miércoles, 14 de octubre de 2009

Azafata

Nuevamente tenemos en Hurgapalabras al insigne lexicógrafo Julio Casares, de quien transcribimos a continuación un artículo escrito en la década del 50. El artículo se llama Azafata.



Un distinguido redactor de El Diario Vasco ha dirigido a la Academia una propuesta, que la Corporación, si lo tiene a bien, estudiará en su día con las mayores garantías de acierto; pero como el asunto en cuestión se viene ventilando en la Prensa y ha producido en ésta, según dice el comunicante, una "tremenda desorientación", me ha parecido que un artículo periodístico más o menos no agravará el problema, aun suponiendo que no sirva para aclararlo, como sería mi deseo. Advertiré que si hago uso público de la carta del proponente es porque éste me ha autorizado para ello a condición de que cite su nombre; y así lo hago: el interesado se llama Joaquín F. Carrasco.
Se trata, amable lector, de la denominación que ha de darse a las simpáticas muchachas que prestan sus servicios a bordo de las aeronaves. Veamos cómo está planteada la controversia, a juicio del señor Carrasco: "Un escritor muy bueno ha lanzado para ellas el feísimo sustantivo "aeromozas", mientras que otro señor ha catalogado a estas señoritas como "azafatas", cuya prosodia es ya de suyo poco elegante y cuyo significado, por su ancestralidad, enrancia sin motivo alguno el pimpante cometido que mal quiere definir."
No sé si esta prosa es existencialista o simplemente donostiarra. Llamar "pimpante" a una joven es un galicismo muy grato a ciertos escritores modernos, que no sabrían decir en castellano lo que este epíteto significa; pero piropear de "pimpante" a un "cometido" es cosa a la que aún no se han arriesgado los propios franceses, aunque ese cometido no esté "enranciado por la ancestralidad". Traduciendo al lenguaje vulgar, yo saco en claro que al señor Carrasco no le parecen bien ni "aeromozas" ni "azafata". Lo mismo le sucede a otro escritor bilbaíno -esta vez la luz nos viene del Norte- que también ha echado su cuarto a espadas. El recorte de donde tomo la noticia nos informa de que ese escritor es "el gran periodista que firma Desperdicios".
Y ahora, después de la crítica demoledora, viene la parte constructiva. El señor Carrasco propone que llamemos a esas muchachas "aviatrices" y está seguro de que las interesadas agradecerían el apelativo "como un obsequio a su dignidad". Suponiendo que la derivación "aviatriz" fuese correcta, como lo es "emperatriz", obtendríamos el femenino de aviador; y entonces habría que pensar si por extremar la galantería no caeríamos en una falsedad manifiesta, convirtiendo en "pilotas" a esas señoritas que nos avisan cuando hemos de apretar el cinturón, nos obsequian con pastillas de chicle, nos ofrecen algodón para los oídos o nos sirven un refrigerio, todo ello con la más esquisita amabilidad. Se nos dice en la carta que comento que, a más de estas y otras habilidades, "esas auxiliares del vuelo hablan perfectamente cinco o seis idiomas". Si esto es así, y no seré yo quien lo ponga en duda, lo más urgente no sería buscarles un nombre sino buscarles un empleo de más alta categoría, pues si el de "pilotas" no les va bien el de "poliglotas" les estaría pintiparado. Esto por lo que se refiere a la propuesta del señor Carrasco. La de Desperdicios es todavía más audaz. Partiendo de "muchacha de aviación" y cortando estas tres palabras donde al inventor se le antoja, nos brinda el engendro "muchadavi" que, como ustedes ven, no tiene "desperdicio".
Debemos, pues, a la iniciativa privada tres denominaciones, "areomoza", "aviatriz" y "muchadavi", a reserva de que existan otras creaciones de las que no he tenido noticia. La Academia se ha abstenido de terciar espontáneamente en el debate; pero hace ya quince años recibió el escrito oficial de cierta compañía de líneas aéreas, en el que se pedía una equivalencia castellana de la voz stewardess, aplicada en inglés a las servidoras cuya misión se especificaba.
Yo no voy a tomar partido a favor de esta o aquella denominación. Sólo quisiera dar un golpecito en el hombro, amistosamente, a los aficionados a enriquecer el léxico, con el ruego de que se abstengan de inventar neologismos, mientras no sea absolutamente imprescindible. Sobre el modelo de "naonato", con que se designaba al nacido a bordo de un barco, alguien sintió la urgencia de contar con otra palabra para el que viene al mundo en un avión y hubo que incluir en el Diccionario "aeronato", aunque los casos en que sería aplicable este adjetivo puedan contarse con los dedos de una mano. ¿Conoce alguno de mis lectores un aeronato?
Más frecuente es que ese trance de alumbramiento tenga por escena un tranvía, puesto que en cualquier gran ciudad son muchos los millares de mujeres que utilizan diaramente ese vehhículo; por lo que es de temer que, cuando menos lo pensemos, se produzca otra "tremenda desorientación" por no saber si debiera decirse "tranvianato", "tranvinato", o "trannato". Luego vendría el "metronato", poco serio a más de irrespetuoso para la lengua, organismo viviente y delicado, que se resiente de las intervenciones traumáticas, arbitrarias e irresponsables. Yo creo que en la rica gradación de los nombres con que se venía designando a la mujer que presta servicios auxiliares a otras personas, desde la "moza" que desempeña humildes menesteres en un mesón hasta la dama linajuda que se honra con el título de "azafata", no faltará alguna denominación aplicable a esas "servidoras en busca de nombre", cuyas funciones no difieren esecialmente de otras análogas sino por razón del lugar en que se ejecutan.
Y ahora que por primera vez intervengo en la discusión, se me ocurre que cuando la compañía pidió una esquivalencia de stewardess señalaba un ejemplo y una pista que quizá hubiera convenido seguir. En primer lugar los ingleses no habían creído necesario inventar nada: se sirvieron de una palabra ya existente, procedimiento muy recomendable; como si aquí hubiéramos seguido llamado "cochera" al lugar en que antes se encerraban los coches de caballos y ahora se encierran los de gasolina. Nos habríamos evitado el ya inevitable "garage". Steward designó originariamente, ya antes de comenzar el siglo XI, al mayordomo de casa grande, a ese típico servidor, que es el más celoso depositario de las tradiciones inglesas de urbanidad. Trasladado luego ese mayordomo a los barcos (mediados del siglo XI), no por eso cambió de nombre, si bien sus funciones se fueron repartiendo poco después entre varios stewards: el de mesa, el de cubierta, el de camarote, etc. La stewardess sería, pues, exactamente la mayordoma; y no se crea que este femenino tendríamos que inventarlo ad hoc, puesto que está documentado desde el Arcipreste de Hita hasta Gabriel Miró, pasando por La Celestina, Cervantes, Harztenbusch, etc.
El empleo de la stewardess en los barcos data del siglo XIX y desde allí ha pasado a las aeronaves, siempre conservando el apelativo. Por cierto que la primera vez que aparece éste en la lengua inglesa lo hace en una traducción de La Celestina, publicada en 1631. "¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!", decía la tragicomedia; lo que trasladó el traductor: "O variable fortune.. thou Ministresse and high Stewardesse of all temporal happinesse."
Al cabo de algún tiempo, la cuestión se resolvió de hecho a favor de la denominación de "azafata". Las interesadas aceptaron el nombre de buen grado, la empresa española que nos había consultado lo encontró igualmente satisfactorio y empezó a llamarlas azafatas en sus nóminas y documentos oficiales y, por último, la Academia incluyó en su Diccionario la correspondiente acepción de la palabra.


