo de la cama y volver a comprobar si la maldita puerta quedó o no cerrada. Etcétera, etcétera.

Y aun más pequeños pueden ser los problemas; encontrarse sin compañía, por ejemplo, a tres mil metros en una ascensión de montaña y asaltado por la duda: "¿Se debe decir cónyuge o cónyugue, nómada o nómade?"

En esta duda nos debatiremos, quizá, por horas y horas hasta que consigamos olvidar el asunto, pues resolverlo en ese lugar es imposible.

(de Giovanni Guareschi, Un marido en el Colegio, Kraft 1952)

La enfermedad que aqueja a este último montañista no es más que una variedad de la hurgapalabrasia. Conjugando ambos episodios, podemos elaborar un caso paradigmático de una de las formas más virulentas de este mal:

Luis Fabián yace oscuro en la soledad de la noche. Ya ha apagado la luz, mañana debe madrugar, y según su costumbre trata de ordenar en la cabeza los retazos de conversación, lectura y noticias en general que ha incorporado durante el día. En un recodo topa con esta frase: "adolescente, por supuesto, es el que adolece de algo". Se lo ha escuchado a un sociólogo que entrevistaban en la tele. No es que le moleste la "s" (que el sociólogo no pronunció). Se siente inquieto porque él mismo es un adolescente, y la verdad es que está en plena forma y no siente ninguna dolencia. O sí: le ha dolido el tono de superioridad del entrevistado, que parecía decir algo así como "ya se le pasará" o "él no se da cuenta". ¡Qué tipo insoportable! Y como Luis Fabián es pichón de filólogo decide plantar su rebeldía en el terreno lingüístico, a sabiendas de que los sociólogos no necesariamente descuellan en ese ámbito. De modo que da vueltas entre las sábanas (es una noche calurosa) tratando de descubrir la relación entre "adolecer" y "adolescente". Las más locas variaciones semánticas desfilan ante sus ojos durante quince minutos o más.

Al cabo de un rato hace un descubrimiento fundamental: la lingüística (la histórica, al menos) no puede avanzar con la reflexión pura, y necesita cargar el combustible de los datos. De modo que prende la luz, se levanta y se llega al diccionario etimológico. Allí lee algo que lo deja atónito: el latín adulesco del que evidentemente proviene la palabra en cuestión es un compuesto de alesco "crecer", incoativo de un alo "alimentar" que conoce demasiado bien; de ahí también proviene, evidentemente, adultus. ¿Cómo es que no se le había ocurrido? Vuelve a acostarse, y fantasea un rato.

Se ve a sí mismo por la tele, irrumpiendo en el programa y corrigiendo al sociólogo. Éste, tras unos vanos intentos de recuperar el protagonismo del reportaje, se retira humillado y deja a Luis Fabián en el centro de la escena, con la bonita conductora pendiente de sus labios; Luis Fabián explica la composición con ad-, y desarrolla de paso el concepto de "verbo incoativo", con multitud de ejemplos.

Pero la bonita conductora revela de pronto que, como todas las de su clase, no busca más que incomodar a su interlocutor y generar debate. Con su mejor cara de inocente pregunta: "Y dime, Luis Fabián (¿puedo llamarte así? [sonrisa]), ¿por qué se dice 'adolescente' y no 'adalescente'? Todos esos verbos tan preciosos que estás mencionando, como alo y alesco, tienen una a, ¿no?" Luis Fabián, tendido en el lecho, abre la boca para responder y vuelve a cerrarla, mirando la oscuridad. La imagen de la televisión ya no parece tan atractiva, y casi oye a la tribuna de "reidores" del canal. ¡Ha caído en una trampa! ¿Cómo no se preguntó eso antes?

Se levanta de un salto y va a buscar una gramática histórica. Tiene una leve noción de verbos compuestos que tienen i en vez de a, pero no logra recordar ningún caso con o ni con u. Sin embargo, ahí están. Respira aliviado: *en-saltô > *inseltô > însoltô > însultô, y gracias a Dios *ad-alêskô > *adelêskô > adolêscô > adulêscô. De paso, encuentra una explicación para la diferencia entre adolesco y adulesco (previendo ahora más preguntas incómodas), y le llama la atención la regla "la *e intermedia se hizo o (y luego u) delante de l-pinguis y w". ¿Qué es una l pinguis, o sea "gorda"? Se sienta, y gracias a una referencia cruzada descubre que en latín había "dos alófonos de l, que influyeron en el desarrollo de las vocales adyacentes. Tal vez por ser distintas de lo que se hallaba en griego atrajeron la atención de los gramáticos romanos, que las denominaron l exilis o 'l flaca' y l pinguis o 'l gorda'. Evidentemente se trata de sonidos pronunciados en posiciones más o menos anteriores y posteriores de la lengua respectivamente, lo que en tiempos más recientes se ha dado en llamar bright l y dark l". Luis Fabián levanta la vista: ¡bright l y dark l! ¡Como en el inglés little! El paréntesis que sigue, característico de Sihler (el autor), termina de darle la paz mental que necesitaba: "bright l y dark l (términos con los que no hemos ganado nada con respecto a 'flaco' y 'gordo')". Es como un guiño cómplice: "Sihler, tú y yo nos entendemos, estamos hechos de la misma madera", piensa. Descubre además que la l flaca se da antes de i o de otra l, y la l gorda en el resto de los casos.