Julio Casares, El humorismo y otros ensayos (1961)

3 comentarios:

  1. Posteriormente, en el periódico madrileño ABC, Julio Casares publicó otro artículo sobre la palabra azafata (quizás más interesante que el primero), que después recogió en su libro Novedades en el Diccionario Académico. La Academia Española trabaja,

    Veo a mano derecha EDITAR. Editar significa 'publicar'. En el sentido de 'redactar' es anglicismo innecesario. Fulana escribió el libro. Mengana lo redactó. Y Zutana lo editó.

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  2. Muchas gracias Aron Sasportas por el dato. Pero me confunde un poco. Vengo coleccionando las notas de Casares en ABC y otros medios desde hace un tiempo, y no veo un artículo sobre "azafata" en el volumen de "Novedades en el D.A." (Aguilar 1963).

    El que está reproducido aquí es el que apareció en ABC Madrid el 28/5/1950 como "Una tremenda desorientación"; y hubo una continuación de ese el 24/6/1950 con el título "Punto redondo". Pero los artículos recopilados en "Novedades" son los publicados entre 1959 y 1963 en la serie "La Academia Española trabaja", y ahí no veo ninguno sobre este tema (el índice del libro ni siquiera menciona "azafata"). ¿No te referís más bien a "Punto redondo"? ¿O es algún otro artículo que se me escapa?

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  3. El libro de Casares lo leí hace cuarenta y cinco años. Hay dos ediciones (1963 y 1965). No recuerdo en cuál de ellas leí el otro artículo suyo dedicado a la palabra azafata.

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