Vuelve entonces a la cama. Trata de encender la tele mental, pero aparentemente el programa ya ha terminado, porque no puede hacer regresar la imagen. De modo que se dedica a reflexionar sobre su hallazgo, lejos del vacuo oropel mediático. Repasa palabras latinas que conoce, deleitándose en pronunciarlas según la nueva regla. No le cuesta demasiado. Se divierte pensando en la denominaciones bright/dark y exilis/pinguis: ¿qué tienen estos sonidos de brillante, de oscuro, de flaco, de gordo? Las denominaciones inglesas parecen más o menos adecuadas, porque la dark l se le antoja cavernosa y tétrica; pero no logra ver nada de flaco o gordo en las latinas. Estos gramáticos romanos...

Nuevamente se queda duro. ¿Qué gramáticos romanos?

La gramática histórica no lo decía, así que va directamente a Lewis-Short, y luego de revisar en vano las entradas para pinguis y exilis se dirige a la entrada L. Allí lee algo que lo confunde: "L has, according to Pliny, a threefold power: the slight sound of the second l, when doubled, as in ille, Metellus; a full sound, when it ends words or syllables, or follows a consonant in the same syllable, as in sol, silva, flavus, clarus; and a middle sound in other cases, as in lectus". ¿Tres valores de l? Recuerda que la nota de Sihler seguía, vuelve a la gramática y lee que "según la evidencia de los cambios vocálicos, la l pinguis tiene en realidad dos pesos diferentes, y es más gorda delante de una consonante que delante de una vocal, p.ej. *welô > volô pero *weltes > voltis > vultis". Pero la distinción no es exactamente la misma.

Plinio, Plinio... ¿tiene obras de Plinio Segundo? Por suerte sí, y allí encuentra el original (fr. 8 de un Dubius Sermo): "l triplicem sonum habet: exilem, quando geminatur secundo loco posita, ut ille, Metellus; plenum, quando finit nomina vel syllabas et quando aliquam habet ante se in eadem syllaba consonantem, ut sol, silva, flavus, clarus; medium in aliis, ut lectum, lectus".

No termina de apoyar la cabeza en la almohada cuando se da cuenta: en Plinio, la primera categoría es exilis, pero es ¡lo contrario de lo que decía Sihler! ¡Exilis para Plinio es la segunda l de ille, no la primera! ¿Quién puso entonces los otros nombres? Tiene que haber sido Prisciano, que es quien cita ese pasaje de Plinio. ¿Qué dice Prisciano? ¿QUÉ DICE PRISCIANO? Luis Fabián no tiene las obras de aquél, de modo que debe encender la PC y buscar en la web, mientras va asomando la Aurora de rosados dedos...

Dejemos al pobre Luis Fabián levantándose una vez más, porque el proceso no tiene fin, pero el post tiene que terminar en algún punto. En realidad, no ha descubierto nada nuevo; pero el programa que vio parece popular. Compadezcámoslo: adolece de hurgapalabrasia, cosa que puede sucederle a cualquiera. Ya se le pasará.

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Más de dos años después, Luis Fabián halló un mezquino consuelo en el hecho de que R. Menéndez Pidal en una sesuda demostración del componente suritálico en la romanización de la Península Ibérica también hubiese desesperado de hallar pies y cabeza en las descripciones de los gramáticos latinos ("Dos problemas relativos a los romances hispánicos", en Enciclopedia Lingüística Hispánica - Tomo I, CSIC, Madrid 1960; páginas cix-cx):

Pronunciación latina de la l

En el latín existían diversas pronunciaciones de la l, pero de esto nada preciso llegamos a saber, dada la vaguedad de la nomenclatura empleada por los gramáticos.

Según Consentio había dos clases de l: una pinguis, cuando l va ante otra consonante, albus, pulchrus, pulmo, y otra exilis, cuando va en comienzo de palabra, lupus, luna, o cuando una l va al final de sílaba y otra en comienzo, ille, allia; aquí pinguis parece significar l velar, la que llevó a la vocalización u de la l, en al[CONS]. Según Plinio, citado por Prisciano, había tres sonidos de l: plenus, cuando l es final de sílaba, sol, silva, o bien tras consonante, flavus; medius en la inicial, lectum; exilis cuando geminada, ille, Metellus. Aparte esta impenetrable imprecisión, más nos interesa saber que existían varias pronunciaciones de la l tachadas de viciosas, tanto en griego como en latín, defecto tan general y notorio que tenía un nombre particular, tomado del griego, labdacismus (o lambdacismus). Dos vicios principales señalaremos.

Uno, según Servio, era el pronunciar la -ll- doble pinguis en vez de exilis, por ejemplo, Metellus. Igualmente Pompeyo advierte que cometen labdacismo los que pronuncian pinguis la l geminada, diciendo Metelus, Catulus, vicio en que abundan los africanos, en vez de Metellus, Catullus como dicen todos los latinos (1). Y el llamado Commentum Einsidlense parece más claro: "Laptacismus est vitium sive scisio l litterae, quae flit quando duo LL in medio positae asperum sonum reddunt, ut sella, stella", palabras que Rohlfs interpreta, creo que satisfactoriamente, suponiendo que la scisio de la l indica la l palatal percibida como l + yod (2). No es aceptable la opinión de Ettmayer, que el adjetivo exilis con que Consentio califica la -ll- correcta, aluda a la pronunciación palatal (3), puesto que ésta no aparece ni en el italiano, ni en el francés, ni en el provenzal, ni en el gallego-portugués, y en cambio los adjetivos de la pronunciación viciosa, pinguis (Servio, Pompeyo) asperum sonum (Comm. Einsidl.) convienen mejor a la pronunciación palatal y digeminada de Metelus, Catulus.

Otra manera de labdacismo es pronunciar tenuis la l- de Lucius, según Servio. Diomedes advierte que es labdacismo pronunciar plenamente lux ("si lucem prima syllaba, vel almam nimium plene pronuntiemus"). Igualmente Pompeyo nota que es labdacismo el hacer tenuis la l sencilla, diciendo llex, "Labdacismus es ille qui... per unum l fit... si tenuis sonet: puta llargus; debemus dicere largus, ut pingue sonet; et si dicas llex, non lex". Es decir, que la l- inicial se pronunciaba mal como ll geminada; no sabemos más, puesto que según Consentio, tanto la l- inicial como la -ll- geminada debían pronunciarse exilis; aunque según Plinio, l- tenía sonido medius y -ll- exilis.

En medio de tanta imprecisión, podemos retener dos formas principales de labdacismo: una era el pronunciar la ll doble como degeminada, y otra era el pronunciar la l inicial como la geminada. Pues estos dos vicios, después de dos mil años, pugnan igualmente en la Italia de hoy con la pronunciación oficialmente correcta del italiano, es forzoso suponer que los adjetivos pinguis o asperus aplicados por los gramáticos latinos a la pronunciación viciosa de la ll degeminada, designan la pronunciación dorso palatal o ápico palatal o reversal con que la ll y la l se pronuncian hoy dialectalmente en Italia. Las condiciones que hoy determinan estas dos maneras de pronunciar la l, no serán idénticas a las que actuaban en la peóca latina, pero sin duda derivan de esta época. En fin, ambas formas de labdacismo y ambas pronunciaciones palatales las hallamos igualmente en los dialectos románicos de España, y como tales palatalizaciones no existen en ningún otro de los dialectos de la Romania, preciso es reconocer que tanto el labdacismo itálico como el italiano y el hispánico están unidos por un lazo histórico de filiación.

(1) SAN ISIDORO, Oríg. II, 32, 8, nos informa de otro modo: "Labdacismus est, si pro una L duo pronuntientur, ut Afri faciunt, sicut colloquium pro conloquium.

(2) Zur Entwicklung von -ll- im Romanischen, en Festchrift fur Ed. Wechssler, 1929, p. 400.

(3) K. ETTMAYER, Zur Aussprache des lateinischen, L, en ZRPh XXX, 1906, páginas 648-659.

3 comentarios:

  1. Me he quedado impresionado con este post.
    ¡Ay que ignorante soy!
    Aplausos!

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  2. Yo siempre quedo con la misma sensación al leer cualquiera de los "Filoblogs" que estoy conociendo en estos días. De donde deduzco que la hurgapalabrasia es epidémica.

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  3. Lo es, lo es, Hláford. Pero ¿tiene cura?

    Por de pronto, Fiondil, recuerda: hablar de los compuestos etruscos en una discoteca heavy no asegura el triunfo social... si no es una discoteca propia de hurgapalabrásicos, claro :D

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